La reina Stella no dudó ni un segundo y habló con firmeza. - ¡Entonces no perdamos más tiempo, debemos ir a ver a Fata Farfalla y a sus hermanas! - y decidió partir inmediatamente hacia el bosque donde moraban las tres nobles hadas. Giusy, Ferruccio y Loretta no vacilaron en acompañarla.
- De acuerdo... - comentó Mandrakus - ... si hemos de ir todos juntos, lo mejor será que busquemos un medio apropiado para poder transportarnos directamente hasta allá. - Dicho esto, subió nuevamente a la plataforma y se acercó a su sillón de cedro, chasqueó los dedos y éste se movió lentamente hacia adelante, Mandrakus se colocó en el espacio que quedó vacío y comenzó a hundirse poco a poco hasta desaparecer.
Desde abajo, los jóvenes no podían observar con claridad lo que hacía el anciano mago, pero intuían que había abierto una entrada secreta que al parecer conducía hacia a las cámaras subterráneas de la Facultad, un sitio en donde nunca habían tenido oportunidad de poner los pies, y lo poco que sabían al respecto, era que los rectores las utilizaban para guardar y ocultar cosas que podían ser peligrosas si llegaban a caer en las manos equivocadas. Al cabo de varios minutos que se les antojaron eternos, Mandrakus emergió del mismo lugar en que había desaparecido sujetando en ambas manos un par de rocas transportadoras que los llevarían directamente a su destino sin necesidad de emprender un largo y fatigoso viaje.
En cuanto el viejo hechicero descendió de la plataforma y se reunió con los demás, les ordenó que salieran al exterior y se cogieran de las manos formando un círculo. Stella y Giusy tomaron a Mandrakus por las muñecas para que él pudiera sostener las piedras, que eran semejantes a dos grandes y coloridas canicas de cristal, y hacerlas chocar entre sí mientras pronunciaba en voz alta el nombre del lugar al que debían dirigirse. - ¡Bosque de los Sauces Danzantes! -
El humo que estaba atrapado dentro de las rocas se liberó y los envolvió a todos en un remolino multicolor que los hizo girar a toda velocidad y los elevó por los aires a considerable altura. Todos se sujetaron con fuerza para no soltarse y cerraron los ojos apretando firmemente los párpados para así evitar el vértigo y los mareos. Cuando finalmente cesaron de dar vueltas y sus pies se posaron sobre un suelo terroso tapizado de musgo húmedo y suave, decidieron abrir los ojos. Aguardaron un momento a que la densa humareda que aún los rodeaba se desvaneciera por completo para poder romper el círculo y observar en derredor.
Al confirmar que se hallaban en medio de un apacible bosque lleno de sauces cuyas hojas se mecían con la delicada brisa que soplaba y donde los animales corrían libres y felices, exhalaron un suspiro de alivio y emoción pues en aquel lugar rebosante de magia y energía positiva era imposible sentirse triste o asustado. Se echaron a andar, abriéndose paso a través de las tupidas cortinas que formaban las ramas caídas de los sauces llorones, hasta que llegaron a la laguna de aguas cristalinas en cuyas orillas se encontraban Fata Farfalla, Fata Fiorella y Fata Uccellina descansando bajo la sombra del sauce más alto y robusto de todo el bosque.
Las Tres Hadas se sorprendieron mucho de volverlos a encontrar por sus dominios, fueron inmediatamente a su encuentro y los saludaron con gran entusiasmo. - ¡Oh, noble Mandrakus! ¡Qué alegría veros de nuevo! - exclamó Fata Fiorella haciendo una pequeña reverencia y aleteando sus brillantes alas que parecían dos grandes pétalos de rosa.
- ¿Qué tal os va, Fata Fiorella? - la saludó el mago quitándose el sombrero con cortesía.
- Mejor no podría estar, pero decidme ¿qué os ha traído a vos y a vuestros compañeros por aquí? - inquirió la protectora de las flores con mucha curiosidad.
- ¿Acaso no te lo imaginas, hermana mía? - le preguntó Fata Farfalla con expresión seria. Fata Fiorella negó con la cabeza. - Lo que tarde o temprano tenía que suceder, la reina Stella ha descubierto sus dotes mágicas y necesita saber de dónde provienen. -
- ¿Queréis decir que vosotras estabais enteradas? ¿Siempre habéis sabido que soy una hechicera? - las interrogó Stella completamente sorprendida por la inesperada declaración de Fata Farfalla.
- Así es, alteza - le respondió Fata Uccellina adelantándose a sus hermanas mayores.
- ¿Y por qué no me lo dijisteis la primera vez que vine al bosque? - les reprochó Stella.
- Pensamos en contaros toda la verdad... - se justificó Fata Fiorella muy abochornada - ... pero no nos pareció que el momento fuera oportuno porque cargabais con una responsabilidad muy grande sobre los hombros, la encomienda de vuestro padre. -
Stella trató de serenarse, después de todo las hadas tenían razón, cuando las conoció ella apenas estaba asimilando su verdadera identidad como princesa heredera de un trono y tenía una importante misión que cumplir para poder salvar a su reino que había caído en las garras de un cruel e injusto tirano y no podía darse el lujo de perder el tiempo pensando en otras cuestiones.
- Pero ahora es tiempo de que conozcáis la historia de vuestra madre, la noble reina Cinzia de Terraluce que descansa en paz bajo el cobijo de este gran sauce, solo así podréis comprender quién sois vos en realidad - le dijo Fata Uccellina mientras ella y Fata Fiorella la tomaban de la mano con suavidad y la hacían sentarse en cuclillas a la orilla de la laguna. Fata Farfalla se aproximó a ellas y rozó la superficie del agua con su dedo índice provocando que se desencadenaran varias ondas que comenzaron a formar un montón de formas borrosas y confusas. Cuando la superficie se aquietó de nuevo, Stella pudo distinguir las imágenes con claridad como si estuvieran reflejadas sobre un espejo liso y pulcro.
En un gran salón de forma circular, que parecía excavado en la roca y que estaba decorado con suntuosidad, había un numeroso grupo de chicas adolescentes entre los doce y los quince años de edad. Todas iban vestidas con finos vestidos de vaporosa seda y se habían acomodado en el suelo formando una media luna en torno a una mujer de expresión altanera y cabellos plateados recogidos en un apretado chongo que estaba sentada en un gran sillón tapizado de suave terciopelo rojo dándole la espalda a una gran chimenea de piedra donde las llamas crepitaban y mantenían el lugar a una temperatura confortable.
Stella dedujo que aquella mujer del cabello color plata debía ser como un tipo de tutora o institutriz de aquellas muchachas y la observó detenidamente pues le parecía que había visto su rostro antes en algún otro lugar. Trató de hacer memoria más no pudo recordar nada, hasta que una de las jovencitas que tendría unos catorce años, de ojos de un profundo tono verde esmeralda y cabello castaño peinado en dos largas trenzas, levantó la mano e inquirió. - Madre ¿y podremos transformarnos en cualquier..? -
Pero no alcanzó a terminar de formular su pregunta porque todas sus compañeras se rieron por lo bajo y la maestra la fulminó con sus ojos que eran tan azules y fríos como el hielo. - Russella ¿cuántas veces debo recordarte que durante las lecciones no debes llamarme madre sino Monna Dora? -
La chica se ruborizó por la vergüenza y se corrigió enseguida. - Lo... lo siento mucho, Monna Dora... quería decir que... -
- ¿Es qué acaso no prestaste atención a lo que dije antes? - volvió la mujer a la carga. - Las mascas no podemos elegir a voluntad el ave en la que queremos convertirnos, solamente tenemos que concentrarnos en la idea de volar a través de las nubes y la transformación, sea cual sea, se realizará. - Y después se volvió hacia las demás y les dijo. - ¡Quiero que lo intenten ahora mismo! ¡Pónganse todas de pie! -
Las chicas se levantaron de sus lugares al mismo tiempo. - ¡Ahora cierren los ojos, extiendan los brazos a los costados y concéntrense! - les ordenó Monna Dora enérgicamente. Todas le obedecieron y fueron encogiendo de tamaño paulatinamente, sus brazos se llenaron de plumas y sus narices cambiaron de forma hasta que se fueron transformando en picos afilados. - ¡Muy bien! ¡Eso es! ¡Vamos, agiten sus alas y traten de volar! -
Y en cuestión de segundos, todas las jóvenes quedaron convertidas cada una en diferentes tipos de aves que comenzaron a revolotear orgullosas alrededor de Monna Dora mientras ella les aplaudía con entusiasmo. - ¡Excelente, estoy completamente satisfecha! ¡Todas han logrado transformarse al primer intento! -
Russella, que se había convertido en un cuervo negro y brillante, comenzó a graznar para tratar de captar la atención de su madre, pero ella no le hizo ni el más mínimo de caso, puesto que estaba observando atentamente a una graciosa golondrina de relucientes plumas azuladas como el cielo de la noche que danzaba feliz en el aire, esbozó una pequeña mueca de decepción y dio una nueva orden. - Bien, eso es todo por hoy. Ahora vuelvan todas a ser humanas y retírense de la sala, por favor. -
- ¡Madre! ¿Has visto? ¡Puedo transformarme en un cuervo igual que tú! ¿No es maravilloso? - exclamó Russella completamente extasiada en cuanto regresó a su forma original y pudo hablar sin emitir graznidos ininteligibles.
Monna Dora ignoró categóricamente a su hija menor, se levantó de su sillón y se dirigió presurosa hacia una joven que parecía ser al menos un año mayor que Russella y que estaba a punto de cruzar la puerta para salir de la estancia dando largas zancadas, como si tuviera algo muy urgente e importante que hacer fuera de ahí. - ¡Cinzia querida! ¿A dónde vas con tanta prisa? -
Stella se quedó petrificada sin poder creer que Cinzia hubiera llamado "madre" a Monna Dora, porque entonces aquello significaba que esa mujer desagradable y déspota que había conocido el año pasado cuando viajaba con sus amigos cerca de la Cordillera Sur y que había tratado a Mandrakus como si fuera algo peor que un paria, era nada menos que su abuela materna, y por otro lado, Monna Russella era su tía.
- Lo... Lo que pasa es que había quedado con Monna Carola de bajar al... al valle para poder charlar tranquilamente, ya... ya sabes, quiero que me cuente con detalles qué se siente al convertirse en una masca adulta ya que ella fue la primera de mi generación en cumplir la mayoría de edad antes que yo y... estoy muy nerviosa por eso - aclaró Cinzia balbuceando un poco. Stella reparó en que ella había mentido deliberadamente y no creía que su madre fuera capaz de tragarse aquella excusa que se acaba de sacar de la manga.
Russella miraba a su hermana mayor con suspicacia, sin duda ella también sospechaba que Cinzia no estaba siendo del todo sincera, sin embargo, no dijo absolutamente nada. Monna Dora en cambio esbozó una gran sonrisa de oreja a oreja que le acentuó las arrugas que comenzaban a salirle en el rostro. - De acuerdo querida, ve... - le dijo inclinando la cabeza en señal de aprobación. - Pero no olvides que esta tarde te espero para seguir con tus lecciones especiales para que por fin logres dominar por completo el Vuelo Mágico, recuerda que te faltan solo tres meses para que alcances la mayoría de edad. -
- No te preocupes madre, no podría olvidarlo - respondió Cinzia suspirando de alivio porque Monna Dora no había logrado descubrir su evidente mentira y abandonó el salón a toda prisa.
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