―¡Responde a las preguntas! ¡Chico! ―El nudo en mi garganta se hacía cada vez más grande, sentía como si me fuera a desmayar con Nataniel en brazos.
―Mi nombre es Leonard Garsia, omega, también un sanador herbólogo ―pude notar que con la mitad de las respuestas, todos me veían, algunos con asombro por no detectar alguna marca en mí que me denominara como omega, o quizás por mi profesión, ya que mis padres eran los únicos herbólogos de la región, y otros con lástima, el destino que me esperaba no era la guerra, sino uno peor que morir en combate.
“El destino de servir para vivir”
―¿Y el bebé que traes? ―Era muy clara la señal, si decía que era mi hermano me lo quitarían para ellos criarlo, pero si decía que era mi hijo podía conservarlo hasta que tuviera edad para aprender a luchar.
―Es mi hijo…
Después de que los militares obtuvieran las respuestas deseadas, éstos me agarraron de los brazos con más cuidado del que yo pensé que me tomarían, y me llevaron a la caravana donde estaban otras mujeres y niños. Al acercarme, sentí como poco a poco los tobillos se me hacían más pesados, las manos alrededor del pequeño cuerpo de Nataniel las sentía muy pegadas como si de algún tipo de grillete se tratase, creo que esto es lo que llaman “la sentencia del destino”.
Los militares nos obligaron a subir, yo fui el último, tratando de ver por algún lado la silueta de Cristian, sus ojos eran lo que más buscaba, una afirmación de la promesa que en algún momento él me hizo, “yo te protegeré”, entonces ¿por qué no actuaste?, ¿por qué dejaste que me atraparan?, supongo que al final cada hombre vela por su propia supervivencia. Dijiste una vez “tu vida vale más que la mía”, entonces ¿por qué simplemente te resignaste a no actuar, a no luchar por mí? Si yo era tan importante para ti, o al menos eso era lo que me decías.
Con la desilusión de la desaparición de Cristian, la angustian de a dónde nos fueran a llevar los militares, el dónde iba a terminar parado, me tenía intranquilo como a todos los que íbamos en esa caravana, madres abrazaban a sus hijos, tías, hermanas, sobrinas y hasta mejores amigas que se habían vuelto como hermanas, buscaban refugio en brazos de cocidos. Mi mirada bajó, permaneciendo quieta en el pequeño bulto entre mis brazos, Nataniel me miraba con ganas de llorar, era cierto que el pequeño era capaz de darse cuenta de la atmósfera de incertidumbre de la cual era rodeado.
―Ya mi pequeño bebé ―pegué su pequeña frente a mi hombro y le acaricié la espalda, para tratar de calmarlo, lo cual fue en vano, el pequeño comenzó a llorar, rompiendo el silencio de la caravana, al cabo de unos minutos los militares mandaban a callar al pequeño o moriríamos, yo hacía lo que podía para calmar el llanto del bebe.
―Dale una gota de esto en su boca, eso lo calmará ―Una de las mujeres me entregó un pequeño frasco con un líquido espeso en su interior, confiar o no confiar, ese era el dilema, pero al notar como la caravana paró en seco provocando un movimiento brusco en todos nosotros, no me quedó de otra. Coloqué a Nataniel en mi regazo, el pequeño movía sus brazos y sus piernas incómodo y acalorado, abrí el frasco y con el gotero del mismo, tome un par de gotas, coloque una en el dorso de mi mano y la probé, era miel, sin duda calmaría a Nataniel. Cumpliendo con las órdenes de la mujer coloqué una pequeña gota en la boca de mi hermano, quien al instante dejó de llorar, saboreaba en su boca tratando de reconocer el nuevo alimento y comenzó a reír alegre y tranquilo, como él siempre ha sido.
―Gracias ―Le dije a la mujer devolviendo le el frasco, ella simplemente me sonrió, el militar al ver que todo estaba en orden dio marcha al camión. ¿A dónde nos llevarían?, me pregunté, quizás nos tomarían como mano de obra para lavar los uniformes de los militares.
“Ja... Mi mente inocente, traté de pensar en lo mejor del mundo, pero mi destino llegó a ser otro.”
Una subasta, ahí fue donde terminé, al parecer los omegas sin importar que fueran mujeres u hombres eran subastados al mayor postor, oro, plata, ovejas, gallinas, ganado, todo servía de dinero o de cambio en este pueblo, por lo poco que pude oír, este era el pueblo principal, la primera colonia que gobernó el tirano, de aquí salían las tropas, los mayores suministros para la guerra, este era el lugar predilecto para que los militares se regocijaran con su poder. Al momento en que me hicieron subir al escenario, me empujaban sin importarles que cargara un bebé en brazos.
―¡Muy bien damas y caballeros, es momento de concluir nuestra subasta! ¡Éste es un omega muy lindo, joven y con un buen cuerpo! Como pueden observar, ya tiene un hijo, ¡pero venga, les vendo el paquete completo, niño y madre! A ver, a ver, ¿con cuánto comenzamos?
Las cantidades de oro, plata, ovejas y ganado iban en aumento. ¿Qué demonios les pasaba a esta gente?, ¿es que acaso habían perdido todo rastro de respeto por la humanidad?, de entre todo el escándalo una voz masculina, fuerte y demandante se alzó, una voz de alfa.
―300 monedas de oro ―La cantidad era enorme, ¿quién demonios estaba tan loco como para pagar tanto por un simple omega y su hijo?, mi curiosidad fue callada cuando un militar montado en un caballo, le lanzó el saco con monedas al presentador, ¡el destino tenía que estar jugando!, fue lo que pensé al ver el rostro conocido del militar, era el mismo hombre que Cristian había curado hace casi 8 meses atrás, “el militar preguntón”, así fue como lo habíamos apodado Cristian y yo.
―Sí, por supuesto ―El hombre tartamudeó nervioso mientras recogía el dinero, los hombres que antes me habían obligado a empujones a subir al escenario, ahora me llevan con cuidado al frente del militar, quien solo me vio desde arriba de su caballo como si fuera un pequeño animal que había rescatado de la sucia calle.
―Por fin te encuentro ―Después de decir esas míseras palabras, los hombres a mis costados me cubrieron la cabeza con una especie de saco, impidiéndome ver el camino por el cual me llevaban, lo único que me quedó por hacer fue asegurarme de que no me quitaran a Nataniel en ningún momento.
Grande fue mi sorpresa cuando, al quitarme el saco de tela de la cabeza, me vi encontraba en un bello prado completamente verde y lleno de naturaleza viva, ¿acaso era un sueño? ¿Me habían drogado durante el largo camino?, las respuestas eran desconocidas, pero al ver más a detalle encontré el umbral de unas puertas de madera. Me acerqué a ellas y las empujé abriéndolas.
―Al fin entras, ¿qué acaso te gusta, estar afuera como un animalito del bosque? ―La voz del militar me dio la bienvenida a la enorme... ¿Casa, castillo? realmente no sé qué era el lugar donde me encontraba, pero la decoración victoriana me daba una leve idea, de ser una casa privilegiada.
―Bienvenido a mi harén, pequeño omega ―Sus palabras me sacaron de todo rastro de tranquilidad, ¿cómo podía ser esto cierto?, el lugar a donde terminé, ¿era para ser una de las incubadoras con piernas de los militares?, como una de los perros falderos aquellos, pero no de cualquier militar, por la bandana en su brazo, era uno de la élite, que se hacían llamar “la guardia real”; esto debía ser una clara burla del destino.
La noche llegó y al fin pude tocar la suave tela de una cómoda cama, el día siguió con ese hombre preguntándome varias cosas, mis gustos y disgustos, luego él se marchó, sabrá Dios a dónde, dejándome en una habitación para mí solo. Al menos no podía quejarme demasiado, él parecía ser una buena persona. El nombre de Maximiliano era algo largo para él, así que me pidió que lo llamara Max. Por lo que pude ver, es un hombre considerado y muy atento, trató de que me sintiera cómodo con él, hasta mandó a colocar una cuna en el cuarto para Nataniel, creí que con él podría vivir un poco mejor en este mundo.
“Qué tonto e inocente fui, después de todo, caras vemos, corazones no sabemos, y mucho menos sabemos las sentencias que nos prepara el destino”
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