Los días comenzaban tranquilos, era hasta un sueño el poder pasar tanto tiempo con Max, la forma en que me trataba era como si todo mi camino fuera de los muros de su hogar, como si jamás hubiera pasado lo demás o si solo fueran un muy mal sueño, del cual desperté para estar con él. Max no solo se encargó de cuidarnos, sino también de alimentarnos, vestirnos con mejores ropas, se aseguró de que tuviéramos una buena higiene y siempre me recordaba que debía de arreglar mi cabello largo, era más un hombre cuidador de unos niños que un militar ruin y sádico como la gente lo hacía ver.
Una vez le pregunté el porque me había comprado ese día, su respuesta no supe como analizarla, no me dejaba satisfecho, sentía como si esa respuesta significara mucho más de lo que él me dio a entender. Si hoy se lo volviese a preguntar quizás obtuviera una respuesta diferente.
“Cuando el instinto te dice que algo no anda bien, debes de hacerle caso.”
—Max, disculpa la molestia, pero me gustaría preguntarte algo —Lo miro a los ojos algo nervioso pero con determinación, sin importar lo que pasara quería esa respuesta.
—Adelante pequeño, déjame responder tu duda —“pequeño”, ese apodo tierno que él decidió colocarme; aprovecharía los minutos que tenía antes de volver con Nataniel para hacer la pregunta.
—¿Por qué nos compraste en la subasta? —Su mirada cambió, lo pude notar en el brillo de sus ojos marrón claro que había desaparecido, bajando un poco la cabeza dejando que su cabello castaño cubriera sus ojos, ¿qué era lo que me ocultaba?, la duda surgió en mi mente, ese no era un comportamiento normal en él.
—¿Quieres la verdadera respuesta a esa pregunta? —Su voz sonaba profunda, como si lamentara lo que yo respondería.
—Sí.
—La verdad, no fue solo para devolverte el favor de que me salvaras la vida, Leonard, es que presiento que tú puedes ser el destinado de un muy buen amigo mío, no quería que lo supieras así, pero es la verdad, te compré porque pienso regalarte dentro de dos días.
—Ya veo —Dentro de dos días se cumplirían dos semanas de estar en este sueño, otro sueño en el cual caí, por pensar que mi vida podría mejorar.
Después de escuchar la respuesta de Max, decidí regresar a mi habitación, me arrodillé a un lado de la cuna de Nataniel, y dejé que leves lágrimas salieran de mis ojos, todo había sido una mentira, había vuelto a caer en una red de mentiras, y ahora nuevamente debía de huir de ahí, tan solo tenía dos días para organizar y recolectar todo, partiría de esta casa al anochecer del segundo día, ese era mi tiempo límite.
Las horas que siguieron ni Max ni yo nos volvimos a dirigir la palabra, su falsa amabilidad me daba muchas más razones para no volver a confiar en nadie nunca más, tan solo Nataniel sería mi confidente y mi apoyo. Sin que el militar se diera cuenta, comencé a recolectar latas de comida de la alacena, un gotero con miel y menta que sería perfecto para calmar a Nataniel cuando nos fuéramos de tantas comodidades, los polvos para las mamilas y los frascos de compota o papilla que Max había mandado a traer para Nataniel también los guardé en uno de los bolsos, ropa, mantas, pañales, casi todo estaba empacado dentro de las maletas, pero algo me faltaba, y ese era el medio de trasporte.
Cuando la noche llegó, pude ver desde la ventana de mi habitación a los caballos pura sangre y entrenados de Max, me hicieron recordar cuando él me enseñó, no solo a montar uno, sino también cómo llamarlo y atraerlo para que me siguiera, claro, ese sería mi medio de trasporte, montar un caballo que no le sea fiel a Max.
Que no le sea fiel, mi mirada se enfocó en un caballo negro que estaba encerrado en una parte de las cercas, el caballo se llamaba Orión, y por alguna razón detestaba a Max, ese sería mi caballo de escape; con todo listo mi plan parecía perfecto, así que sin más me acosté a descansar, mañana sería mi último día aquí y debía de aprovecharlo al máximo.
“Tenía todo, todo era perfecto, pero un simple mal paso y todo se arruinó.”
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