Los disparos y los gritos sonaban cada vez más cerca, ¿qué demonios estaba pasando?, ¿por qué entre más nos alejábamos del pueblo más fuerte se escuchaban los gritos?, fue en entonces que nos dimos cuenta, los pocos sobrevivientes que lograron escapar, nos venían siguiendo mientras corríamos, ¿acaso nos vieron huir?, mi mente se nublaba con muchas preguntas, pero de algo estaba seguro, íbamos a escapar a como diera lugar, aun si éramos o no los guías de los pocos sobrevivientes de esta masacre, nosotros viviremos. Seguimos corriendo y corriendo, la noche se hacía cada vez más fría, los disparos y los gritos no paraban en todo nuestro trayecto, los militares nos pisaban los talones y de verdad parecía que no teníamos oportunidad de escapar, pero aun así seguíamos corriendo, Cristian por sus pacientes, esas mujeres y niños se volvieron sus pacientes y él lucharía por sus vidas, yo por Nataniel, debía cumplir la promesa que le hice a mi madre antes de morir.
En algún momento de la madrugada, los disparos y los gritos dejaron de sonar, nosotros logramos conseguir refugio en una cueva cerca a las montañas, no muy lejos de ahí se encontraba el río, para poder llenar las cantimploras y botellas vacías. Prendimos una fogata lejos de la entrada y todos nos acercamos para calentar nuestros helados cuerpos. Finalmente, al poder respirar con algo de paz, me di a la tarea de revisar que Nataniel estuviera bien, era el mejor bebé del mundo, sabía cuándo permanecer callado y cuando hacer uno de sus berrinches.
―Gracias a Dios, estás completamente bien ―Le dije dedicándole una sonrisa de alivio a la cual, él correspondió acariciándome las mejillas con sus pequeñas manitas― La verdad es que estaba muy preocupado por tu bienestar mi bebé ―Me sinceré con él, después de todo Nataniel era como mi hijo, ya no solo lo quería como un hermano menor si no que ahora yo debía de ocupar el puesto de madre y padre para él.
―¿Nataniel y tú se encuentran bien? ―La voz preocupada de Cristian me hizo alzar la cabeza para verlo a los ojos.
―Sí, los dos nos encontramos bien, gracias Cristian ―Le agradecí, me entregó una de las latas de comida abierta y con una cuchara como cubierto para comer.
―Eso es un alivio, las mujeres y los niños se encuentran bien, el del tobillo estará bien con algo de reposo.
―¿Qué crees que fue lo que pasó? ―Le pregunté directamente y sin rodeos.
―La verdad es que no lo sé, no puede ser ninguna táctica militar, acaban de atacar a un pueblo que es neutral en esta guerra, ¿y para qué? Nosotros nunca le negamos algo a ellos, les dábamos servicio, comida, cuidábamos de sus heridos, realmente no entiendo sus acciones ―bajó la mirada hacia sus zapatos mientras se sentaba a mi lado, todos lo habíamos oído. Cristian tenía razón, ¿cuál sería la verdad detrás de las acciones de ese pelotón? ¿Qué ganaba al destruir y masacrar al pueblo? Era algo que todos nos preguntábamos.
―Yo escuché que el capitán estaba buscando a un omega en específico ―dijo una de las mujeres presentes, de cabello rubio, ojos azules y de vestimenta sencilla, pantalones negros y blusa verde pastel con volantes en los hombros, por su apariencia y forma de sentar estoy seguro que era una beta ―Oh, disculpen que me meta en la conversación, soy Anabel.
―No, descuida, después de todo hay que buscar alguna razón lógica para esta masacre ―La disculpó otra de las mujeres quien abrazaba a tres de los niños, sus hijos, por la forma tan maternal y protectora en que los acaricia, y la manera en como ellos se aferran a la señora con desesperación ―Mi nombre es Miranda y ellos son mis hijos Zack, Arturo y Amanda ―Los niños, igual que su madre eran castaños de ojos verdes, eran la viva imagen de ella.
Buscarle lógica a lo que habíamos vivido no sirvió de mucho, al final solo logramos conocernos por los nombres hasta que llegó mi turno.
―Y dinos querido, ¿cuál es tu nombre? ―Me preguntó la señorita Gabriela, quien era madre de dos niñas y cuidadora de su sobrino Tobías, quien se había doblado el tobillo, era una mujer pelirroja de ojos azules como los de su hija Clarisa, pero al contrario de su hija Claudia quien era castaña de ojos marones, igual a su padre según la señora Gabriela, y el niño era la combinación de ambos, era pelirrojo con ojos marones.
Cristian me ayudo a esquivar la pregunta, él era el único quien sabía mi nombre, el resto de la noche lo pudimos pasar tranquilamente, provocando que nos dejáramos llevar por el reino de los sueños, Morfeo, y bajáramos la guardia.
“Creo que hubiera sido mejor seguir caminado, seguir y seguir, y nunca parar, quizás hubiera sido diferente mis destino ahora…”
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