El tiempo pasaba y la clase avanzaba. Al principio Pi levantaba la mano cuando la maestra invitaba a los niños a responder un problema, pero ésta la ignoraba y sólo le daba la oportunidad cuando nadie más conocía la respuesta. Y en lugar de felicitarla, la profesora sólo expresaba una fría afirmación y no le daba importancia, entonces seguía. Pi incluso presumía su conocimiento ante sus dos compañeros de mesa, en voz baja por su puesto, pero ellos continuamente giraban la cabeza como si con eso dejarán de escucharla, además llegaron a alejar su sillas de ella sin importarles quedar en el borde del pupitre, realmente preferían eso a estar cerca de la insoportable chiquilla.
Con todo aquello Pi dejó de participar, dejó de intentar hablar y sólo permaneció en silencio mirando a la mesa, las manos sobre las rodillas y la cabeza hundida en los hombros…
―Muy bien niños ahora vamos a trabajar en equipos, júntense con sus compañeros de mesa.
Estas palabras retumbaron en los oídos de Pi, ¡Claro! la mayoría de los niños no se conocían y en lugar de hacerlos decidir con quién juntarse debían hacerlo obligatoriamente con quienes tenían cerca. Ahora sí, sus compañeros tendrían que trabajar juntos con ella, podría hablar con ellos y ellos tendrían que escuchar y ¡Platicar! ¡Podrían ser finalmente sus primeros amigos!
El niño que se encontraba a su izquierda se levantó, tomó su silla y la movió hacia su compañero que estaba del otro lado de Pi para quedar de frente a él. Pi al principio permaneció extrañada, no entendía lo que pretendía pero fue dándose cuenta en cómo ese niño evitaba verla a los ojos a propósito. Y mientras, sus lágrimas comenzaban a florecer. Ella intentó tranquilizarse, después de todo debían trabajar en equipo y por lo tanto tenía que escucharla. Tenían que hablarle ¡Era a fuerzas! Así pues, se levantó ligeramente mientras arrastraba su silla para acercarse, los niños no le prestaron atención. Entonces intentó hablar.
―Pe… Perdón… E… Este… ―Los niños enfadados de ella se voltearon para darle la espalda, a su vez que subieron el tono de sus voces para opacar la de ella. Estaban dispuestos a no hacerle caso a como diese lugar.
La mano de Pi, que había levantado para tocar el hombro de uno de ellos, le comenzó a temblar. Sintió como un fuerte calor subía de su estómago, pasando por el pecho, hasta llegar a la cabeza. Le empezaron a doler las articulaciones, especialmente de los codos. Su corazón se encogió y su espalda encorvó como si se la hubiesen apretado. La vista se le nubló y pronto sintió la humedad de las lágrimas resbalar por su mejillas. De pronto el brazo que aún tenía extendido se desprendio de su cuerpo y cayó al suelo. Una fría sensación corrió por su espalda tan rápida como un rayo. Sintió un vacío profundo en su estómago y cómo su pecho se hundía en sí mismo. Asustada pegó un grito ensordecedor que terminó deformándose en un llanto histérico.
―¡Maldición! ―Gritó la profesora― ¡Cierre la boca señorita Pi! ―Ella intentaba explicar lo de su brazo y lo de sus compañeros al mismo tiempo mientras lloraba y gritaba sin poder entendersele nada― ¡Ponga su brazo en su lugar y tome dominio de sí misma! ¡Es increíble!
Pi a pesar del miedo obedeció, tomó su brazo mientras emitía cortas, rápidas y violentas respiraciones entre lágrima y lágrima. Al colocarlo de vuelta en su hombro este regreso a la normalidad, calmandola un poco, aunque no sin dejarla extrañada.
―¿Lo ve!, ¡Ahora por favor quédese callada y no quiero volver a oírla de nuevo!
―Pe… Pe…
―¡Dije silencio! ¡Si no va a hablar correctamente y sin dejar de llorar, entonces quédese callada!
La pobre no volvió a hablar durante el resto de la clase. Y se recluyó en su pequeño asiento mientras veía como todos los demás continuaban con lo suyo sin prestarle ni un poco de atención. Sin sentirse ni un poco mal por ella, sin mirarla siquiera… Como si no existiera…
El día pasó tan tranquilo como estaban acostumbrados, aquel incidente ya ni siquiera estaba presente en sus mentes. Preferían fingir que no había pasado y continuaron como cualquier otro día. Sin embargo las lágrimas en los ojos de la pequeña niña no cesaban de derramarse por sus mejillas en completo silencio.
Finalmente la clase terminó y Pi pudo salir, fue la última pues no lo hizo hasta que incluso la maestra se había ido. Cuando por fin se levantó, fue hasta el mueble donde se encontraba su mochila, la tomó pero se resbaló de su mano y cayó al piso, Pi permaneció largo rato ahí de pie mirándola, sin decidirse a levantarla, finalmente en lugar de eso sólo tomó una de las correas y la arrastró tras de sí.
No todo estaba perdido, pues aquel tormento de indiferencia y soledad había terminado. Su madre sería su único consuelo, su hombro para llorar, la rama que la salvaría del abismo.
Ya fuera del salón, los demás niños no estaban, sus madres y padres ya se los habían llevado, la maestra no se encontraba, la plaza incluso se encontraba vacía. Y su madre no estaba ahí.
¿Acaso… Acaso ella también? ¿Acaso la escuela era un pretexto para deshacerse de ella? Esas veces que su madre lloraba ¿Era por que no la soportaba? ¿Era igual que todos? ¿Tan terrible resultaba su propia persona? ¿Tan despreciable era tener que siquiera estar a su lado? Sí es así, ¿No debería ella tambíen alejarse de sí misma?
Su pequeño y maltrecho corazón se partió como si lo hubieran tomado y retorcido hasta dividirlo.
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