Al abrir los ojos, lo primero que veo es el resplandor del cielo crepuscular. Me confunde el color que tiene, no recuerdo haber dormido durante la tarde. Noto algo extraño: estoy echado.
Me sobresalto. Me apoyo con mis manos e intento incorporarme, siento arena entre mis manos. Alzo la vista. Sentado sobre el suelo, veo a mi alrededor un paisaje formado por distantes cerros y una planicie cubierta de arena. El cielo es de un tono naranja y muestra nubes de tormenta lejanas girando alrededor de mí.
Creo estar en un sueño. La sorpresa y el miedo me abruman. Hace poco estaba dentro del tren viajando por la ciudad. Lentamente me pongo de pie y me doy una cachetada. El dolor es real, pero no despierto. Vuelvo a golpearme varias veces, cuando me canso, me convenzo de que no es ninguna pesadilla, lo que estoy viviendo es la realidad.
* * *
No soy un tipo diferente del promedio. Tenía un trabajo, había ido a la universidad y me había graduado. Visitaba a mi novia todos los viernes, como hoy, que justo estaba yendo a su casa en tren. Por más esfuerzo que hago, ese es mi último recuerdo. No he muerto, estoy seguro. Sin embargo, esa certeza no es suficiente para calmarme.
–¡Maldición!
Frustrado, pateo el suelo. La arena, naranja como el cielo, salpica hacia los lados. Algo negro entre la arena llama mi atención. Parece un pedazo de plástico. Escarbo en la arena. Se trata de un objeto mediano, su forma es fácil de descifrar: un arma de fuego. Tiene una forma rectangular que nunca he visto; sin embargo, el gatillo, cacerina y culata son partes que cualquier persona reconoce.
Me alejo del arma. Tengo miedo de dispararla por accidente. En eso, una fuerte ventisca me hace tambalear. Cubro mis ojos. Las nubes tormentosas se cierran sobre mí y el viento hace volar por los aires la arena cercana. Sin que yo haga nada, el arma queda al descubierto junto con un objeto más. La ventisca no me deja ver claramente, pero al cabo de un rato pierde fuerza. Debajo del arma hay restos de lo que parece ser un chaleco metálico. La ventisca también revela un camino de chatarra hacia el horizonte, luego termina y las nubes se alejan.
Cuando me acerco, veo que el chaleco está estropeado. Tiene varios agujeros. No son agujeros de bala, al chaleco se le han removido partes que antes estaban ahí. No veo restos humanos, lo que me alivia. Escucho algo.
Es un ruido metálico y repetitivo como el de martillazos lejanos acompañados de un agudo silbido similar al que hacen dos piezas de metal al rozar entre sí en una máquina. El sonido viene desde lejos, en la dirección al que va el camino de chatarra. No sé qué podría ser. Pienso en una fábrica, lo que me lleva al siguiente concepto: gente. Sea donde sea que esté, es mejor estar con otros antes que solo.
Sin dudarlo más, me pongo el chaleco y cojo el arma. Sueño o no, no hay otra dirección que no sea la del camino de chatarra.
* * *
Mientras camino me observo a mí mismo y el ambiente que me rodea. Zapatillas, una camiseta con una chaqueta oscura encima y un par de jeans. Sigo vistiendo lo mismo que recuerdo que llevaba en mi mundo. Estoy convencido de que no estoy más ahí, pero intentaré entender cuál es el significado de esto. El arma que tengo en mis manos es ligera, lo que contrasta con su tamaño. Es totalmente negra y la cacerina parece estar arriba, pues una sección rectangular en la parte superior es la única parte que se ve como si pudiera desprenderse. En el camino, las piezas metálicas en el suelo tienen formas muy diversas. Hay engranajes entre ellas. No recojo ninguna, tengo miedo de tocar algo que no debería. El sonido distante y metálico se hace más claro al cabo de unos minutos. Acelero el paso. Decido ponerle un nombre: “sonido de fábrica”.
Al cabo de unos diez minutos de caminar es que me doy cuenta realmente donde estoy. Es el ojo de una gran tormenta de arena. El camino cubierto de piezas metálicas me lleva hacia la zona de la verdadera tormenta. Me frustra que mi destino sea un lugar peligroso, pero al mirar atrás y ver que, salvo el camino, no hay nada más que arena naranja en el paisaje, decido continuar. Prefiero tener que enfrentar al viento y tal vez tener que usar el arma que ahora tengo, antes de quedarme en medio de la nada.
* * *
Pasada una media hora es que veo de dónde viene el “sonido de fábrica”. Irónicamente, lo que veo hace justicia al nombre que le di.
A unos doscientos metros de mí, veo un gran complejo de edificios entre la arena. Conforme me acerco la tormenta se debilita y puedo verlos con mayor claridad. A mitad de camino, advierto que no son solo unos edificios aislados. Delante de mí se ubica una ciudad entera, con edificios de similar forma y tamaño, ordenados en bloques entre los que se divisan los restos de autopistas vacías entre ellos. El complejo que veía desde lejos es solo uno de tantos que hay.
Un coraje renovado me llena de energía y corro a toda velocidad hacia la ciudad fuente del “sonido de fábrica”. No veo a nadie, pero no importa. El motivo de este viaje o de este sueño puede estar ahí. Los cien metros restantes se acaban antes de que me cuenta. El sonido que me ha guiado hasta ahí, cesa.
–¡Hey! ¡¿Hay alguien aquí?! ¡Hey! ¡¿Hay alguien?! –Corro mientras grito llamando a alguien, quien sea.
La superficie de los edificios está cubierta de arena naranja y demoro en notar que las paredes metálicas son plateadas y que sus ventanas son azules. Todos los edificios son iguales. Ingreso a uno por una ventana rota, dentro, el lugar está vacío. Solo veo el suelo y las paredes, sin rastro de muebles o de siquiera algún objeto. No hay escaleras ni puertas. Convencido de que debe ser solo un golpe de mala suerte, voy al edificio del costado. Sus ventanas están intactas. Mi frustración puede más: apunto con el arma y aprieto el gatillo.
Tres proyectiles salen del cañón, rompiendo la ventana por completo. El estruendo me sorprende, así como el violento movimiento del arma, que casi se me escapa de las manos. El interior me decepciona. Es el mismo que el anterior.
La frustración se convierte en cólera y voy hacia el siguiente, luego hacia el siguiente y así por toda la cuadra. Ya no pienso en encontrar a alguien. Las ventanas y los edificios de este lugar abandonado se convierten en los objetos de mi catarsis. Descargo una y otra vez el arma contra ellos, encontrando en su interior el mismo cuarto vacío y sin escaleras a ningún lado. Maldigo mi destino y grito a todos lados pidiendo despertar. Las calles vacías y cubiertas de arena no me hacen caso. Me harto y cambio de estrategia, utilizando ahora el arma como un garrote para echar abajo las ventanas. Mi mente ya no es clara. Estoy en la ciudad a donde me llevó el “sonido de fábrica”. Mi objetivo eran respuestas y no he encontrado ninguna. El viaje no tuvo sentido. Entregarme a la tormenta suena como una buena idea. Reflexiono un momento. El mensaje es claro ahora.
Desperté en un lugar desconocido. Una tormenta me reveló un arma y un sonido me guio a una ciudad desierta. Sin embargo, las tormentas no actúan por su cuenta y muestran armas. Esto es obra de alguien.
Alguien me quiere aquí.
–¡¿Dónde estás?! ¡Muéstrate!
Una idea viene a mi mente. Si en verdad alguien me ha traído a este mundo, debe tener un propósito que me incluya.
Si eso es cierto, hay una forma de forzarlo a actuar. Apunto el arma a mi cabeza.
–¡Vamos! ¡Ven aquí! ¡Si no lo haces disparo! ¡Me voy a matar!
No hay respuesta. Ya no doy más. En medio de la calle, arrodillado sobre la arena, aprieto el gatillo.
El arma no dispara.
La combinación de emociones me paraliza. La muerte era mi única forma de escapar. Si no puedo morir, esto ya no es más vida, es el infierno mismo.
–¿Qué sientes?
Es una voz diferente a la mía. Viene desde dentro de mi mente.
–¡¿Quién eres?!
–¿Qué sientes?
Sus palabras son pausadas y su voz es grave.
–¡¡Muéstrate!!
Al parpadear, veo frente a mí una silueta blanca. Me sobresalto y afino la vista. Es una criatura humanoide de unos dos metros de altura. Su cuerpo está cubierto por una ceñida armadura plateada compuesta de placas entre medianas, grandes y algunas similares a escamas en las articulaciones. Los detalles en aquella son elegantes y la forma de los cortes entre las placas dejan bordes simétricos y puntiagudos como hojas secas, dando una apariencia imponente y agresiva. Sus ojos no son visibles. El metal refleja la más mínima luz y sus bordes brillan como la escarcha. La criatura tiene trece alas, siete a la izquierda y seis a la derecha, protegidas también por su traje. Parece no tener pies, pues su armadura por debajo de las pantorrillas es una única pieza que termina en un extremo puntiagudo que apunta al suelo. Levita a centímetros del suelo.
–¿Qué sientes? –me dice. Son las mismas palabras que escuché antes.
Mi mente no encuentra respuesta.
–¿Qué sientes? –insiste.
No comprendo el propósito de la pregunta. Estoy tan confundido que tampoco sé si quiero enfrentarme a esa criatura o simplemente huir.
–Describe lo que sientes –me dice, caminando hacia mí sin tocar el suelo.
–¿Qué eres? –digo, nervioso.
Si esto es el infierno o el cielo, tampoco lo comprendo. Lo único que quiero es salir de acá, no importa cómo.
–¿Por qué quieres escapar?
Me lee la mente. Caigo hacia atrás. No entiendo nada. Me dio un arma y protección, pero ahora solo me pregunta una cosa para la que no tengo respuesta en medio de la confusión.
–¡¿Qué quieres de mí?!
–Ya veo.
La criatura comienza a elevarse, alejándose de mí.
–Espera, ¡espera!
Delante de mí se está yendo la única entidad con la que he podido hablar en este lugar. Corro hacia él. Está ya muy arriba. Salto, pero no llego a tocar sus pies.
–¡No me dejes! ¡Por favor! ¡Regresa!
La criatura eleva la vista al cielo. Escucho un sonido de cristal romperse a mi lado. Todo el sonido se detiene en ese momento. Cuando me doy cuenta, el viento también se ha detenido. Volteo hacia el ruido y veo una rajadura en el aire. La rajadura se extiende al segundo siguiente, rodeándome y envolviéndome. Trato de moverme. No puedo, estoy suspendido en el aire y mis pies no tocan el suelo. En eso, el cristal termina de romperse y todo se ve negro, salvo por una luz azul a lo lejos, encima de la criatura con armadura. El mundo de arena y cielo naranja ha desaparecido y estoy cayendo. La criatura está a cada vez más distancia. La luz azul en el cielo oscuro es mi único punto para saber qué es arriba y abajo. Sigo cayendo. Caigo tanto que la criatura desaparece de mi vista, volviéndose la luz azul una estrella distante. Sin embargo, con el tiempo, la estrella se vuelve pequeña y finalmente queda solo el cielo negro.

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