Ico había permanecido en casa, intentando trabajar, sin lograrlo después de haber escuchado a su hija gritar la primera vez. Intentaba convencerse a sí misma de que aquello tenía que vivirlo y Pi tendría que aprender a aceptarlo, y al mismo tiempo luchaba con el impulso de correr a la escuela para poder abrazarla. No se percató del tiempo que había transcurrido y para cuando lo hizo, fue muy tarde.
En todo Matenas se escuchó un fuerte y agudo grito, que ensordeció a todos aquellos que estaban cerca. Aquel sollozó no fue como el primero, este llevaba en sí, un pánico, un terror palpable. Era desesperado al punto de la locura. Todo su mundo se había derrumbado faltaba poco para que perdiera la cordura.
Pi se encontraba sola, o tal vez no, ya que se tenía a sí misma, pero ¿Cómo podía permanecer tanto tiempo con un ser tan despreciable que nadie más soportaba? ¿Por qué tenía que hacerlo ella? Pero… ¿Cómo podría huir de sí misma?
Corrió por las calles desenfrenada, intentando llamar la atención, sin lograrlo. Ico salió a la calle, aterrada, pero el eco de las paredes le dificulto localizar a su hija, así que lo único que se le ocurrió fue correr a la escuela, mínimo, para empezar desde ahí.
Corriendo desesperada, tratando de huir de su propia carne, llegó hasta su casa. Llorando y gritando, Pi llamó a la puerta golpeando con toda su fuerza hasta lastimarse el canto de sus pequeñas y frágiles manos, mientras gritaba suplicando por su madre.
Aquel griterío molestó enormemente a los guardias de la entrada de Matenas, aquella que se encontraba justo al lado de su casa. Los guardias habrían sacado a Pi de su desesperación al llamarle la atención, demostrandole que existía, que no estaba sola, de no haber sido por las palabras que dijeron.
―¡Niña guarda silencio! Tu madre no está en casa, ella se fue.
Así fue, pero Pi no lo entendió igual; para ella, su mamá la había abandonado.
Con las manos sangrando y temblando sobre la puerta ella se empujó en silencio para alejarse, ya no lloraba, ni gritaba, su mirada era vacía y fría, se había perdido en su interior.
Poco a poco Pi aceleró hasta reanudar su huida, sin ver a dónde se dirigía, solo corría de forma automática. En su ceguera, cayó por las escaleras. La impresión, el susto y la tristeza hicieron que su cuerpo se desbaratara en piezas mientras caían y rebotaban en cada escalón hasta caer al final de los mismos, dónde adolorida, finalmente se soltó a llorar.
Un pequeño potro la vio antes que todos, su corazón se encogió igual que el de ella, pero pronto en lugar de lágrimas algo vino a su mente que ahora ya no puede recordar. Li, con la fuerza que aún tenía, después de tantas caídas, se levantó y corrió como no había podido hacerlo. Pero para cuando llegó, la niña ya estaba tirada en el piso en piezas, llorando sin consuelo. El sin recurrir a algo lógico tan sólo comenzó a lamerle la cara. Pi al instante calló, extrañada por la sensación cálida y húmeda. Al poco rato comenzó a reír por las cosquillas e inmediatamente ella comenzó a lamerlo devuelta.
Ico llegó justo en el momento para verla reír, aun así, bajó corriendo a tropezones y casi se cae. Al llegar al final, tomó la cabeza de su hija para abrazarla.
―¡Mamá! ―Ico iba a decirle algo pero está la interrumpió― ¡Midá midá! ¡Dengo un amigo!
Todo aquello por lo que había pasado pareció desvanecerse al instante. Ico no supo lo que pasó, Y parecía que Pi ya no lo recordaba tampoco, a pesar de la manchas de sus lágrimas y sus irritados ojos la pequeña niña reía con sinceridad con cada lamida de Li.
En eso el anciano Solari se acercó con uno de los brazos de la niña.
―Buenas tardes señora Ico, déjeme ayudarla.
―¡Hoda!
―Hola pequeña ¿Cómo te llamas?
―¡Dedra! pedo todods me didcen Pi
―Es Tetra ―Corrigió su madre.
―¡Jojojo! Ya veo, Yo me llamo Solari
―¡Hoda Dodadi!
―Y él es Likos.
―¡Ji ji ji! ―éste en lugar de saludarla sólo siguió lamiéndole la cara.
―Pues vamos a poner estas partes en su lugar ¿No crees?
―¡Dí! ¡pedo ahí va mi piedna no mi bdazo! ¡Ja ja ja!
Entre risas Pi se dirigió a su madre.
―Mida Mami ¡Odro amigo!
―Si cariño, lo sé. ―Su cálida sonrisa no evitó que enormes lágrimas cayeran de sus grandes y cariñosos ojos de madre.
Fin del capítulo 4
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