La bruja no pudo disimular su expresión de espanto al ver en lo que se había convertido la joven. No solo dudaba de que manera contra atacarla, sino que no hallaba explicación alguna para la imagen que presenciaba. Sin embargo, no dejaría que esto le distrajera de sus propósitos. Moviendo sus manos y, recitando varias palabras, hizo que tanto Sebastián como Alice atacasen a Janna al mismo tiempo. El poder de ambos era viento y granizo, así que juntos formaron una ventisca acompañada de los trozos de hielo filosos con el doble del tamaño anterior. Para sorpresa de sus enemigos, Janna se defendió con su ahora fuego dorado. De hecho, solo le bastaba con levantar sus manos para que sus nuevas flamas convirtieran en vapor inofensivo al ataque de los jóvenes. De esta manera se abrió paso en medio del hielo y avanzó lentamente hacia ellos.
El pánico estremeció hasta los huesos a la decrépita hechicera, de tal manera que sin pensarlo arrojó desde sus manos algunos conjuros hacia los lados, con la esperanza de que impactara en la resplandeciente joven. Pero el fuego de Janna brillo con más intensidad y logró protegerla de todo ello. La joven estaba tan bien resguardada con sus nuevas habilidades que logro posicionarse a escasos dos metros de sus adversarios. Como si apenas se percatara que el fuego que emanaba hacía que no pudieran tocarla, se detuvo a pensar su siguiente acción un momento. Daba la impresión de que estuviera a punto de realizar algo tan despiadado pero necesario a la vez que solo pudo cerrar los ojos y suspirar profundamente. Acto seguido, con un dolor indescriptible en el pecho y lágrimas en sus ojos, se elevó ligeramente y posó sus manos sobre las cabezas de Alice y Sebastián. La bruja estaba a punto de darles otra orden a sus marionetas, pero en cuanto levantó las manos tan solo pudo observar como los cuerpos de ambos jóvenes hechizados eran calcinados por las llamas de la incandescente mujer.
Resumidos a tan solo polvo, esa era la forma que su expareja y Alice tomaron. Aunque haya sido una decisión difícil, la determinación en su mirada no se agotaba ya que, ahora, había dejado pase libre para atacar a la verdadera villana y, antes de que pudiese invocar algún otro hechizo, Janna levantó sus manos hacia ella, pronunciando algunas palabras en latín.
— Eternum somnum — dijo mirándola directamente a los ojos y una gran llama de fuego brotó de las manos de la joven.
Dicha flama cubrió por completo a la malvada anciana mientras esta gritaba de dolor y, mientras la luz aumentaba, la bruja era resumida a huesos hasta culminar en cenizas. La batalla había terminado. El domo empezó a desparecer junto con los cuerpos que había alrededor. Janna se encontraba de pie llorando cuando se dio cuenta que todos habían desparecido. Como si se tratase de un sueño, volvió al mismo jardín de la zona residencial, aún era de noche, como si el tiempo no hubiese trascurrido en lo más mínimo.
Se hallaba completamente sola, y la única señal de lo ocurrido eran los tres cúmulos de polvo frente a ella que el viento se llevaba poco a poco. Inhalaba y exhalaba lentamente hasta apagar la luz que la cubría. Se arrodillo en el lugar debido al cansancio y, como aquel preso que acabara de tomar conciencia de su condena, dio un grito ensordecedor envuelto de desesperación. Continúo gritando y llorando de dolor, mezclado con la pena que sentía por todo lo que había ocurrido. Tan fuerte era su lamento que, al cabo de unos minutos, no pudo hacer más que cubrirse la boca para que pudiese llorar sin despertar a los vecinos.
— Ya todo acabó, mi niña — dijo una voz familiar
Janna levantó la mirada y era la señora Esther que había llegado con algunos libros en sus manos, pero tan pronto se acercó y estuvo a su lado, los dejo en el suelo para poder abrazarla.
— Esther, no quise hacerlo… — dijo entre sollozos
— Lo sé, pude escucharlo todo, no fue culpa tuya
— Lo siento…en verdad no sabía que hacer…
— Hiciste lo que creíste correcto, liberarlos.
— Supongo, pero… ¿y ahora que pasara conmigo? ¿Qué debería hacer ahora?
— Tú ya hiciste demasiado — dijo Alice, tomando una forma fantasmal totalmente translucida, y posicionándose a una distancia prudente de ellas — yo pienso que hasta nos lo merecíamos. Esa malvada mujer y yo habíamos pactado hace ya muchos años, y…lo siento, sé que jamás podrían perdonarme por participar en, prácticamente, un genocidio y menos por motivos egoístas.
— No existe motivo suficientemente fuerte para un genocidio — mencionó Esther — ni siquiera el dinero o la clase de paz que incitan algunos gobiernos alcanza para justificar muertes inocentes.
— Lo…sé ahora…
— Fuiste muy confiada y eso te costó la vida, no me tienes que pedir disculpas a mí, solo perdonate a ti misma. El daño que hiciste no tiene reparo, y sé que obtendremos lo que merecemos al final, así que, tan solo espéralo, Alice.
La muchacha, ahora convertida en fantasma, supo casi inmediatamente que se refería al infierno o lo que sea que la esperara en cuanto ella despareciera, pero, aunque su expresión se llenó de horror, solo pudo suspirar y sonreír resignada.
— Adiós Janna, y si, todos obtendremos lo que merecemos. — dijo sonriéndole y al darse vuelta, desapareció.
Janna no entendió porque le había sonreído hasta que un viento gélido le atravesó el cuerpo y, al voltearse a ver a la anciana, se dio cuenta que junto a ella estaba la figura traslucida de su amado Sebastián.
— Creo que el joven quiere hablar contigo, Janna.
— Sebas, ¿eres realmente tú? — dijo con lágrimas en sus ojos al ver que la figura de su amado se aproximaba.
— Si, o lo que queda de mi — dijo y se dispuso a abrazarla — No tenía idea de lo ocurrido, créeme.
— Lo sé, Sebas, yo tampoco, creo que fue mala suerte o la vida es injusticia, ya no sé. Perdóname, Sebastián, pase tanto tiempo deseando volver a verte por las razones equivocadas. Me alegra haber sabido la verdad al final…aunque fuese así de terrible. Si pudiera hacer algo por ti, lo haría.
— No tienes porque, ya hiciste todo lo que pudiste y te amo por eso, Johanna.
— Y yo te amo a ti, Sebastián — respondió, mientras ambos se acercaron lo suficiente para darse un dulce y lento beso.
Era como si intentasen recuperar, en dicha acción, todos los meses sufridos por la separación. Fue un momento tan maravilloso para ambos que, por ese instante, sintieron que toda su piel y ropas recuperaban sus colores. De tal manera que, a pesar de todas las angustias que afrontaron, parecía que en ese lapso habían vuelto a la vida y pudieran ser felices un momento más.
— Lamento interrumpir, pero creo que si hay algo que puedes hacer por él. — mencionó Esther, con un libro abierto entre sus manos, y acercándose a Janna para entregárselo.
— ¿Qué cosa es?
— Es un pase al otro lado, es para hacer que las almas descansen en paz, algunas culturas hacen rezos para lograrlo o rituales, digamos que también es uno de ellos — le dijo mientras Janna revisaba con su vista las líneas del libro.
— Eso es maravilloso, ¡podremos irnos juntos! — exclamó Sebastián, rebosante de felicidad.
— No lo creo Sebas, el hechizo es solo para un alma a la vez y…yo no creo que termine en el mismo lugar que tú. — dijo Janna tras culminar su lectura, y tomar el libro con ambas manos.
— Vaya, me hubiese gustado quedarme contigo incluso ahora, o siquiera despedirme apropiadamente de todos los que conocí, pero, supongo que no podré hacerlo. — respondió el joven con una expresión de desilusión.
— Lo sé, lo siento, yo tampoco sé que haré de ahora en adelante…
— Yo sé que encontraras una razón para quedarte.
— ¿Y si mi razón para quedarme como fantasma, eras tú?
— Sé que encontrarás alguna mejor, tú eres mejor. — respondió el joven sonriéndole dulcemente y dándole un beso en la frente.
— Entonces hagámoslo, podrás descansar en paz y, quizás, algún día volvamos a vernos.
— Johanna incluso si no nos volvemos a ver, quiero que sepas que nuestra vida juntos fue maravillosa y, si te tienes que quedar aquí, prométeme que tendrás una nueva vida sea como sea y un futuro maravilloso a tu manera.
— Ya me conoces, jamas me he rendido hasta lograr mis objetivos. Encontrare algo nuevo — dijo sonriendo y abrazándolo por última vez — adiós Sebastián.
— Adiós Johanna — dijo culminando el abrazo y colocándose en frente de ambas, esperando el hechizo.
Johanna empezó a brillar del mismo tono dorado mientras recitaba las palabras del libro, tras lo cual su amado cerró sus ojos. Desde el cielo, un potente umbral envolvió al muchacho desde la cabeza hasta los pies. Y conforme nuestra fantasma culminaba el conjuro, él desaparecía poco a poco del lugar, dejando la expresión plácida en su rostro impregnada en la atmósfera, transformada en un ambiente de paz.
— Señora Esther, ¿es malo que ya no quiera llorar? — dijo la joven habiendo terminado
— Después de todo lo que haz hecho, lo más justo que ya no llores. Ahora vamos a casa, ya casi amanece. — le respondió Esther recogiendo los libros y dirigiéndose a su hogar.
— Justo…hay más corazones a los que hacer justicia, ¿verdad? Las otras víctimas, y algunas personas que quizás también estuvieron envueltas en esta masacre.
— bueno, supongo que si
— ¿Y siempre hay brujas y brujos por aquí, verdad? Porque usted tiene esos libros por alguna razón. — dijo con un tono severo, exigiendo una explicación.
— Escucha, es cierto, rondan muchas cosas extrañas por estos barrios, pero no sé si puedas manejar todo esto, acabas de sobrevivir y desconozco el motivo.
— No me importa por qué sobreviví, lo que me importa es lo que haga con estos poderes, si hay más gente a quien ayudar, haré eso precisamente, todo el tiempo que me quede en este mundo.
— Jeje eres una joven muy persistente. Y me parece muy bien. Te puedes quedar conmigo cuanto gustes y así encontrar a las brujas, brujos y victimas; pero necesitas otra apariencia para cuando vengan mis hijos.
— Tratare de probarme ropa nueva. Sabe, no sé si yo logre alguna vez encontrar la paz, pero mientras tenga este deseo de hacer justicia, no desaprovecharé mi estadía en este mundo.
— Eso es maravilloso, ¡oh! recordé que el otro día vino el espíritu de una jovencita que me dio una dirección.
— ¡Dígamelo todo! ¡Iré a ver qué puedo hacer por ella!
— Calma, entremos a la casa y te lo contare todo, por cierto, ¿cómo debería llamarte, ahora? ¿Johanna, o Janna?
— Johanna ha muerto, ¿recuerda? — dijo mientras esbozaba una pícara sonrisa – mi nombre es Janna.
Fin.
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