Una helada manta proveniente del invierno amenazador pegaba con fuerza en mi pálido rostro. Trataba de contener las lágrimas que poco a poco sentía brotar de mis ojos. Al principio traté de negar todos aquellos sentimientos oscuros que estaban emergiendo de mi alma y que me hacían llorar, pero caí en cuenta que aunque pase mucho tiempo controlandolos y no derramar lágrima alguna, ya no había razón por la cual me debería de torturar. No. Sería una tontería no llorar, aunque fuese por última vez. Había olvidado lo bien que se sentía llorar sin tener miedo a los que dirán. Mi cuerpo no me daba para más, ya no podía soportar. ¿Por qué seguir mintiéndome a mí misma? Esta era la última oportunidad de mostrar al mundo mi verdadero ser.
“Diosa de la Fidelidad” La primera vez que lo escuché fue aquella tarde de verano cuando aún era muy joven. Una pequeña sirvienta se me había acercado a darme un poema que su pequeña me había dedicado. Lo leí y sonreí a tal peculiar título por el que la niña se refería a mi. Años después de que mi infierno personal se había desatado, había entendido completamente el por qué la vidente me había otorgado tal título. No era porque no hubiese más títulos en el panteón de los dioses, si no por lo estúpida que era al aguantar todas que mi esposo hacía a mis espaldas y que a pesar de todas las maldades que se le pudieron ocurrir, nunca deje su lado.
Que buena broma me había jugado la vida. Fui el hazmerreír de toda la corte. Todos y cada uno de ellos habían jugado a la perfección sus papeles, me lo había creído. Hipocritas. Pero sobre todo pensé en la reina Frigga. Ella fue el papel estelar. Oh pero que buena es la esposa del gran Odín, padre de todos. Deberíamos estar orgullosos por tener a tan perfecta, sencilla e humilde reina. Si tan buena fuera habría intervenido en mi vida antes de que todo se fuera al carajo.
Espero con ansias que todo el reino se burle de mi idiotez. Que los soldados no paren de reír por días, que las prostitutas más sucias de los burdeles se mofen, que los borrachos tomen en nombre de mi esposo y que la corte elimine de todo registro alguna vez existido de que fui parte de ellos.
A Narvi y Vali, mis únicos hijos. Los extraño a cada minuto de mi día y mi corazón se estruja al imaginar que algún día estaré a su lado. Sentí el peso de las lágrimas que no derrame por ustedes después de su muerte. Como la cara de la esposa perfecta me había hecho una perfecta hipócrita, tal como los demás miembros de la corte. Mi alma no podía contener todo el dolor, hasta creí haber escuchado sus risas llenas de energía y felicidad por los pasillos del castillo, pero todo era una simple jugarreta de mi mente tratando de traer un poco de felicidad a mi infierno personal.
Ya no tenía más que pensar, mi decisión estaba hecha. Mi muerte traería más felicidad que tristeza a los que me conocían. Ya no sería una carga para los reyes, la corte o mi cuñado, mi pobre y dulce cuñado, el cual estaba cegado por su amor a su hermano, no consciente de lo mucho que este lo odiaba.
Por último, no pienso llevarme nada conmigo al otro mundo. Dejaré mi pasado irse con las olas que tratan de derrumbar sin éxito alguno este acantilado. Las aguas bravas se llevaran mi cuerpo y me ahogaron con su manto. No pierdo tiempo alguno, me acerco a la orilla y vuelvo a pensar en aquella persona por la cual decidí tomar esta decisión.
Loki. Eres un maldito hijo de perra, no eras merecedor de mis lágrimas, de mi fachada de esposa perfecta o del amor que pensé que alguna vez sentiste por mi. Me hiciste la persona más infeliz de los nueve reinos y eso nunca te lo perdonare. Tomaste lo que más amaba de mi vida y jugaste con fuego, pero ahora no hay nada que me detenga de alejarme de ti.
Sé que la maldita corte no romperá las cadenas que me une a tí, pero la muerte lo hará y de algo estoy segura…
Lamentarás todo lo que me hiciste sufrir.
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