Era una noche tranquila, en la que las estrellas gobernaban el cielo. En esta noche de verano, no eran estrellas normales las protagonistas, sino las estrellas fugaces. Había un chico pelirrojo, sentado en la hierba mirando al firmamento como si este pudiera darle todas las respuestas que el universo pudiera ofrecer. Hoy no era una noche cualquiera, era una noche especial. Pues hoy las lágrimas de San Lorenzo el cielo iba a llorar. Todo estaba en silencio, expectante. Era como si el cielo supiera lo que iba a pasar y sencillamente estuviera tomando un asiento para ver el espectáculo. El chico pelirrojo cogió su guitarra, esa que tenía a su lado y tan olvidada. Y empezó a rasguear con suavidad unos pocos acordes. Empezó a cantar, con los suaves rasgueos de la guitarra, distraído. Las lágrimas de San Lorenzo empezaron a caer. Estrellas fugaces empezaron a correr por el cielo. ¿Tendrían prisa por llegar a la tierra y vernos? El chico alzó los ojos al cielo. Definitivamente, noches como esta no se podían comparar. Mientras que seguía tocando, encontró una estrella que no brillaba como las demás. Poseía un fulgor único. La estrella poco a poco aumentaba su brillo. Parecía estar acercándose. vaya, debo de estar volviéndome paranoico pensó. Puede que fuera cierto, puede que no, pero dudo que él lo pudiera saber. Siguió tocando, fijando sus ojos en el cielo, y vio poco a poco una figura del cielo bajar. La figura de una muchacha de pelo negro y un vaporoso vestido blanco iba apareciendo. Él la encontró ahí enfrente suyo. La estudió durante unos instantes. El chico miró hacia los lados, preguntándose de donde esta habría venido. Pensó en la posibilidad de que aquella dama blanca pudiera ser un ángel. Tonteríaslos ángeles no existen ¿verdad? La muchacha seguía mirando al chico bermellón, que el instrumento había dejado de tocar. Intercambiaron miradas desafiantes, que mejor que palabras eran instantes. Cambió su mirada, del muchacho a la guitarra. Bravo, por esas indirectas no tan indirectas. El chico siguió el rumbo de su mirada y la volvió a mirar. La chica abrió su palma y empezaron a arremolinarse una especie de motas de polvo plateado. El polvo, dibujo una flecha en el aire. La chica de las estrellas quería que él cogiera la guitarra, que tocara para ella. Él cogió la guitarra y le pregunto con las manos y los ojos que era lo que ella esperaba. Una mirada curiosa y expectante pinto su rostro y con una sonrisa tímida transmitió su petición. El chico cogió la guitarra y empezó a rasguear con lentitud, dando entrada a una canción. Cantó, ahogando el silencio que hasta hace unos instantes gobernó. Él dedicándole miradas y una voz, secreta, escondida con una canción qué en el fondo él amaba, y ella que embelesada le oía y le miraba. El chico, su improvisada actuación acabó. La dama le concedió un aplauso. Allí, de donde ella venía, no existía. Allí, en el lejano espacio, en ese cielo sin sonido jamás existió la música.
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