¿Cuál es tu excusa? Le preguntó cuando la vio salir secándose las lágrimas de la oficina del señor Muller.
Mi padre no me va a dejar. –Le respondió.
El nadaba por placer, amaba los veranos y las vacaciones en la playa con su familia, poder nadar en invierno era algo que le daba un tiempo de relajación y espacio para sí mismo luego de las horas de clase en la universidad. Estaba totalmente dedicado estudiar, se había cambiado de la facultad de comunicaciones a la de leyes, su padre había mirado con poca fe el repentino cambio, sus amigos le gastaban bromas, y aunque los más queridos le apoyaban en su decisión, él sentía la presión y nadar por las noches en la piscina que estaba cerca del ayuntamiento se había vuelto un buen pasatiempo antes de volver a meter las narices en los libros. Con lo que no había contado es con la propuesta que le hizo el señor Muller. ¿Qué piensas acerca de competir? Tienes buenos tiempos, y con más entrenamiento podrías llegar lejos. Se negó, no le interesaban las competencias, ni ser deportista, ni ser parte de un equipo, sus metas iban por otro lado, trataba de mirar sólo hacia el frente con respecto a eso, tal como un caballo con blinkers tras la zanahoria.
Esa noche mientras estaba sentado con los pies en el agua y una toalla alrededor del cuello vio salir a la prima de la chica de la que estaba enamorado, pero, que era novia de su mejor amigo. A esta chica la había conocido en una fiesta de cumpleaños, tenía la misma edad que su hermana menor.
Creí que tú sí habías aceptado formar parte del equipo. –Le dijo ella y se sentó a su lado.
No, yo no tengo tiempo ni cabeza para eso. –miró hacia los reflectores del techo.
Yo sí quería, pero mi papá sólo me da permiso para venir a nadar porque tengo un buen promedio en la escuela, nunca me apoyaría para algo así. Supongo que no es tan impresionante para él.
Debería serlo.
Tengo muchos hermanos y hermanas, ya sabes.
Difícil sobresalir…
Así es. Pero está bien, solo vengo a nadar porque es algo que sé hacer y una manera de estar en forma.
A mí también me gusta, pero dedicarme a un deporte no es mi meta. Supongo que tú debes tener otras metas para cuando termines la escuela.
Ella era estudiante de la escuela secundaria tenía dieciséis años, estaba entre las mejores de su clase. Era de las últimas hijas de una familia muy numerosa donde destacarse de entre sus hermanos se hacía complicado. Las prioridades las tenían sus hermanos varones. Y sí, ella tenía varias ideas alternativas para cuando terminara la escuela, quería estudiar arte dramático, pero al no contar con la aprobación de su padre para eso, pensaba en aplicar para la universidad y estudiar alguna carrera no tan larga, o estudiaría idiomas, se le daban bien y eso también le daba opciones para trabajar y poder pagarse ella misma los estudios en una escuela de arte.
La primera vez que ella lo vio fue cuando su prima Elisabeth celebraba su cumpleaños, de ese día habían pasado un par de años. Le gustaba, aunque él nunca había aceptado salir con ella por ser menor de edad, tenían siete años de diferencia y él la miraba como a una niña. Su prima Elisabeth se reía de sus pretensiones y no dudó en decirle que él también nadaba y dónde lo hacía.
Igual no te va a hacer caso, pero ve. Por ahí ya tienen algo en común. –Le había dicho entre risas.
Yo haré que las cosas sucedan. –Le respondió con entusiasmo.
Si yo fuera tú lo dejaría en paz, le gustan mucho las chicas, pero no las niñas. Las quiere a todas y a ninguna. Eres bonita, sal con chicos de tu edad, no gastes tus esfuerzos ahí.
Coincidir cada noche en la piscina les hizo entablar amistad, luego de declinar la propuesta del señor Muller se separaron del grupo y empezaron a competir entre ellos a modo de juego, a él le parecía simpática y conocer sus planes para poder estudiar arte dramático le causaba admiración por ella y el sentimiento de ser muy afortunado al contar con el apoyo de sus padres incluso si había cambiado de facultad.
Cuando se sintió con la confianza suficiente para hablarle de sus sentimientos hacia él, lo hizo sin muchos rodeos, y recibió un gracias y unos golpecitos en la cabeza.
¡Pero si estás muy niña! Y eres menor de edad. Soy todo un viejo para ti. –Rió.
Mis amigas tienen novios mayores de edad.
Pues eso es ilegal.
¿Y cuando sea legal?
A lo mejor en ese tiempo yo ya no te guste ni un poquito. –rascándose la cabeza. Podemos ser amigos, los amigos mientras sean leales, son para siempre.
Amigos… –rezongó.
¿Te parece poco? –riendo. Yo soy bueno para ser amigo y así nunca me perderás.
Ser una de tantas entre tantos hermanos le había enseñado a esperar, a ser paciente, a no conseguir lo que quería a la primera, con su padre le tocaba rogar mucho, negociar, ser buena y tener calificaciones que la hicieran merecedora de un poco de algo, aunque ese algo no fuese todo lo que ella quisiera. Aceptó su amistad y prefirió mantenerse en ese papel y no cansarlo o hacerse odiosa a sus ojos. Entre tanto había mucho por hacer: estudiar, mantener su nivel en la escuela, con el tiempo se decidiría por estudiar idiomas, tenía en mente trabajar en algún hotel, quizá como maestra, o incluso azafata en alguna aerolínea.
Mientras se desenvolvía en su primer trabajo como guía en un museo no tardó en presentarse la oportunidad de aplicar para un lugar en el último ítem de su lista: una aerolínea. Su padre se había negado rotundamente, pero ella ya era mayor de edad y estaba dispuesta a presentarse, aunque la posibilidad de alejarse de casa le daba no poco miedo. Una amiga del instituto le había dicho que hablar inglés fluidamente era casi el requisito clave y que el físico y la talla le ayudaban, que el resto lo podía aprender en el entrenamiento.
Pensé que no ibas a volver. Desde que me hablaste de la entrevista para la aerolínea creí que habías pasado todas las etapas de la entrevista, te habían aceptado y te habías ido sin despedirte. – Le sonrió.
El sonaba tan animado como siempre, con su aire de dueño de las situaciones, estaban de pie uno frente al otro al lado de una de las piscinas, se sentía pequeña y más pequeña ese día, no tenía ganas de hablar sólo quería zambullirse en esa agua con cloro, cloro que quizá la limpiaría porque estaba asqueada. Hubiese preferido no verlo ese día, se sentía muy vulnerable mientras con los brazos cruzados se rascaba los brazos y se enterraba las uñas en la piel. Lo envidió: seguro de sí mismo, más alto que nunca. ¿Quién se metería con él? ¿Quién osaría hacerle sentir pequeño, indefenso? Su hermano mayor por lo menos no.
El la escudriñó con la mirada, estaba rara, no era la chica hablantina que le contaba sus aventuras con los turistas, o los compañeros del instituto, ni de lejos la que con tanta ilusión y algo de temor le había contado que había pasado la primera etapa de la entrevista para una aerolínea.
Oye, tú no estás bien.
No. – Evitó mirarle a los ojos. No debí venir. –Pensó.
Ella se metió al agua y empezó a nadar, él le siguió y compitieron hasta que cansado y tratando de recuperarse en un extremo de la piscina la miró partir una vez más hacia el otro lado, cuando salió a flote le gritó: ¡Basta! Tú has ganado – dijo agitado. ¡Tú también estas cansada, quédate ahí!
Me voy a ir, voy a pasar todo el proceso y me voy a ir. –le dijo desde el otro extremo.
¿Eso no es lo que quieres? –salió del agua y se acercó a ella para que saliera también de la piscina.
Sí. –rechazó su mano, pero luego la aceptó.
Entonces debes estar contenta. No le temas a alejarte de casa, piensa en lo que harás cuando ahorres lo suficiente.
Quiero irme de casa. No hay ya razón para estar ahí. –agachó la cabeza.
Unos días después ella le llamó para darle la buena noticia: había pasado por todo el proceso y en unos meses viajaría para hacer su entrenamiento. Sonaba más segura de sí misma, pero había un rastro de amargura en su voz.
¡Lo mato! Dijo indignado cuando le confesó al fin que lo que le había infundido lo que restaba de coraje para no temer por alejarse de casa fue un desdichado suceso con el mayor de sus hermanos.
No grites. Por favor.
¡¿Y tus padres qué cosa han dicho?!
Mi padre le creyó a mi hermano, dice que yo me he confundido, que no entiende qué cosas tengo en la cabeza para siquiera pensar que mi propio hermano sería capaz de ponerme una mano encima, eso dijo.
Tu padre no me gusta, no lo conozco, pero no me ha gustado nunca y no puedo creer que te haya dicho eso. –Estaba sorprendido y más aún porque ella se lo contaba tratando de minimizar un poco las cosas.
Yo también creí que fue un error, que fue idea mía, pero no… y por eso es mejor si me voy.
Tu hermano es un asqueroso y tu padre… Tu padre, tu padre…
No lo digas, yo ya lo sé. –avergonzada.
¿Y tu madre?
Ella también cree que a mí me ha parecido. Dijo que a veces uno malinterpreta las cosas.
No puedes esperar los meses que faltan ahí con ellos. –dijo como si hubiese tomado una decisión.
¿Y a dónde voy a ir?
¿Para qué cosa somos amigos?
Esa noche ella recogió sus cosas y salió de su casa entre gritos de su padre y lágrimas de su madre. él le había propuesto dejarle la habitación donde dormía y él volvería a casa con sus padres mientras llegaba la fecha de su viaje.
¡Maldito! ¡Maldito! Le gritaba el padre de ella mientras él le ayudaba con sus cosas. ¡Estoy seguro que el que se mete con mi hija eres tú y la estás manipulando para que hable incoherencias sobre su hermano, su propia sangre!
A su hija yo nunca la he tocado, señor… -Dijo sin volverse a mirarlo. Se fueron juntos, ella hizo el gran esfuerzo de su vida para no mirar atrás, hacia la casa que dejó y a la que nunca más volvió.
Ese año él terminó su tesis, y ella se fue a trabajar al extranjero, como azafata. Por dos años viajó lo que nunca creyó, volvía cada tanto y tenía breves encuentros con él, el único amigo que tenía en su ciudad, su prima y el novio de ésta. Dejar a su familia fue duro pero el trabajo le ayudó a sentirlo un poco menos, sabía en el fondo que no volver con ellos era lo acertado que hay cosas que no deben suceder, que no se pueden perdonar.
Esta vez voy a llegar y me voy a quedar definitivamente, estoy cansada del jetlag, de no dormir bien, de los viajes de diecisiete o más horas, de trabajar tan duro, de no tener vida social porque siempre estoy cansada. Y ya tengo dinero para estudiar lo que quiero.
El jetlag es horrible. Creí que nunca te ibas a cansar.
Te dije que tengo un plan, y no quiero empezar a estudiar más tarde porque ya voy tarde.
Yo también tengo noticias. He conseguido entrar al estudio de abogados que estaba persiguiendo.
Sabía que lo lograrías, estoy feliz por ti.
Iré por ti al aeropuerto.
¿Te va a dejar tu novia?
Halemos de mi novia cuando estés aquí.
Y te hiciste adulto… –miraba su imagen frente al espejo, un hombre de treinta años, estaba anudándose la corbata para ir a trabajar, por la noche estudiaba aún un master.
Cuando ella le vio esperando en el aeropuerto se le revolvieron sentimientos aplazados, pero trató de ordenar un poco dentro de sí antes de alzar la mano y llamarle para que la viera. Se dieron un abrazo y un beso en la mejilla. él le entregó unos dulces como regalo de bienvenida.
Nos hemos visto hace unos meses, pero ahora noto que creciste. Tenía en mi cabeza a la chica de dieciséis no sé por qué.
Tú estás muy bien, –le acomodó un mechón de cabello tras una oreja. El experimentó un cosquilleo en la nuca que disimuló rápidamente.
¿Tomamos un café?
Un día cualquiera, en una tarde de un insoportable verano se encontraron en una fila esperando el autobús para ir al centro de la ciudad. Ella iba con el nerviosismo propio de quien va a pasar una prueba para intentar ser aceptada en la escuela de arte dramático, y él cargaba con un portafolios lleno de documentos, su prisa era por llegar al juzgado, era penalista y en la cara se le notaba la falta de sueño y en los movimientos un exceso de café de ese día.
¿A qué hora termina tu prueba?
No lo sé, sólo sé que empieza a las 4:00. No tengo idea de cuántos otros hagan la prueba hoy. Soy el número 27.
Vamos a estar cerca. –suspiró. Qué tal si me mandas un mensaje cuando termines, estoy generoso y podríamos tomar un helado. Si sales antes que yo, me esperas y si salgo antes que tú, te espero yo.
Eso suena mejor que volver enseguida al dormitorio y esperar a que me llamen en los próximos días.
Ya casi llegamos. –Se pusieron de pie. Oye, ¿quieres salir conmigo?
Hubo una breve pausa de silencio, pero tuvieron que apresurarse en bajar del autobús, él esperó a que ella bajara. Caminarían juntos al menos unas calles más antes de ir cada uno por su lado.
Habla de salir, de salir luego de salir a tomar un helado hoy. –pensó.
En algún momento la atracción se volvió mutua, y sólo estaban ocupados y posponiendo algo que en el fondo ambos sentían que un día sucedería.
Pero yo no quiero ser una de tus novias. –le dijo con cierto reproche y suspicacia.
¡No podrías ser una de mis novias! –Rió. Te he cuidado y respetado como amiga por tanto tiempo, eres de las pocas personas que me conocen de verdad y me soportan de todos modos. Yo te conozco, sé de tus virtudes, tus mañas, terquedades, también aprecio la manera en la que has dedicado tiempo para escucharme por horas ya sea por cosas serias, o por tonterías, has creído siempre en mí y te has puesto de mi lado cuando me he sentido solo. –Finalizó con un aire más serio.
No siempre, hace años que ya no me importa disgustarme contigo, total siempre se nos pasa. –se encogió de hombros.
Me alegra que no me des siempre la razón y que no estés de acuerdo conmigo todo el tiempo. Sé que eres una buena chica a la que aprendí a querer mientras conocía, y no me gustaría para ti alguien que no te valore como te mereces y que no busque lo mismo que tú.
Entonces…
Entonces, si todavía quieres: ¿Te gustaría salir conmigo?
Sin jugar. –le advirtió.
Sin jugar. Estoy siendo serio y sincero de corazón.
Lo quiero todo, o no quiero nada. Estoy siendo totalmente sincera. –se detuvo un momento a mirarle fijamente. –No me harías perder mi tiempo, ¿verdad?
Yo también he madurado.
Se despidieron con un beso en las mejillas antes de separarse en distintas aceras con la intención de volver a verse más tarde, y al día siguiente, y el resto de los días.
El sol quemaba, el tiempo apremiaba y había que darse prisa.

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