Mi marido es un vampiro. No hay otra explicación posible.
He retrasado todo lo posible molestarte con esto, pero ya no puedo aguantar más; mi marido es un siervo de la noche.
Esta mañana, al levantarme, él ya estaba en pie, gritando de malas formas (la educación nunca ha sido su punto fuerte) para que corrieran las cortinas. ¿Qué razón podría tener salvo no querer arder en medio del fuego purificador traído por el mismísimo Sol?
Además, últimamente está muy pálido. Mi Guillermo nunca ha sido alguien con tez oscura –ni siquiera podría decirse que se pusiera moreno en verano-, pero ahora mismo…Algunas venas se entrevén bajo su piel.
Lo único que no me termina de encajar es el hecho que ha rejuvenecido; no sabía que los vampiros pudieran hacer eso.
Creo que ha sido parte de la transformación, pues hace una semana allí estaba él, con los cuarenta y pico años tan bien llevados que ambos tenemos (no esperes, querido diario, que te desvele mi edad real; una dama tiene sus secretos) y, cuando le llamé Guillermo, me miró frustrado y negó tangencialmente que ese fuera su nombre.
Durante un instante, temí que me pegara; aunque eso es algo que Guillermo nunca haría. Nuestro pequeño, Miguel, quizás. Para sus escasos diez años, ya apunta maneras; da igual el buen ejemplo que yo intente darle…
La cosa es que, tras este evento, a la mañana siguiente (aunque, según el único calendario de la habitación en la que me encuentro ahora mismo, había pasado más de un mes), me encontré a un Guillermo mucho más joven, poco más de veinte años.
Al ver que despertaba, corrió a mi lado, sonriendo.
– Hoy te ha costado; ¿eh, Ab?
Su voz tenía una cadencia rara. No sonaba del todo español, pero los vampiros son de Rumanía, ¿no? Así que esto sustenta mi teoría.
Sin embargo, su acento no fue lo que más me llamó la atención en aquel momento. ¿Qué era eso de Ab?
Ese no era mi… ¿O acaso lo era?
Sí, claro que sí. Tonta de mí, claro que soy Ab.
Guillermo está volviendo de ir al baño (seguro que estaba robando sangre; a mí no me engaña).
Nos vemos mañana, querido diario.
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Cada día estoy más segura de que Guillermo es, evidentemente, un vampiro.
Sí, ya lo sé; llevo las últimas semanas insistiendo en el tema pero ya no tengo ni la más mínima duda.
Cuando ha entrado hoy a la habitación, estaba hablando en una lengua que no entendía por un pequeño aparato con alguien a quien llamaba mom. ¿Será quien le convirtió?
No parecen llevarse muy bien y Guillermo no paraba de poner caras que, posiblemente, Mom estuviera viendo también. El aparatito ese debe ser para despistar y que nadie piense en la comunicación mística que casi seguro están teniendo.
Al verme despierta, ha pegado un respingo y casi he podido ver arrepentimiento en su rostro.
Para no estarlo.
Ésta es la segunda prueba definitiva de que mi marido se ha transformado en un primo lejano de Nosferatu.
Cada día estoy más débil. Cada día que recuerdo; eso es. Porque más de una mañana me he levantado para ver que el calendario marca un día que todavía debería estar lejano…
…y tengo constantes alucinaciones; creo que estoy en un hospital, pero eso no es posible, no recuerdo...No, no puedo estar en un hospital.
Punto. Es por la pérdida de sangre y energía vital que Guillermo me causa cuando duermo, tomándola para sí. Y por supuesto que no puedo evitarlo, lección uno con los vampiros: te hacen adictos a ellos, por eso me duele tanto caminar cuando no está presete.
Mi tercera prueba son las misteriosas acompañantes que a veces pululan en torno a Guillermo, cada cual más guapa que la anterior.
Con mis escasos conocimientos vampíricos, algo que sí puedo asegurar es el gusto de los chupasangres por ser unos verdaderos Don Juanes.
Tengo miedo, creo que mañana voy a confrontar a Guillermo sobre este asunto.
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Querido diario, siento no haber escrito estos días. Han sido…reveladores.
Mi marido está muerto, pero no es un vampiro.
Mi nieto Guillermo está aquí conmigo, pero tampoco es un Señor de la Noche y la Oscuridad.
Hoy los recuerdo; los llevo recordando a ambos toda la semana. Es lo máximo en mucho tiempo.
Hoy me acuerdo de mi primer Guillermo; el hombre que me quiso y aceptó totalmente, incluso cuando le confesé que no sólo me gustaban los hombres en una época en la que aquello podía hacerme acabar muerta en una cuneta (aunque, con las cosas que mi nieto me ha contado, poco mejor estamos ahora; ni siquiera de cara a la galería).
Y también me acuerdo de mi segundo Guillermo, mi nieto. El muchacho que acaba de terminar veterinaria y todavía no tiene muy claro que quiere hacer con su vida. El joven gracias al cual había retomado el contacto con el cafre de mi hijo y la estirada de su esposa inglesa; a los que había tenido que obligar casi a alpargatazo limpio a que aceptaran que tenían un HIJO, y que el nombre de éste era Guillermo, no lo que fuera que ellos hubieran querido que fuera.
Hoy ambos están en mi mente y uno de ellos me sujeta la mano derecha mientras escribo estas palabras, casi entre lágrimas porque sea capaz de reconocerle otra vez.
No quiero olvidarlos. Por favor, no me hagas olvidarlos…
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Mi marido es un vampiro, no hay otra explicación posible.
He retrasado todo lo posible molestarte con esto pero…
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