Me senté y empezamos una conversación, como quien no quería la cosa. Amaba la música indie, tocaba la guitarra, escribía, dibujaba. Mientras tanto me preguntaba, si había algo que este chico no hiciera. Si habría algo que esa mente tan desordenada pareciera no amar. Parecía como si tras su espalda una especie de alas se escondieran, porque estaba claro que un chico como él no vive en el suelo, sino en las nubes; muy, muy lejos de aquí. Tenía ese aire, de no ser de aquí, de no ser alguien terrestre, tenía ese magnetismo que te empujaba hacia lo desconocido. Creo que hacía mucho que no me lo pasaba tan bien con alguien. Alguna que otra vez intercambiaba miradas con Dani, que miraba muy atento y divertido la situación, sin ninguna clase de reparo. Había algo que irradiaba en mi interior, una clase de sentimiento que no acababa de identificar y que parecía haber resurgido. Pasamos más tiempo juntos, del que habíamos pensado. El tiempo pasó, como si en vez de haber sido las horas que fueron, hubieran sido nada más que unos pocos microsegundos. Ya era hora de irnos, de separarnos y a saber cuándo volveríamos a encontrarnos. Bajé la vista un segundo y mis ojos, del ventanal pasaron a la mesa. Y me sorprendió lo que ví. ¿En qué momento habíamos entrelazado los dedos de manera tan sutil como para que ni yo misma me diera cuenta? Quizás su sonrisa sí me había hechizado, incluso más de lo que había previsto. Estaba claro, que le había subestimado, probablemente demasiado. Él sonreía, muy consciente de lo que estaba pasando, y creo que también de los cabos que mi cabeza estaba atando. Me estaba empezando a dar cuenta de lo cálidas y suaves que eran sus manos, y empecé a rozar con mis dedos los callos de las suyas, que probablemente fueron creados por el uso continuo de un bolígrafo, lápiz o de la propia guitarra que decía tocar. De repente reaccioné y mi mente empezó a recordarme que debía volver a casa, que ya sería tarde. Me levanté y cogí mi bolsa. Miré al chico por unos instantes, estaba petrificado, como si su mente estuviera funcionando más lento que los eventos que estaba viviendo. Le dejé ahí, petrificado, parado, sin que una sola palabra saliera de su boca. Fuí hacia los escalones, y de repente, sentí que alguien me agarraba fuertemente del brazo, obligándome a darme la vuelta. En unos pocos segundos, acabé besando al chico que hasta hace unos instantes había dejado congelado en la mesa. Él me agarraba instintivamente de la cintura, y yo en consecuencia tenía mis manos alrededor de ese cuello suyo que estaba lleno de constelaciones, hechas a base de lunares. Era una sensación que sentía desconocida, tal vez era que simplemente estaba un poco olvidada. Era una sensación...placentera, quizás un poco fogosa. Me resultó sorprendente darme cuenta del sabor de sus labios, al sabor de esa bollería siciliana rellena de helado. Poco a poco, se fue despegando de mí, aunque aún me tenía cogida de la cintura y yo seguía con los ojos cerrados cogida de su cuello. Se me acercó un poco, lo suficiente como para rozar mi cuello con su aliento y susurrarme al oído:
Y ahora que tienes el beso que te debía, dime, preciosa. ¿Saben mis labios a café? Por cierto, para que sepas que nombre debes buscar en tus escritos cuando hables del chico que te robó un beso, me llamo Ieltxu. Por si no lo encuentras, te dejé mi número en la mochila mientras ibas al mostrador. - me sonrió, me dió un beso en la mejilla y desapareció tan rápido como había aparecido.
Yo me quedé ahí, congelada cual estatua de hielo, procesando lo que acababa de pasar. Al rato, Daniel se encontraba a mi lado, proclamando lo que podríamos llamar una silenciosa victoria. Me miraba con una sonrisa socarrona, y con ese brillo de diablillo travieso decorando sus satélites.
¿Y tú qué miras? - le dije con los brazos cruzados sobre el pecho.
¿Yo? Nada, no estoy mirando nada. Ahora dime, ¿te ha pedido el número?
Me ha escondido el suyo en la mochila.
Bien, bien. Vamos a por lo interesante: ¿qué tal besa?
¡Daniel!
Vale, vale. - dijo levantando las manos, como si le estuviera amenazando con un revólver allí mismo. - Relájate chica, que ya sabes que estoy de coña. ¿Al menos te quedaste con su nombre?
Ieltxu, se llama Ieltxu.
¿Le llamarás?
Quizás, eso creo…
Daniel me abrazó, enterrando mi rostro en su mandil negro, con eso él me lo decía todo. Porque en el fondo hay personas, con las que sobran las palabras, que hablan más los silencios conjuntos y las acciones compartidas. Me acompañó hasta la calle y aunque nos costó bastante separarnos, cada uno tomó su lado. Esa tarde iba tan absorbida, que no me dí cuenta si José seguía ahí…
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