Un beso, una dulce caricia en la cabeza y estaba lista para entrar a la escuela.
Pi fue dando brincos entre las lozas del piso en dirección al salón y tras de ella los niños que faltaban. Ella no podía dejar de admirar el salón, era… Era, Era muy… Sobrio.
La habitación rectangular, tenía las paredes blancas como cualquier salón de la universidad. Había un librero del lado opuesto a la entrada. La mayoría de estos libros trataban de Matemáticas y Física, incluso de áreas avanzadas de las mismas. Algunos eran de historia, había geografía, biología e incluso psicología. Y además, uno viejo y polvoriento que ni siquiera estaba metido entre los otros, sino encima de ellos.
Junto a la entrada se encontraba el escritorio de la profesora y el pintarrón. Y del lado opuesto una serie de casilleros abiertos para que los infantes guardaran sus mochilas y abrigos.
El piso por otra parte tenía una serie de pupitres compartidos para 3 niños. Eran pequeños, de madera y rectilíneos, con sillitas del mismo estilo. No había ni mapas, ni carteles o dibujos, era todo muy formal y sin embargo Pi no dejaba de mirar y tocar ¡todo!
Fue al librero y comenzó a sacar libros para hojearlos y dejarlos en el piso o en la mesita cercana. Ella era capaz de entender, en parte, el contenido de estos, pero en cuanto encontraba algo que no comprendía lo dejaba y buscaba otro libro, así hasta empezar a escalar el librero en busca de aquellos que estaban en lo más alto.
―¡Señorita Pi, baje de ahí! ―La profesora era una pentaedro de un ligero, pero muy ligero, color rosado grisáceo. Llevaba lentes, era alta y delgada como la mayoría de matenienses, tenía un vestido tinto apagado de una sóla pieza. Su tono de voz era severo y firme.― ¡Este no es lugar para hacer eso!
Realmente estaba enojada, ningún otro niño se estaba comportando como ella, los demás dejaban sus mochilas en su casillero y se dirigían a sentarse en las mesitas, pero Pi ni siquiera se había quitado la mochila.
―Por favor deja esos libros como estaban. ―Pi un poco apenada comenzó a agarrarlos y ponerlos de forma horizontal y sin ordenarlos.― ¡Ash! ¡Por Matenas! ¡Que niña! ¡Niños! Ayuden a su compañera a ordenar los libros.
Los demás se levantaron de sus asientos y enojados por el comportamiento de Pi la ayudaron de mala gana, a su vez la maestra les ayudó con aquellos que iban más arriba en los libreros… Pi comenzó a sentirse mal.
―¡No podía esperar nada de la hija de Ico! ―Esto bastó para que Pi sintiera un repentino agujero en el pecho y cómo se undia su cuerpo. Las lágrimas comenzaron a salir, pero estando ahí sentada en el piso, vió aquel libro viejo semi oculto encima de los demás y lo tomó…
Li no podía creer lo azul del cielo o el verde del pasto, tampoco el calor del sol y la brisa fresca que acariciaba su pelaje, hasta ese momento él sólo conocía el frío y la humedad en la oscuridad. Justo antes de soltarse a llorar escuchó a los demás potros riendo y jugando, entonces olvidó sus lágrimas e intentó levantarse pero sin éxito.
―¡Hey! ¿Qué pasa? ―Silas fue corriendo hasta él y eso atrajo a los demás.
―¡Eh!… No nada… ―Pero al intentar levantarse y caminar, Li cayó de hocico llenándose la boca de pasto y tierra, provocando la risa de los demás, Li estaba a punto de soltarse a llorar cuando de pronto escuchó a Silas.
―¡Levántate! ¡Tú puedes hacerlo! ―Li elevó la mirada y vio su rostro sonriente, eso fue suficiente y comenzó a esforzarse por pararse hasta lograrlo, pero al intentar caminar volvió a caer. Todos se rieron otra vez, pero al mismo tiempo comenzaron a animarlo.
―¡Vamos Li!
―¡Tu puedes!
―¡Arriva, arriva arriva!
Silas incluso le ayudó a levantarse y poco a poco comenzó a correr, pero eso no evitó que sus blandas pezuñas le hicieran tropezar de vez en cuando. Sin embargo y a pesar de las risas Li comenzó a reír también, mientras jugaba con los demás potros. Era ahora Solari quien comenzaba a lagrimear al verlo tan feliz.
―Valió la pena Aura. Sin tan sólo pudieses verlo…
Aquel libro polvoriento trataba de la mitología de su mundo, Eridia, contaba la historia de la creación del reino de la Forja, el de Matenas, del lejano reino de las Arenas. Y todos aquellos que existían. El libro incluía relatos del supuesto reino del Miedo y su mítico sable. Contaba las aventuras de Obsidian un antiguo héroe del reino de cristal que a pesar de la fragilidad de su cuerpo realizó grandes hazañas y tuvo muchas aventuras incluso llegando a visitar el reino de los muertos.
Pi solamente ojeaba el libro viendo y leyendo un poco de cada capítulo emocionandose con cada vuelta de página, tenía que leerlo completo pero no pudo evitar primero llamar la atención de uno de sus compañeros, sin embargo no lo hizo en silencio, ni susurrando: Gritó con emoción a los oídos de éste.
―¡Ya vidste! ―Esto por supuesto molesto a la maestra que fue hasta ella y le arrebató el libro para colocarlo en el librero a una altura media.
―¡No deberías perder el tiempo con tonterías como esta! ―Pi sólo permaneció callada y con la mirada baja.
Cuando la maestra retomó la clase Tetra intentó hablar otra vez con su compañero, esta vez en voz baja, pero este quiso darle la espalda e ignorarla, extrañada intentó lo mismo con su otro compañero para recibir el mismo trato.
Ella apenas comenzaba a conocer el carácter mateniense.
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