El exilio es el justo castigo que se les da a los insubordinados o "contrasociales" como los llamamos aquí. Los contrasociales son personas que no están de acuerdo con las creencias y los valores morales que nos ha inculcado La Sociedad. Hablar de ellos es prácticamente un tabú, los familiares de los exiliados siguen adelante con sus vidas como si nunca los hubieran conocido, y no los culpo, tener por pariente a un contrasocial es lo más deshonroso que podría pasarle a cualquiera.
Lo único que se sabe a ciencia cierta, es que cuando alguien es exiliado, son destruidos todos los datos y registros de esa persona: su CUN (Clave Única de Nacimiento), sus cuentas bancarias, su licencia de tránsito aéreo, su pasaporte, y el registro electrónico de sus huellas digitales. A partir de ese momento no puede volver a trabajar, estudiar, pilotar, comprar, ni tampoco disponer del dinero que tuviera guardado en el banco. Para dejarlo más claro: es como si esa persona nunca hubiera existido, ya no forma, ni jamás volverá a formar parte de nuestra Sociedad.
La única opción que se les da a los contrasociales para sobrevivir es desterrarlos y enviarlos a las Tres Islas del Pacífico, las cuales en siglos pasados sirvieron como prisión para los delincuentes, ya que es muy difícil que alguien logre escapar de ellas, las aguas que las rodean están infestadas de tiburones blancos. Se dice que vivir ahí es la peor de las pesadillas, las islas son tierra de nadie donde reina el caos y solo manda la ley de la selva; cada quien hace lo que le viene en gana, por lo tanto ahí se han de cometer toda clase de crímenes y atrocidades: robos, violaciones, torturas y asesinatos. Y por si fuera poco, esas Tres Islas también están habitadas por una tribu de nativos sanguinarios que tienen la bárbara costumbre de sacar los ojos, arrancar el cuero cabelludo y las uñas a los extraños que llegan a caer en sus dominios.
Es por eso que aquellas personas que llegan a albergar pensamientos extraños, se lo piensan dos veces antes de atreverse a rebelarse contra La Sociedad. Desde el fracaso de los planes de "Los I.I.L." solamente se han llegado a escuchar casos aislados de exilio que se pueden contar perfectamente con los dedos de una sola mano, y esto en gran parte se debe a una extrema medida de seguridad que el Sector Político tuvo que adoptar para evitar que vuelvan a surgir conflictos que pongan en peligro nuestra tranquilidad y estabilidad. Si algún buen ciudadano sospecha que alguien tiene ideas contrasociales, debe denunciarlo enseguida a la Guardia de la Unidad para que lo detengan inmediatamente y lo sometan al escrutinio de la Omniscientia, una máquina especial y muy poderosa que es capaz de acceder hasta los pensamientos más ocultos de la mente, para así corroborar que efectivamente el denunciado es un contrasocial y proceder a exiliarlo.
Últimamente también me pongo a pensar en todos los casos de suicidios entre jóvenes que se han visto en tiempos recientes, el del muchacho de hoy no es el primero y desgraciadamente no será el último; según las estadísticas mundiales nuestro país ocupa el primer lugar en suicidios juveniles, y la verdad es que es algo que no logro comprender, ¿cómo es que viviendo en una época tan favorable como esta, donde todos tenemos las mismas oportunidades y contamos con un sistema de gobierno realmente democrático, haya personas que no puedan ser felices ni saben valorar todo lo que con tanto esfuerzo hemos logrado? Y lo que es aún peor ¿cómo se atreven a atentar contra su propia vida sabiendo que el suicidio es un pasaje directo a la condenación eterna? ¿Cómo es que no se ponen a reflexionar acerca de la gran locura que están a punto de cometer? ¿Por qué? La verdad es que nunca antes me había planteado esta clase de preguntas, pero en estos últimos días no han parado de rondarme por la cabeza ¿Eso significa que estoy madurando? ¿O tal vez es porque mañana cumpliré un año más?
Después de haber caminado por casi diez minutos, finalmente llego a la parada de aerobús y me topo con muchos otros estudiantes y trabajadores que esperan impacientes, y me da alivio notar que por lo visto no soy la única a la que se le pegan las sábanas por las mañanas. Justo al dar las siete, el aerobús aterriza silenciosamente, las puertas automáticas se abren y aquí es donde se desata la estampida: mientras los que estaban a bordo quieren salir, los que estamos afuera queremos entrar y todos nos convertimos en una masa homogénea de choques, pisotones y empujones.
Cuando por fin logro abrirme paso entre el tumulto, busco desesperadamente un asiento vacío y me doy cuenta de que hay uno adelante justo detrás del asiento del piloto; y si me doy prisa, sólo un poco más, lograré sentarme antes que los otros lo descubran. En medio del caos alguien sin querer me da un codazo en el estómago que por poco me deja sin aire, choco contra dos hombres que prácticamente se han montado una buena pelea de box para disputarse un lugar que una anciana acaba de desocupar, pero lo importante es que al final consigo llegar hasta mi objetivo.
Nada más acomodarme en mi asiento saco mi oblet y envío un mensaje breve a Dido y a Cleo.
"¡Buenos días! Se me hizo tarde, seguramente se me armará la gorda con la prefecta Cecilia."
Mi estómago empieza a protestar por haber salido de casa en ayunas. Para ignorar el hambre que traigo, vuelvo a tomar mi oblet y entro al espacio virtual de los "Pésames y Condolencias" para dejar un mensaje de consuelo a los conocidos del joven que se suicidó esta mañana, es lo que se acostumbra hacer en La Sociedad cada vez que alguien muere, aún si no conocías al difunto ni a ninguno de sus familiares, ¿pero yo qué podría decirles? Nunca he tenido facilidad de palabra y menos aún en situaciones de esa índole, lo único que se me ocurre es escribir simplemente:
"Lo lamento realmente, les doy mis más sinceras condolencias y que el Divino Rey les dé pronta resignación."
El aerobús hace su primer parada en el centro a las siete y diez. En mi escuela a los estudiantes nos conceden hasta quince minutos de tolerancia después de la hora de entrada, llegaría justo a tiempo de evitarme un reporte, pero aún así decido pasar a comer algo en lugar de encaminarme directamente a la escuela. Voy lo más aprisa que puedo por las calles del centro abriéndome paso entre la muchedumbre que camina presurosa, cuando de repente estalla un tremendo aguacero y maldigo mentalmente por no haber traído mi paraguas, no pensé que lo necesitaría ya que cuando salí de casa el sol brillaba en todo su apogeo, en fin ¿qué le voy a hacer?
Entro a la primer cafetería que me sale al paso, pido un café bien cargado y un sándwich que me como de pie para no perder tiempo sentándome en la barra. Cuando termino de desayunar la lluvia aún sigue cayendo con toda su fuerza, pero no puedo esperar a que amaine, ya perdí los quince minutos de tolerancia y no quiero llegar pasada de la media hora, o de lo contrario, la prefecta me prohibirá tajantemente la entrada porque no llevo un justificante escrito y firmado por mi mamá que explique mi retraso. Lo único que se me ocurre es volver a escribirles a Dido y a Cleo pidiéndoles que me ayuden a inventar una excusa convincente para que el profesor Melgar, quien nos imparte la materia de Química a primera hora del día, no me quite puntos.
No me gusta nada tener que recurrir a esto, mentir es una de las Faltas Principales contra el Divino Rey y me remuerde la conciencia, pero no tengo otra opción; tendré que rezar dos plegarias más además de la que siempre realizo antes de acostarme: una para reponer la oración que no pude hacer por la mañana y otra para pedir perdón por esta mentira, que aunque piadosa, no deja de ser grave.
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