Las personas que ostentaban dichos puestos en ese momento, eran los líderes más singulares que había tenido la Organización en sus treintaicuatro años de existencia, pues no sólo eran los más jóvenes sentados ese día en la mesa, eran los jefes más jóvenes de su historia. Ambos llegaron juntos al liderazgo, hace sólo dos años atrás, dos años en los que habían hecho un trabajo más que excelente en la opinión de los otros líderes.
El subjefe actual era Wu Hei-shin, el tercer hijo de la familia Wu, uno de los tres grandes grupos originales que fundaron el grupo, un hombre inteligente, hábil, con facilidad de habla y planeación. Y el jefe, la cabeza actual del Feng Long, era Yukishiro Enishi, de origen japonés, un chico que surgió prácticamente de la nada en Shanghái, pero que en sólo unos cuantos años llegó a convertirse en el líder de una de las Organizaciones Criminales más grandes del continente.
Como Hei-shin había dicho, la reunión era con el fin de poner al día a los líderes con los números y algunas novedades. Los siete estaban sentados en esa mesa circular, la cual se encontraba llena de diferentes platillos: arroz cantones, pollo, camarones, verduras, fideos, carne, uno de cada plato del menú para los importantes clientes que estaban atendiendo. Además de los siete hombres, se encontraban también sus jefes de seguridad o guardaespaldas más cercanos: los cuatro hombres de gran tamaño se encontraban parados justo detrás de Hei-shin, y el joven de cabello claro y con dos Dao en su espalda, se encontraba detrás de Enishi; y así cada líder tenía cerca a uno, dos o tres hombres, cuidándolo con cautela. Pero esa no era su única protección pues como Enishi había visto en cuanto llegó, el lugar se encontraba realmente repleto de hombres del Feng Long; el restaurante podría sólo compararse con un fuerte militar en esos momentos.
- Antes de continuar, quisiera tocar el tema de nuestro exceso de seguridad, caballeros. – Mencionó de pronto Yukishiro Enishi, al tiempo que una de las mujeres que los atendían le servía su segundo plato; ya llevaban para ese momento aproximadamente media hora conversando y comiendo al mismo tiempo. Su comentario confundió un poco a alguno de los presentes, aunque su tono era más el de una broma que de un comentario serio. – ¿Es necesario que vaciemos todo el restaurante y llenarlo con nuestros hombres en cada reunión? No creo que al dueño le agrade mucho eso.
- Con lo que gana con tan sólo una hora que comemos aquí, no creo que le moleste tanto. – Comentó Chang-zen, sentado justo al lado contrario de la mesa, y acto seguido se empinó de golpe su copa.
Chang-zen era un hombre mayor, de cabello canoso, largo hasta la mitad de su espalda, suelto, con una barba corta del mismo tono. Vestía un Hanfu de color rojo en la parte de encima, con grabados dorados de aves, y gris oscuro en la parte de abajo. Su mirada era algo cansada, su tono de voz bajo, y su piel pálida y arrugada; se veía que ya los años comenzaban a caer sobre él, pero ni siquiera así permitía que alguno de sus hijos tomara su lugar.
- A pesar de tu juventud y de que sólo llevas siete años con nosotros, ya debes de estar muy consciente de cómo es este negocio, Enishi. – Agregó Zhuo, sentado justo a la izquierda de Enishi, justo antes de que uno de sus hombres encendiera su cigarrillo. Acto seguido, dio un largo respiro y luego exhaló una humeada por su boca. – Puede que a alguien con tus impresionables dotes de peleador, este tipo de seguridad te parezca excesiva. Pero para el resto de nosotros, es más que necesaria.
Después de Enishi y Hei-shin, Zhuo era el más joven de los sentados en esa mesa. Tenía un poco más de treinta años, cabello castaño oscuro, corto, y un bigote apenas notable en su rostro del mismo tono. Tenía ojos grises, piel ligeramente morena, y traía puesto un traje formar estilo occidental, de saco y pantalones rojos, camisa blanca y corbata negra. Sobre sus hombros, traía puesto un abrigo largo color negro.
- No niego eso, maestro Zhuo. – Contestó el albino. – Aunque no sé quien pueda intentar algo contra nosotros. Excepto por los negocios occidentales, toda la ciudad nos pertenece.
- Por experiencia, te puedo decir que nunca falta algún aventurado. – Señaló Ang desde su asiento, a lado de Hei-shin. Había parecido más concentrado en su plato de comida que en la conversación hasta entonces.
- Bueno, pero Enishi tiene un punto. – Agregó Hong-lian rápidamente, con su boca casi llena de arroz. Estaba sentado luego de Ang. – El pueblo no sólo nos teme, nos respeta y admira, pues desde que los occidentales llegaron hemos representado su mayor protección. Incluso la policía y el gobierno local son nuestros aliados. Y además de todo, según he oído, estos últimos ciclos han sido los más largos sin que perdamos a ninguno de los miembros de esta mesa. – Al decir esto, volvió a reír con su característica risa, aunque en esta ocasión algunos de los presentes resultaron atacados por los granos de arroz que salían disparados de su boca. Estos sin embargo, se limitaron a limpiarse en silencio. – Además de ser los más prolíficos, ¿no es así He-shin?
- Eso es verdad. – Agregó el número dos de la organización, sentado justo a la derecha del actual jefe. – Las ganancias de este año parecen estar encaminadas a ser las mejores de la última década. Claro, considerando siempre nuestra la pequeña cuota a Beijing.
Ese era un tema que tenía que tocarse con mucho cuidado. Desde que el Feng Long se encontraba bajo la protección del Emperador, había estado obligado a pasarle cierto porcentaje de sus ganancias al gobierno. Esto algunos en la organización lo apoyaban, y otros no tanto, y mencionar siquiera a Beijing, al Emperador o al gobierno en sí en ese tipo de reuniones, siempre podría desembocar en algunas discusiones no muy agradables, y esa no iba a ser la excepción.
- Bueno, después de todo no podríamos haber tenido tanto éxito en todo este tiempo sin la gran ayuda de nuestro Gobierno Imperial. – Comentó Zhuo con su cigarrillo entre los labios.
- ¿El Gobierno Imperial de quién? – Le preguntó con un tono molesto Ang, volteándolo a ver de golpe. – ¿De nuestro muerto y desolado Emperador Tongzhi o del mocoso Guangxu?
Zhuo comenzaba a pensar que tal vez no debió de haber abierto la boca, cuando alguien más salió en su defensa.
- Deberías de hablar con más respeto de tu Emperador, Ang. – Dijo rápidamente Ming-hu, sentado a la surda de Zhuo.
Ming-hu era tal vez el más antiguo de los líderes actuales, por no decir que era el más viejo en esa mesa. Aún así, era mucho más lucido, firme e incluso peligroso de Chang-zen, a quien le llevaba mínimo una década. Era un hombre mayor, delgado, calvo de la parte superior de su cabeza, pero con pelo totalmente blanco y despeinado a los lados y atrás. Tenía sus ojos escondidos detrás de unos lentes oscuros redondos, y portaba un Hanfu verdoso, y un abrigo dorado sobre éste. Se encontraba fumando una pipa alargada y tenía su atención puesta en Ang.
- No será "Emperador" hasta que tenga la mayoría de edad y deje de mojar sus pañales de seda. – Fue la respuesta cortante de Ang, e inmediatamente después se empino por completo su copa de alcohol, para luego hacerla a un lado y dejar que una de las mujeres le sirviera más. – De cualquier forma, da igual que asqueroso Manchu gobierne en Beijing.
- Olvidaba que era un Anti Machu, Ang-sama. – Comentó Enishi desde su lugar de manera divertida. A pesar de hablar chino fluidamente, de vez en cuando se le escapaban algunas expresiones japonesas, como le sufijo "sama". – Pero creo que no se ha quejado mucho por su colaboración en todos estos años, ¿o sí?
- No lo sé, ¿su Emperatriz Viuda se ha quejado de la colaboración que hemos hecho a todas las revueltas recientes en contra de la Dinastía Qing?
- Eso es algo que no necesita saber. – Mencionó Hei-shin, un poco nervioso.
Al igual que el asunto del apoyo del gobierno, ese era otro tema que no a todos en el Feng Long agradaba mucho. A pesar de encontrarse bajo el cuidado del gobierno Imperial, en secreto, habían llegado a venderles armas a algunos enemigos del Emperador, desde occidentales, hasta incluso rebeldes que se les habían opuesto en estos últimos años. Eso podría parecer deshonesto a simple vista, pero muchos de ellos se justifican diciendo que no le estaban vendiendo armas a un enemigo del gobierno, le estaban vendiendo armas a un "cliente" más, y un cliente es un cliente. Fuera como fuera, esas acciones podrían provocar el fin de la Organización, si no actuaban con cuidado.
- Da igual si el último Emperador tuvo una trágica muerte o que el nuevo sea aún un niño. – Comentó Ming-hu alzando la voz, aparentemente algo agitado. – El verdadero poder del Gobierno Imperial está bajo el control de las Emperatriz Tz'u-Hsi y de la Emperatriz Ci'an. Manchu o no, debemos nuestra supervivencia al Gobierno Imperial, y eso ninguno de ustedes debe jamás de pasar por alto.
- Sabes tan bien como yo que a la Dinastía Qing le queda muy poco en el Poder Imperial. – Respondió Ang, en un estado muy similar al de él. – Shanghái es nuestro territorio, y aquí gobiernan más los occidentales que las autoridades del Emperador desde que perdimos las dos Guerras del Opio. Si a alguien tendríamos que pagarle tributo, ¿no sería a ellos?
- ¡¿Qué blasfemia estás diciendo, Ang? – Gritó con fuerza el anciano Ming-hu, parándose de su lugar de golpe.
Su voz resonó en todo el cuarto, y un aire tenso se sumió por largos segundos. Los tres hombres que lo acompañaban intentaron calmarlo, pero éste los hizo a un lado. No era la primera vez que las opiniones políticas tan contrarias de Ang y Ming-hu provocaban situaciones como esa, pero por fortuna, ninguna había llegado a un desenlace trágico.
- Por favor señores, no hay motivo para que nos peleemos por los asuntos de Beijing. – Dijo rápidamente Hong-lian, intentando calmar un poco las cosas. – Como Ang acaba de decir, Shanghái es nuestro territorio, y nuestro tributo como le llaman, no es más que una manera de mantenernos como amigos del gobierno.
Todo se quedó en silencio por un rato más y luego Ming-hu aceptó sentarse de nuevo, pero su humor seguiría algo sensible por el resto de la reunión.
- No de todo el gobierno. – Comentó Enishi de pronto, comiendo con tranquilidad, casi como no dándole importancia a lo sucedido. – A la Emperatriz Viuda Ci'an no le interesan nuestros negocios, no como a Tzu'u-Hsi que parece más renuente a aceptar la intromisión de los occidentales en el País.
- Sí bueno, nuestra Emperatriz es algo especial. – Comentó Hong-lian, intentando calmarse así mismo también. – Dicen que fue su culpa que ocurriera la Segunda Guerra del Opio. Eso fue malo para el negocio.
- Dicen también que ella mató a su propio hijo. – Comentó Ang en voz baja con fastidio, aparentemente renuente a terminar la discusión así como así. Y resultó, pues de inmediato Ming-hu le contestó.
- ¿Cómo puedes decir eso?
- A mí no me parece tan difícil de creer. – Agregó de pronto Chang-zen, luego de un largo rato de silencio. – Después de todo, modificó las leyes Imperiales para que su infante sobrino fuera el sucesor y ella continuara controlando al gobierno. Hasta donde sabemos, pudo todo estar planeado.
- El Emperador Tongzhi murió de viruela. – Señaló de manera firme el más anciano de la mesa, mirando a cada uno de los presentes. – Dudo mucho que la Emperatriz haya provocado eso.
- Maestro Ming-hu, esa es la versión que le contaron al pueblo. – Interrumpió el actual jefe, sonriendo ampliamente de manera astuta, y acomodándose sus anteojos con dos dedos. – El Emperador sí cayó enfermo, pero no de viruela. Lamentablemente nuestro querido Emperador murió de sífilis.
- ¿Sífilis? – Exclamó sorprendido Chang-zen, aunque no fuera el único con ese sentimiento. Enishi rió ligeramente y siguió hablando.
- ¿No lo sabía? Parece que el Emperador se estuvo divirtiendo sus últimos años en los distritos rojos de Beijing. El hecho de que un Emperador, que se supone es la Representación de los Dioses en la Tierra, haya obtenido una enfermedad como esa, obviamente provocaría un verdadero escándalo. Por eso, su Emperatriz Viuda Tzu'u-Hsi arregló todo para que se dijera que la enfermedad del Emperador era viruela.
- ¿Cómo te enteraste de eso, Enishi? – Cuestionó Ming-hu, algo incrédulo.
- ¿Cómo cree usted? Los doctores del Emperador son discretos en teoría, pero la mayoría tiene su precio. Uno de ellos es un espía a mis órdenes que constantemente me manda información de los movimientos de sus ilustrísimas emperatrices. En cuanto alguna de las dos caiga enferma de alguna enfermedad extraña, sea herida en alguna revuelta, o muera y quieran ocultarlo al pueblo, nosotros seremos los primeros en saberlo.
Esto dejó atónitos a todos, incluso al propio Ming-hu. Ninguno tenía idea de eso, ni siquiera Hei-shin. Durante treintaicuatro años, el gobierno imperial había sido quien espiaba al Feng Long, nunca nadie había dado el arriesgado paso de hacerlo a la inversa.
- ¿En verdad tienes espías vigilando a las Emperatrices? – Preguntó Ang mirándolo con sospecha. – Si es verdad lo que dices, realmente me impresionas, Enishi.
- Gracias, Maestro Ang, y le aseguro que lo que les digo, es la pura verdad. Sólo me encargo de estar al tanto de todo lo importante para la Organización. Pero el doctor no es el único espía que tengo en Beijing. – Guardó silencio unos segundos, mientras se limpiaba con su servilleta, y entonces alzó su mirada hacia sus compañeros. – Tengo más gente que me pasa con frecuencia información, como por ejemplo, el hecho de que la Emperatriz Viuda del Oeste nos ha estado investigando. Supone que hemos estado vendiendo armas a los hombres que se oponen a la Dinastía.
- Cosa que es verdad. – Agregó Ang con indiferencia ante el hecho, muy por el contrario de Ming-hu, que esa sola noticia hacía realidad su más temido miedo.
- Sin el apoyo del Imperio, nuestro grupo no sobrevivirá por mucho tiempo. – Agregó casi nervioso el hombre de la pipa.
- Al contrario, ya poseemos el poder y presencia suficiente como para trabajar sin que ellos metan sus manos, y creo que sobreviviremos mejor sin pasarle su contribución a las Emperatrices.
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