En el centro de una calle desolada una sola persona se veía a la vista, sonidos de disparos y gritos de dolor se escuchaban a lo largo del área, pero nadie salió a su auxilio. La situación no le importaba a nadie, estaban acostumbrados a ella y simplemente la ignoraban.
En el lugar donde sería su lecho de muerte, se encontraba tumbado un joven desangrándose en el suelo con seis hoyos en su pecho. De los orificios brotaba tanta sangre al punto de formar un charco debajo de él. Solo una cosa estaba clara, esa noche iba a morir.
El tiempo se hizo eterno para el joven, los segundos se convierten en minutos y los minutos en horas, nada tiene sentido en su mente.
—¿Así es como voy a morir? Patético... —dijo una voz temblorosa antes de escupir sangre, vencida por el dolor.
—Me propuse pocas cosas y no logré nada, quería cumplir al menos una.
—Lo siento, hermanita. Quería darte una vida mejor, pero he fallado en el intento —añadió el joven.
Con cada segundo que pasaba, la voz perdía fuerza y se volvía cada vez más suave.
Lágrimas de arrepentimiento caen de sus ojos que se esfuerzan en permanecer abiertos. Ya no queda tiempo para ninguna emoción. La muerte viene y nada la detendrá, pero tan compasiva fue con el joven que le dio tiempo para unas últimas palabras.
—Lo siento, Mary.
Y de un instante a otro, se acabó. Todo rastro de vida que se encontraba en su cuerpo desapareció.
Lo que parecía eterno e interminable para el joven no fueron más que cinco minutos, ese fue el tiempo que le tomó a la muerte hacer su trabajo.
□ □ □
Vacío.
Vacío.
Vacío.
Vacío.
Vacío.
Un vacío inundaba el lugar en donde me encontraba. No sé donde estoy, no veo mi cuerpo, es como si solo mi mente existiera en este espacio. No puedo hablar, no puedo ver, no puedo sentir, no puedo moverme, solo estoy yo aquí.
¿Qué es este lugar? ¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí? ¿Cuánto tiempo estaré aquí? ¿Puedo salir? ¿Esto es la muerte? ¿Este es el final y estaré aquí por siempre? Preguntas, preguntas sin respuestas navegan en esta oscuridad, soy un náufrago en un mar de dudas.
No es agradable estar aquí. El ambiente parece sobrecargarse de desesperación, miedo, ansiedad, enojo, rabia, desesperanza y agonía. Con cada instante que pasa esas emociones toman control de mí.
Soy el único por aquí. Voy enloquecer si paso demasiado tiempo en este lugar.
Los minutos pasan y los recuerdos empiezan a salir a la luz, no les presto atención y mantengo la calma. Es imposible. Concéntrate en lo bueno y no en lo malo, recuerda: tú infancia con tu hermana, tú primer amor, tú primera y última pelea, tus compañeros de pandilla, recuerdos felices. Recuerdos que guardaba con mucho cariño, pero gracias al lugar en que me encontraba la felicidad no era una opción. Lo bueno no funciona y lo malo toma lugar, presiento que nada de lo que intente funcionará. Recuerdos horribles, cerrados con llave en lo más profundo de mi mente, salen a la superficie: memorias de mi padre y sus puños, mi madre y su indiferencia, mis compañeros de clase y sus afiladas lenguas y mi venganza contra ellos, cuando tomé el liderazgo de la pandilla y alcancé la cima, pero lo destruí todo en poco tiempo. Cada decisión que tomé me trae hasta aquí.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…
Aquí todo tiende a la negatividad. Recurrir a los números fue lo mejor que se me ocurrió. Los números se convirtieron en mi mejor amigo, mantener mi mente ocupada contando era mejor que volver a lo de antes, caer en ese pozo de malos recuerdos. Estaba junto a mi peor enemigo y no podía dejarle ganar, o mejor dicho, no quería dejarle ganar. Todavía tengo esperanza y ni siquiera sé por qué.
86.400 segundos.
172.800 segundos.
259.200 segundos.
345.600 segundos.
432.000 segundos.
518.400 segundos fue el tiempo que pasó para que una de mis preguntas por fin tuviera una respuesta.
Y esa pregunta fue: ¿Puedo salir?
Y la respuesta fue: sí.
Vacío.
Vacío.
Vacío.
Vacío.
Vacío.
Luz.
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
Comments (0)
See all