Gaby no sabía cuánto tiempo llevaba al frente de aquella feria ambulante que tan poco tenía que ver con la noción habitual que tenemos de este tipo de, denominémoslos, eventos.
Hacía ya años, la linealidad había desaparecido de los conceptos que la mujer era capaz de manejar, no más real que el hada de los dientes o una persona genuinamente buena y desinteresada.
Las ciudades se superponían unas a otras; diferentes localizaciones para escenificar las mismas acciones, y diferentes acentos para expresar las mismas hastiadas ideas. Lo único que había roto aquella monotonía, hacía no tanto como podría creerse viendo su marchita expresión al traer a su memoria un joven rostro masculino -sonriendo sin mayor preocupación que el día a continuación de aquel que estuviera viviendo en esa imagen anclada en la mente de Gaby-, le había sido arrebatado brutalmente; dejando tras de sí sólo un rudimentario collar del que colgaba una “D” mayúscula tallada oscamente en madera y un sentimiento que la corroía por dentro hasta el punto que ni los continuos sonidos provenientes de la Feria lograban mitigarlo lo más mínimo.
Si la Feria de Gaby acaba en tu ciudad, siempre junto a algún edificio abandonado tras la falsa promesa de ampliar el barrio, lograr viviendas de precios asumibles para las clases más pobres, o la simple y tristemente conocida especulación inmobiliaria que había reventado unos años atrás; la forma más sencilla de lograr captar aunque fuera un destello del misterio de Gaby es pagar la ligeramente exorbitada entrada al lugar-evento y atravesar todas aquellas atracciones tan cuidadas que parecían sacadas de un gran parque perteneciente a una pudiente franquicia en vez de a un espacio que fuera a desaparecer en tres semanas máximo.
Seguid todo recto y evitad todas las distracciones y tentaciones a vuestro alrededor, que podrían eternizar vuestra llegada al objetivo de esta visita express a la Feria. Tened especial cuidado con el fonógrafo situado en una pequeña cabina en el centro y que, por una escasa moneda de cualquier valor, dejará sonar una frase que siempre se corresponde escalofriantemente bien con el contexto de aquel que esté allí para escucharla, casi como si el objeto te observara; viéndote no sólo a ti, sino a través de ti.
Continuad este camino hasta llegar al complejo central donde se solía situar un bar-restaurante que servía también como local de fiestas nocturnas para quién pudiera (y deseara) permitírselas y centrar vuestra vista en la planta superior.
Allí, casi sin total falta, habrá una mujer de piel marmolea y sonrisa indescifrable, abarcando sus dominios con la mirada mientras juguetea con un pequeño objeto que cuelga de su cuello y deja que un fuego la consuma por dentro.
El fuego de una venganza en la que, sin haberlo pedido ni esperado en lo más mínimo, me vi envuelta.
Aunque, pensándolo en perspectiva, nunca está realmente en tu mano verte inmiscuide con Gaby Julian.
Nunca se elige cuando se trata de Fuerzas de la Naturaleza como ella.
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