Al ver los ojos de Cristian lo supe, él tuvo la misma idea, debíamos de permanecer en silencio, empacar lo más importante e irnos. Rápidamente Cristian y yo guardábamos todo aquello necesario en su maleta, los medicamentos y cualquier cosa que él fuera a necesitar, comida en latas y agua, eso era lo más esencial, en esos momentos.
El ruido de los galopes de los caballos, el sonido de vehículos acercándose, los hombres marchando y las armas siendo preparadas, provocó que se nos congelara el corazón. El miedo, el pánico, ese escalofrío que cruza nuestras espaldas provocando que nos estremezcamos, era una clara señal de nuestro propio instinto pidiéndole a gritos a nuestro cerebro que debíamos correr.
―Leo, vamos por la parte de atrás, nadie podrá vernos salir ―Las palabras de Cristian resonaron en mi mente, no era un mal plan y nos permitiría escapar del desastre con el tiempo necesario, yo solo asentí estando de acuerdo con él.
Al salir de la carpa, ninguno de los dos estaba preparado para la escena tan grotesca de la cual fuimos testigos, esto no podía llevar otro nombre más que lo que era, esto era una masacre, la sangre regada en el piso como el agua, los cuerpos, muchos enteros, otros desmembrados, decapitados o con el estómago abierto permitiendo que cualquiera viera la anatomía humana desde adentro. El llanto de dolor y los gritos de desesperación de los familiares nos llenaban de una gran ansiedad, percibíamos en el pesado ambiente a tantas muertes en masa, los militares se llevaban a todos, mujeres, niños, alfas, betas, omegas y mataban a todo aquel que se resistiera, las calles estaba repletas de cadáveres, y entre los gritos de la gente, se podía escuchar una vos clara, fuerte y demandante, una voz que hasta me parecía familiar, la cual dictaba órdenes a sus hombres.
―Leonard no te distraigas ―Me susurró mientras me tomaba de la muñeca, guiándome con cuidado entre las sombras de los edificios, tenía razón, no era el momento para pensar en esas cosas.
“Si hubiera prestado más atención….”
Al seguir nuestro camino pude ver como una madre era separada de su hijo de apenas 5 años, conocía a la mujer, era la señora Eliza, una mujer a la cual atendí por dolores en la espalda hace menos de una semana, y su hijo tenía por nombre Gabriel, su padre por lo que pude ver, fue una de las víctimas de la masacre. Al ver aquello, pegué más a Nataniel a mi cuerpo, quien permanecía callado pero con lágrimas en sus ojos, yo solo le sonreí tratando de calmarlo, nada ni nadie me quitaría a mi hermano. Seguíamos caminado entre las sombras de cada edificación, muchas en escombros por las explosiones provocadas por las granadas, nos faltaba poco para llegar a la entrada del bosque, ¡parecía que lo íbamos a lograr!
“Que equivocado estuve…”
Pudimos ver a un grupo de mujeres con sus hijos que trataban de huir igual que nosotros en el camino del bosque, uno de los niños se había torcido el tobillo y la madre no podía cargarlo, el corazón de oro de Cristian le impedía dejar morir a sus pacientes si estos aun podían vivir y luchar, él mío también me lo impedía, era una clara señal de aquello el dolor punzante que sentí cuando vi al grupo de 4 mujeres, 6 infantes, alfas, betas, omegas. A estas alturas el rango ya no importaba, lo importante era sobrevivir en esta guerra.
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