Eran las 17:15, cuando Daniel me llamó. No entendía porque, ¿no se suponía que hoy tenia turno en la heladería? Le cogí la llamada y lo dejé en altavoz mientras que acababa de atarme el flequillo.
- Citalli, en 15 minutos estoy en tu casa. Hoy salimos, sí o sí.
- ¡Pero si sigo en pijama!
- ¡Me da igual! Te vistes, te maquillas y salimos. Hoy tengo día libre, y quiero pasarlo con mi mejor amiga, si no te importa.
- Bueno, vale. Pero que sean 20. No te creas que me resulta fácil maquillarme y peinarme con tanta prisa. Oye, ¿y a donde me vas a llevar qué quieres que me maquille? - pregunté desconcertada.
- Déjate de preguntas y ponte manos a la obra, venga, hasta luego preciosa, te quiero.
- Te quiero.
Y colgó. Que raro que me pidiera que me maquillara. A saber qué estaría tramando, pero no me pondría a hacer conjeturas. Puse un poco de música de fondo y empecé a buscar lo que pensaba ponerme. Mientras que cantaba distraída, cogí el top blanco, los pantalones negros, las plataformas negras, y la chaqueta del equipo de baloncesto. Cuando acabé de vestirme, cogí el altavoz y me lo llevé conmigo al baño mientras que cantaba dando vueltas por el pasillo. Al llegar, lo dejé sobre el lavabo, y cogí el cepillo de pelo con el plan de peinarme, el cual acabó siendo casi un experimento fallido, porque mi pelo estaba en uno de esos días que no se dejaba peinar. Lo dejé sobre el lavabo y empecé a buscar en el neceser, el maquillaje que pensaba ponerme. Unos minutos más tarde, estaba acabando de aplicar el delineador sobre la línea de mis ojos. Un poco de rímel y de pintalabios rojo mate, y ya estaba lista para salir. Cogí la cartera, el móvil y las llaves y salí por la puerta. Mientras que estaba dentro del ascensor, me miré al espejo, estaba claro que cuando me lo proponía podía ser todo un espectáculo. Llegué al portal, en un abrir y cerrar de ojos. Allí me esperaba David, con un pequeña mochila en los hombros. Abrí la puerta del portal, para avanzar hacia él. Cuando me vio, vino hacia mí con una velocidad extraordinaria y me cogió entre sus brazos de manera que mis pies ya no tocaban el suelo. Mientras que me abrazaba conmigo suspendida en el aire, me estaba cubriendo de besos el pelo y las mejillas. Yo mientras tanto reía.
- ¡Para ya, salvaje! - decía entre carcajadas. - ¡Bájame de una vez!
- ¡Nunca! Mi niña pertenece al cielo, no al suelo. - eso último lo dijo con una seriedad pasmosa. - ¿Sabes que voy a hacer?
- ¿El qué? - un brillo malévolo decoraba sus ojos. - Oh no, eso no. ¡Daniel Cruxio, ni se te ocurra!
Antes que me diera cuenta, ya estaba sentada en sus hombros. No iba a oponer resistencia si ya estaba arriba.
- Has ganado la batalla, pero no la guerra.
- Me da igual, todo con tal que toques las estrellas.
- Bueno cariño, si tú lo dices, yo no te lo voy a discutir.
Entonces él sonrió y yo le besé la frente. Era gracioso, como estando junto a él me sentía capaz de ir con él hasta el infinito y más allá, sólo porque él estaba conmigo. Miré a las nubes, me faltaba muy poco para tocar el cielo y robarle a ese eterno azul unas pocas nubes para dejárselas a Daniel en el pelo. Él miró hacia arriba, y se rió al ver la manera en la que yo intentaba alcanzar al cielo. Desde niños, siempre habíamos sido una pareja un tanto única. Y aún a día de hoy, seguimos siendo tan únicos. Le pregunté porque llevaba la mochila, y me hizo gracia su respuesta. Con una enorme, y hermosa sonrisa que le ocupó todo el rostro me dijo que era su pijama y su ropa para el día siguiente para quedarse a dormir en mi casa. Yo me quedé sorprendida, con los ojos comos platos, pero tenía que admitir que los dos sabíamos que iba a acabar invitándole a dormir en casa, como hacía siempre que salíamos. Se notaba, que a estas alturas, nos leíamos inconscientemente el pensamiento. Le volví a preguntar otra vez, a dónde nos dirigíamos, y otra vez se negó a contestar, también le pregunté porque me hizo maquillarme, pero tampoco me contestó a esa pregunta. A cambio de las preguntas sin respuesta, me dijo que estaba tremenda. Que normalmente ya estaba genial sin maquillaje, pero que con maquillaje los chicos caerían todos, uno por uno con una puntería infalible. Yo mientras tanto, con toda la sangre en mis mejillas, le acusaba de exagerado. Y él me decía que no estaba exagerando. Era una batalla que no íbamos a ganar, ni él ni yo. Con lo cual decidí dejarlo estar. Al rato me dijo que cerrara los ojos, y yo le hice caso. Conmigo teniendo los ojos cerrados, me bajó de sus hombros, me cogió de la mano y empezó a guiarme por un lugar que yo desconocía. Empecé a oír la música, la voz de la gente, el bullicio constante. No sabía dónde estábamos, lo único que sabía con seguridad es que no estábamos en una discoteca, porque sino ya me habría chocado con más gente, que con la que realmente me choqué. Después de haber caminado un rato, Daniel se paró en seco, y se sentó. Yo me senté con él, él me soltó la mano y puso sus manos de manera que pudiera taparme los ojos.
- ¿Lista?
- Yo siempre estoy lista en lo que se refiere a ti, Cruxio.
- Entonces, a divertirnos princesa.
Me destapó los ojos. Y empecé a fijarme en cada detalle del pequeño local. Había unos pequeños reservados en los laterales del local, en el centro, que era donde estábamos nosotros, una serie de mesas y sillas de madera. Delante, había un pequeño escenario, con una pequeña pantalla y unos micrófonos en un extremos, A la derecha del escenario, había como una especie de bar o de cocina, nunca he estado muy segura que era. A medida que mis ojos recorrían el lugar, lo fui reconociendo. Era el karaoke, en el que Daniel y yo habíamos pasado tanto tiempo. Ese sitio que, además de La Romana, era como nuestro segundo hogar. Miré a Daniel con una gran sonrisa, y él me la devolvió. Le abracé sigilosamente, y él me devolvió el abrazo. Se levantó y me preguntó si quería algo de beber. Yo le respondí que lo que él escogiera, que me fiaba de su criterio. Cuando le dí mi cartera, me la devolvió. A pesar de mi constante negativa, insistió en que él pagaría las bebidas esta noche, que a la siguiente invitaría yo, y antes que pudiera ofrecerle otra negativa, salió disparado a la barra. Suspiré y me puse con el móvil. En realidad, no estaba haciendo nada con él, pero era más por la sensación de tener algo entre las manos. En un abrir y cerrar de ojos volvió con dos bebidas en la mano.
- La Casera para la señorita. - dijo mientras dejaba mi bebida en la mesa.
Gracias - le respondí con una sonrisa.
- Y la Coca-Cola para mí. - dijo mientras se sentaba.
- Perfecto, ¿qué quieres cantar primero?
- No sé, ¿quieres alguna canción en especial?
- Yo no, ¿y tú?
- Me apetece mi favorita.
- Pues venga, allá vamos.
Nos levantamos de la mesa, y nos dirigimos al escenario, donde los dos cogimos los micrófonos que había apoyados un poco antes del telón. Daniel cogió su micrófono y se fue a la pequeña pantalla a seleccionar nuestra canción, mientras que yo cogía el mío. Apretó el botón, y corrimos los dos hacia el centro del escenario mientras que sonaban las primeras notas de la canción, para acabar los dos espalda contra espalda. Yo iniciaba la canción, mientras que cantaba, le tocaba los dedos y poco a poco me iba alejando. No puedo vivir sin ti, no hay manera, no puedo estar sin ti, no hay manera cantaba mi voz, cada vez bajando más y más el volumen, dándole entrada a las estrofas de Daniel. Cuando la última sílaba salió de mis labios, me dí la vuelta y miré a Daniel a los ojos. Él me respondía, con energía, acortando el espacio que nos separaba con cada paso que daba. Cantaba a mi alrededor, como si esperara una respuesta por mi parte. Me cogió de la mano, y bailó conmigo sobre el escenario, mientras que cantábamos nuestro dueto, con tal concentración, que en el fondo, para nosotros no había nadie más que el otro en esa habitación. Acabamos la canción, a escasos centímetros el uno del otro, notando el corazón y la respiración agitada del otro. Sus ojos buscaban los míos, de la misma manera, que los míos buscaban los suyos. La sala, que hasta hace unos instantes estuvo sumida en un imperturbable silencio, estalló en vítores y aplausos. Daniel y yo, nos giramos, dedicándole nuestra mejor reverencia a nuestro pequeño público. Esa química que teníamos sobre el escenario, era algo que fuimos desarrollando a lo largo de los años. dejamos los micrófonos en su sitio, y bajamos del escenario. Nos sentamos, y pasamos el resto de la noche escuchando cantar al agente, que se subió al escenario, después de nosotros. Mientras tanto, él y yo hablábamos. De cosas importantes, que para las estrellas serían minucias. Hablábamos de cosas que se convirtieron en la música de nuestro día a día. Le hablé de Ieltxu, y me sonrió. Aunque no me dijera nada, yo sabía que le hacía feliz, que yo tuviera a alguien que convirtiera mis días grises en alegrías, más allá de él mismo. A medida que fuimos hablando, el tiempo fue transcurriendo. Las horas pasaron fugaces, y cuando ya nos quisimos dar cuenta, teníamos que regresar a casa. Cogimos nuestras cosas y nos fuimos. Camino a casa, jugamos por la calle, como cuando éramos niños. Mirábamos a las estrellas que componían el firmamento, y buscábamos cogerlas como si nos pertenecieran, pero su polvo se escapaba de entre nuestros dedos. Al llegar a casa, nos quedamos rendidos bajo el roce de las sábanas, sin ni siquiera habernos cambiado de ropa.
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