Al escuchar eso siento un gran remordimiento de conciencia y las rodillas me empiezan a temblar, Dido se retira a su lugar y desde ahí me alza su pulgar derecho para animarme a seguir con la farsa, pero a pesar del miedo que me da recibir otro reporte, decido hablar con la verdad y enfrentar las consecuencias. — Profesor... yo, quiero pedirle una enorme disculpa. Tengo que ser sincera con usted, en realidad nunca estuve indispuesta.
Aún con la cabeza agachada pude sentir que el profesor me dirigió una mirada de extrañeza. Como él no pronunciaba ni una sola palabra, proseguí con mi disculpa. — Lo que pasó es que me levanté muy tarde esta mañana y como no iba a llegar a tiempo le pedí a Dido que le inventara algo para que no me bajara puntos por ser impuntual, y ahora me siento muy mal por haberle mentido y haber involucrado a mi amiga en esto.
— Pues bien... — me respondió después de un largo silencio — me alegra que haya tenido el valor para ser honesta, y sólo por eso, no procederé como debería hacerse en estos casos. Por esta ocasión la perdonaré, pero tiene que darme su palabra de que será la última vez que recurra a una treta como esta.
— Se lo prometo, muchísimas gracias profesor.
El profesor Melgar asintió con la cabeza al mismo tiempo que me extendía una bata blanca y lo tomé como señal de que podía ir a sentarme, y nada más acomodarme en mi lugar, Dido me bombardeó con una serie de preguntas. — ¿Qué pasó? ¿Qué le decías? ¿No me digas que le contaste la verdad?
— Tuve que hacerlo ¿Sabes? Mañana formaré parte de La Sociedad y por eso me he propuesto empezar a comportarme como una adulta responsable y eso implica que no debo seguir mintiendo deliberadamente.
Dido me mira con los ojos abiertos como platos. — ¡No exageres! ¡Si sólo fue una mentira piadosa!
— Pero es una mentira al fin y al cabo.
— Vaya... debo admitir que me tienes realmente sorprendida.
Antes de concentrarme de lleno en el tema de la clase, busco con la mirada a Cleo que se encuentra sentada en la mesa de enfrente al lado de Semiramis, una compañera muy seria y taciturna que se distingue por ser de los pocos estudiantes de los rascacielos que asisten a nuestra escuela y porque siempre lleva puesto el velo de modestia, cosa que me llama mucho la atención ya que los jóvenes de las clases altas no suelen ser muy devotos; y además, las mujeres solo debemos usar el velo cuando rezamos, entramos a una iglesia o a cualquier otro sitio sagrado donde haya que guardar pudor y reverencia.
Cuando mi mirada y la de mi amiga se cruzan intercambiamos sonrisas y nos saludamos rápidamente agitando las manos en el aire, vuelvo la vista hacia mi cuaderno para tomar apuntes y noto de reojo que Semiramis se acerca discretamente a Cleo para susurrarle algo al oído, lo cual me sorprende, porque esa chica solitaria nunca platica con nadie y menos aún durante las clases.
Levanto un poco la vista para observar mejor lo que están haciendo, Cleo sólo responde a lo que escucha moviendo la cabeza tanto afirmativa como negativamente. Cuando Semiramis termina con el cuchicheo, el semblante de mi amiga decae hasta el punto en que parece que romperá en llanto en cualquier momento y entonces vuelvo a concentrar la mirada en mi cuaderno por vergüenza a que pudiera darse cuenta que la estaba observando. Pasados unos segundos, vuelvo a mirar disimuladamente y me da la impresión de que Cleo se enjuaga un par de lágrimas con el dorso de su mano.
Si hay algo que yo más odio en este mundo es que alguien haga llorar a mis seres queridos, no me cabe la menor duda de que Semiramis le ha dicho algo hiriente a Cleo y no pienso quedarme cruzada de brazos. Me acerco a su mesa decidida a hacerle frente y le dirijo una mirada asesina, ella hace como si no me hubiera visto y se concentra en las fórmulas que el profesor acaba de anotar en la pizarra eléctrica, en cambio, Cleo se sobresalta un poco con mi actitud desafiante y me saluda con la voz temblorosa. — ¡Ho... hola Towy! ¿Co... cómo te va?
Trato de respirar profundamente y serenarme, no es conveniente armar una escena delante de toda la clase y menos aún cuando el profesor Melgar acaba de perdonarme una falta. — ¡Hola Cleo! Todo bien ¿y tú qué tal?
Mi amiga esnifa un poco y vuelve a pasarse el dorso de la mano esta vez por su nariz. — Bien, to... todo va de maravilla.
Está más que claro que Cleo me oculta algo y no entiendo por qué, después de tantos años que tenemos de amistad y de haber compartido todos nuestros secretos, ahora no quiere confiar en mí. Decidí que por el momento era mejor dejarlo así y volver a mi sitio junto a Dido que agita las manos compulsivamente, señal inequívoca de que está ansiosa por platicarme algo.
— Todavía no te he contado, hay novedades en la escuela — me dice en voz baja.
— ¿Qué novedades? — le pregunto completamente extrañada.
— Melina del grupo C dice que tendremos una profesora nueva de Doctrina Religiosa.
— ¿Y eso? ¿Que pasó con la profesora Hipatia? ¿Por qué dejaría de impartir la materia a mitad del curso escolar?
— Ni idea, yo me quedé patidifusa cuando corroboré la noticia en el tablero de informes... pero bueno, supongo que pronto lo sabremos, tenemos clase con la nueva profesora después de Química.
En cuanto suena el timbre que anuncia el fin de la hora, abandonamos el laboratorio en tropel y bajamos al séptimo piso donde se encuentra el salón en que se imparte la materia de religión a los grupos de mujeres. Al abrir la puerta del aula, mis compañeras y yo nos quedamos paralizadas por la sorpresa, en vez de nuestra profesora conocida desde que iniciamos la preparatoria, nos encontramos sentada en el escritorio a una mujer joven cuyo rostro en forma de óvalo apenas se alcanza a distinguir entre el gran velo de modestia que le cubre casi toda la espalda y el pecho. La nueva profesora frunce un poco el ceño al vernos entrar, y cuando terminamos de acomodarnos en nuestros respectivos lugares, se levanta de su asiento y procede a presentarse.
— Muy buenos días tengan todas ustedes, señoritas. Soy la profesora Asixa Díaz, pero prefiero que me llamen por mi nombre de pila; yo seré quien les impartirá la clase de Doctrina Religiosa en lo que queda del curso escolar...
La profesora Asixa continúa con su presentación y yo apenas y consigo prestar atención a lo que dice, mi mente es un hervidero de preguntas. ¿Qué le habrá sucedido a la profesora Hipatia? ¿Por qué abandonaría su puesto así como así? Si hubiera sido por motivos de salud o alguna otra causa de fuerza mayor ella nos lo habría dicho, es algo muy, pero que muy extraño. La curiosidad me puede y levanto mi mano para que se me conceda la palabra.
— ¿Sí? ¿Dígame señorita..? — inquiere la profesora exhalando un suspiro de molestia por mi repentina interrupción.
— Jordano, Fioletowy Jordano.
— Y bien, señorita Jordano ¿tiene usted algo que decir?
— ¿Qué le ha sucedido a la profesora Hipatia? ¿Por qué ya no nos dará ella la clase?
Las otras compañeras comienzan a murmurar entre ellas, la expresión de la profesora se torna severa y responde ásperamente. — Es evidente que la antigua profesora no pudo continuar en su puesto, de otro modo, no habría venido yo a tomar su lugar. — Y nos lanza una mirada amenazadora para advertirnos que es mejor no seguir haciendo preguntas.
— Muy bien, si no tienen más observaciones que hacer, empezaré con la clase. Pero antes, quiero que me respondan sinceramente una sencilla pregunta: ¿son todas ustedes ixonianas?
Las compañeras intercambiamos miradas de sorpresa encogiéndonos de hombros ante aquella pregunta tan extraña y carente de sentido, como todos los ciudadanos de este país nos hemos criado en el ixonianismo desde que éramos bebés, y respondemos alzando nuestras manos para afirmar que efectivamente todas nosotras profesamos la fe ixoniana. La profesora nueva sacudió la cabeza y nos miró con ojos condescendientes que denotaban desilusión y tristeza. — Lo lamento mucho señoritas, pero sinceramente, no creo que ustedes sean ixonianas verdaderas.
Nuestra expresión pasó de la sopresa al espanto. ¿Qué quería decir eso de que no éramos "ixonianas verdaderas"? La profesora Asixa se paseó silenciosamente entre las filas de pupitres mientras nos evaluaba con mirada escrutadora, dejó asomar una pequeña sonrisa de complacencia entre sus labios cuando reparó en Semiramis y su velo de modestia, pero enseguida volvió a ponerse seria y siguió recorriendo el salón lentamente y no se detuvo hasta que llegó a la altura del asiento de Dido que era el penúltimo de la segunda fila. — Usted señorita, póngase de pie... — le ordenó apuntándola con su dedo índice. — Dígame ¿cuando fue la última vez que realizó sus oraciones correspondientes?
Dido se estremeció y se levantó de su lugar muy despacio. — Pues, no... la verdad, no lo recuerdo — masculló avergonzada por haber sido puesta en evidencia.
La profesora dejó escapar un suspiro de indignación y siguió preguntando a las demás compañeras al azar. — ¿Y usted? ¿Cuándo realizó su última oración? — A excepción de unas pocas, entre ellas Cleo, la mayoría tuvo que reconocer que habían pasado varios días e incluso meses desde la última vez que habían rezado.
— ¡Esto está muy mal! — espetó al volver a su lugar meneando la cabeza en señal de desaprobación. — Quiero suponer que al menos conocen lo básico de la doctrina ixoniana — y desde su asiento paseó la mirada por todo el salón. — A ver, usted jovencita... — dijo dirigiéndose a una compañera de nombre Zulema — ¿puede recitar de memoria las Diez Ordenanzas?
Zulema asintió con la cabeza y procedió a enumerarlas. — Primera Ordenanza: El Divino Rey es el único digno de alabanza y a Él solo servirás; Segunda Ordenanza: No te harás ninguna imagen de personas, ni de animales, ni de árboles, ni ningún otro ser viviente para rendirles adoración; Tercera Ordenanza: No blasfemarás el santo nombre del Divino Rey; Cuarta Ordenanza: No te ... ¿eh? no, esa no es... ¡oh no! Espere, ya recordaré la que sigue...
La profesora esbozó una mueca de decepción ante el titubeo de Zulema, le ordenó con las manos que tomara asiento y se dirigió a Cleo que se encontraba sentada justo enfrente de ella. — Y usted ¿podría decirme cuáles son las Siete Faltas Principales? No creo que le sean tan difíciles de recordar.
— Sí, profesora... — respondió Cleo tratando de mostrar seguridad aunque el temblor de sus manos delataba su nerviosismo. — Las Siete Faltas Principales son: mentir, calumniar al prójimo, tomar lo ajeno, ser perezoso, dejarse dominar por la lascivia, aprovecharse del necesitado y atentar contra la vida propia y la ajena.
Por primera vez en lo que iba de la hora, la profesora Asixa sonrió complacida. — Desde esta primera clase, quiero que comprendan bien una cosa, señoritas. Ser una verdadera ixoniana es mucho más que simplemente asistir los domingos a la iglesia, rezar al levantarse y antes de acostarse o decir simplemente "yo creo en el Divino Rey". Todas esas cosas las puede hacer cualquiera, pero para ser una practicante de verdad se necesita creer de todo corazón que el Príncipe Ixo murió para salvarnos del castigo eterno que merecíamos por nuestras faltas, arrepentirnos y llevar una vida justa y recta delante de Él ¿Lo están haciendo realmente?
El aula quedó sumida en el más profundo silencio, lo único que escuchaba eran los latidos de mi corazón que retumbaban con fuerza en mi pecho.
— Esto es muy importante — continuó la profesora — muchas de ustedes están por realizar su Reafirmación en la Fe y ya es hora de que empiecen a tomarse en serio lo poco que han aprendido de la Sacra Compilación a lo largo de su vida.
La "Reafirmación en la Fe" es otro gran acontecimiento que nos espera a todos los jóvenes de La Sociedad al cumplir dieciocho. La Reafirmación, como su nombre lo indica, se trata de reafirmar públicamente, ya como adultos hechos y derechos, nuestra fe y lealtad al Príncipe Ixo. Se lleva a cabo seis meses después de cumplir la mayoría de edad en una ceremonia especial donde el reverendo nos acercará una Compilación de Textos Sagrados y nos hará repetir un juramento especial que deberá ser sellado al colocar las palmas de nuestras manos sobre la cubierta de la Sacra Compilación.
A la hora del almuerzo, mis amigas y yo bajamos al comedor que se encuentra en el quinto piso, y el tema principal de conversación se centró en la profesora nueva. — Pues si que fue una clase muy dura, esta profe tiene un carácter muy fuerte — comentó Dido.
— Ya lo creo — respondí con la mirada perdida. — Pero sigo inquieta por saber qué le ocurrió a la profesora Hipatia.
— Yo igual, honestamente no creo que logre aprobar la evaluación final de Doctrina Religiosa con una profesora tan estricta; además, la presentación de mi Proyecto de Vida será en el último mes del semestre ¡Me voy a volver loca!
— Menos mal que ya pronto terminaré con eso y podré dedicar más tiempo a estudiar para los exámenes, mis últimos resultados han dejado mucho que desear.
— Y bueno ¿a ti qué te pareció la nueva profesora, Cleo? — inquirió Dido sorprendida por el extraño silencio que guardaba nuestra amiga.
A pesar de que sirvieron su comida favorita, ramen bañado en salsa teriyaki con verduras, y haber sido la única que respondió correctamente en la clase de la profesora Asixa, Cleo tenía sus ojos tristes posados sobre su plato, revolviendo lentamente la pasta con el tenedor sin probar bocado.
— Cleo ¿te encuentras bien? ¿sucede algo? — volvió a preguntar Dido con evidente preocupación.
— Eh... sí, perdonen, es solo que estoy un poco distraída ¿Qué decían?
Dido me pregunta discretamente con la mirada qué es lo que ocurre con Cleo, es evidente que tiene un gran problema metido en la cabeza; yo sigo pensando que lo que Semiramis le dijo en el laboratorio es la causa de sus angustias, pero decido no comentar nada al respecto y retomar la plática sobre la clase de religión.
El estado de ánimo de Cleo no mejoró mucho en el transcurso del día, en los momentos que tuvimos tiempo libre para platicar las tres juntas, constantemente escuchó varias veces de nuestros labios la misma pregunta: "¿Va todo bien?" a la cual ella siempre respondía positivamente, aún cuando su rostro y el tono de su voz daban a entender justo lo contrario.
Al terminar las clases vuelvo a casa completamente agotada, cuando me siento a la mesa del comedor le muestro el reporte por impuntualidad a mi mamá y ella me echa un largo sermón sobre la responsabilidad durante toda la hora de la comida. Pero no puedo quejarme, lo tenía bien merecido, es el precio que tengo que pagar si quiero empezar a ser una mujer responsable.
Para quitarme un poco el estrés y el cansancio decido darme un buen chapuzón en la tina y poner la radio a todo volumen para no escuchar ni mis propios pensamientos. Nada más salir del baño me dan ganas de tirarme sobre la cama y dormir un mes entero, pero no puedo, porque le prometí a mi primo Jerón que iría a verlo hoy por la tarde.
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