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NOTAS PREVIAS DEL AUTOR:
- Esta historia está siendo reeditada y subida en una nueva versión, con capítulos más cortos y corregido.
- Este Fanfiction se encuentra basado en el Manga y Anime de "Rurouni Kenshin" o "Samurai X", cuya historia y personajes son propiedad de Nobuhiro Watsuki, la Editorial Shueisha, y la Productora Aniplex.
- Se encuentra sobre la línea temporal de la serie de Anime, apegándose a los acontecimientos ocurridos en ésta, empezando en Octubre de 1877, unos meses antes del inicio de la serie, y culminando alrededor de Febrero de 1880, más de un año y medio luego del término de ésta en el episodio 95. También, a su vez, se hace referencia a acontecimientos y sobre todo personajes que nunca aparecieron en el Anime, sólo en el Manga y los OVAs.
- Al principio de cada capítulo, y en algún salto en el tiempo o lugar que lo amerite, se colocará el lugar y país en el que se desarrolla el capítulo o escena, seguidos por la fecha en la que se encuentre.
- Algunos hechos narrados en el Anime y en el Manga han sido cambiados para adaptarlos a la historia y poder combinar las dos versiones en una misma línea, pero intentando mantener la esencia de ambas.
- Se hacen referencia a su vez a hechos y personajes reales de la Historia, tanto Japonesa como China, pues se encuentra ubicada en un contexto histórico. Pese a esto, sigue siendo una historia meramente de ficción.
- Los personajes que aparecen en esta historia y no aparecen ni en el Manga y en el Anime de "Rurouni Kenshin", son personajes originales creados por mí, diseñados en el contexto y concepto de la serie, así como sus nombres y papeles.
- Esta historia no tiene relación alguna, ni se encuentra basada en ningún sentido, en la película "El Tigre y el Dragón", ni se hace referencia alguna a dicha película. Sólo poseen el mismo título por mera coincidencia.
- En caso de llegar a ser necesaria cualquier aclaración o comentario específico de lo sucedido en un capítulo, se realizará al final de dicho capítulo.
- Espero que la historia sea de su agrado. Para cualquier comentario, queja o sugerencia, mi correo está abierto.
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Rurouni Kenshin
El Tigre y El Dragón
Wingzemon X
Capitulo 1
Feng Long
Shanghái, China
14 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)
Al este de la extensa, majestuosa y poderosa nación asiática conocida como China, en la costa más alejada del país, se encuentra una de las ciudades más importante de la industria y el comercio chino de la época, y tal vez el centro más importante de éstas. El nombre de este sitio era reconocido incluso en Europa, y ese nombre era "Shanghái", al sur de la desembocadura del río Yangtsé.
Shanghái, al igual que el resto de China, posee sus raíces arraigadas en una larga y tormentosa historia, que se remonta incluso a los tiempos de la Dinastía Han; sin embargo, el estado exacto en el que se encontraba en aquel entonces se derivaba más que nada de acontecimientos mucho más recientes. Aproximadamente treintaicinco años atrás, Shanghái fue uno de los cinco puertos obligados a ser abiertos a los extranjeros, tras la firma del "Tratado de Nankín", al término de la Guerra del Opio con Inglaterra. Desde entonces, la presencia e influencia occidental se fue haciendo más y más notoria. De un momento a otro, ver caminando por las calles de la ciudad a ingleses, franceses, e incluso estadounidenses, se convirtió en algo totalmente normal, así como un tiempo después fueron normales los edificios, restaurantes, casas, negocios, escuelas e incluso iglesias occidentales, lo que terminó por convertir a este importante puerto en una mezcla de ambas culturas, estilos y formas de vida. Éste hecho representó de cierta forma una espada de doble filo, algo que trajo bendiciones para algunos, y maldiciones para muchos.
En esa época era común ver por las calles de Shanghái tres tipos de transportes principalmente: los palanquines, literas que eran alzadas y movidas por dos o cuatro personas, normalmente usados aún por miembros del gobierno Imperial; los rickshaws, transporte de dos ruedas jalado por una persona y usado normalmente para un pasajero, muy común entre la gente "normal" pues eran un transporte popular; y, claro está, los carruajes occidentales, jalados por uno o dos caballos, usados normalmente por los extranjeros y personas de dinero que poseían el suyo propio. Esto era sólo uno de los tantos ejemplos que mostraban la unión de ambos mundos tan diferentes, no sólo en Shanghái, sino también en los otros puertos de China en su misma situación.
Ese día de mediados de octubre, justo a media mañana, un carruaje de color negro jalado por dos caballos cafés, se movía por la calle principal a velocidad moderada. Las riendas eran controladas por un hombre, de atuendo anaranjado y azul, de cuello alto, mangas largas y amplias, pantalones anchos y zapatos negros, además de un sombrero de paja alargado. Atrás del carruaje, venían dos hombres más, sujetos de éste, vistiendo el mismo atuendo que el cochero, y armados con mosquetes a sus espaldas; evidentemente se encontraban en función de guardias del pasajero que viajaba en el interior.
Luego de algunos minutos de camino, el carruaje se detuvo frente a su destino: un gran edificio estilo oriental de dos pisos, de color blanco con tejas anaranjadas. Era un restaurante de comida china y mariscos, de los más elegantes y exclusivos en el área del puerto. En la entrada principal, aguardaba un hombre de estatura baja, cabeza rapada de la parte superior y cabello negro oscuro en el resto, con una trenza larga hasta la mitad de la espalda. Vestía una túnica azul con varios adornos dorados y un delantal blanco. En cuanto el carruaje aparcó frente a él, agachó su cuerpo hacia el frente y clavó su mirada al suelo en una profunda reverencia.
La puerta del coche se abrió rápidamente y de su interior salió un joven, del mismo atuendo que los otros sirvientes, de una camisa de cuello alto y mangas largas estilo chino de colores anaranjados y azules, y pantalones también de color anaranjados y sombrero de paja. Su cabello era de un tono entre azulado y grisáceo, largo, con una cola de caballo que se asomaba por detrás. Él no traía un rifle en su espalda sino dos sables de hojas anchas estilo Dao, entrecruzados en su espalda. Bajó rápidamente del carruaje y se encargó de abrir por completo la puerta para que el segundo pasajero pudiera hacer lo mismo sin problemas.
El otro pasajero colocó su pie derecho en el apoyo del carruaje y el otro en la tierra; traía puestos unos zapatos cerrados de color negro oscuro y pantalones blancos, con una línea ancha azul a los lados. En la parte superior vestía una camisa de tela gruesa estilo chino de mangas largas y cuello alto, con un diseño muy similar al de sus pantalones, de color blanco, con la parte central del frente azul, e igualmente una línea azul que recorría el costado de sus mangas desde los hombros. Además, traía puesta lo que parecía ser una bufanda, alrededor de su cuello y hombros a forma de capa doble, de color azul oscuro. Nadie alzó para nada la mirada mientras caminaba a la puerta del restaurante; era casi como si tuvieran miedo de verlo directamente.
- Bienvenido. – Exclamó de inmediato el hombre que lo esperaba en la puerta, agachando aún más su cuerpo. – Lo estábamos esperando con ansias, Maestro Enishi...
Aquel hombre tenía cabellos blancos como nieve, cortos, con un peinado de picos hacia arriba. Sostenía un maletín en su mano derecha y portaba un par de lentes oscuros redondos frente a sus tranquilos ojos color turquesa, al igual que un notorio colgante en su oreja izquierda. Sonrío de manera despreocupada ante la bienvenida que le acababan de dar, y luego empezó a caminar hacia la puerta, siguiendo derecho, casi ignorando a aquel hombre que de inmediato se hizo a un lado para dejarle el camino libre.
Rápidamente fue seguido hacia el interior por los dos guardias armados con rifles y por el otro con los sables Dao que iba al frente, pero manteniendo una distancia prudente de él. Al mismo tiempo, el encargado caminaba a lado del recién llegado, con notorios nervios en cada uno de sus actos. Una vez adentro, se encontraron con el elegante recibidor con diferentes dibujos en las paredes, de dragones, personas, guerreros, e incluso ogros.
- ¿Ya llegaron los demás? – Preguntó el hombre de cabellos blancos, parándose en el centro del recibidor. Introdujo su mano en uno de sus bolsillos y sacó de éste un hermoso reloj plateado para echarle un vistazo rápido a la hora.
- Sí, sí señor. – Contestó de inmediato el encargado, tartamudeando ligeramente. – El Maestro Hong-lian y el resto lo esperan en el ala privada de siempre. Su comida casi está lista y su mesa preparada.
- Menos mal, porque muero de hambre. – Comentó divertido el chico albino, al tiempo que se acomodaba sus anteojos con su mano libre y luego se giró hacia la puerta que llevaba hacia el jardín central del restaurante. – Conozco el camino, no se preocupe.
Al escuchar esas palabras, el encargado se detuvo rápidamente, quedándose a lado de la puerta con la mirada baja, mientras los tres hombres armados pasaban siguiendo a su jefe. Pareció sentirse aliviado una vez que estuvo solo, lo suficiente para sacar un pañuelo del interior de su túnica y limpiarse las gotas de sudor de su frente. Su negocio era muy exitoso, y más desde que frecuentemente era el punto de reunión para las "comidas de negocios" de algunos hombres importantes de Shanghái. Sin embargo, de todos los clientes que recibía, importantes o no, el grupo que se estaba reuniendo ese mismo día en el ala privada más espaciosa, lujosa, y sobre todo discreta del establecimiento, era el que más lo ponía nervioso, y no era para menos...
Afuera, mientras caminaba por el pasillo externo, el hombre de atuendo blanco notó que el jardín central se encontraba lleno de hombres de gran variedad de apariencias: altos, bajos, fornidos, delgados... Varios se encontraban visiblemente armados con espadas, lanzas, rifles, mosquetes o pistolas. Algunos portaban uniformes, otros atuendos comunes. Y no sólo se encontraban en el jardín. Pudo notar también a otros más en el pasillo, e incluso en los techos, todos con posición firme, mirando a los alrededores, esperando.
El joven armado con dos espadas que lo seguía, les indicó a los otros dos hombres que se colocaran en el patio de la parte de atrás y vigilaran los accesos posteriores. Estos de inmediato se apresuraron a seguir sus instrucciones.
- Cuantos hombres hay aquí. – Comentó el hombre albino mientras avanzaban. – Un poco exagerado, ¿no lo crees Xung-lang?
- Me parece acorde a la situación, señor. – Le contestó él agachando un poco la cabeza; su tono de voz era profundamente serio, y la expresión de su rostro era fría y calmada.
- Si tú lo dices. Aunque creo que llamaríamos menos la atención con menos gente. – Agregó con una risilla ligera.
Unos segundos después, ambos subían las escaleras de madera hacia el segundo piso, entrando después a la antesala que se encontraba antes del privado en donde comerían esa tarde. La antesala no se encontraba sola. Aguardando en ella estaba un hombre, sentado en uno de los sillones bebiendo una taza de té, tal vez para abrir el apetitito. Era delgado, de cabello negro y corto, vestido con una túnica larga y pantalones negros, con ojos oscuros, rostro alargado, nariz afilada y piel blanca. Había otros cuatro hombres acompañándolo, altos, muy altos, fácilmente de más de dos metros de estatura, fornidos, de hombros y brazos anchos, rostros duros y serios como rocas. Los cuatro usaban la misma ropa: túnica azul, pantalones negros y un gorro azul y negro en la cabeza. Dos de ellos se encontraban parados detrás del sillón, y los otros se encontraban cada uno a cada costado del mismo; los cuatro tenían sus manos detrás de su espalda, y estaban parados de manera firme y recta, inmóviles como cuatro enormes estatuas.
- ¡Ah!, Hei-shin. – Exclamó divertido el albino al llegar, llamando la atención del hombre de vestimenta negra. – Te ves bien ¿Cómo te está tratando el otoño?
Mientras decía esto, se sentó en el sillón justo delante de él, y colocó sobre la mesa de centro el maletín que traía consigo. El hombre de cabello negro y corto volteó a verlo un segundo, y una sonrisa despreocupada surgió en sus labios.
- Bastante bien, jefe. – Le contestó con normalidad mientras volvía a concentrarse en su té, aunque había pronunciado la palabra "jefe" de manera remarcada. – De hecho parece que el próximo invierno será cálido; esa es una buena noticia para mí.
Dio un pequeño sorbo de su taza, y luego suspiró un poco.
- Té chino, nada que ver que con ese horrible brebaje que toman los occidentales. – Mencionó más para sí mismo, y colocó la taza en la mesa. – Me tome la libertad de pedir un banquete completo para todos. Sólo espero que sea suficiente.
- Con Hong-lian sentado en la mesa nunca se sabe.
- Deberías de ahorrarte esos comentarios de mal gusto, Enishi.
- Tranquilo, Hei-shin. Los ancianos ya conocen mi modo de ser, y es por eso que todos ellos siguen mis deseos tan obedientemente, ¿o no?
No podía decir nada para negar tal afirmación, y aunque la tuviera, no hubiera tenido oportunidad de decirla, pues en ese momento una de las puertas corredizas del cuarto se abrió, y dos hombres entraron a la antesala.
- ¡Enishi!, ¡muchacho! – Exclamó con fuerza uno de ellos. – Ya era hora de que te aparecieras, chico.
Era un hombre robusto y de estatura baja, de cara redonda, brazos y manos gruesas. Tenía una barba abundante color negro que casi le ocupaba toda la cara y le llegaba hasta el pecho. Tenía también el cabello largo hacia atrás, suelto y lacio hasta la mitad de la espalda. Usaba una camisa estilo chino suelta de color morado y detalles rojos, y lo que parecía ser algo similar a un hakama también de color morado, pero de seda fina. Sobre éste, usaba un abrigo rojo oscuro, y en su cabeza un gorro circular de los mismos colores que su atuendo. En sus dedos traía un puro encendido.
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