La joven masca salió al exterior y descendió de las montañas en dirección al mismo valle donde la reina Stella y los demás se habían detenido a reposar por un momento de aquel largo viaje por el reino, se cubrió el cabello y la mitad del rostro con su capa para evitar que alguien pudiera reconocerla y se ocultó detrás de una gran peña desde donde podía observar atentamente hacia un pequeño campamento que se había asentado del otro lado del riachuelo que separaba los dominios de las hechiceras de los de la gente ajena, la tienda más grande era de una elegante tela color verde esmeralda con cortinas azul cobalto y sobre ella ondeaba un estandarte con la estrella de ocho puntas: el símbolo real de la Casa Mordano de Terraluce.
Las cortinas principales de la tienda se levantaron y Cinzia soltó una exclamación de asombro y emoción al ver salir a un apuesto joven rubio que andaba muy cerca de los veinte años y que tenía los ojos azules tan profundos como el agua del océano. Stella tampoco pudo evitar que su corazón diera un vuelco al reconocer que aquel muchacho era su padre, el rey Romeus Mordano. Detrás de él salieron dos guerreros odori-noi a quienes también reconoció al instante, eran Enzo y Kappa.
- ¡Vengan muchachos! - los apremió Romeus. - Es un día perfecto para el tiro con arco, hay poco sol y casi nada de viento. -
- Oh... disculpadme alteza, pero en realidad no tengo muchas ganas de practicar tiro, opino que mejor nos demos un buen baño en el arroyo, el agua se ve estupenda. - sugirió Kappa.
- ¡Am ut ies ozzap! - le reclamó Enzo en su respectivo dialecto. - ¡En esta época del año el riachuelo debe estar helado! -
- Pero si apenas comienza el otoño - replicó Kappa. - ¿Acaso tienes miedo de que te gane en natación? Lo que pasa es que no quieres entrar al agua porque sabes perfectamente que soy mucho mejor nadador que tú - añadió fanfarroneando.
- ¡Ehc icid, oznorts! ¡Yo no tengo miedo de nada! - gritó Enzo completamente indignado ante la insinuación de su cobardía. - ¡El que va a terminar llorando por perdedor será otro! -
- Propongo que echemos una carrera hasta la orilla - sugirió Romeus entusiasmado ante la idea de Kappa. - ¡Ahí si que ninguno de ustedes dos saldrá victorioso! ¡Soy el más veloz corriendo! -
Los tres se echaron a correr hacia el riachuelo y entonces, una voz masculina que vociferó desde el interior de la tienda más pequeña que estaba a la derecha, los hizo detenerse en seco. - ¡Alteza! ¡Debería daros vergüenza comportaros así! - y salió de ella un hombre alto, pálido y enjuto de cabello largo y entrecano. - ¡Parecéis un crío de ocho años! -
- ¡Severino, por favor! - protestó el príncipe risueño. - Sólo queremos divertirnos un poco ¿qué tiene eso de malo? -
- Alteza, vuestro padre os ha dejado venir hasta acá con la única condición de que os entrenéis con ahínco para ser un buen guerrero ¿y vos qué es lo que hacéis en cambio? ¡Os ponéis a perder el tiempo haciendo chiquilladas con estos... mezzumani! -
Al escuchar esa última palabra, Romeus dejó de sonreír y ensombreció su rostro. - ¡Te prohíbo que vuelvas a utilizar ese nefasto adjetivo para referirte a mis amigos! -
- ¡Sois el futuro rey! ¡Debéis tener sentido de la responsabilidad! - lo reprendió aquel hombre con suma severidad sin importarle su advertencia. - ¡Oh, si tan solo fuerais más juicioso y maduro como vuestro primo, el señor Lázarus! - agregó por lo bajo en tono de reproche.
- ¡Pues si tanto te agrada mi primito Lázarus, tienes mi autorización para retirarte y volver al castillo con él! - replicó Romeus con exasperación. - ¡Ya soy bastante mayorcito y no necesito a ningún chaperón que me esté vigilando las veinticuatro horas del día! -
- Muy bien, alteza, ya mismo me retiro de aquí ¡Y en cuanto regrese, el rey se enterará de vuestra insolencia! -
- ¡Pues anda, corre a decírselo! -
Severino entró de nuevo a la tienda y en cuanto juntó todas sus cosas, montó en uno de los cuatro corceles que descansaban amarrados a la sombra de unos gruesos robles, y se alejó del campamento al galope.
- ¡Por fin! - suspiró el príncipe con gran alivio. - ¡Ahora sí que podremos divertirnos y hacer lo que queramos sin ese entrometido todo el tiempo encima! -
- ¡Eso me parece genial! Y ahora, volvamos a lo nuestro... - replicó Enzo divertido. - ¿Decíais que nadie corre con más velocidad que vos, alteza? ¿Estáis seguro de eso? -
- ¡Oh, ya verás que sí! - y Romeus se echó a reír corriendo a toda pastilla mientras se iba desnudando hasta quedar en ropa interior. - ¡El último en llegar al riachuelo es mierda de caradrio! -
Los odori-noi se desvistieron rápidamente y se echaron a correr detrás de Romeus tratando de llegar a la orilla antes que él, pero el joven príncipe fue mucho más rápido y se zambulló primero que ellos en el agua templada salpicándolos de pies a cabeza. A Cinzia se le coloreó un poco el rostro al ver al príncipe semidesnudo y siguió observándolo nadar con sus amigos completamente embelesada sin reparar en que su entrometida hermana, quien le había seguido los pasos silenciosamente desde que salió de la sala donde tomaban sus lecciones, estaba detrás de ella. - ¿Qué andas haciendo aquí sola? - le preguntó con sorna.
Cinzia pegó un brinco por el susto y el corazón le latió a mil por hora. - ¡Russella! ¿Por qué me hablas así de repente? ¡Vaya susto me has dado! -
- Si te asustaste es porque tu conciencia te acusa ¿Dónde está Monna Carola? Dijiste que venías a hablar con ella. -
- Ah... aún no llega - respondió Cinzia tratando de controlar sus nervios para no ser descubierta.
- Madre te tiene puesta sobre un gran pedestal y puedes soltarle todas las largas que se te ocurren, pero no creas que a mí puedes engañarme tan fácilmente, querida hermanita. -
- ¡Pues piensa lo que quieras! ¡Me tiene sin cuidado! -
- ¿En verdad te tiene sin cuidado que le cuente a nuestra madre que he descubierto que todas las tardes te escabulles hasta acá solamente para espiar al principito ese? - inquirió Russella malciosamente.
- ¡Pero qué tonterías dices! - gritó Cinzia tratando de sonar despreocupada. - Además, aunque eso fuera cierto, no podrías siquiera probar tus acusaciones. -
- Te advierto que vayas con cuidado, hermana - la amenazó Russella inflando el pecho en forma desafiante. - Caerás al primer paso en falso que des y entonces madre se dará cuenta de que en realidad no eres la gran cosa. Ya tuvo su primera decepción hoy, esperaba que fueras tú la que se transformara en un cuervo igual que ella, pero te convertiste en una patética golondrina, en cambio yo sí lo hice. -
- ¿Y estás celosa por eso? ¡Pues yo no tengo la culpa de que nuestra madre tenga preferencias conmigo! - Dicho eso, Cinzia se dio la media vuelta y se alejó de su hermana dando pasos largos y firmes.
- ¡Un día de éstos te pillaré y serás humillada enfrente de todo el clan! - le gritó Russella como última advertencia.
Cinzia subió presurosamente por una empinada ladera y se ocultó en una pequeña cueva donde solía esconderse cuando no quería que nadie la molestara, se sentó abrazando sus rodillas y comenzó a llorar amargamente. - Mi hermana me ha descubierto - se lamentó en voz baja. - Ya no podré bajar al valle para ver al príncipe. -
Permaneció un largo rato callada y pensativa dejando que las lágrimas siguieran corriendo por sus mejillas hasta que se cansó. Después se puso en pie y se secó los ojos con el delantal de su vestido. - De todos modos debo olvidarlo, jamás estaremos juntos, él es el heredero al trono y su futura esposa debe ser una mujer de sangre real ¿y yo? Yo soy una masca perteneciente a uno de los clanes más poderosos y antiguos, dentro de unos meses seré dada en matrimonio a un hombre de mi misma categoría, sería inconcebible casarme con alguien ajeno. Lo mejor será que no vuelva a verlo nunca más. -
Cuando Cinzia salió de la cueva, las imágenes volvieron a tornarse borrosas y se arremolinaron en el agua para formar otra escena diferente. Monna Dora se encontraba nuevamente en la sala circular sentada en su sillón frente a sus discípulas. - Ahora que ya son capaces de convertirse en aves sin ninguna dificultad, pasaremos a realizar una transformación más compleja y complicada: transformarse en un mamífero. -
Las jóvenes hechiceras lanzaron grititos de emoción ante tal idea y su maestra las hizo callar para poder darles instrucciones. - Quiero absoluta concentración, piensen con todas sus fuerzas en que corren libres a través de los árboles de los bosques como un animal salvaje cualquiera. -
Todas cerraron los ojos concentrando sus pensamientos en lo que Monna Dora acababa de decirles. Esta vez la transfiguración fue un poco más lenta que en la clase anterior, pero al cabo de pocos minutos, quedaron completamente transformadas en diferentes especies de mamíferos. Russella, al notar que se había convertido en una zorra de pelaje rojizo igual que su madre, sonrió con complacencia. Por otro lado, Cinzia se convirtió en una enorme e imponente osa de color gris que dejó escapar un sonoro gruñido que aterrorizó a los otros animales que eran de menor tamaño que ella.
Monna Dora asintió con la cabeza para hacerles entender lo conforme que estaba, les ordenó que adquirieran su forma original y dio por concluida aquella lección.
A pesar de que había prometido que no volvería a escabullirse para ver al príncipe Romeus, Cinzia no pudo resistirse; en cuanto se aseguró de que su hermana no le seguía los pasos, se transformó en golondrina. Sobrevoló lo más rápido que le dieron las alas a través de las cumbres nevadas, a pesar de que las bajas temperaturas le entumecían el cuerpo, y así logró llegar en poco tiempo hasta el campamento.
Romeus se encontraba afuera de su tienda sentado con Kappa y Enzo en torno a una fogata donde estaban ahumando unos peces que habían logrado pescar esa mañana en el riachuelo y se sorprendió muchísimo cuando reparó en la encantadora ave que revoloteaba y emitía una dulce melodía alrededor de él. - ¡Vaya! Creí que no quedaba ni una golondrina en esta época del año - comentó muy extrañado.
- Tenéis absoluta razón, alteza - asintió Enzo. - Ya deberían haber emigrado todas hacia el Sur. -
La golondrina se posó suavemente sobre el hombro izquierdo de Romeus y comenzó a darle cariñosos picotazos en su mejilla.
- Tal parece que esa pícara avecilla se ha enamorado de vos - aseveró Kappa entre risillas.
- ¡Eso no puede ser! Los pájaros no pueden enamorarse de un humano - replicó Romeus completamente divertido ante semejante idea.
- Claro que no, a menos que esta golondrina no sea realmente un ave - puntualizó Enzo.
- ¿Qué quieres decir con eso? - inquirió el príncipe muy desconcertado.
- Estamos muy cerca del territorio de las mascas, y por si no lo sabéis, ellas son capaces de transformarse en cualquier animal - le explicó el espadachín.
- Es verdad, pero se supone que esas mujeres no se fijan en los hombres que no pertenecen a su comunidad. -
- Vos lo habéis dicho bien, alteza: se supone - replicó Kappa. - Pero recordad que hay quienes han faltado a esa regla, como la madre de Mandrakus. -
Al escuchar eso, Cinzia se cubrió la cabeza con el ala derecha por la vergüenza, ya que de haber estado en su forma humana se habría ruborizado completamente. Se enfadó mucho consigo misma, ya que por causa de su comportamiento los odori-noi habían sospechado acerca de su verdadera identidad y aquello era peligroso. En el momento en que los tres amigos cambiaron el tema de conversación y se olvidaron de ella, emprendió el vuelo de regreso a las montañas. Se dirigió a su cueva secreta para ponerse a buen resguardo del frío y volvió a convertirse en muchacha. - Esta fue la última vez que vi a mi príncipe, a partir de mañana nunca más volveré a descender al valle por mucho que lo desee. -
Aquella imagen se difuminó en el agua para formar una nueva. Cinzia se encontraba en el salón de siempre tendida boca arriba con los ojos cerrados, las piernas juntas y los brazos extendidos a los costados formando una cruz, estaba completamente rígida que daba la impresión de que estuviera muerta. Monna Dora se encontraba de pie junto a ella observando su cuerpo inmóvil ansiosamente sin despegarle la vista de encima.
Pasados unos segundos, Cinzia comenzó a parpadear y abrió los ojos poco a poco. Cuando recuperó la movilidad total de sus extremidades, se incorporó lentamente con la ayuda de su madre. - ¿Y bien? - la interrogó ésta con mucho nerviosismo. - ¿Finalmente lo has conseguido? -
- ¡Sí, madre! He logrado que mi espíritu vuele libremente hasta el Universo y ha sido la experiencia más emocionante que he tenido en toda mi vida - respondió Cinzia llena de emoción.
- ¡Muy bien querida! ¡Eso quiere decir que ya estás lista para cuando llegue el gran día! -
La joven sabía perfectamente lo que aquello significaba, cuando llegara "el gran día" de su decimosexto cumpleaños ella sería reconocida como Monna Cinzia y se casaría con el mascone que su madre y las otras mascas ancianas de su clan le habían elegido para esposo desde que cumplió los catorce. Hasta hace pocos meses, aquella idea la embriagaba de dicha y felicidad, pero todo cambió completamente cuando se encontró por primera vez con el príncipe Romeus y ahora no conseguía quitárselo de la mente por más que intentaba sacarlo de ahí. Aquello no debía ser, ella no podía amar a alguien que no fuera su igual, ni aunque tuviera sangre real.
En cuanto terminó con sus lecciones especiales, Cinzia se olvidó de las promesas que se había hecho los dos días anteriores. Como no podía soportar el frío en su forma de golondrina, decidió adoptar su forma de insecto, que para su buena fortuna era una mariposa de alas plateadas, y así bajó una vez más al campamento donde su amado se encontraba practicando el duelo a espada con Enzo y revoloteó muy cerca de él.
Y cuando Cinzia voló de regreso a la cordillera, se reprendió así misma. - ¡He vuelto a dejarme llevar por la debilidad! ¡Esto no puede seguir así! - No obstante, a la mañana siguiente descendió de nuevo al valle, primero como mariposa y luego, al encontrar al príncipe chapoteando en el riachuelo, cambió a un pequeño y colorido pez para poder nadar a su lado.
Después de eso, no tuvo más necesidad de hacer juramentos que le eran imposibles de mantener, ya que al otro día las tiendas de campaña habían sido desmontadas. El príncipe Romeus se había marchado de ahí para siempre.
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