El último día llegó, tan solo me tocaba esperar el anochecer, decidí que lo mejor que podía hacer en este día, era tratar de que formar un lazo con Orión, según lo que me había explicado Maximiliano, cuando un caballo te aceptaba como jinete este te seguiría fielmente hasta el fin del mundo; esa era la clase de unión que rogaba a los dioses tener con el caballo negro, así que tomando a Nataniel en mis brazos, ambos salimos al patio y nos acercamos al gran animal.
—Hey, hola Orión —Lo saludé, dejando a la vista una manzana roja en mi mano para que el caballo se acercara, lo cual sucedió al instante.
—Mira sé que no nos conocemos muy bien, pero necesito tu ayuda, él es Nataniel, mi hermano —pude notar que el caballo nos daba su total atención, como si realmente nos entendiera.
—El día de mañana, vendrá un hombre no deseado, debemos escapar de aquí, sé que no te agrada Maximiliano —El caballo suspiró fuertemente en forma de disgusto al escuchar el nombre del militar.
—Por eso mismo vengo a pedirte ayuda, ¿tú podrías llevarnos lejos de aquí? —El animal pareció pensarlo por un momento para mover la cabeza en una leve afirmación.
—Muchas gracias, vendré por ti cuando tenga todo listo —El caballo relinchó y se alejó de nosotros mientras yo decidía a qué hora sería mejor irnos. Luego de la cena, Maximiliano se encerraba en su oficina o salía de la casa y no lo volvía a ver, este día no debería ser distinto, ¿verdad?
Al entrar a la casa, pude notar un ambiente raro, lúgubre a pesar de que el sol entrara por las ventanas, el lugar se sentía tenso, creo que la forma de describirlo mejor sería: un ambiente de cementerio, como si algo o alguien se hubiera muerto.
—Te contaré un secreto Leonard —La voz de Maximiliano me sacó de mis pensamientos, yo me preguntaba desde cuando él estaba viéndome desde el asiento del piano.
—¿Un secreto? —dejé al pequeño Nataniel en la alfombra de la sala, donde el pequeño se había acostumbrado a gatear o jugar.
—Si, esta casa perteneció a mis padres, mucho antes de que esta guerra comenzara, eran la típica pareja de beta y omega, mi padre un triunfador en el comercio, un empresario como se les decía antes, y mi madre…
—¿Tu madre? —Me atreví a preguntar, aunque muchas veces, maldecía mi curiosidad.
—Era la más hermosas de las omegas de esta región, su radiante sonrisa era lo que más enamoraba, era ama de casa, siempre estaba ahí para mí y mi padre. Me dedicó mucho más tiempo cuando crecí, sonará como la familia perfecta ¿no?— suspiró, y su mirada se encontró con la mía —Era maravilloso, hasta que todo comenzó, una rebelión, luchas y muertes, entonces él llego a esta región, se enamoró de ella, de mi madre, y asesinó a mi padre delante de mis propios ojos.
—¿El tirano lo asesinó...?
—¿Me preguntas por qué soy así?, preguntas la razón de mis acciones, y la verdad, es él...
Ese tono extraño con el que expresó lo último, ese resentimiento que comenzó a emerger de su voz era imposible de ignorar.
—Él es quien tiene toda la culpa de mis acciones, Leonard.
—Entonces, ¿tú culpas al tirano de todo lo que haces?
—No, no, no, ¡ja ja ja! —La risa que soltó, provocó que se me helara la sangre, ¿qué era lo que ocurría en la mente de Max?
—Pequeño, lo que quiero que entiendas es mi dolor, mi soledad, ¿crees que no me di cuenta de que planeas abandonarme? —No podía dejar que Maximiliano me detuviera, pasara lo que pasara tenía que hallar la manera escapar, aunque no tuviera previsto que me descubriera en un momento tan crítico.
—¿A qué te refieres Max? Yo no planeo nada —Los nervios comenzaron a aparecer y más en el momento en que Maximiliano me tomó de los brazos, clavándome las manos en ellos.
—Quiero que te quedes, ¡desearía que fueras mío para siempre! —Los gritos comenzaron los fuertes zarandeos, provocados por las manos de Maximiliano que se ubicaban en mis antebrazos; comenzaron a asustarme, el llanto de Nataniel no se hizo esperar al ver cómo me maltrataban, traté de escuchar lo que me decía Max para buscar una solución pacífica a este dilema.
—Oh Leonard, eres hermoso como mi madre, no sabes cómo me gustaría que no tuvieras que sufrir lo mismo que ella, no quiero, no quiero que sufras lo mismo que ella sufre, lo mismo que puede sufrir tu hijo, lo mismo que sufrí yo por no ser hijo del gobernador —Las lágrimas comenzaron a aparecer en su rostro bronceado.
—Pero no tengo más opción, él te quiere... Traté, traté de que no le gustaras, hablé mal de ti, pero nada de eso funcionó, eres su nuevo capricho y no te dejará ir hasta que te tenga en su cama o en su harén —Su vos era temblorosa, era una crisis de nervios lo que tenía Maximiliano.
—¿A quién te refieres? —Y aún así, me atreví a preguntárselo.
—A él...a Darius…
“Cuanta razón tenía él, al temer por mi seguridad.”
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