Pi y Li caminaban por los terregosos caminos de Matenas hacia el reino de la forja. En el camino Pi no dejaba de preguntar ¿que era su regalo? y Li le contestaba cada vez.
―Lo sabrás cuando lleguemos.
Finalmente parados sobre una colina vieron el reino de la forja. Era un pueblo particular, sus casas tenían la forma de yunques que rodeaban una gigantesca estructura de semiesfera que funcionaba como un horno para la forja. Ésta tenía muchas bocas a su alrededor, y una chimenea en el centro por donde escapaba todo el humo. Sin embargo la gigantesca columna que se podía divisar a kilómetros de distancia no provenía únicamente de ésta, sino que todo el pueblo estaba desprendiendo humo.
Las casas estaban cubiertas por abrasadoras llamas y podían escucharse los gritos de dolor de los aldeanos, gritos que ascendían por la columna de hollín en forma de pavesas ardientes.
Ambos se quedaron atónitos al ver como el naranja del fuego comenzaba a dominar aquel poblado conforme la noche ascendía. De pronto de todos aquellos gritos ininteligibles surgió una clara voz que, aunque no podía entendersele, se noto en mayor dominio de sí mismo.
Ambos trataron de ver y notaron un grupo muy particular, ya que eran más altos que los ciudadanos normales, Estos parecían entrar a los hogares mientras sacaban armas y armaduras. Además varios de ellos atacaban a los aldeanos que intentaban defenderse.
―¡Pero qué rayos! ―exclamó Li
―¿Qué está pasando?, ¿Están atacando el reino de la forja? ―Preguntó Pi.
―¿Acaso hay alguien tan estúpido como para hacerlo?
―¡Deberíamos de ayudar! ―No había terminado de hablar cuando Pi se bajó del lomo de Li y corrió cuesta abajo
―¡Espera! ―Le gritó éste persiguiéndola.
Los espiritistas, o invocadores, cuentan que el reino de la forja fue creado cuando la primera Luna, Asimi, hijo del Sol Crisos, en un afán de enorgullecer a su madre, quien calentaba el mundo con su brillo, provocó un incendio en el primer reino. Su madre horrorizada y desesperada tomó a Asimi y lo estrelló contra el incendio, para sofocarlo, sin embargo lo hizo con tal fuerza, que mató a su propio hijo. Al darse cuenta no pudo evitar llorar, lamentándose por el descuido de ambos. Sin embargo sus lágrimas cayeron sobre el, ahora, ardiente cuerpo de su hijo, quien había absorbido las llamas de su propio error. Estas lágrimas saltaron al contacto con el cadáver de la Luna, se volvieron de un color rojo vivo como un metal caliente y cobraron vida convirtiéndose en la gente del reino de la forja.
Estos seres nacidos del cuerpo de Asimi eran frágiles, así que Crisos, viéndolos como la descendencia de su hijo, decidió otorgarles el conocimiento para forjar las mejores escamas y garras, usando los metales de las montañas y el calor de Asimi.
El reino de la forja es el principal fabricante de las mejores armas y armaduras de todo el mundo, se dice que es gracias al calor de una gigantesca roca ardiente enterrada bajo tierra sobre la que está su icónico horno. Ellos son neutrales, y pueden venderle armamento incluso a dos reinos opuestos que están en guerra, sin embargo las especificaciones de las armas que cada reino exige son manejadas con extremo recelo. Ellos pueden hacer ésto ya que son protegidos por los demás reinos por su inigualable habilidad, tanto así que todos los reinos se unirían para defenderlos en caso de que estos fuesen atacados. De ahí viene el dicho: Roba un arma de la forja y las frías te quemaran.
El olor de la ceniza penetraba en la nariz de ambos, cada vez más intenso. Muy pronto también comenzaron a sentir el intenso calor que emanaba del pequeño poblado. Era normal que en aquel reino se sintiera un calor exagerado, pues debajo se encontraba el que se decía era el cuerpo ardiente del dios Luna original. Pero ahora ese calor parecía haber salido de su confinamiento y subido al cielo en forma de ondulantes llamas.
Este pueblo, a pesar de ser pequeño, era un completo caos. Los pobres aldeanos corrían por todas partes. Era tal su miedo que lo hacían sin rumbo, muchos iban directo a las llamas, para salir inmediatamente después cubiertos en las mismas; era una suerte que fueran resistentes a éstas.
Algunos eran perseguidos por unos tipos delgados, y más altos que ellos. Tenían una gran cabeza ovalada, con brazos y piernas finas y puntiagudas. Vestían ropas holgadas como capas y túnicas. Sus manos y pies eran muy afilados y con ellos podía picar, o cortar superficialmente. Y así los usaban para amedrentar a los forjadores. Pero al mismo tiempo usaban espadas, hachas y otras armas robadas de la forja.
Li y Pi llegaron al pie del pueblo y el primero saltó sobre ella para detenerla, sumiendo su cara en el pasto.
―¡Gente del reino costurero! ―Exclamó Li en voz baja y agregó―. ¿Qué pretenden? Deberíamos regresar…
―¡Hey! ―interrumpió Pi― ¿Porque están molestando a los forjadores? ―dos costureros voltearon a verlos.
―¡Callate! ―dijo el caballo al tiempo que le tapó la boca, pero ya era demasiado tarde.
―¡Jijiji! ¿Pero qué tenemos aquí? ¿Un caballo? Y… ¿Qué se supone que eres? ―Dijo uno de los costureros dirigiéndose a Pi.
―¡Soy Pi!
―¿Eh? ¿Que es una Pi?
―¡Qué importa! ¡Llenemoslos de agujeros! ―Sugirió riendo el otro.
Eran un par de gemelos, encorvados, de pelo anaranjado, ambos lo traían suelto, cubriéndose los ojos, pero con un mechón parado inclinado del lado opuesto al otro.
―¡Rápido regresemos a Matenas! ―Li gritó a los oídos sordos de Pi, pues ella ya había saltado del suelo empuñando su retorcido florete y las llamas reflejadas en sus ojos.
―¡Jijijiji!
―¡Jajajajaja! ―Rieron ambos costureros al ver el intento de arma que portaba
―¡Ya quiero perforar esos bonitos ojos! ―El primer costurero relamió sus afilados dientes, mientras la punta de sus manos temblaban con ansias.
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