Eran pasadas las 12 de la mañana. El aburrimiento me consumía por completo. Echaba de menos vivir con Watson, era un buen compañero de aventuras. Cierto que nunca dejaba de visitarme, casi siempre para tratar de quitarme del vicio de la cocaína. Pero mi cerebro se aburría. ¿De qué podría servir un intelecto tan privilegiado como el mío sin puzles que resolver? Lestrade también me hacía visitas, no tan habituales como las del doctor, ya que se debía a su servicio en Scotland Yard. Me consumía el aburrimiento. Nunca me había considerado un ser sociable, pero echaba de menos la compañía de otro ser humano. ¿Y la señora Hudson? Siempre había estado con nosotros, pero no lograba recordar cuando la había visto por última vez. Extraño. Mi cerebro funcionaba como un reloj. Todo perfectamente archivado, cada caso, cada detalle, todo en perfecto orden. Pero había algo que faltaba. Aquella tarde le pregunté a mi amigo el buen doctor. Esquivó mi pregunta diciendo que ya me había avisado de los efectos nocivos de la droga en mi cerebro. ¿La cocaína podría haber borrado mi memoria? No lo creí probable. Creo que algo me ocultaba, pero me reproché a mí mismo dudar del buen Watson. Era seguramente el único amigo de verdad que había tenido en toda mi vida y no tenía ningún motivo para dudar de él. Pero mi cerebro repetía que había algo que no encajaba. Siempre que Lestrade me había visitado, solía consultarme sobre algún que otro caso. Pero en sus últimas visitas solo trataba de temas superficiales. Me hablaba de deporte, de mi salud, del tiempo... Sí, algo me ocultaban. Tenía que investigarlo.
Me levanté de la silla y cogí mi bata para salir de mi cuarto. ¡Qué extraño! Al salir no estaba la escalera de entrada de siempre. Volví a mirar hacia mi cuarto para convencerme de que no estaba soñando. Todo estaba en su sitio. Mis archivadores, mi cama, mi perchero... pero, al otro lado de la puerta, solo un frío pasillo, lleno de puertas similares a la mía, con mujeres vestidas de enfermeras haciendo de perros guardianes. ¿Qué era todo aquello? ¿Un hospital? ¿Alguien me había encerrado en un hospital sin que lograra recordarlo? Obviamente, tenía que ser cosa de Watson. Estaba obsesionado con mi uso de la cocaína. Aseguraba que no era buena para mí. Y claro, se había asustado al verme encerrado siempre en casa. Así que seguramente él y Lestrade me trajeron alguna noche mientras dormía profundamente, replicando mi cuarto para que no notara nada. Podría llevar allí una eternidad y no darme cuenta de ello. Si era así, seguramente la cocaína de mi cuarto sería falsa. La observé con más detenimiento que nunca. Sí, había algo extraño. Seguramente, Watson ordenó quitármela y cambiarla por algo completamente inocuo. ¡El buen Watson, siempre cuidando de mí! Pero se había propasado encerrándome en un hospital contra mi voluntad. En mi cabeza urdí un plan para recuperar mi libertad. Siempre se me había dado bien el arte del disfraz, así que podría hacerme pasar fácilmente por un médico. Además, durante años, conviví con uno, y tenía mis conocimientos sobre ciertos fármacos si alguien me preguntaba algo.
Con un poco de habilidad, logré confeccionar un gran disfraz. No tuve problema en salir de allí. Sabía cuál sería mi próximo destino: mi habitación en Baker Street.
Algo había raro allí. Parecía como si hiciera un siglo sin que nadie viviera allí. Mis sentidos se agudizaron. Examiné el que había sido mi hogar de arriba a abajo. Mi instinto me aseguraba de que algo sombrío había ocurrido allí y que mis amigos trataban de ocultármelo. Pronto descubrí restos de sangre al pie de las escaleras. Allí había habido una muerte. El resto era diminuto y viejo. Fuera lo que fuera, había ocurrido hacía ya mucho. Se habían esforzado en limpiar bien los restos, pero la sangre nunca desaparecía. No del todo. No para un ojo experto. Mi cerebro pronto unió los eslabones. Alguien se había caído por las escaleras que bajaban de mi cuarto y se había abierto la cabeza. ¿Tal vez la señora Hudson? ¡Eso explicaría todo! En mi ausencia, debía haberse matado y trataban de ocultármelo. ¿Pero por qué? Debía de haber algo criminal tras ello. No era tan mayor como para tropezar sola y caer. Subí las escaleras hacia mi habitación. Marcas de lucha. Sí, esas huellas pequeñas eran sin duda de la señora Hudson. La debieron tender una trampa. Seguramente fue a subirme el té y se encontró con alguien que no esperaba. ¿Pero por qué? Todo crimen tenía un motivo y ella no tenía enemigos. ¿Y por qué mis amigos me lo ocultarían? Mi cabeza elucubraba distintas teorías, en función de las pistas que encontraba. Obviamente, era un hombre alto y fuerte, loco de ira. No parecía premeditado. Seguramente ella le sorprendió. Sí, eso encajaba. Alguno de mis muchos enemigos había conseguido llegar hasta mi casa, seguramente con la idea de quitarme de en medio, cuando se vio sorprendido por la señora Hudson. Entonces se abalanzó sobre ella, peleando con una furia inusitada. Al verse acosada, perdió el equilibrio y cayó. ¿Y después? No se veían señales de huida. ¿Quién, en su sano juicio, se quedaría en el mismo sitio al verse sorprendido? Lo averiguaría. Y vengaría a la pobre señora Hudson. Se lo debía. Seguramente me había salvado la vida. ¿Cuál debía ser mi siguiente paso? La casa de Watson, sin duda. Por alguna razón, me había ocultado aquello. Quizás, temió mi reacción. Pero yo era una mente precisa, calculadora, fría. No, habría caído sobre el criminal con todo el peso de la ley. Pero no sería mayor amenaza para él. Iba a salir ya de allí, cuando encontré al doctor y a Lestrade a la puerta. Al menos, no se les podía negar el sentido de la oportunidad. Era hora de las explicaciones. Mi cerebro necesitaba más datos para poder averiguar quién había sido el causante de la muerte de la pobre señora. Con gesto contrariado, les invité a pasar y a sentarse en el viejo salón, mucho más sucio y destartalado que en anteriores ocasiones.
- Siento el desorden, caballeros. Pero espero que puedan disculparme. Nada de esto es culpa mía. He estado ausente un tiempo contra mi voluntad. La verdad, caballeros, habría preferido que se portaran francamente conmigo en lugar de tratar de ocultarme los hechos. ¿Cuándo murió la señora Hudson?
Watson suspiró. En otras ocasiones, me habría preguntado cómo había llegado a la conclusión. Pero ya nos conocíamos demasiado. Al menos, me ahorró la molestia de explicarle mis elementales deducciones.
- Hará ya cosa de dos años. Imagino que no habrá tenido problema en reconstruir la escena del crimen.
- Ninguno, por supuesto. Entró en mi cuarto, seguramente a limpiar o a servir el té, sorprendió a alguien a quien no esperaba. Hubo una pelea, que culminó con la caída y la muerte de la señora Hudson.
- Excelente y completamente exacto, querido Holmes.
- Pero he de reprocharles que hayan tratado de ocultarme todo esto. Se han perdido ya dos años y quien sabe si el culpable está ya lejos.
- No está lejos, querido colega- intervino Lestrade por primera vez desde que entró. - Yo mismo me hice cargo de él.
- ¡Vaya! Entonces, ¿a qué viene toda está pantomima? ¿Por qué tenerme encerrado y aislado si ya tienen al culpable?
- Porqué fue usted quien la mató.
Por muy dueño que fuera de mí, todas mis fuerzas me abandonaron al oír aquello. Y, por primera vez en mucho tiempo, mi memoria completó la secuencia de acontecimientos acaecidos sin omitir un solo detalle. Sí, la señora Hudson se había encontrado con alguien a quien no esperaba. Pero no era ninguno de mis enemigos. Era yo mismo, bajo los efectos de la droga. Watson me lo había advertido, pero ya era demasiado tarde. Demasiado tarde.
- Vamos, amigo - dijo Watson. - Volvamos al hospital. Quizás algún día, recuperes todas tus dotes, aunque mucho me temo, que nunca volverás a ser el mismo. Al menos, no del todo.
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