En la apacible tarde veraniega del último domingo del caluroso mes de Julio, se encontraban los cuatro jóvenes e inseparables amigos: Ferruccio el arlequín, Giusy la juglaresa, Loretta y la reina Stella pasando el tiempo libre en su habitación preferida de todo el Castillo Real que llamaban "la sala del ocio", una estancia tranquila y acogedora que se ubicaba en el último piso. Ahí solían leer, charlar, comer bocadillos, jugar juegos de mesa como las cartas, el ajedrez y las damas encantadas para así despejarse un poco de las obligaciones y actividades cotidianas que llevaban a cabo en el transcurso del día.
Giusy y Loretta conversaban animadamente sentadas a sus anchas sobre dos mullidos cojines rellenos de plumas y forrados de suave terciopelo verde que habían acomodado de frente a una de las ventanas donde les daba de lleno el aire puro y fresco que soplaba directamente desde las montañas de la Cordillera Norte.
- ¿Entonces, si quedo seleccionada en el Área de Medicina, tendré que llevar una capa de color amarillo mostaza? - le preguntó Loretta a Giusy que llevaba casi todo el rato tratando pacientemente de resolver un complicado rompecabezas de metal mientras ella se zampaba grandes cantidades de palomitas de maíz que se había servido en un enorme cuenco.
- Por supuesto... - le respondió la juglaresa - ... el amarillo es el color que representa a la medicina, y aunque no lo creas, llevar puesta una capa de ese tono infunde mucho respeto y es muy conveniente cuando tienes mucha prisa; la gente siempre se aparta para ceder el paso a un médico alquimista, pues nunca se sabe si tienes que atender una emergencia e ir a salvarle la vida a alguien. Y por otro lado, creo que el color mostaza no te quedaría mal. -
Loretta, que llevaba puesto un sencillo pero fino vestido de color azul turquesa que la identificaba como dama de compañía de la reina Stella y miembro de la Nueva Corte Real, había decidido presentarse al examen de admisión que tendría lugar al siguiente día para así formar parte de los nuevos estudiantes de la Facultad de las Tres Lechuzas. Habría podido presentarse desde el año pasado justo cuando acababa de cumplir los dieciocho años, que era la edad mínima requerida para poder ingresar, pero se encontraba sometida por el cruel dominio de Lázarus Rovigo quien bajo ninguna circunstancia le habría permitido estudiar ahí. Pero ahora que ya no tenía ningún impedimento, no pensaba dejar pasar aquella oportunidad.
- Aunque si me aceptan en la Facultad, lo más probable es que quede en el Área General y eso sería lo mejor para mí, de lo contrario tendría que leerme montones de libros con muchas páginas y no tengo buena memoria, jamás me aprendería todos los nombres y propiedades curativas de las plantas y minerales. Además, por lo que me has contado de ese profesor Nicodemus... - comentó Loretta con un poco de nerviosismo.
- ¡Oh vamos! El profesor Nicodemus no es tan malo, sólo es impaciente con los novatos y tiene un poco de mal genio - la interrumpió Giusy sin mirarla, pues ya estaba muy cerca de terminar con su rompecabezas. - Y recuerda, tampoco debes descartar la posibilidad de que te envíen al Área de Magia y Hechicería que es la menos pesada de todas, ahí quedarías directamente a cargo de Mandrakus y las clases del profesor Irineo deben ser geniales ya que es el maestro favorito de todos los compañeros magos. -
- ¿¿Yo una hechicera?? - inquirió Loretta atragantándose con las palomitas a causa de la sorpresa. - Eso sería lo menos probable, no tengo ningún antepasado con poderes mágicos. Definitivamente, creo me quedaré en el Área General con Ferruccio. -
- Bueno, deja de preocuparte por eso ahora. No te queda más que esperar a la hora del examen, y entonces, ya podrás hacerte una idea de lo que te aguarda - la tranquilizó Giusy con los ojos iluminados por la emoción de haber logrado separar todas las piezas metálicas de su juguete después de tantos quebraderos de cabeza.
En el lado opuesto de la estancia, Stella y Ferruccio se encontraban sentados frente a frente en una mesa circular jugando su segunda partida de damas encantadas en aquella tarde mientras Lampo y Cestín los acompañaban silenciosamente para no desconcentrarlos. La primer partida la había ganado el arlequín y ahora la joven reina iba por la revancha. - Es vuestro turno, alteza - le avisó su contrincante después de ejecutar su jugada sobre el tablero.
- Ya... ya voy - replicó Stella con aire distraído, tomó una de sus fichas de color blanco sin pensar bien su movimiento y la desplazó en diagonal hacia la casilla más próxima. Ferruccio observó su tirada sin ocultar la decepción en su mirada, movió su ficha negra que se encontraba cerca de la que Stella acababa de mover, saltó a la casilla siguiente para "comérsela" y así concluir la partida con otro triunfo para él. Cestín dio varios brincos de alegría en tanto que Lampo emitió un maullido triste lamentando la segunda derrota de su ama.
La reina solamente emitió un suspiro de resignación, Ferruccio quitó las pocas piezas blancas que habían quedado, las juntó con las demás que se había "comido" y se dispuso a acomodarlas en el tablero para empezar un nuevo juego. - ¡Oh, no os preocupéis! - le dijo a Stella en tono consolador. - Esta vez debéis jugar vos con las fichas negras, las blancas no os han traído suerte en este día. Recordad que "la tercera es la vencida..." -
- No Ferruccio, no es necesario ir por otra partida - le contestó Stella levantándose lentamente de su silla con una clara sombra de melancolía en el rostro.
- ¿Os sentís bien, alteza? - la cuestionó su amigo con evidente preocupación. Giusy y Loretta interrumpieron bruscamente su charla y se acercaron a la reina para saber que le ocurría.
- No se angustien, me encuentro bien. Es sólo que me gustaría retirarme a mis aposentos, creo que me hace falta descansar un poco - les dijo tratando de esbozar una sonrisa para tranquilizarlos, y al ver que Loretta se disponía a retirarse junto con ella, le hizo una seña para detenerla. - Puedes quedarte aquí con los demás, no es necesario que me acompañes. - Y dicho esto, salió lentamente de la habitación con Lampo que iba pisándole los talones mientras los otros encogían los hombros e intercambiaban miradas de preocupación y desconcierto.
En el pasillo se topó con Marranghino y Lengheletto que se encontraban corriendo y saltando a lo largo y ancho de todo el corredor, en cuanto la vieron pasar comenzaron a realizar las travesuras que a ella le parecían sumamente graciosas, pero Stella no les prestó atención y en lugar de encaminarse a su alcoba, se dirigió hacia las escaleras que conducían a la torre más alta del castillo, el sitio que le servía de refugio cuando le apetecía estar un rato a solas para poder meditar.
En lo alto de la torre, la reina asomó la cabeza por una de las ventanas, apoyó sus codos sobre el alféizar para recibir en pleno rostro todo el aire que mecía los mechones de cabello que se habían soltado de su trenza y dejó vagar sus pensamientos. Pensó en todo lo que tuvo lugar después de que fuera coronada reina legítima de Terraluce, Lázarus había dejado el reino patas arriba y Stella debía enderezarlo todo de nuevo.
Comenzó por limpiar la Plaza Mayor hasta que no quedó ni un rastro de los cepos, las horcas, los postes a donde se encadenaban los prisioneros para azotarlos y las estacas donde solían clavar los cuerpos de las víctimas para exhibirlos delante de todos los ciudadanos y así lograr intimidarlos y aterrorizarlos. En el centro de la plaza, Stella mandó erigir un monumento en memoria de todos aquellos que sufrieron y perecieron injustamente bajo la tiranía de Lázarus Rovigo, para que nunca nadie en el reino olvidara la terrible injusticia que tuvo lugar y que jamás debería volver a repetirse.
Otra de sus primeras y principales tareas como mandataria, fue realizar visitas diplomáticas a los reyes de los reinos cercanos para restaurar las relaciones que Lázarus había echado a perder entre ellos. Los otros monarcas se mostraron muy conformes y complacidos de estrechar lazos con la reina Stella y su corte, en especial los reyes Fortunato y Gerardina de Terraria que la acogieron cálidamente en su palacio como si fuera su propia hija.
Los únicos que se negaron rotundamente a recibirla en su reino fueron los miembros de la casa real de Terrafuoco, para de ese modo hacerle notar lo contrariados que estaban por el hecho de que ella hubiera consentido desterrar a Altromondo a Donnarella y a su hijo Terrino, que eran parientes suyos. Stella se había pasado los últimos meses tratando de encontrar alguna manera de lograr hacer las paces con la Casa Monterosso, puesto que no quería que llegara a desatarse otro conflicto como el que había tenido lugar en tiempos de su tatara-tatarabuelo Demetrius; pero hasta ahora, no se le había ocurrido ninguna idea que pudiera dar resultados positivos.
Pero ese no era el motivo principal del pesar que la agobiaba en aquel instante, sino más bien, algo que tenía que ver únicamente con sus anhelos personales. Y cuando estaba a punto de darse la media vuelta para descender de la torre, el sonido de unos pasos lentos y un báculo que golpeaba cada uno de los escalones de piedra, la hizo cambiar de parecer.
El anciano hechicero ascendió lentamente hacia la cúspide de la torre donde se encontraba la reina, desde hacía varios días trataba de encontrar una ocasión adecuada para poder sostener una larga conversación privada con ella y aquella, sin duda, era perfecta. Mandrakus se situó al lado de Stella, rogando para sus adentros que no lo evadiera con excusas inverosímiles como las que solía dar a sus amigos, y observó hacia la lejanía sin pronunciar una sola palabra.
Stella tampoco supo qué decir y se alejó poco a poco de la ventana para rehuir la compañía del mago, y antes de que pudiera dar otro paso, Mandrakus le rogó con suma calma. - Por favor alteza, os suplico que no os retiréis. He subido hasta aquí solamente para poder charlar un poco con vos a solas. -
- De acuerdo... - suspiró Stella volviendo sobre sus pasos y apoyándose de nuevo en el alféizar de la ventana. - Dígame ¿sobre qué quiere que hablemos? ¿De algún asunto del reino? -
- No, no se trata de nada referente a asuntos reales, sino de algo mucho más importante. Sucede que... he estado muy preocupado por vos en estos días, alteza. -
- ¿Por mí? - inquirió Stella tratando de mostrar serenidad. - ¿Y eso por qué? -
- He notado que desde hace algunos días estáis a menudo distraída con una mirada cargada de melancolía que denota que hay algo que os está angustiando el alma y que no queréis compartir con ninguno de los demás. -
- Ah... bien, pues verá Mandrakus, sucede que he estado pensando mucho últimamente, diría que demasiado... - comenzó a explicarse Stella titubeando un poco.
- ¿Habéis estado pensando en qué? Continuad, por favor - la apremió el anciano para que Stella dejara salir de una vez todo aquello que guardaba dentro de sí.
- En muchas cosas, son tantas que no sabría ni por dónde empezar. -
- ¿Acaso seguís preocupada por la hostilidad de la Casa Monterosso de Terrafuoco? -
- Eh sí... pero no es eso lo que me angustia en este momento, en realidad... es algo completamente absurdo y banal, algo de lo que ni siquiera merece la pena hablar. -
- ¡Oh, por el amor del Padre Cosmos! Conmigo podéis hablar con confianza de lo que sea, por muy absurdos que creáis que puedan ser vuestros problemas, siempre estaré dispuesto a escucharlos, alteza - la tranquilizó Mandrakus dirigiéndole una mirada llena de comprensión y colocando afectuosamente sus nudosas manos sobre sus hombros.
La reina inhaló profundamente para tratar de controlar sus nervios y así poder explicar calmada y pausadamente lo que tenía que decir. - Es una tontería realmente... un completo absurdo. Bueno, ya... voy a decírselo de una vez, lo que ocurre... lo que me tiene preocupada o más bien, lo que yo quiero es... es poder presentar el examen de admisión a la Facultad de las Tres Lechuzas mañana junto con Loretta y los demás aspirantes - Stella soltó las últimas palabras de carrerilla con las mejillas coloradas de vergüenza rogando porque Mandrakus no hubiera reparado bien en lo que acababa de confesar y así poder cambiar el tema bruscamente.
El viejo mago se limitó a mirarla fijamente sin expresión alguna, permaneció así en silencio durante varios minutos. Entonces Stella, que ya se había envalentonado por completo, prosiguió. - Cuando estaba en Altromondo, antes de conocer mis orígenes y saber a dónde pertenecía realmente, el único sueño que yo tenía era poder estudiar en la universidad, pero no pude hacerlo por falta de tiempo y recursos. Y cuando llegué aquí, Giusy y Ferruccio me hablaron de lo grandiosa que es la Facultad y me entraron muchas ganas de estudiar ahí con ellos, pero... -
- ¿Pero qué? - inquirió Mandrakus sorprendido y a la vez satisfecho ante aquella repentina confesión. - No veo por qué no podríais presentaros vos también al examen, reunís todo lo que hay que tener para poder ser admitida como una estudiante: nobleza de espíritu, amplitud de mente y pureza de corazón. -
- Es que... de eso se trata precisamente, si me presento al examen y soy rechazada... yo siendo la reina legítima de Terraluce ¡no quiero ni imaginar la gran vergüenza que pasaría frente a todo el mundo! -
- Os puedo asegurar que eso no ocurrirá - afirmó Mandrakus con toda seguridad. - Y creedme, será todo un honor teneros también como mi discípula - agregó guiñando el ojo izquierdo.
- ¡Pero Mandrakus! Usted no puede adelantarse a lo que va a ocurrir por mucho que desee que yo... -
- ¡Oh vamos, alteza! - la interrumpió el hechicero. - Os habéis enfrentado a un fiero dragón como el Tarantasio y habéis salido victoriosa de vuestro duelo a espada con el malvado de Lázarus ¿Y ahora? ¿Os encontráis aterrada por la simple idea de presentaros a un inocuo examen? -
Stella se quedó muda y pensativa durante un largo rato, meditando respecto a lo que Mandrakus acababa de decirle. Sin duda el mago tenía razón, no había ningún motivo de peso para temer a la prueba de admisión a la Facultad; existía la posibilidad de no ser admitida, cierto, pero era mejor arriesgarse a no intentarlo siquiera. - Está bien, ya me he decidido... - anunció con firmeza. - Me presentaré mañana al examen. -
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