Puso rumbo a casa de Hans con la esperanza de que aún siguiera viviendo en ese cuchitril que tenía por casa años atrás. Hans era un hacker informático alemán que había colaborado con ellos durante varios años, hasta aquel golpe desastroso que provocó el desmantelamiento de la banda. Unos acabaron muertos y otros en la cárcel. Y otros, como Victoria, acabaron teniendo hijos. El grupo liderado por Demian era una de las bandas criminales más grandes y numerosas de Europa. Contaba con integrantes de distintos países. Pusieron en jaque la seguridad de decenas de ciudades de todo el continente donde atracaron bancos y joyerías. Extorsionaron a personajes públicos, a políticos, a deportistas, a empresarios podridos de dinero. Eran implacables. Huelga decir que, desde hace diez años, desde aquel golpe fallido, el primer y último golpe fallido, la banda sólo era un atisbo de lo que fue. Cuando se volvieron a reunir no eran mucho mejores que cualquier pandilla de barrio de poca monta. Habían resurgido a base de pequeños golpes. El dinero había vuelto de forma moderada a sus vidas y la adrenalina volvía a correr por sus venas. Hasta que, en un intento de volver a ser lo que fueron, o en busca de una jubilación definitiva, se hicieron con la libreta.
No tenía forma de estar segura, pero sabía que Hans seguía vivo y libre. Era escurridizo. Sabía cómo escabullirse de cualquier lío. Con un ordenador era capaz de entrar en la web del gobierno más seguro. Podía desactivar el sistema de seguridad de un banco en la otra punta del mundo. No se conocía a nadie como él. Sin embargo, aun llevándose siempre la mejor tajada de los golpes, se negaba a abandonar esa chabola a la que llamaba hogar.
Cuando esperaba en la estación a que llegara el tren, se lamentó de no haber cogido ropa limpia de casa de Victoria antes de salir. La que llevaba puesta estaba sucia, olía a sudor y a miedo, y la chaqueta vaquera tenía algunas gotas de sangre, seguramente de la brecha que le había hecho al calvo británico en la cabeza.
Se agenció una muleta que le sustrajo a un indigente que dormía en uno de los bancos de la estación. A cambio, le dejó un billete de veinte euros en el bolsillo de la camisa.
Después de media hora de viaje en tren, llegó a su destino y puso rumbo a casa de Hans, aunque sin muchas esperanzas de que siguiera viviendo allí. A lo mejor, después de tantos años y con tanto dinero acumulado golpe tras golpe, había decidido gastarlo merecidamente en algo más digno o, quién sabe, podría haber vuelto a su Múnich natal.
Pero no, encontró a Hans en la misma casucha de siempre, en un barrio de aspecto residencial en la periferia, lo más parecido a un suburbio que se podría encontrar en varios kilómetros a la redonda. En cuanto se plantó frente a su puerta, supo que seguía viviendo ahí al percatarse de la cámara de seguridad que la vigilaba desde el techo del pequeño porche. La puerta se abrió con un clic, como las de las sucursales bancarias o las joyerías de alto postín, una vez que tu cara ha sido filmada. Y ahí estaba Hans, postrado en una silla de ruedas por una enfermedad degenerativa que lo estaba consumiendo. No se sorprendió al verla, y si lo hizo no mostró señal alguna.
—Sabía que alguno de vosotros vendría más pronto que tarde, pero no imaginaba que sería tan pronto. Te dije que esa libreta sólo les traería problemas, ¿verdad que te lo dije, Luke? —le hablaba a un gato persa con sobrepeso que sostenía en su regazo.
—Por dios, ¿qué te ha pasado? —preguntó Eva intentando sacar algo de tacto de donde no lo había—. Estás…
—¿En una silla de ruedas? Sí, lo he notado. Algunos lo llamarían karma, pero los médicos lo llaman ELA.
—¿Es grave?
—Me acabará matando, pero ya he vivido bastante.
Eva asintió despacio, sin saber si reír o decirle que lo sentía.
Hans la miró de arriba abajo, apoyada en una muleta, con marcas en la cara y sangre en la chaqueta.
—Tampoco es que tú tengas muy buen aspecto.
—He tenido días mejores. ¿Cómo lo sabías?
—¿El qué?
—Lo de la libreta. Y que alguno de nosotros acudiría a ti.
—Bueno, las noticias vuelan. Y no fuisteis muy limpios que digamos. No hacía falta ningún ojo experto para reconocer la mano de Demian en el modus operandi. De verdad, estáis muy oxidados. Los años no pasan en balde. Además —dijo sonriendo, como si de verdad le hiciera gracia—, todo el mundo acude a mí cuando su vida está en peligro.
—Demian está muerto.
Esta vez, Hans sí mostró sorpresa. Pareció que iba a hablar, pero calló y lo hizo segundos después.
—¿Qué le ha pasado? ¿Fue durante el robo?
—No. Pero ha sido por culpa de la puta libreta.
Hans soltó al gato y miró al suelo. Le tenía aprecio a Demian, fue quien lo metió en la banda, aunque nunca se consideró parte de ella, sino un colaborador. Gracias a Demian se hizo de oro, aunque no lo pareciera por su más que modesto nivel de vida. Y siempre estaba de acuerdo en que Hans se llevara la mejor parte de los golpes; Demian lo consideraba indispensable, el cerebro del equipo, y la verdad es que así era. La única vez que no contaron con él supuso la sentencia de la banda y provocó todo lo que vino después, las muertes y los años de cárcel para algunos y de huir sin dejar de mirar atrás para otros.
Hans se pasó la mano por la cabeza (con bastante menos pelo que la última vez que lo vio, se fijó Eva), visiblemente afectado.
—¿Por qué la robasteis? ¿Qué pensaba hacer con ella ese idiota?
—Chantajear a los que figuran en ella a cambio de dinero. Dijo que revelaría su contenido si no pagaban lo que pedían.
—¿Quiénes disteis el golpe?
—Demian, Victoria y yo. Álex está ilocalizable y David y Roberto siguen en la cárcel. Thomas, Julien, Natalia y Nikolái murieron, como sabrás.
Hans negó con la cabeza.
—Pero cómo se puede ser tan estúpido. Es un milagro que la banda sobreviviera tantos años con él a la cabeza. Siempre tuvo ideas de bombero. Ni siquiera me explico cómo conseguisteis haceros con ella sin que os mataran. Chantajearlos… ¿Sabes lo que contiene ese puto montón de papeles?
—Sé que hay unos nombres y esquemas o gráficos o algo así. No me he parado a leerla con detenimiento. Ni siquiera sé por qué es tan importante.
—Podrías abrirla por una página al azar y conocerías más de la mitad de los nombres. Hay políticos, empresarios, futbolistas, jueces… Todas sus corruptelas están ahí bien explicaditas. Si eso saliera a la luz, Europa se caería. La bolsa se desplomaría, multinacionales quebrarían, presidentes y primeros ministros corruptos acabarían en la cárcel.
Eva sacó la libreta del bolsillo de su chaqueta y la hojeó, apenas tenía doscientas páginas. Nombres, números, palabras inconexas, flechas…
—Aquí sólo hay nombres y datos. ¿Cómo se puede hundir un gobierno con esto?
—Esa libreta es una ecuación. La información está ahí, sólo tendrían que sumar para resolverla, atar cabos.
Eva miraba a Hans con cansancio, como si aquella situación, como si lo que le estaba contando, le diera una pereza tremenda.
—La existencia de esa libreta era sólo un rumor —siguió Hans—. O al menos fue un rumor al principio. No se sabe a ciencia cierta su origen, pero se dice, y todos los indicios apuntan a esta versión, que fue Vanessa Bueno la que empezó a recopilar la información.
—¿Vanessa Bueno? —interrumpió Eva—. ¿La del grupo KORSE?
—La misma. Fue una de las más ricas del mundo, Forbes la situó en la quinta posición. Su grupo de empresas cotizaba en bolsa como ninguna otra, y destacaba entre sus competidoras por sus donaciones millonarias a causas humanitarias. Multimillonarias, en algunos casos. Eso hizo peligrar el patrimonio de KORSE, y sus socios se deshicieron de ella. Alta traición. Había creado uno de los mayores imperios de la industria textil y de un día para otro estaba en la calle, sin nada. Pero entonces descubrió que KORSE, a sus espaldas, había estado evadiendo impuestos al fisco. Y como castigo y venganza contra sus exsocios corruptos, se puso a investigar, decidida a hundir lo que tanto esfuerzo le había costado construir. Investigó y recopiló información sobre sus exsocios, se hizo con los libros de contabilidad B de KORSE y los sacó a la luz. Acabó con la empresa, pero ése fue su final.
—Tenía entendido que se suicidó hace dos años al quebrar su empresa.
—¿Tirándose al río con piedras en los bolsillos? Una manera extraña de quitarse la vida, eso es más para novelistas del siglo XIX. Así mata la mafia. Al descubrir el pastel de KORSE, no sólo jodió a sus exsocios, sino que destapó un entramado de corrupción en el que estaba implicado todo dios. Muchos de los inversores y accionistas pertenecían a organizaciones criminales que se dedicaban a blanquear el dinero negro de la empresa. Pero la cosa no acaba ahí. Por lo visto, también pretendía hundir a toda empresa corrupta con la que KORSE hubiera hecho negocios, e investigando esos asuntos, descubrió que la cosa iba mucho más allá de lo que hubiera podido imaginar. Implicaba no sólo a empresarios, también a políticos, tanto nacionales como extranjeros. Los lazos con mafias de distintos países eran incontables. Había dinero y corrupción por todas partes, y recopiló toda la información que consiguió en esa libretita —señaló con el dedo la libreta que Eva sostenía en sus manos.
Eva se había quedado de piedra. Ahora comprendía todo lo que había pasado a lo largo del día, desde su sesión de tortura hasta la muerte de Demian. Se acercó hasta la cama de Hans para sentarse.
—Joder —fue todo lo que dijo como respuesta a la explicación que Hans acababa de soltar.
—¿Qué te ha pasado en la pierna?
—Se han puesto en marcha para intentar recuperarla. Supongo que todos los implicados en ella están moviéndose, pero hay alguien que sabe que la tenemos nosotros —se llevó una mano a la rodilla con gestos de dolor—. ¿Te suena un calvo británico? Era bajito y trajeado. Con cara de idiota.
Hans pensó unos segundos. Luego giró en su silla y tecleó algo con dificultad en su ordenador.
—No es que hayas sido muy concreta, pero… —hizo varios clics y volvió a teclear—. ¿Puede ser éste? —Le mostró una foto en el monitor.
Eva asintió.
—¿Quién es ese hijo de puta?
—Frank Terry. Es el jefe de la mayor mafia de Londres y dueño de todos los negocios de Birmingham. Tiene tratos con narcos mexicanos para distribuir la droga que entra en el Reino Unido. Su organización crece prácticamente cada día. Nada entra ni sale de Londres sin su consentimiento. Parece que desde hace cinco años vive en Madrid y se dedica a otros quehaceres de índole financiera apartados de la legalidad. Lo oculta todo bajo negocios legítimos, posee varios hoteles en España como tapadera. ¿Cómo sabía que la teníais vosotros?
—Ni idea —dijo encogiéndose de hombros—. Según me ha contado Victoria, la localizó hace unos días y la amenazó con matar a su hijo para que se la entregáramos. Ella entró en mi casa anoche y me la robó para dársela, pero antes se lo contó a Demian. Demian se negó y se la pidió para esconderla él.
—¿Victoria y su hijo están bien? —Hans pareció alarmarse.
—Sí —mintió Eva sin dudar.
—¿Y cómo llegó hasta ti?
—Cuando el inglés este fue a por la libreta esta mañana, Victoria cantó y fueron a por Demian. Lo encontré más tarde en su casa con la cabeza abierta, y alguien salió de repente del pasillo y me atacó por la espalda. Cuando desperté estaba en una sala de torturas, como en las películas.
Hans la escuchaba con seriedad.
—Déjame ver la libreta.
Eva se la entregó y él la hojeó despacio hasta que encontró lo que buscaba.
—Vaya, vaya…
—¿Qué?
—Parece que tu torturador blanqueaba dinero de KORSE —siguió pasando hojas—. Vaya, también era accionista. Poseía el cinco por ciento de la empresa. No debió de hacerle mucha gracia la ocurrencia de Bueno.
—¿Qué podemos hacer? Está claro que está dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarla.
Hans volvió a coger a su gato. Lo colocó sobre sus piernas y acarició su melena con la mirada perdida en algún punto de la habitación, como si acariciar al animal lo ayudara a pensar.
—Se me ocurren varias opciones.
—Pues dispara.
—Bueno, la más obvia es que le entregues la maldita libreta a ese tío, tal vez así consigas que no te mate.
—No voy a hacer eso.
—Lo imaginaba.
—Ha matado a Demian. ¿De verdad pretendes que se la dé sin más después de cargarse a uno de los nuestros?
—Bueno, de los vuestros. Yo nunca fui formalmente parte de la banda.
—Qué más da eso ahora, joder. ¿Cuáles son las demás opciones?
—Puedes sacarla a la luz. Mándala a algún medio de comunicación. La información que hay en ese cuaderno no la recopilaría un periodista aunque dedicara el resto de su vida a investigar.
—No veo en qué nos puede beneficiar hacer eso.
—Lo que yo veo es que sólo piensas en el dinero. Envíala de forma anónima a algún periódico explicando su contenido y que el sensacionalismo mediático se ocupe del resto. No verás un euro, pero al menos seguirás con vida.
—No me parece una buena opción después de todo lo que nos han hecho.
—Eva, tienes poco que ganar y mucho que perder.
—Hay más opciones. Podemos intentar vendérsela a alguien que figure en ella. Seguro que la mayoría pagaría lo que le pidiéramos. Estarán acojonados después de enterarse de que la han robado, y no todos serán tan peligrosos como el inglés. No saben quién la tiene, ni qué pretendemos hacer con ella. Pagarán. Podemos sacar mucho con esto, como hacíamos antes. Piénsalo.
—¿Podríamos?
—Estoy dispuesta a compartir el pastel contigo si me ayudas. Seguro que puedes localizar a cualquiera de los involucrados y contactar con ellos para hacerles llegar una oferta.
—No, no, alto ahí. A mí no me metas en esto. Robar esa libreta fue una estupidez que sólo se le podía haber ocurrido a Demian. No quiero tener nada que ver con esto. No llevas ni una semana con ella y mira cómo estás. Por no hablar de Demian. Lo que hacíamos antes era un juego comparado con esto.
—Venga ya, joder. ¿Qué coño te pasa?
—Me pasa que esa maldita libreta puede mover las estructuras del sistema. ¿Piensas que se van a quedar de brazos cruzados? De momento sólo ha venido uno a por ti, lo suficiente para que Demian haya acabado muerto y que casi hagan lo mismo contigo.
—Pero ya no hay vuelta atrás. ¿Pretendes que vaya corriendo hacia ese hijo de puta y se la entregue pidiéndole perdón por las molestias? Robarla fue una gilipollez con la que todos estuvimos de acuerdo, y ahora nos toca asumir las consecuencias y sacar el máximo partido que podamos.
—Tú lo has dicho, os toca asumir las consecuencias. A mí no me metas en esto, ya me está jodiendo bastante esta puta enfermedad como para verme metido en este lío.
—¿Entonces tu solución es que me deshaga de ella y que siga con mi vida como si nada hubiera ocurrido, después de todo lo que ha pasado hoy?
—Exactamente. Y en ese caso estaré dispuesto a ayudarte a encontrar a alguien a quien podamos entregársela y evitar que acabes como Demian. O que acabemos, mejor dicho. Gracias por venir y arriesgar también mi vida, por cierto.
Comments (0)
See all