Los días pasaron, mi llegada a la aldea no fue de muchos frutos que digamos, no era una vida fácil para un joven omega de solo 18 años y menos con un bebé alfa de apenas 6 meses de vida, sumándole las pocas monedas que me quedaban encima para la comida y las constantes visitas de los militares en ese pueblo, sabía que debía de tener cuidado, pero algo inevitable ocurrió.
Sus llantos no paraban, la fiebre no bajaba, vomitaba los tés que le preparaba, no sabía que más hacer, la desesperación me llenaba por completo, ¿qué podía hacer? , me preguntaba con desesperación meciendo el pequeño cuerpo caliente de mi hermano, el temor de que fuera una de esas gripes extrajeras de las cuales mis padres me habían mencionado con anterioridad en el pasado. La fiebre iba en aumento, no me quedaba otra alternativa, debía buscar ayuda.
Al llegar a la carpa de los heridos, le rogué al médico, al sanador, que nos atendiera, que le pagaría todo lo que tenía, el aceptó y estuve todo el tiempo con él mientras revisaba a mi pobre hermano; el diagnóstico llegó, y pude respirar nuevamente.
―Es solo una gripe infantil, dale esto una gota por cada 3 horas ―dijo entregándome un pequeño frasco que contenía un líquido de tono morado, me advirtió que era mejor que solo lo mezclara con las bebidas del menor y no con las comidas.
―Lo haré, muchas gracias doctor ―dije más calmado tomando a mi hermano y acomodándole la ropa, algo sucia pero u sable que ambos llevábamos, el médico al vernos más detalladamente nos pidió que nos quedáramos un momento en la carpa, yo acepté y a los pocos momento él regreso, su amabilidad me sorprendió, en este mundo eso era algo raro, más que todo con los extraños, él me entrego un envase con comida caliente, unas mantas, un biberón con la mamila preparada, un bote con leche en polvo y una botella de agua fría.
―No es mucho, lo sé, pero te puede servir y más en estas circunstancias ― El suave tono con el que me habló, era dulce, hasta ahora que me dedico a mirarle, me doy cuenta de lo alto que es, de su melena rubia como el girasol, de sus ojos azules como el color del cielo, de esa cálida sonrisa que te hace sentir único en esta vida; en ese instante desvié la mirada avergonzado. Era la primera vez que me sentía así por una persona, mi corazón estaba acelerado y sentía mis mejillas arder, con un ligero tono carmín.
―Gracias― Fue lo único que dije, para poder tomar las cosas con cuidado y poder guardarlas en mi bolso, tomando a mi hermano y sintiendo su cuerpo menos caliente; lo cual hizo que sonriera inconscientemente, la fiebre había cedido al fin, ya podía respirar con más calma y retirarme de ese lugar, mientras me alejaba podía sentir la mirada de ese médico en mi espalda. Nuevamente debía tomar una decisión, tenía que buscar un lugar para vivir, y más para proteger a mi hermano del frío para que no cayera nuevamente en esa gripe.
“Debía protegerlo a toda costa, esa era mi misión”
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