Las llamas danzaban, carmesíes y doradas, devorándolo todo a su paso. El calor abrasador y el humo sofocante envolvían la escena como un sudario de muerte. Pero antes de todo eso...
Un recuerdo.
Las risas infantiles resonaban en el aire. Un niño de rodillas raspadas y ojos grandes miraba a otro, un poco mayor, que le extendía la mano con determinación. La voz del segundo fue clara, firme, y en ese momento, la promesa más importante del mundo:
—No te dejaré solo. Siempre te protegeré.
Un parpadeo, y la calidez se desvaneció.
Ahora solo había llamas.
El omega despertó con la garganta rasgada por el humo. Tosía con violencia mientras su cuerpo intentaba absorber el poco oxígeno que aún quedaba en la habitación. La madera crujía, el fuego devoraba las paredes y el aire era denso, irrespirable.
Todo ardía.
Se incorporó con torpeza, tambaleándose mientras intentaba enfocar la visión. El sudor se pegaba a su piel y el terror nublaba su mente. No podía quedarse ahí.
El infierno no comenzó con las llamas. El fuego solo era la prueba de que nunca hubo escapatoria.
Avanzó a ciegas por la casa en llamas, con el humo cegándole los ojos y quemándole la garganta. La sala de estar se abrió ante él, pero todo era un caos borroso: sombras, llamas, algo en el suelo que no logró distinguir entre el fulgor incandescente. No tenía tiempo para pensar, no podía detenerse.
Tropezó, cayó sobre las manos, sintió el ardor en la piel cuando rozó el suelo abrasador. Se impulsó hacia adelante, ignorando el dolor, ignorando todo excepto la única necesidad que importaba en ese momento: salir.
Y entonces, lo logró.
El aire frío de la noche golpeó su rostro cuando cruzó el umbral. Se dejó caer sobre el césped, tosiendo con fuerza, apoyado sobre sus manos y rodillas, tratando de respirar, tratando de entender. Pero su mente era un torbellino, un caos de imágenes borrosas.
Alzó la vista. A unos metros de él, su hermano mayor hablaba por teléfono, su voz temblorosa pidiendo auxilio. Junto a él estaba un hombre desconocido, un alfa. La mirada del omega se desenfocó, su visión aún nublada por el humo y la adrenalina.
Quiso hablar, pero no tenía fuerzas. Todo era confusión, miedo y vacío.
¿Qué acababa de ver dentro de la casa?
No lo recordaba. No podía recordarlo.
El mundo estaba envuelto en cenizas y llamas cuando sus ojos se cerraron. El calor abrasador, la sensación de su pecho ardiendo por el humo... todo desapareció en un instante.
Cuando volvió a abrir los ojos, la luz blanca y fría del hospital lo recibió. Un pitido constante acompañaba el ardor en su garganta y el peso en su cuerpo. Su piel olía a quemado, a ceniza y desesperación.
Junto a su cama, con una expresión dulce y preocupada, estaba su hermano mayor. Su cabello claro caía en suaves ondas sobre su frente, y sus ojos brillaban con una ternura impecable. Su apariencia era la de un ángel inmaculado: piel perfecta, manos delicadas entrelazadas sobre su regazo. La imagen de la fragilidad y la pureza.
—Gracias a Dios despertaste... —su voz era suave, trémula—. Me preocupaste tanto...
El omega parpadeó, sintiendo su garganta seca. Buscó en su mente imágenes de lo sucedido, pero todo era borroso. El fuego, el humo, su propio aliento entrecortado. Su hermano estaba allí. Y había alguien más.
El hombre de antes... ¿dónde estaba?
Antes de que pudiera hacer preguntas, la puerta se abrió y un hombre de complexión robusta entró en la habitación. Su uniforme policial estaba impecable, pero su mirada era severa y su postura, rígida. Con un cuaderno en mano, se detuvo frente a la cama del omega y lo observó en silencio por unos segundos antes de hablar.
—Lamento interrumpir, pero necesito hacer algunas preguntas. —Su tono era profesional, sin dejar espacio a objeciones.
El omega no respondió, pero su cuerpo se tensó.
—Su padre fue encontrado dentro de la casa. —El oficial pausó, midiendo sus palabras—. Había una nota de despedida con los bordes quemados y, en una de sus manos, restos de plástico derretido, junto con residuos de píldoras. Los resultados preliminares de la autopsia revelaron alcohol en su sistema y que las pastillas fueron forzadas. El incendio solo encubrió lo sucedido.
El aire en la habitación pareció volverse denso.
—¿Saben si alguien querría hacerle daño a su padre? —preguntó el oficial con una mirada fija en ellos.
El omega sintió la presión de los ojos ajenos sobre él. Su hermano bajó la cabeza, ocultando su expresión tras una máscara de tristeza.
El verdadero infierno no había hecho más que comenzar...
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