Hellen había regresado para celebrar el cumpleaños de su novio. Habían pasado tres largos años desde que partió, y no veía la hora de reencontrarse con la persona que amaba.
Llevaba un pastel de cumpleaños entre sus manos, segura de que la sorpresa sería inolvidable. Marcel y ella planeaban casarse en unas semanas, y su regreso marcaba el inicio de los preparativos para la boda.
El ascensor se detuvo, y Hellen caminó con elegancia por los pasillos del lujoso edificio. Marcel pertenecía a una de las familias más acaudaladas de la ciudad, y eso siempre le había dado un aire de perfección a su relación.
Una sonrisa se dibujó en sus labios al imaginar su reacción. Seguro estará tan emocionado de verme, pensó mientras colocaba la llave en la cerradura.
Las luces del apartamento estallaron en un fulgor blanco, arrancándole un parpadeo. El aroma a cuero y madera la envolvió, un recuerdo de tantas noches compartidas. Todo seguía igual, excepto el silencio sofocante.
Caminó hasta la mesa del centro de la sala, dejó el pastel con cuidado y apagó las luces de nuevo. Luego se escondió en la habitación, esperando ansiosa el momento de la sorpresa. Su vestido rosado resaltaba su figura, y su pulso golpeaba su piel con la violencia de una tormenta contenida.
Minutos después, el sonido de la puerta y unas risas interrumpieron sus pensamientos. Estaba a punto de salir corriendo a los brazos de Marcel cuando una voz femenina captó su atención.
—Hellen volverá en unos días, ¿ya hablaste con ella? —preguntó la mujer con un tono de complicidad.
Hellen reconoció esa voz al instante. Era Tatiana, su mejor amiga y dama de honor en la boda. Supuso que estaría allí para hablar sobre los detalles del evento.
—En cuanto regrese, se lo diré, mi amor. No te preocupes, todo estará bien. Sabes que te amo demasiado —respondió Marcel con una dulzura que hizo que a Hellen se le helara la sangre.
"Mi amor"... No, debía haber escuchado mal. Marcel la amaba a ella, ¿no?
—Termina con ella y demuéstrame que realmente me amas —insistió Tatiana.
El aliento de Hellen quedó atrapado en su garganta, incapaz de atravesar el nudo que se expandía en su pecho. Sus dedos se crisparon sobre la tela de su vestido, clavándose en la costura como si fueran lo único que la mantenía en pie.
Avanzó con pasos temblorosos hacia el salón. La escena que encontró la dejó sin aliento. Marcel besaba a Tatiana con una pasión que jamás había mostrado con ella. Sintió una mezcla de náuseas y furia que amenazaba con consumirla.
—No hace falta que me lo digan —dijo con voz quebrada, interrumpiendo el momento.
Tatiana se apartó de Marcel como si hubiera sido sorprendida en un delito.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no me avisaste que venías? —balbuceó nerviosa.
Hellen intentó contenerse, pero el dolor y la rabia la desbordaron. Tomó el pastel de la mesa y lo levantó con ambas manos. Cuando lo lanzó, no fue solo harina y azúcar lo que voló por el aire: fue el último vestigio de todo lo que había creído real.
—¡Eres un maldito traidor! —gritó furiosa—. Lo nuestro se termina aquí y ahora. La boda está cancelada, y tú… ¡te odio, maldita arpía!
Marcel sonrió con burla, una reacción que encendió aún más la ira de Hellen.
—¿Crees que me importa? —dijo con desprecio—. Solo iba a casarme contigo por el estatus social de tu familia, pero ya no me interesas. Tu familia dejó de ser rica.
El mundo de Hellen se tambaleó. ¿Qué estaba diciendo?
—¡Mientes!
—¿Miento? —se burló Marcel—. Mañana venderán la empresa de tu familia al mejor postor. ¿Sabes quién será? Mi padre.
Hellen no podía creerlo. Todo había sido una farsa. La rabia nubló su juicio, y sin pensarlo, lanzó un jarrón que Marcel esquivó con facilidad.
—¡Te odio! —gritó, con lágrimas desbordando sus ojos.
—Pobrecilla —se burló Tatiana—. Ya no tengo que fingir ser tu amiga. Siempre me pareciste insoportable.
Hellen salió corriendo del apartamento, con el pecho palpitando de dolor. Condujo sin rumbo fijo, las lágrimas empañando su visión, hasta llegar a la mansión de sus padres. El silencio la envolvió, pero las voces alteradas de sus padres la guiaron hasta el último escalón.
—No pienso aceptar la propuesta del señor Lancaster —exclamó su madre—. Prefiero vivir debajo de un puente antes de ver a mi hija casada con un hombre como ese.
—Lo sé, pero es decisión de Hellen. El señor Lancaster está dispuesto a salvarnos, aunque implique entregar la mitad de la empresa —replicó su padre.
El nombre Lancaster resonó en su mente como una campana de advertencia. Todo encajaba: la crisis de su familia, la traición de Marcel…
Hellen no parpadeó. No tembló. Sus manos, que antes habían vacilado al sostener el volante, ahora estaban firmes a sus costados. Cuando habló, su voz no fue la de una mujer quebrada, sino la de alguien que estaba a punto de tomar el control de su destino.
Cruzó la entrada con pasos firmes, su mente enredada en el eco de las palabras de Marcel. "Tu familia dejó de ser rica." Como si su amor hubiera tenido precio desde el principio.
—Habla con el señor Lancaster —dijo Hellen desde la puerta, con voz firme—. Estoy dispuesta a casarme con su hijo si eso salva a nuestra familia.
—¡No sabes lo que dices! —gritó su madre, horrorizada.
Pero Hellen ya había tomado su decisión. Entre la venganza y la lealtad a su familia, estaba lista para enfrentarse a un futuro incierto.
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