En la superficie de la laguna se reflejó el rostro estupefacto de Stella, se había quedado completamente muda y pensativa, aún trataba de asimilar todo aquello que las Tres Hadas le acababan de mostrar. - Pero ¿qué fue lo que ocurrió después? ¿Cómo fue que mi madre y mi padre finalmente pudieron estar juntos? - inquirió completamente ansiosa por conocer la otra parte de la historia.
- Los días y las semanas pasaron rápidamente así como las aguas del Río Uscita corren por su cauce, las hojas de los árboles cayeron y el aire soplaba cada vez más gélido. Y cada vez que Cinzia encontraba una buena oportunidad imposible de desperdiciar, se escapaba al valle por si acaso su querido príncipe volvía, pero su espera fue en vano - comenzó a relatar Fata Farfalla. - Por más que ella se empeñaba en tratar de olvidarlo, no lo conseguía; cada día que pasaba sentía que lo quería aún más que el día anterior... -
El Hada Mayor rozó una vez más el agua cristalina con su dedo y las imágenes del pasado volvieron a emerger. El Invierno había llegado cubriendo las montañas y el valle entero con un grueso manto de nieve inmaculada, y en la víspera del Año Nuevo, Cinzia cumplió los dieciséis años. Se encontraba encerrada en su habitación alistándose para la ceremonia especial que tendría lugar al anochecer, Monna Carola y su hermana Russella le ayudaban a prepararse, la vistieron con un blanco vestido de seda que tenía mangas largas y amplias, se lo ciñeron al cuerpo con un apretado corsé del mismo color, le maquillaron los ojos y los labios con polvos plateados y le colocaron una tiara hecha de rosas blancas sobre su largo cabello castaño que llevaba completamente suelto sobre su espalda.
Monna Dora, que iba elegantemente ataviada con un largo vestido rojo de satén adornado con hilos dorados, entró en el dormitorio de su primogénita sin llamar antes a la puerta. - Hija, termina pronto de arreglarte. Ya se encuentra todo el clan reunido en el gran salón, tu prometido espera. -
- No te preocupes madre, ya estoy lista - respondió Cinzia levantándose del banquillo de su tocador para verse mejor en el espejo y repasar su aspecto por última vez.
- ¡Estás hermosa! - exclamó Monna Carola llena de emoción.
- No se puede negar que se ve estupenda - replicó Russella tratando de aparentar felicidad a pesar de que su mirada delataba la envidia que la corroía.
- ¡Quedaste divina, hijita mía! Pero antes de que salgas, me gustaría hablar un momento a solas contigo - espetó la masca mayor con suma seriedad.
Al escuchar eso, Monna Carola le hizo una seña con la cabeza a Russella para ordenarle que salieran. - Esperaremos afuera. -
- ¡Oh, querida! - comenzó Monna Dora en cuanto la puerta de la alcoba se cerró. - ¡No sabes lo feliz que me hace este momento, es un día muy especial para ti! - y estrechó afectuosamente las blancas y delicadas manos de su hija entre las suyas.
Cinzia trató de sonreír y mostrarse alegre, aunque por dentro se sentía completamente desdichada.
- Y es por eso... - prosiguió su madre - ...que he decidido hacerte un regalo muy especial. - Acto seguido chasqueó los dedos y aparecieron un par de botas altas de color arena flotando en el aire, Monna Dora las tomó y las colocó sobre las manos de su hija. - Estas son las legendarias botas de diez kilómetros, fueron confeccionadas por Monna Ravenna, la primer matriarca de nuestro clan y desde entonces han ido pasado en nuestra estirpe de generación en generación: la madre de mi madre las legó a ella cuando contrajo matrimonio y después mi madre me las heredó cuando llegó mi momento y ahora corresponde a mí entregártelas. -
- Muchas gracias, madre. Es un gran honor para mí ser la nueva poseedora de tan valiosa heredad - le agradeció Cinzia con una respetuosa inclinación de cabeza y colocó cuidadosamente las botas dentro de su armario.
Después, la joven salió de su aposento escoltada por su madre, su hermana menor y Monna Carola. Caminó a paso lento a través de los laberínticos pasillos excavados en la roca que estaban alumbrados por grandes antorchas que reposaban en gruesos anillos de hierro. Aunque Cinzia trataba de aparentar seguridad y firmeza, lo que realmente quería era gritar y llorar de tristeza e impotencia ¿de qué le valía poseer poderes mágicos si no era capaz de cambiar con ellos su infeliz destino? La idea de casarse con un hombre a quien no amaba y ni siquiera conocía le parecía tan terrible como recibir una sentencia de muerte.
Las cuatro mujeres siguieron andando por aquellos numerosos corredores subterráneos, torciendo a diestra y siniestra, y no se detuvieron hasta llegar a una altísima puerta de doble hoja. Monna Dora dio una palmada y las puertas se abrieron de par en par revelando un lujoso y amplio salón que semejaba la nave central de una catedral con un techo abovedado que tenía incrustadas diversas piedras preciosas, a las que la luz proveniente de la enorme araña de cristal que pendía en el centro, arrancaba destellos multicolor que se reflejaban en el reluciente piso de mármol donde se encontraba en pie un numeroso grupo de mascas de todas las edades que aguardaban expectantes el inicio de la ceremonia.
Todas se movieron de su lugar para despejar el centro de la sala y se alinearon a ambos lados de modo que pudieran flanquear el paso de Cinzia y su escolta hacia un altar de piedra que se encontraba elevado sobre una plataforma en el fondo de aquel largo salón, frente a él aguardaba un hombre que iba envuelto en una larga capa blanca con el rostro totalmente cubierto por una máscara de plata que no le permitía ver absolutamente nada.
En torno al altar había cinco grandes sillones de ébano dispuestos en forma de medio círculo. En aquel que se hallaba justo en el centro estaba sentada una mujer vestida de blanco, que por la cantidad de arrugas que tenía en su rostro, parecía ser la masca más anciana del clan; en el asiento de su lado derecho se encontraba una severa mujer de cabello gris que llevaba puesto un elegante vestido azul marino decorado con hilos plateados y a su lado estaba uno de los pocos hombres que se hallaban presentes en el recinto e iba vestido con una larga túnica a juego con la vestimenta de la otra mujer. Del lado izquierdo de la masca mayor había otro mascone anciano, que tenía el cabello largo completamente plateado y usaba una túnica del mismo color rojo que la de Monna Dora, y a su lado, se hallaba el último asiento desocupado.
Cinzia y su madre continuaron caminando de largo para subir las escaleras que conducían hacia lo alto del estrado mientras que Russella y Monna Carola se colocaban junto a las otras mascas a esperar que comenzara la celebración del matrimonio. Monna Dora ocupó su lugar en el sillón vacío junto al anciano mascone vestido de rojo mientras que Cinzia permaneció junto al altar mirando de frente a su futuro marido.
La hechicera más anciana, que parecía quebrarse de tan extremadamente delgada que era, se levantó de su lugar avanzando a paso lento y le quitó la máscara al novio para que pudiera conocer el rostro de su prometida. Cinzia quedó pasmada al descubrir que su próximo esposo era un joven que apenas tendría los veinte años cumplidos y que estaba hecho un completo manojo de nervios, con toda seguridad, aquella era la primera vez que tomaba una esposa. Después, la matriarca se dirigió al resto de la concurrencia y comenzó a pronunciar su discurso.
- Estamos aquí reunidas todas las respetables mascas de nuestro milenario clan para celebrar este dichoso y magno acontecimiento en que Cinzia, hija primogénita de la honorable Monna Dora y Don Gelso, será reconocida como una masca que ha alcanzado la plena madurez, y por lo tanto, deberá desposarse con este buen mascone con el que honrará al clan manteniendo nuestra noble estirpe mágica pura e intachable. -
Dicho esto, la anciana se volvió a la angustiada novia. - Cinzia, hija de Monna Dora y miembro del milenario Clan de Monna Ravenna ¿tienes a bien aceptar a Fabiano, hijo de Monna Priscilla y miembro del milenario Clan de Monna Telma, como tu legítimo esposo? -
El cuerpo de Cinzia se estremeció y agachó la cabeza sin atinar a decir una palabra. Tenía que resignarse y aceptar su destino si no quería ser repudiada por el resto de la comunidad, pero no pudo soportarlo; y sin saber de dónde, sacó el coraje para pronunciarse firmemente. - Lo siento, pero no puedo aceptar a este hombre como mi esposo. -
Todo el salón prorrumpió en exclamaciones de asombro para después sumirse en el más absoluto silencio. Cinzia estaba completamente perpleja, no podía creer que se había atrevido a negarse a contraer matrimonio.
- Hija... - resopló Monna Dora tratando de contener su disgusto. - No estarás diciendo esto en serio ¿nos estás tomando el pelo, verdad? -
Cinzia meneó la cabeza en señal negativa.
- ¿Por qué haces esto? ¿Por qué me dejas en vergüenza delante del clan? - la interrogó su madre sacudiéndola violentamente por los hombros. - ¡Ten el valor de mirarme a los ojos y decírmelo! -
- ¡Yo sé por qué! - se elevó la triunfante voz de Russella en medio del silencio. - Es por el príncipe Romeus, mi hermana se ha enamorado perdidamente de él. Se escabullía en cuanto terminábamos las lecciones y bajaba a hurtadillas hasta el riachuelo donde se hallaba su campamento solo para poder verlo. -
- ¿Son ciertas las acusaciones de tu hermana, Cinzia? - vociferó Monna Dora totalmente enfurecida. - ¡Te exijo que me digas toda la verdad! -
Cinzia no fue capaz de negarlo y estallando en lágrimas declaró. - Es verdad madre, amo con todo mi ser al príncipe Romeus, y no he podido dejar de pensar en él desde el primer día en que lo vi en el valle y es por eso que me niego rotundamente a aceptar este matrimonio forzado. -
A la vieja matriarca que estaba presidiendo la ceremonia se le crisparon los ojos de rabia. - ¿Te das cuenta de lo que esto significa, Monna Dora? ¡Tu hija mayor nos ha deshonrado y bien sabes que una traidora a la estirpe no puede quedar impune por muy digno linaje que tenga! -
- ¡Soy perfectamente consciente de eso, Monna Lea! ¡Haremos lo que procede en estos casos, ninguna masca que infrinja nuestras leyes debe ser exenta de su justo castigo! - sentenció Monna Dora con firmeza.
- ¡Entonces no hay nada más que decir! ¡Convoquemos inmediatamente al Consejo de Matriarcas para decidir lo que haremos con esta traidora! Y mientras tanto... - añadió Monna Lea dirigiéndose a Cinzia - ... vos seréis encerrada en una celda hasta que el Consejo termine de evaluar vuestro caso y dicte sentencia. -
Monna Dora asintió conforme y con voz atronadora ordenó. - ¡Russella, Monna Carola! ¡Apartad a esta infame de mi vista y llevárosla a las mazmorras! -
- ¡Os lo suplico, no seáis crueles! - suplicó Monna Carola tratando de defender a su amiga. - ¡Tened piedad de ella! -
- ¡Madre! - sollozó Cinzia buscando un poco de compasión en los ojos de su progenitora. - ¡Madre, por favor..! -
- ¡Tú no eres más mi hija! ¡Sacadle de aquí inmediatamente, su presencia me es insoportable! - sentenció dándole la espalda mientras Monna Carola y Russella la arrastraban fuera del salón. Condujeron a Cinzia hasta las mazmorras que se hallaban varios niveles bajo el suelo y la hicieron ingresar en una de las celdas más pequeñas y lúgubres.
En cuanto los pasos de Russella y Monna Carola se alejaron, Cinzia se derrumbó y sin poder evitarlo se echó a llorar hasta casi desfallecer.
Comments (0)
See all