— No es justo, no es justo — pronunciaba una y otra vez, claramente angustiada
Mientras caminaba por las veredas de las calles atravesando literalmente parques, jardines, casas, y autos sin temor alguno, las horas pasaban a una velocidad irreconocible. Tan rápido como amanecía, en uno de sus parpadeos parecía que llegaba la tarde. Pasaba en frente de tiendas y ventanales, iba caminando a prisa con las manos en la parte superior de sus codos, casi abrazándose a sí misma por la angustia contenida. Solo se detenía a observarse en los cristales y, al ver el cielo reflejado en ellos, ya era de noche.
— Cada vez que me veo, mi cabello sigue hasta mis hombros, pero es de color negro. Mis ojos se ven grises, la piel de mi rostro…no parece piel, me veo tan pálida y mi atuendo permanece intacto. — empezó a describirse palpando cada fracción de lo que parecía ser su nuevo cuerpo, mientras se reflejaba en el cristal de una de las tiendas — Aunque, claramente, ya no tengo ni los senos ni las caderas que poseía. De hecho, si mis manos recorren mi cuerpo, siento como si pudiera tocar mis huesos, ¿esto es a lo que llaman ser un “fantasma”?
Conforme se cuestionaba y divagaba en su recorrido por las aceras, el sonido de los autos le hizo voltear su mirada hacia la pista, luego hacia el semáforo y a las personas que procuraban cruzar, pues ya era de mañana otra vez.
— ¿Por qué sigo aquí? — se preguntaba y seguía caminando — Las horas no pasan como siempre, y la única forma de que lo hagan es cuando me sostengo a algo o alguien.
Posó una de sus manos en una pared y empezó a caminar procurando no dejar de tocarla, de esta forma llegó a la entrada de un velatorio. El lugar se sentía frio, la puerta era negra y el salón principal era color crema. Había flores de distintos colores, en su mayoría rojas y blancas, en la entrada y en la parte inferior del féretro. Escuchaba murmullos y algunos sollozos de los asistentes. Observó a cada una de las personas presentes, sus ropas por supuesto eran color negro, y distinguía que la mayoría llevaba trajes de seda y lana fina, pero no reconoció ningún rostro. Este no era su funeral. De pronto vio a una joven de cabello rubio cenizo, más baja de estatura que ella. Lucía un vestido color negro de seda, unas pantimedias color gris y brillantes zapatos de charol negros, pero lo que llamo su atención era el collar que llevaba. Era un collar simple con el símbolo de yin y yang.
— Tienes el mismo collar que él — pensaba, mientras notaba que su corbata empezaba a brillar de un tono cian; incluso, al ver su reflejo en el vidrio de la puerta de entrada, se fijó que las retinas de sus ojos brillaban del mismo color y la esclerótica de este comenzaba a teñirse de negro — ¿Acaso debo encontrarlo? ¿él es un “asunto pendiente”?
Dejó de tocar las paredes y se retiró lentamente del lugar. Sus ropas y ojos volvieron a la misma tonalidad grisácea mientras avanzaba hacia otra calle.
— No encuentro otro motivo. Solo esos recuerdos permanecen en mi mente. No encuentro consuelo y ya no quiero vagar por la ciudad. Quiero descansar… — susurró conforme se acercaba a un complejo habitacional.
Caminaba tocando las paredes más cercanas hasta llegar a una puerta y una ventana que ella reconocía. Decidió atravesar la puerta sin reparo alguno soltándose de las paredes, tan solo para descubrir que en el interior de aquella casa no había absolutamente nada. Ni muebles, ni personas, solo encontró polvo y paredes blancas.
— Deben haberse mudado — susurró, pero de pronto una voz rompió el silencio del lugar
— ¿Sebastián?
Ella se quedó petrificada al escuchar ese nombre, y tan pronto como lo reconoció sus ojos y corbata empezaron a brillar nuevamente de cian, incluso su camisa cambió a ser color negro y aparecieron líneas blancas en el lugar donde estaban sus huesos, y de su pecho brotó un corazón hecho de una intensa llama de fuego de la misma tonalidad cian. Asomó la mirada hacia la ventana, tan solo para descubrir que ya era de noche, y que la voz que había escuchado no era de él. Era de una joven con una blusa negra con estampados de flores y minifalda de tela gruesa. Además, llevaba un sombrero negro que cubría el color de sus cabellos, por ello, no era alguien que pudiese reconocer. Tocó las paredes para permanecer en ese intervalo de tiempo y observar, o más bien espiar, y descubrir porque esa mujer estaba llamando a su amado.
Comments (2)
See all