Iniciaba un nuevo día. El sol brillaba sobre Matenas, era como un diamante brillando y cegando a quien no estaba acostumbrado.
La alarma de Pi sonó y ésta abrió los ojos de golpe.
―¡Viernes! ―Gritó animosamente al tiempo que se levantaba de la cama. Salió corriendo de su cuarto dirigiéndose al baño, mientras se desvestía, dejando su ropa tirada en el pasillo.
―¡Pi! ¿cuántas veces te he dicho que no corras desnuda? ―Le gritó su madre, un tanto molesta y apenada, al verla pasar frente a su puerta.
Pero ella estaba tan alegre que incluso cantó en la regadera, algo completamente opuesto a la mayoría de los días. De igual forma, al vestirse su cancioncita sonaba mucho más alegre y animada.
―¡Primero van la bragas, de los pies a las nalgas! ¡En cuello de camisa mete solo la cabeza! ¡Y tus brazos y manos van donde las mangas están! ¡A la cintura viste un pantalón o falda y cinturón! ¡Usa medias en los pies, y zapatos, más no al revés! ―Los fines de semana, incluso, lograba vestirse y arreglarse correctamente.
Pi no se sentó a desayunar, en lugar de eso tomó la cuadrada tostada con mantequilla para llevársela a la boca, y salir a la universidad.
―¡Pelotita! no te olvides de esto. ―Con una cálida sonrisa Ico le lanzó un florete a su hija
―¡Gradiads dma! ― Le respondió con la boca llena y atrapando el florete por el mango.
Durante todas las horas normales de clase, Pi estuvo muy despierta y atenta. Levantaba la mano cada que un profesor planteaba alguna incógnita, siempre respondiendo correctamente como era de costumbre. Se le veía muy activa y participativa.
Finalmente las clases comunes terminaron, y Pi pudo ir a su tan ansiosa práctica.
El edificio cúbico de la universidad era el gimnasio. Tenía dispuesto todo lo necesario para que los jóvenes Matenienses practicarán deportes, pues incluso detrás del mismo había una pista para correr.
Estos no son muy atléticos, de hecho son pocos los que gustan de ser guardias, pero es obligatorio.
Había dos puertas en el edificio, una al este que daba a la pista para correr, y el otro opuesto, al oeste, que tenía de frente al orgullo de la universidad: el dodecaedro. El piso era de madera, y en el centro había líneas blancas que delimitaban una cancha para diferentes usos. Los costados del edificio, a los lados de las puertas, eran destinados a los vestidores, una oficina, el almacén, y las escaleras para las gradas que se encontraban alrededor, en un piso superior.
De un lado de la cancha, cercano a la entrada del dodecaedro, se encontraba una pista de esgrima. Había seis alumnos sentados a lo largo de la pista, vestidos con su traje de esgrima pero sin máscara. Del lado opuesto se encontraba el profesor de igual manera, un hombre cúbico con barba de candado y de aspecto severo. Además se encontraban otros dos alumnos listos para un encuentro, uno con careta pentagonal y el otro cúbica.
Ambos saludaron a la señal del instructor, e inmediatamente tomaron posición de defensa. El primero en moverse fue el de la máscara cúbica que realizó un fondo, impulsándose hacia adelante e inclinando la muñeca a su izquierda.
«¿Por la derecha? »Se preguntó el defensor al tiempo que el atacante se detuvo súbitamente e hizo un medio círculo con la muñeca para apuntar al lado izquierdo del contrario.« ¿Por la izquierda! »El de la máscara pentagonal, confundido, pasó de defender su derecha a defender su izquierda. Pero en ese instante el de máscara cúbica dobló su codo hacia atrás y realizó un fondo con marcha. Llevó la punta de su florete por encima de la muñeca de su rival al centro de su estómago.
―¡Punto! ―Exclamó el instructor― Buena técnica señorita Pi, ¡Si estuviéramos practicando con sable! ―Le reprendió con voz serena― Le recuerdo que estamos en práctica de florete, no puede realizar esos movimientos de muñeca. ―Pi se disculpó y rió nerviosamente.
―¡La señorita Pi avanza! ¡El, siguiente, pase adelante!
Una chica con cabeza piramidal de base triangular se levantó y se puso la máscara. Saludaron y adoptaron posiciones. Casi al instante Pi realizó un fondo y golpeó la punta de la espada con la parte más cercana a la cazoleta, doblando la muñeca de su compañera y llevando la punta de su florete al abdomen, deslizando su hoja por la de su contrincante.
―¡Punto! el siguiente.
Uno a uno pasaron los cinco alumnos restantes, y Pi lograba realizar un punto al primer intento: dando en el hombro, en el pecho, en las costillas, en la cadera, y en el trasero.
―¡Suficiente! ―Gritó el instructor, pero Pi no retiró su florete de la nalga de su compañero― Suficiente señorita Pi ―Dijo más tranquilo, tomando el florete de ésta; el cual estaba abollado, doblado y re-enderezado a todo lo largo de su hoja. Al ver esto, el maestro frunció el ceño.― ¿Cuántas veces le he pedido que use el florete únicamente dentro de las instalaciones y bajo mi supervisión! ―le reclamó con severidad― ¡Ha estado utilizando el florete fuera de clase! ¿No es cierto?
Pi se retiró la máscara y sonrió apenada
―Perdón. ―Tenía la coleta más baja, en la nuca, estaba un poco despeinada y sudorosa.
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