Javier siente frío. El viento le golpea los cabellos, la arena le perfora las mejillas. Aunque todo esté oscuro, Javier intuye que se encuentra en el exterior, en alguna parte lejos de casa, lejos de su facultad, lejos de ser el brillante estudiante de periodismo que todos sus compañeros y maestros admiran (o solían admirar). Ahora nada de eso importa ya.
Incluso ahora, con las manos atadas y magulladas, con la boca con sabor a sal, Javier piensa en las elecciones para Presidente del Consejo Estudiantil de la Facultad de Derecho, en los artículos que escribió, en las desapariciones de los alumnos. Las olas cubren a Javier.
¿Cómo acabó así? Apenas el diciembre pasado, el cubículo del Periódico del Campus estaba lleno de papeles con tachaduras rojas y de fotografías pegadas en las paredes. Hasta el frente, abajo del reloj, había un calendario que marcaba el lunes 10. Las mesas tenían cuadernos y laptops esparcidos en ellas, así como termos de café y botellas de refresco. Algunos alumnos tecleaban sin cesar en sus laptops, otros revisaban sus apuntes, unos pocos miraban hacia el techo mientras suspiraban. Solamente un alumno seguía con los ojos el ritmo de las agujas del reloj.
Tic tac, tic tac.
La manecilla corta apuntaba el número doce; la larga casi llegaba al número seis.
Tic tac, tic tac.
Aquel alumno se levantó, tan alto era, y con manos rápidas recogió sus pertenencias.
—Javier, ¿me ayudas con este artículo? —preguntó alguien que revisaba sus apuntes.
Tic tac, tic tac.
La aguja larga se plantó en el número seis.
—Lo siento, ya me voy a la presentación de propuestas de derecho.
—Solo cinco minutos. Dale, ¿qué te cuesta?
—Miguel, ya sabes que las elecciones de derecho son muy importantes para el campus. A nuestro periódico le conviene que escribamos un artículo sobre ellas. —Se acomodó la mochila y salió del cubículo.
El frío y húmedo aire de invierno le golpeó el rostro. Javier corrió por los pasillos de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, esquivó a algunos alumnos, bajó las escaleras en forma de caracol y rodeó a otra tanda de estudiantes. Después, se dirigió al camino de cemento que conducía hasta la Facultad de Derecho. Aquel camino largo y gris, melancólico y soleado, con pocos árboles y algunas yerbas, que había recorrido tantas veces incluso en sueños, lo conocía ya de memoria.
Durante la trayectoria, Javier pensó qué título llevaría su artículo sobre la presentación de propuestas de la Facultad de Derecho. “La victoria es del Partido Marrón”. Muy simple. “Victoria aplastante del Partido Marrón”. Muy abrumador.
¡Ping!
“Arrasa ola marrón en las elecciones de derecho”. Muy sensacionalista.
¡Ping!
Sin detener el paso, Javier sacó su celular y revisó las notificaciones: eran mensajes de Adrián, su amigo: “Wey, ¿dónde andas? No me des el avionazo”.
Javier aceleró el paso. ¿Cuál sería el mejor título?
¡Ping!
Le llegó otro mensaje de Adrián.
¡Ping!
Y otro y otro.
Javier mantuvo el ritmo. Podría optar por algo más tradicional, algo más específico, más contundente. Quizás: “Partido Marrón gana las elecciones del Consejo Estudiantil de la Facultad de Derecho”. Ni que fuera una biblia.
Desde el horizonte, dos altas y blancas columnas se alzaron; detrás de ellas, una estatua de búho encima de tres libros daba la bienvenida a todos los estudiantes. Su destino ya estaba cerca. Javier tomó una bocanada de aire y dio los últimos pasos para llegar a la entrada de la Facultad de Derecho.
Traspasó las columnas y sacó su celular: eran las doce con cuarenta y cinco minutos. Estaba a tiempo. Se pasó la mano por los cabellos castaños y se acomodó la camisa. Respiró un par de veces y con paso lento caminó hasta el fondo hacia la explanada de la facultad, en donde se llevaría a cabo la presentación de propuestas de los partidos. Pasó por la cafetería, por los salones y las escaleras. “La victoria de Adrián Hernández trae justicia”. Javier sonrió. Aquel título podría jactarse de exagerado, pero, ciertamente, le parecía apropiado.
La explanada de derecho era un gran rectángulo de cemento con unos cuantos árboles y césped marchito. Aquel escenario que siempre emanaba un aire descolorido y opaco, solitario y envejecido, en esta ocasión se había pintado de naranja, púrpura, plateado y marrón, los colores de los respectivos partidos estudiantiles. Además, los alumnos de derecho (y uno que otro curioso de alguna facultad ajena) recorrían y llenaban de presencia aquella explanada para visitar y conocer cada uno de los stands de los partidos universitarios. Del lado izquierdo estaban los stands del Partido Naranja y del Partido Púrpura; hacia la derecha, en cambio, se encontraban los stands del Partido Plateado y del Partido Marrón. Al frente había un escenario improvisado, hecho de vigas metálicas ya oxidadas.
La luz del mediodía acariciaba los colores anaranjados, púrpuras, plateados y marrones. Los afiches y los posters de los partidos abrazaban los stands. Los murmullos de los alumnos eran suaves y constantes. Javier sacó su celular y retrocedió tres pasos. Colocó horizontalmente el celular y tomó fotos. Primero hacia el centro, después hacia la izquierda y luego a la derecha. Puso zoom y fotografió cada uno de los stands, asegurándose de que los miembros de los partidos también aparecieran. Al llegar al stand del Partido Marrón, en lugar de tomarles foto a todos los miembros del partido, escogió como eje una sonrisa ancha que mostraba todos los dientes y competía contra el sol. Era una sonrisa cálida, de aquellas que recorren el cuerpo con un cosquilleo. Era la sonrisa de Adrián. Unos alumnos, probablemente de primer año, se acercaron y él, con un movimiento preciso, les entregó un folleto.
Era el momento perfecto y Javier lo capturó en fotografía. Sin embargo, unos cabellos de muñeca de trapo, negros y ensortijados, tan enredados como una maraña, emergían de una de las esquinas inferiores de la foto. Javier bajó el celular y se encontró con Helena, la novia de Adrián. Ella se acercó a él para recibir un beso de su parte. Javier se cruzó de brazos. Ya tenía las fotos. Seguramente alguien subiría una reseña de las propuestas a la página web de la Facultad de Derecho. ¿En verdad tenía que estar ahí? Guardó su celular. Los cabellos embrollados de Helena habían arruinado el valor de aquella foto. Javier se balanceó. Su obligación como estudiante de periodismo era transmitir la verdad a los demás, con veracidad y eficiencia. Y la verdad, en este caso, más que las propuestas de los partidos estudiantiles de derecho, era el desempeño de Adrián como candidato presidencial. Aquellos cabellos encrespados jamás se mezclarían con su deber.
Con pisadas fuertes, Javier se acercó al stand del Partido Marrón, tomó uno de los folletos y lo examinó con desinterés.
—Ya estoy aquí —anunció.
Adrián se giró hacia él. Con el ceño fruncido parecía un niño pequeño haciendo berrinches.
— ¡Hasta que nos haces el milagrito!
Los demás miembros del Partido Marrón observaron a Javier.
—Wey, al menos hubieras avisado —concordó Julio, candidato a vicepresidente.
—Qué exagerados son. —Se cruzó de brazos Carlos, candidato a secretario.
—Pues debió haber llegado a tiempo —opinó Guadalupe, candidata a vocal mientras ordenaba los folletos.
—Tranquilos, si aún quedan quince minutos antes de la presentación —dijo Amparo, candidata a tesorera—. Ven, siéntate un rato, debes andar cansado.
Adrián entrelazó los brazos alrededor de la cintura de Helena. ¿Acaso se había desconectado de la conversación?
—Tengo que ir a acomodar mis cosas —rechazó Javier.
Helena se separó de los brazos de Adrián y alzó el rostro para ver a Javier. Se alisó los enredados cabellos.
—Te acompaño —anunció.
Javier dejó el folleto que había agarrado en el stand. ¿Qué sabría Helena de la importancia de la verdad si ella dedicaba su tiempo al ocio de la ficción, estudiando literatura?
—Trabajo mejor solo, gracias.
—Wey, no te olvides de prestar especial atención cuando sea mi turno, ¿eh? —Adrián guiñó un ojo.
—Como digas
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