CAPITULO 1: LA MÍTICA YAKUSOKU NO JI
El mundo estaba muriendo. Hace milenios atrás, en el valle de Yuki, los ríos Han’ei y fanrong murieron después del gran cataclismo que llevaría a una sequia como ninguna otra se había visto en el pasado y aun a día de hoy se teme volver a ver. Todo comenzó un hermoso día de verano en el 10 antes de Yume, la elegida por los Colores Primordiales y fundadora de la capital del Imperio Yuki.
Los rayos del sol acariciaban su pelaje blanco, siendo tapado por las sombras de las hojas de los arboles, el pequeño Dobertir dormía la siesta tras una larga jornada de juegos al lado de su amigo Zaratini. Siendo una criatura de aspecto ovalado, similar a un huevo, con orejas de conejo, bigotes de gato, ojos color verde, patas largas traseras con tres dedos y patas delanteras redondas y rechonchas con cuatro dedos junto a una cola esponjosa de conejo, la única cosa llamativa en Dobertir, como en todo Yuki que habitaba aquel hermoso valle, era su Zafiro que solía brillar cuando sentía a otro de su especie cerca o cuando había peligro cerca. Sin embargo, en el valle del Yuki, no solía haber amenazas mayores a los Pauk. Unas enormes arañas de casi tres metros de alto y ciento tres de largo que solían chillar cuando estaban cerca de su presa, levantándose con la ayuda de cuatro de sus ocho patas mostrando sus tres ojos rojos con venas rojas que palpitaban como si fuese un corazón, junto a una boca en su pecho llena de colmillos filosos. Aquellos monstruos de pesadilla aterraban demasiado a Dobertir, al punto de no poder dormir en las noches sin luna debido al temor de que una de esas criaturas se acercara a la tienda donde vivía al lado de su madre y su padre.
El valle del Yuki se dividía en cinco sectores: el sector Este de los Yukis con Zafiros, donde vivía Dobertir. El sector Oeste de los Yukis con esmeraldas, hogar de su amigo Zaratini. El sector Norte de los Yuki con Rubies, solían ser un poco agresivos con los demás; pero casi siempre los ayudaban cuando se encontraban en problemas. El sector Sur de los Yukis con amatistas, solían ser las sacerdotisas. Siendo el último sector, el más importante también, el sector Noroeste de los Yukis con Diamantes, que solían ser las líderes.
Pero, de todos los Yukis, la más importante era la Profetiza de los Colores Primordiales, aquella que tenía el Citrino en su estomago. Las líderes solo obedecían su voz debido a que la Profeta era la voz de los Dioses, mejor conocidos como los Colores Primordiales.
Cada sector se encontraba en los cuatro puntos cardinales y solo el templo a los Colores Primordiales estaba ubicado en el centro del valle. Las tierras Yuki solían ser pequeñas carpas hechas con piel de enormes bestias que solían llamar “Titanes”. Unas criaturas con trompas de elefantes y un cuerno enorme en sus frentes. Dentro de sus tribus, habían, aparte de chozas, un pequeño suelo hecho con algunos huesos de animales que solía ser levantado por medio de unas lianas muy resistentes, aquel suelo era usado como una torre de vigilancia que solo podía subir unos cinco metros al nivel del suelo y un enorme solar construido con piedras donde se daban los rituales religiosos cada año, siendo hogar de la Profetiza.
La vida en el valle era pacifica y, fuera de las amenazas de los Pauks, no había ningún otro peligro, siendo aquella época de paz muy maravillosa para la raza Yuki, sin embargo, dicha paz, no duraría mucho.
El sonido de una exclamación asustó a Dobertir quien se despertó de un sobresalto.
- ¡Buuu!- exclamó Zaratini asustándolo
- ¡Ahhh!- gritó Dobertir incorporándose casi de inmediato provocando la risa de Zaratini. Molesto, Dobertir, exclamó- ¡Zaratini! ¡eso no fue gracioso, casi me matas del susto!
- Lo siento amigo- rió Zaratini aguantando sin éxito sus carcajadas- es que te vi allí durmiendo de forma placida y no pude evitarlo
- De todos modos debía despertarme, hoy le prometí a papá que lo ayudaría en los deberes del hogar mientras mamá salía de cacería- dijo Dobertir calmándose un poco de su sobresalto inicial
- Hay días en los que me preguntó a mi mismo porque razón las Yukis femeninas no desean que las acompañemos en la caza. Quedarse en la choza todo el día es muuuy aburidoooo- se quejó Zaratini tapándose los ojos color amarillo y moviéndose hacia atrás hasta acostarse en el suelo
- Sabes porque no podemos acompañarlas Zaratini- se quejó Dobertir sintiéndose agotado por los constantes gimoteos de su amigo- los machos somos demasiado frágiles como para poder darle pelea a los “Titanes”, considerando que las noches sin luna nos hacen tiritar de miedo ante las amenazas de los Pauks, entonces no quisiera enfrentarme a un enorme Titán enojado
- Creo que podemos ser de más ayuda a las hembras o al valle cazando a su lado en lugar de solo quedarnos en casa a poner huevos de futuros Yukis- se quejó Zaratini con más énfasis que antes.
Largando un suspiro, seguido de un gemido de enojo, Dobertir miró hacia otro lado pensando en que a su amigo le gustaba mucho el complicarse la vida. La Especie de los Yuki solía tener dos géneros: el masculino y el femenino; pero eran las hembras quienes poseían, en su interior, un miembro tentacular que solía salir a flote durante el llamado “Beso de la vida”. Cuando una pareja, casada por la Profetiza, se encontraba en la intimidad, ambos se besaban y el miembro tentacular salía por la boca de la hembra penetrando el interior del macho. Moviéndose por un orificio, que se encontraba debajo de la lengua, el tentáculo de la hembra dejaba una semilla que el macho gestaba hasta pasado un mes en que se convertía en un huevo en cuyo interior se desarrollaba un nuevo Yuki. Cuando el huevo se encontraba listo, el macho lo sustraía por medio de la boca. Siendo considerados el sexo débil dentro de la sociedad Yuki, los Machos solo se preocupaban por la cocina, la crianza de los pequeños y el mantener a sus esposas contentas en todos los medios posibles.
Algo en lo que Zaratini se encontraba muy en contra. Siendo muy joven todavía y sin haberse casado ni tenido familia, aquel joven Yuki sostenía que los Machos podían hacer las mismas cosas que las Hembras como el cazar, el poder enfrentarse a las monstruosas Pauks y también poder ser gobernantes del valle del Yuki sin necesidad de tener una hembra al lado. Su padre aprobaba algunas de esas ideas; pero su madre solo negaba con su cabeza, o rostro mejor dicho, y aseguraba que aun era muy joven como para entender el porqué del funcionamiento de su sociedad; pero ella creía que el día que fuera padre lo entendería a la perfección, de momento, que pensara así debido a que no le estaba haciendo daño a nadie en realidad.
Cerrando sus ojos nuevamente, Dobertir, se recostó un poco y le dijo a su amigo con un tono de sermón.
- Continua pensando así y solo te conseguirás problemas con la Profetiza
- Debería hablar con ella al respecto de esto- aseveró Zaratini mirando a los costados con un cierto resentimiento- pienso que ella podría entender mi postura y con su aprobación nosotros también podríamos…
- Si llegase a escuchar tus locuras, solo lograras que la mayoría de los machos corramos peligros para los cuales no estamos preparados. Antes de hablar por todos, te pediré que observes tu alrededor y me digas si crees que algún Yuki como Zorotestro, Damitilio, o incluso el mismo Padraton están listos para la pelea y la caza como lo están las hembras- concluyó Dobertir moviendo su cuerpo a un costado añadiendo- por favor amigo, solo habla por ti cuando pienses esas ideas. No creo que la mayoría de los machos estén listos para aquellos peligros…
Con una sonrisa maliciosa añadió
- Y algo me dice que tú tampoco lo estas
- ¡Oye!- exclamó Zaratini ruborizándose y sintiéndose ofendido
- Es la verdad amigo- rió Dobertir abriendo su ojo izquierdo mirándolo de costado
Zaratini cruzó sus brazos y, largando un gemido de queja, miró hacia otro lado con una expresión de enfado con sus ojos cerrados. Dando fin a la conversación.
Las pesadillas la atormentaban y últimamente se estaban volviendo mucho más que recurrentes, se estaban volviendo intensas al punto de que era un presagio antes que una pesadilla. Sentada en su trono de piedra, la Profetiza Mirai No Me, o comúnmente llamada Mirai, meditaba sobre los eventos que veía en sus sueños. Eran ordenados y escalonados, para nada caóticos o ilógicos siquiera. En sus pesadillas veía como el Monte Yuki estallaba en pedazos y, de sus pedazos, un fuego incandescente tomaba el rio acabando con él, su hermano acuático no tardaba en seguirle y con la muerte de los ríos Han’ei y Farlong, la vegetación perecería. El valle se volvería un terreno árido donde la vida no podría prosperar y los Yukis morirían de hambre, sed y cansancio a menos que… a la lejanía había un lugar que los Colores Primordiales les estaban prometiendo. Una tierra igual de verde que el Valle del Yuki. De una amplitud inimaginable, con comida natural que podría saciar a más de mil Yukis sin agotarse siquiera, libre de Pauks o cualquier otra amenaza que estuviese a su alrededor, una tierra prometida que Mirai llamó en sueños y en la vigía: Yakusoku No Ji.
Pero no sería ella quien llegaría a esa tierra ni tampoco su generación, sino otra Yuki, una Yuki cuyo nombre no conocía; pero era elegida por los mismos Colores Primordiales como la líder de aquella futura nación y también quien encontraría a Yakusoku No Ji. Aquella Yuki sería la madre de todo un imperio, al punto de que sin ella entonces los Yukis estarían perdidos.
En aquel sueño podía ver un futuro brillante que tristemente Mirai no podría contemplar con sus ojos; pero la esperanza de que aquel sueño fuera una realidad no moriría en su corazón.
Abriendo los ojos solo le quedó orar a los Colores Primordiales que no fuera su generación quien sufriera aquel mal que vio, aun si la promesa de la recompensa era grande ¿valía la pena el riesgo? Mirai creía que no, creía que ninguna vida Yuki lo valía.
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