- "¿Jason?" – Fue el primer pensamiento que le cruzó por la mente al ver esa imagen. Estaba demasiado lejos para reconocer si se trataba de él, mucho más para saber su estado de ánimo. Pero algo le dijo que en efecto era esa persona... No sentía la menor duda al respecto.
Y por último, ahí estaba él: Richard Grayson, llamado simplemente Dick por sus conocidos, el primer hijo adoptivo, el primer primogénito, el mayor, el que estaba ahora frente a todos, postergando lo más posible las últimas palabras del funeral antes de realizar el entierro, como si postergarlo pudiera ayudar de algo. Pero ya no había como hacerlo. La gente lo miraba expectante, y con razón. Con una mano se separó un poco su corbata del cuello, y se aclaró un poco su garganta. Luego de tantos años, esa la sentía como la misión más difícil que había tenido... La más difícil.
- Yo... – Pronunció con un hilo de voz, y luego volvió a callar. Una risa nerviosa lo acompañó, seguido de un profundo sentimiento de vergüenza por ello. Respiró hondo, cerró los ojos unos momentos, y entonces intentó continuar. La gente seguía expectante, como si fuera a dar un discurso político, una noticia importante, o algo que no fuera las últimas palabras de un hombre... a su padre. – Desde que me entere que tendría que pararme aquí hoy y decir unas palabras, me estuve preguntando qué le hubiera gustado a Bruce que la gente dijera en su funeral... Qué le hubiera gustado que yo dijera. Y... No se me ocurrió absolutamente nada.
La gente se miró discretamente entre ellos al oír eso; parecía que no era lo que esperaban oír. Dick ya no los veía; tenía su atención puesta en sus propios zapatos negros, algo enlodados.
- Como muchos de nosotros, posiblemente nunca pensó que este día llegaría, y si lo hizo, tal vez no esperaba que dijéramos ni una sola palabra. Así era él, todo práctico y sin perder el tiempo. Y luego pensé que lo más sencillo era decir algunas cosas sobre él, sus virtudes, qué le gustaba, qué le disgustaba, y compartir eso con todos ustedes. Pero tampoco se me ocurrió nada. – Calló unos segundos. Dirigió su mano discretamente a su nariz, limpiándola con sus guantes oscuros, y siguió con sus ojos. – Así era Bruce, una persona bastante difícil de interpretar o de entender. Incluso yo que lo conocí tantos años, cada día que pasaba sentía que había algo nuevo que aún no conocía de él. Puede que tal vez nadie llegara a conocerlo por completo.
Miró de nuevo al ataúd, recorriéndolo con la vista desde la parte inferior, hasta la parte superior. Luego inspeccionó la lápida y lo escrito ella una vez más. Giró su cuello sólo unos cuantos grados para ahora poder apreciar la fotografía de gran tamaño que habían colocado del difunto, rodeada de coronas y arreglos. Parecía casi una poster de campaña de algún político. Era una foto de Bruce con un traje negro y corbata azul, bien peinado y arreglado. Era posiblemente una fotografía que le habían tomado para la portada de alguna revista o para algún artículo.
- Y por ello ésta es la imagen que muchos recordarán por siempre de Bruce. Todos recordaran al millonario, al play boy, al filántropo, al hombre de negocios... Pero había mucho más que eso en él. Mucho más... Algo que no dejaba que nadie viera, pero aún así algunos lo logramos, ya fuera por las buenas o por las malas. Y es ese algo lo que se quedara en mi memoria, y es lo que creo que él querría que recordara.
Se dirigió entonces hacia la fotografía, para poder apreciarla con más cuidado. Se quedó en eso unos segundos y se volvió de nuevo al ataúd. Colocó una mano sobre éste, y la pasó delicadamente por la superficie lisa.
- Él tal vez me golpearía si me escuchara decir esto, pero lo cierto es que... Lo extrañaré. – Las últimas palabras que había pronunciado salieron apenas como un pequeño murmullo al aire, que tal vez no había llegado con claridad a los oídos de todos. Pero eso pareció no incomodarlo. Una parte de él, ya no se encontraba hablándoles a esas personas. – Aunque hace ya tres años que no vivía aquí en Gótica, aunque siempre me esforzaba por ser independiente de él, de valerme por mí mismo... Siempre me produjo cierta tranquilidad el saber que él estaba ahí para mí, y para todos. Y ahora, ya no será así...
Su voz se quebró ligeramente. ¿Iba a llorar? Qué cliché más barato, llorar a la mitad de un discurso durante un funeral. No, no iba a caer en algo como eso. Llevó su mano como reflejó hacia su boca, y respiró profundamente un par de veces. Si alguna lágrima iba a salir, definitivamente la contuvo y logró recuperar la calma. Apretó sus ojos con fuerza, para luego volver a abrirlos. Retiró su mano del ataúd, y retrocedió unos pasos para alejarse de él.
- Adiós Bruce. Sin ti aquí... Esta ciudad no será la misma...
Y el silencio cayó, pero no por mucho tiempo. Gotas pesadas de lluvia comenzaron a caer en ese mismo instante, y poco a poco se volvían más tangibles para todos. Mientras los paraguas empezaban abrirse, el padre Michael se tomó la libertad de indicarles a los empleados del cementerio que empezaran a bajar el ataúd. Mientras comenzaba a descender, un grupo de personas, pertenecientes al coro de iglesia que había acompañado al padre hasta el cementerio, entonaron una armoniosa canción para acompañarlo. La atmósfera pesada entre las personas, se hizo aún más densa. Barbara cerró los ojos, y bajó la cabeza. Una gota de líquido resbaló por su mejilla. ¿Era el agua de lluvia? No le parecía. Tim se volteó hacia Alfred, y lo abrazó en un intento de ocultar su propio rostro. El mayordomo lo rodeó con un brazo, mientras continuaba con su expresión serena en el ataúd bajando. ¿A cuántos funerales le había tocado ir en su vida al pobre Alfred? Faltaba alguien. Dick volteó a ver la colina, justo para ver como la persona bajo el árbol se colocaba su casco, se acomodaba en la motocicleta y arrancaba sin más para alejarse.
El ataúd siguió bajando hasta el fondo, y entonces empezaron a llenarlo de tierra; parecían muy apresurados en hacerlo antes de que la lluvia se acrecentara. Las mujeres del coro siguieron cantando durante todo el proceso.
Un par de pensamientos extraños cruzaron por la mente de Dick mientras veía como llenaban el agujero. ¿Y si había un tanque de oxígeno escondido adentro? ¿Había revisado el ataúd luego de salir de la iglesia y subirlo a la carroza? ¿Era incluso el mismo ataúd? Agitó su cabeza para despejar a todos esos fantasmas. Tenía que aceptarlo de una vez. Bruce Wayne estaba muerto... No había forma de cambiar esa realidad.
- - - -
La Mansión Wayne guardaba en su interior cientos de años de historia de una de las familias más importantes y prominentes de la Costa Oriental, historia que tristemente terminaba hace apenas unas noches atrás. Bruce Wayne falleció sin dejar ningún descendiente de sangre que continuara con su apellido, por lo que ahora la gran edificación se podría considerar realmente como el Castillo de un Rey Caído.
Luego de terminar en el cementerio, la mayoría de los invitados se dirigieron en caravana hacia ese lugar. Nunca había entendido muy bien el propósito de ese tipo de reuniones que se suscitaban justo después del funeral. Un montón de gente reunida en una sala, tomando café y platicando, como si fuera una fiesta, aunque nada de alegría los acompañara. Lo que contestaría todo el mundo, si se les hiciera la pregunta, es que la gente deseaba acompañar a los familiares lo más posible para apoyarlos. Mientras se encontraba de pie, en el centro de la sala principal de la mansión, mirando con detenimiento a todas las personas, no pudo evitar pensar: "¿Qué respondería Bruce si se lo preguntara a él?" Ideó varias teorías en su cabeza, pero al final decidió que tal vez diría algo como... que las personas que asistían a un funeral, no podían identificar con claridad cuál era el momento adecuado para retirarse. Pensaban que si se iban muy pronto, demostrarían falta de interés, y era lo que menos deseaban demostrar. Si se tenían que ir, siempre intentaban tener un buen motivo, alguna excusa, urgencia, o algo que justificara su partida. Si no era así, se quedaban acompañando a los dolientes, hasta que ellos mismos tuvieran que retirarse a dormir, o hasta que les surgiera algún motivo para irse. Algo parecido, tal vez.
El alcalde, su esposa y su asistente ya se iban a retirar, y antes de hacerlo se dirigieron a él para estrechar su mano y darle un abrazo.
- Si necesitas cualquier cosa mientras estés en la ciudad, llámame, ¿de acuerdo?
- Gracias. Y gracias por venir también.
Los acompañó hasta la puerta y luego ellos siguieron solos bajó dos paraguas hacia su vehículo. Cuando volvió a la sala, lo primero que sus ojos divisaron fue a Alfred, vestido con su uniforme negro y reluciente, con una charola con aperitivos de cangrejo y queso en una mano, y se paseaba entre las personas, ofreciéndoselos. Dick se sorprendió mucho al verlo hacer esto, y de inmediato se le acercó, tomándolo con cuidado del brazo.
- Alfred, ¿qué estás haciendo?
El hombre volteó a verlo con su expresión serena.
- Ateniendo a los invitados, joven Richard. ¿Le apetece uno? – Y dicho eso le colocó la charola frente al rostro.
- Por supuesto que no, Alfred. No tienes que hacer nada de esto. – Le quitó en ese momento la charola de las manos. – Déjame todo a mí, ¿de acuerdo? Tú ve a descansar si quieres.
- Nada de eso. – Señaló enérgicamente y volvió a tomar la charola. – Mientras haya invitados en la Residencia Wayne... Yo los atenderé personalmente, hasta el final. Con su permiso, joven Richard.
Sin decir más, le sacó la vuelta y siguió con lo mismo que estaba haciendo hasta hace unos momentos. Dick se quedó helado, y a la vez algo asustado. Sentía esa misma incertidumbre que se siente al ver a una persona caminando dormido: no estás muy seguro si tocarlo siquiera, ya que todo el mundo decía que nunca debías de despertarlos. Era el mismo caso con Alfred, era como si estuviera caminando dormido por esa habitación, y no tenía idea de qué era capaz de hacer si intentaba "despertarlo" en esos momentos. Por lo tanto, se limitó a dejarle el camino libre y solamente seguirlo con la vista. En verdad parecía no estar sobrellevando bien todo eso.
- Richard. – Escuchó que alguien decía a sus espaldas, obligándolo a girarse.
Era el Comisionado Gordon el que se acercaba con cautela, empujando desde atrás la silla de ruedas de su hija Barbara. Dick les compartió la sonrisa más sincera que le fue posible, y se les acercó al encuentro. Se adelantó a estrechar la mano del Comisionado; a Barbara ya la había visto y saludado desde el velorio la noche anterior, pero no había tenido la oportunidad de saludar como se debía a su padre.
- Comisionado, gracias por venir. – Mencionó mientras estrechaba su mano y luego le daba un amistoso abrazo.
- Qué bueno que pudiste venir. – Le indicó él a su vez. – ¿Qué cuenta la Gran Manzana?
- Nada interesante, la verdad. No es cómo lo pintan en la televisión.
Tres años atrás, Dick se mudó a New York para comenzar su propia empresa de Consultoría en Tecnologías de la Información, junto con un socio, antiguo compañero de la Universidad. Les había ido muy bien, y en sólo tres años habían crecido y ganado renombre considerablemente, aunque seguían siendo una empresa nueva intentando abrirse camino en un mercado muy competitivo. Lo cierto era que había algunos motivos para irse de Gótica además de empezar su propio negocio, algunos más privados que otros. Uno de los que no eran tan secretos, era el hecho de que deseaba poder lograr algo por su cuenta, sin estar bajo el ala de Bruce Wayne. Obviamente con su ayuda y apoyo, ahora de seguro estarían en la cima, pero deseaba demostrarse a sí mismo, y al propio Bruce, que podía hacerlo solo. ¿Se lo habría alcanzado a demostrar? De haber sabido que tres años después ocurriría esto, ¿hubiera hecho lo mismo?
- Me gustaron mucho tus palabras en el cementerio, Dick. – Escuchó que la joven pelirroja comentaba. Ella le sonreía ampliamente, aunque sus ojos aún estaban un poco irritados.
- Gracias, Barbara. – Le agradeció asintiendo con su cabeza. – Aunque siento que Bruce hubiera dicho que estaba haciendo el ridículo.
- No digas eso. Estoy segura de que estaría orgulloso de haberte escuchado. – Acercó el pañuelo blanco que sostenía en sus manos a su ojo izquierdo, tallándolo un poco. – ¿Cómo están todos?
Dick suspiró con fuerza y pesar. Se talló su frente con los dedos de su mano derecha, y luego la pasó por su cabello, desacomodándoselo un poco, posiblemente sin querer. Volteó hacia su franco izquierdo, donde Alfred seguía ofreciendo bocadillos a los presentes.
- Creo que Alfred está en negación. Me preocupa qué pasara cuando empiece a aceptar lo sucedido.
- Sí, pobre Alfred. – Suspiró el Comisionado, volteándolo a ver también con discreción. – Quería a Wayne como si fuera su propio hijo. No me imagino un dolor peor que ese...
Al decir eso, colocó su mano izquierda sobre el hombro de Barbara, quien extendió su mano para tomarla a su vez. Era de esperarse que el Comisionado entendiera un poco lo que Alfred sentía. Aquel suceso parecía aún muy presente en él...
- Tal vez le haría bien si intentara hablar con él, Comisionado. – Mencionó Dick, casi como una súplica. – Yo la verdad no sé ni que decirle.
Gordon asintió con su cabeza de forma afirmativa.
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