ANA
Si tan sólo pudiese desvanecerme de la faz de la tierra, lo haría. Me encogí en mi asiento, intentando que mi presencia pareciese desapercibida. Tragué saliva. Lo último que quería era volver a hablar con aquel niño rico el cual era demasiado orgulloso para dejarme pagar por un nuevo teléfono. Resoplé.
―¿Por qué te encojes así? ―murmuró Cole a mi costado―. ¿Es que no quieres ver aquel chico que está para morirse?
Le dediqué una mirada reprochadora de reojo. Levantó las manos, intentando parecer inocente ante mí. Sacudí la cabeza.
―Lo conozco ―susurré cerca de su oído y sorpresivamente logré encogerme aún más en el asiento. Mi oído retumbó cuando Cole soltó uno de sus chillidos. Abrí los ojos, hirviendo de vergüenza y fastidio. Le di un leve golpe con el dedo y posicioné un dedo en mis labios, para que hiciese silencio, lo cual era casi imposible tratándose de Cole.
Se tapó la boca y parecía querer reírse, pero mantuvo la compostura. Sin embargo, cuando alcé la cabeza, todo se derrumbó. El niño rico se encontraba de pie frente a nosotros, con el ceño fruncido.
―Creo haberte visto esta tarde, ¿no es así? ―preguntó, apoyando un brazo sobre el asiento enfrente de mí, descansando su cuerpo sobre él en un gesto informal.
―Puede ser ―murmuré, echando chispas con los ojos.
―Encantado de conocerte, soy Cole ―dijo mi amigo, extendiendo su mano, la cual fue (para mi sorpresa) amigablemente correspondida.
―Soy Lucas ―respondió el, dejando salir una pequeña sonrisa. Parecía levemente incómodo, pero aún así había sido él quien se acercó a nosotros. Soltaron sus manos luego de un momento y el, debo suponer, Lucas se dirigió hacia mí― No tuve la oportunidad de saber tu nombre esta tarde.
Su tono parecía más cortés de lo que debería ser entre adolescentes como nosotros, pero no dije nada al respecto. De hecho, no dije ni una sola palabra ya que Cole se adelantó a mí.
―Oh, ella es Ana. Ana Bates, mi mejor amiga.
Subí las cejas, impresionada y ciertamente avergonzada por la presentación tan… estructurada. Sacudí la cabeza.
―Esa soy yo ―mascullé. Desvíe la mirada reprochadora hacia mi amigo y alcé la cabeza para ver la reacción de Lucas. No entendía exactamente porqué me interesaba saber cuál era el gesto que haría al escuchar mi nombre y me sorprendí al ver esa leve sonrisa.
Era como si nunca terminaba de sonreír. Me daba la impresión de que era simplemente una curvatura de sus labios, para ser cordial y nada más. Como si estuviese entrenado.
Aquello era. Sonrisa entrenada. Estructural. Pero disfrazada por la amabilidad que reflejaban sus ojos.
Desvíe la mirada. Tenía que dejar de pensar en tantas idioteces.
Aunque me moría por dibujar una sonrisa como aquella. Era diferente. No totalmente original, pero con una esencia en particular que se distanciaba de todas las sonrisas que había visto en mi vida.
―¿De dónde se conocen? ―preguntó Cole, claramente interesado.
Lucas se molestó en explicarle nuestro “pequeño encuentro” ―como él lo había descripto― y la situación de que yo quería pagar por su teléfono. Sin embargo, me pareció curioso que no haya mencionado mi enojo hacía el por ser “un niño rico”, por llamarlo vanidoso con otras palabras. Fruncí el ceño cuando acabó con su pequeño relato.
―Oh, sí. Ana siempre fue así. Un poco terca, pero con los objetivos en mente. Es difícil sacarle una idea de la cabeza, ¿entiendes? ―comentó Cole, dejando escapar una leve risa, que fue correspondida por Lucas.
La risa también reflejaba una cierta amabilidad de más.
―Entiendo perfectamente lo que dices.
Posó sus ojos sobre mí, como si comprendiese exactamente lo que pensaba.
Estúpido niño rico y su estúpido teléfono caro.
Simulé una tos para cambiar de tema―. Bueno, Cole y yo debemos bajarnos en la siguiente parada.
Me puse de pie y Cole me siguió.
―¿También bajan aquí? ―preguntó Lucas entonces.
No, por favor.
Fue entonces que Cole y Lucas empezaron a hablar energéticamente (más desde mi amigo, claro) sobre la fiesta a la que íbamos a acudir y la cual, mágicamente, Lucas también.
Fruncí el ceño, confundida. No era un lugar donde la gente de clase alta solía ir. De hecho, no recuerdo ir a ninguna fiesta de ese estilo y ver a alguien… de ese tipo. Escuché la conversación que estaban teniendo y me sorprendí al escuchar que Lucas iba allí porque había perdido una apuesta.
―Entonces… es un castigo ―comenté. Ambos giraron hacía mí, interesados de que palabras hayan salido de mi boca. Lo cierto es que siempre se me fue difícil comunicarme la mayoría del tiempo. Pero cuando algo pica mi curiosidad, tengo que saber de qué se trata.
―Bueno, no exactamente ―respondió Lucas, frunciendo las cejas, seguramente intentando pensar en otras formas de contestar sin resultar grosero.
―Tu lo has dicho. Perdiste una apuesta.
―Tal vez no le gusten muchos las fiestas, Ana ―dijo Cole rápidamente, intentando defenderlo.
―Cole tiene razón. No soy alguien que disfrute mucho este tipo de ambiente.
―¿”Ese tipo de ambiente”?
Lucas se encogió de hombros al darse cuenta de las palabras que había usado para referirse a una fiesta de barrio, de clase media, de gente “diferente” a él, y por lo tanto, inferior.
―Ana, creo que estás exagerando un poquitín ―dijo Cole, sin saber a quién defender: A su amiga de toda la vida o a un chico que conoció hace diez minutos. Era clara su posición y lo miré dolida.
―Sabes como son ellos, Cole. No te dejes engañar por sus sonrisas amables. Detrás de todas ellas hay una verdad. Y créeme, es mejor no saberla.
Agarré el brazo de mi mejor amigo, el cual recibiría otra de mis miradas reprochadoras y lo arrastré conmigo para bajarnos en la parada. Avanzamos a toda velocidad ―o más bien, yo y el siguiéndome por los talones― y dejamos a Lucas en el vagón. No volteé para saber si estaba detrás de nosotros, algo me decía que no. Y una parte de mí se alegró de que no lo hiciera.
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