La imagen se desvaneció en el agua y se formó otra, Cinzia aún se hallaba en el interior de aquella prisión, se había quedado profundamente dormida sobre el suelo de piedra. Monna Carola bajó a buscarla y abrió la cerradura con un chasquido de dedos, Cinzia se incorporó súbitamente al escuchar el ruido. - ¿Qué ha pasado? -
- Las matriarcas ya acabaron de discutir y ahora requieren tu presencia en la Sala del Consejo para comunicarte su decisión final - respondió Monna Carola muy seria y angustiada.
- Me expulsarán de la comunidad, de eso estoy segura - aseveró Cinzia tratando de resignarse, se alisó el vestido y se puso en marcha dando pasos firmes y decididos.
- Ci... Cinzia, es... escúchame - balbuceó Monna Carola sujetando a su amiga afectuosamente por el brazo para detenerla. - Sé que no debería decir esto, pero la verdad es que pienso que lo que hiciste fue muy valiente, me hubiera gustado haber tenido ese coraje en el día de mi boda... -
- ¿Por qué lo dices? - inquirió Cinzia totalmente patidifusa ante aquella repentina confesión.
- Porque yo también me enamoré de un simple mortal, era un joven pastor que a veces traía sus ovejas a pastar cerca del valle; solo llegué a verlo en un par de ocasiones, pero eso me bastó para quedar impresionada. Me hubiera gustado mucho atreverme a cruzar palabra con él y conocerlo mejor, pero el miedo al exilio pudo más que mis deseos. -
- ¡Oh, Monna Carola! ¡No sabes cuánto me duele saber eso! -
- No tiene ninguna importancia, hace mucho tiempo que dejé de pensar en él. Pero me alegra mucho que tú hayas decidido seguir los dictados de tu corazón sin ningún temor a las consecuencias, pase lo que pase, quiero que sepas que te admiro y aunque nunca volvamos a vernos siempre te recordaré y te apoyaré en todo momento. -
Cinzia estrechó fuertemente a su amiga entre sus brazos y sollozó por la conmoción que le causaron sus palabras.
- No llores... - le dijo Monna Carola - ... necesitarás fortaleza para enfrentar lo que vendrá. - Dicho esto, la guió hacia la salida de las mazmorras para llevarla a la Sala del Consejo donde las mascas aguardaban con impaciencia.
Cinzia ingresó en el recinto a paso lento pero con la frente en alto, para dejar bien en claro que no se dejaría intimidar por nadie. La sala era alta y redonda como una torre con el techo rematado en una cúpula que, a diferencia de la del salón de ceremonias, no tenía incrustada ninguna piedra preciosa ni ningún otra clase de adorno, la única iluminación provenía de unas cuantas antorchas sujetas a las paredes de roca lisa mediante gruesos soportes metálicos y en el suelo de mármol negro había gran un pentáculo trazado con líneas blancas que resaltaban en las sombras de aquel lugar. Un numeroso grupo de mascas, entre las que se encontraba Monna Dora con expresión severa, estaban sentadas en un estrado elevado que tenía forma de media luna desde el que podían dominar con la mirada el resto de la estancia.
- Colócate en medio del pentáculo con la vista hacia nosotras - le ordenó asperamente Monna Lea. La joven obedeció y le sostuvo la mirada en modo desafiante. - Bien, Cinzia hija de Monna Dora, este honorable Consejo ha decidido juzgarte por la grave afrenta que has cometido al negarte a contraer matrimonio con el mascone que las matriarcas de tu clan eligieron para ti tal y como lo marca nuestra tradición ancestral.... - Cinzia asintió con la cabeza sin dejar de mirarla a los ojos. - ...Y no solamente eso, sino que además tuviste a mal fijarte en un hombre que no pertenece a nuestra comunidad ¿Comprendes lo que eso significa? -
- Sí, lo sé - respondió la aludida con suma calma. - Merezco ser repudiada por mi clan y expulsada de la comunidad de mascas para siempre. -
- Así es, lo cual implica perder tu inmortalidad, a pesar de que tus facultades mágicas no menguarán - corroboró Monna Lea. - Pero a nosotras no nos basta con ese solo castigo... -
- ¿Qué queréis decir exactamente? - inquirió Cinzia tratando de mantenerse serena.
- Que nuestro Consejo cree que mereces una pena aún más dura que el exilio, Monna Dora ¿tendrías la gentileza de explicarle a tu hija lo que hemos acordado? -
Monna Dora se aclaró la garganta y comenzó a explicar. - Hija, antes de que seas expulsada hemos decidido echar sobre ti una maldición irrevocable: la maldición de la infertilidad. -
- ¿¿Cómo?? ¡No podéis hacerme eso! ¡Dejadme marchar sin más, nunca más volveréis a saber de mí! ¡Os lo prometo! - gritó Cinzia mientras las mascas se levantaban de sus lugares y se tomaban de las manos para formar un círculo en torno al pentáculo, ella corrió desesperadamente para escapar de ahí, pero Monna Lea chasqueó los dedos e hizo aparecer un par de grilletes alrededor de sus tobillos y sus muñecas para impedirle la huida. Las hechiceras cerraron los ojos y comenzaron a entonar al unísono un tenebroso cántico en voz alta.
Invocamos y conjuramos...
A todas las fuerzas oscuras del Todo...
El vientre de esta alma desdichada han de secar...
Que nada en sus entrañas pueda gestar...
Y que de esta maldición ella nunca se pueda liberar...
Cinzia trataba de concentrarse en el hechizo que la podía soltar de sus cadenas, pero fue en vano, y se echó a llorar por su incapacidad de poder hacer algo para defenderse de aquel terrible maleficio. En cuanto las mascas terminaron su invocación, Monna Lea volvió a chasquear los dedos y los grilletes desaparecieron. - ¡Ya no eres más una de nosotras, tu nombre nunca más volverá a pronunciarse hasta que quede borrado de toda memoria! - sentenció la anciana matriarca sin un ápice de piedad en su mirada. - ¡No puedes permanecer aquí ni un momento más, abandona nuestros dominios inmediatamente! -
Stella hundió su puño izquierdo en el agua provocando que la escena reflejada se borrara por completo. - ¡Así que fueron las mascas quienes maldijeron a mi madre! - exclamó con sorpresa e indignación.
- Así es, joven reina - respondió Fata Farfalla. - Ellas lanzaron aquella terrible maldición que solo la magia regenerativa de los Benandanti pudo romper. -
El hada agitó el agua nuevamente y las imágenes volvieron a formarse sobre la laguna mostrando a una debilitada Cinzia que vagaba sola y desamparada por los helados bosques del reino, por la suciedad y los desgarros de su vestido, Stella supuso que había pasado varios días caminando sin descanso. La noche estaba por caer y Cinzia necesitaba encontrar con urgencia un sitio donde pasar la noche. Siguió andando hasta que encontró un árbol hueco donde se refugió haciéndose un ovillo para así tratar de entrar en calor, ya que con las fuertes ventiscas que se colaban a través de las ramas desnudas de los árboles le era imposible encender una hoguera.
- Te... Tengo que... que reponer fuerzas pa... para se... seguir adelante - murmuró apretando los dientes que castañeteaban a causa del frío intenso. - Si me transformara en golondrina podría escapar del bosque volando, pero si lo hiciera moriría al instante. Mi forma de insecto tampoco me es útil y mucho menos mi aspecto como osa, ya que necesitaría hibernar y no podría resistir todo el invierno durmiendo con el estómago vacío. Si tan solo pudiera encontrar un poco de comida... -
Pero el hambre y el dolor que le laceraba los pulmones le impidieron descansar, abandonó su escondite completamente resuelta a reanudar su dura marcha entre los senderos nevados buscando algo que pudiera llevarse a la boca, pero fue en vano; los árboles no daban fruto en esa época y no había animales que pudiera cazar ya que todos permanecían a buen resguardo en sus madrigueras a causa de las inclemencias del tiempo. Cinzia trató de soportar hasta donde le daban sus fuerzas, pero al llegar a un claro, se dejó caer boca abajo completamente derrotada sobre la fría nieve.
La muerte la acechaba, ella podía percibirla, era una profunda sensación de terror que nunca imaginó llegar a conocer y que ahora la sentía reptar por todo su cuerpo y ser absorbida por cada poro de su piel. Pero en medio de aquella oscura desesperanza surgió un débil rayo de luz. - La gran hada que mora con sus dos hermanas en el corazón del Bosque de los Sauces Danzantes, dicen que es un alma misericordiosa y benevolente que siempre acude al llamado del necesitado. Ella podría ayudarme. -
Cinzia se puso en pie trabajosamente y con las pocas fuerzas que había logrado reunir se puso a dar vueltas en círculos concentrándose en invocar a Fata Farfalla. - ¡Por favor, noble hada que proteges a los bosques y a todos los seres vivientes! ¡Te lo suplico humildemente, acude a mi llamado! ¡Ten piedad de mí, no me dejes morir aquí! - Nada más terminar de pronunciar aquellas palabras, sus piernas flaquearon y todo se ensombreció a su alrededor.
Una sensación cálida y reconfortante le hizo recuperar el conocimiento lentamente, Cinzia ya no se encontraba en medio del claro donde había sucumbido a la desesperación sino bajo el cobijo de un enorme sauce llorón que se mecía majestuosamente a la orilla de una laguna cuya superficie estaba cubierta por una sólida capa de hielo en un bosque que, a pesar de estar totalmente cubierto de escarcha brillante, la temperatura se sentía tan agradable como si fuese Primavera. - Tranquila, aún estás muy débil para levantarte - le susurró una cariñosa y melodiosa voz femenina que Stella reconoció como la de Fata Fiorella. - Estuviste a punto de morir congelada, pero ahora estás a salvo con nosotras y te recuperarás. -
Cinzia volvió la vista hacia Fata Fiorella, que la tenía recostada sobre su regazo, y con un poco de dificultad para articular las palabras, le preguntó. - ¿Tú e... eres el... el hada de..? -
Fata Fiorella le ayudó a sentarse sobre la hierba y le alargó un pequeño cuenco de madera. - Bebe esto, te hará muy bien. Es savia mágica del Gran Sauce, gracias a ella pudiste recobrar la salud rápidamente. -
Cuando ella terminó de beber, aparecieron Fata Uccellina y Fata Farfalla. - Me alegra ver que ya os encontráis bien, Cinzia del Clan de Monna Ravenna - le dijo Fata Farfalla con expresión bondadosa en el rostro.
- Por favor, no me llaméis de ese modo, ya no pertenezco más a la comunidad de las mascas. Os agradezco mucho que hayáis atendido a mi ruego aún cuando no merecía un ápice de vuestra clemencia - respondió Cinzia con la cabeza gacha.
- Pero... ¿por qué pensáis que debíamos haberos abandonado a vuestra suerte? -
- Porque a pesar de todo sigo siendo una masca y como todas ellas fui educada para hacer miserable la vida de los mortales con mis poderes mágicos, mientras que vos y vuestras hermanas os dedicáis a hacerles el bien. -
- Por esa misma razón nosotras acudimos al auxilio de todo aquel que nos invoca desde la más profunda sinceridad de su corazón, tal y como vos lo habéis hecho. Y eso demuestra que sois un ser de corazón noble y puro a pesar de la educación que recibisteis. -
- Las matriarcas de mi clan me expulsaron para siempre y me maldijeron solo porque me rehusé aceptar un matrimonio forzado ya que me enamoré como una tonta del príncipe Romeus y me he quedado completamente sola en el mundo. No sé qué será de mi vida de ahora en adelante. - Cinzia se echó a llorar desconsoladamente al darse cuenta de lo difícil que se había vuelto su situación.
- No debéis llorar - la consoló Fata Farfalla mientras la envolvía con sus brazos y sus brillantes alas para reconfortarla. - No estáis sola, podéis quedaros con nosotras en el bosque todo el tiempo que sea necesario. -
- ¿En verdad puedo quedarme aquí? - inquirió Cinzia para asegurarse de haber entendido bien. Las Tres Hadas le sonrieron y asintieron con la cabeza al mismo tiempo. - ¡Os lo agradezco mucho, vuestra misericordia es realmente grande! -
- Mis hermanas y yo os enseñaremos todo aquello que no habéis aprendido con las mascas - le prometió Fata Farfalla - aprenderéis lo necesario para que podáis valeros por vos misma en el mundo exterior: cómo conseguir vuestro propio alimento, pelear para defenderos cuando alguien os quiera hacer daño; y cuando os vayáis de aquí, no podréis creer que algún día fuisteis una chica temerosa que sucumbía fácilmente a la desesperación. -
- Todo eso me parece muy bien, pero... - replicó Cinzia con tristeza.
- ¿Pero qué? - inquirió Fata Fiorella.
- Mi alma ha quedado destrozada a causa del maleficio que me fue lanzado y mi corazón desgarrado porque nunca más volveré a encontrarme con el príncipe, aunque sé que quizá no era nuestro destino estar juntos. -
- Nosotras os ayudaremos a superar todo eso y el tiempo irá cicatrizando poco a poco vuestras heridas - respondió sabiamente Fata Farfalla.
Pasaron los días, Cinzia se fortaleció y de la mano de las hadas adquirió muchas habilidades nuevas, como pelear cuerpo a cuerpo y disparar flechas. También le enseñaron otros trucos mágicos, Fata Fiorella le mostró como hacer que las flores, los frutos de los árboles y plantas crecieran más grandes y hermosos, y con Fata Uccellina aprendió a imitar el trino de las aves.
La nieve comenzó a derretirse con la aproximación de la Primavera, Cinzia se vistió con una larga túnica verde y se colocó una corona de flores sobre la cabeza para realizar con las Tres Hadas el sagrado ritual correspondiente para celebrar la llegada de la nueva estación, las cuatro se tomaron de las manos y comenzaron a brincar y danzar en círculos alrededor del Gran Sauce junto con los animales del bosque mientras iban recitando estas palabras.
Madre Naturaleza...
Te has liberado de tu gélida prisión invernal...
Ahora es el tiempo del reverdecimiento...
Cuando los perfumes de las flores son arrastrados por la brisa...
Éste es el comienzo...
La vida se regenera por tu magia ¡Oh Tierra sagrada!
El Padre Cosmos se extiende y el Astro Rey se eleva...
Entusiasmado por su juventud y la promesa del Verano...
El relinchar y el ruido de los cascos de un corcel al galopar interrumpieron aquella pequeña ceremonia, las hadas dejaron de bailar, y cuando Cinzia volvió la vista hacia el punto exacto para averiguar de donde provenían aquellos sonidos, sintió que su cuerpo entero se paralizaba, el príncipe Romeus se encontraba ahí a apenas escasos pasos de distancia de ella.
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