ANA
Obligué a mi garganta a aceptar el agua. Sabía perfectamente que dolería, pero la saciedad que sentía en aquel momento era impresionante. Cole me observaba desde el otro lado de la barra, con una sonrisa juguetona en los labios. Hice un gesto de confusión, pero seguí tomando de mi vaso.
―¿Sabes quién te llevaba en su espalda? ―soltó.
―Buen día Cole.
―Adivina ―dijo mientras subía y bajaba las cejas. Rodeé los ojos.
―Mi ángel guardián que vino del cielo para llevarme con él. Pero vio que tú me necesitabas asique me soltó y me dejó aquí.
Cole rompió en una carcajada. Mi dolor de cabeza se propagaba a su vez.
―No estás tan alejada de la verdad, mi querida Anita.
Lo miré de reojo mientras descansaba mi cabeza en mis manos, con mis codos apoyados en la encimera.
―¿Tienes una aspirina? ―le pregunté con una mueca. Cole levantó un dedo para que esperase allí y se alejó por el pasillo. Tomé mi teléfono para observar si tenía algún mensaje. Habían dos de mi padre. Maldije. Miré el reloj y maldije una vez más. Hace una hora había terminado su turno de noche y se suponía que yo tenía que estar durmiendo en mi cama. Terminé de ponerme las zapatillas y tomé mi campera que había sido arrojada al suelo horas antes.
―¡Cole me tengo que ir! ¡Gracias por darme un techo hoy! ―exclamé rápidamente hacia el pasillo por el que se había ido mi amigo y corrí a toda velocidad hacia la puerta.
Afuera estaba terriblemente frío y maldije unas quinientas veces más. Troté hasta la parada del tren subterráneo, agradeciendo mi poca actividad física por haber llegado a tiempo.
Una vez dentro del vagón, busqué el primer asiento que encontré libre. Era sábado, pero algunas personas tenían que trabajar también. Me relajé en mi asiento y volví a sacar el teléfono.
Una nueva notificación salía en la pantalla.
xxlucas comenzó a seguirte.
Abrí los ojos de golpe y volví a releer la notificación. ¿Lucas? ¿Lucas, el niño rico? ¿Cómo encontró mi cuenta de Instagram? Cerré los ojos. Cole. Suspiré y decidí lidiar con él luego. Pero fue entonces que me pegó.
Todos los recuerdos empezaron a llegar a mi cabeza, uno por uno, los hechos de la noche llegaron a mi como meteoritos a la tierra, arrasando con mi estabilidad mental.
Decidí, ya que, ¿por qué diablos no? entrar en la cuenta de Lucas y ver qué tal. Echar un ojo. Revisar qué onda sus fotos, su vida, y demás. Nadie saldría herido (salvo mi orgullo, pero de eso nadie se enteraría).
Habían pocas publicaciones, pero… Dios mío. Fotos de él en un mar caribeño, Europa, ¿JAPÓN?, en el instituto con aquel uniforme espantoso que, para su suerte, le quedaba como un guante, algunas fotos con sus compañeros y una con la que podría ser su madre, en la cual se le notaba levemente incómodo. Incliné la cabeza y observé su rostro.
Era una locura. Hacía tiempo que no deseaba con tantas ganas dibujar un rostro. Era una cara nueva. Diferente. Pero a la vez, simple y ordinaria. No había nada especial, pero cuando te acercabas a él, podías encontrar un montón de detalles únicos.
Necesitaba un café, urgente.
Negué con la cabeza. No. No caería ante sus encantos. Al final del día, seguía siendo un niño rico. Mimado. Que le caía dinero del cielo y no hacía nada para ganárselo. Claramente había tenido malas experiencias con personas como él en el pasado y repetir la historia no era mi objetivo. De hecho, mi plan era alejarme de ese tipo de personas y conseguir mi sueño con mis propias manos. Literalmente.
En la parte superior del teléfono llegó una notificación y al darle un toque con el pulgar, accidentalmente presioné la foto con el pulgar.
El corazón cambió de blanco a rojo. Y fue ahí cuando supe que todo se había ido al carajo. Volví a presionar la foto para que vuelva a la normalidad y con suerte, Lucas no hubiese visto el “me gusta” en su foto en la playa.
Estuve cerca de estampar mi cabeza contra el asiento de enfrente cuando el vagón empezó a detenerse. Respiré hondo y salí al exterior.
LUCAS
Arrugué la frente cuando escuché unas pisadas dirigiéndose a mí. Sabía perfectamente que era mi madre porque, ¿quién más usaría tacones en esta casa? Con la cara en la almohada, percibí cómo mi madre abría la puerta levemente. El chirrido fue el detonante. Me puse de costado, con el ceño fruncido y el cansancio estampado en mi rostro y la observé.
―Lucas, algo ocurrió en la empresa y tendré que ir a una reunión ―saludó. Subí las cejas, esperando que explicara más―. Estaré en Nueva York toda la semana, cariño. Envíame un mensaje si necesitas algo de allí. La señora Williams vendrá todas las mañanas, como siempre.
Se acercó y depositó un rápido beso en mi frente.
―Te quiero, cuídate.
Suspiré, pero asentí.
―Nos vemos ―respondí y me mostró una pequeña sonrisa antes de dejar mi habitación y cerrar la puerta detrás de ella.
Con el objetivo de seguir durmiendo, me dejé caer una vez más en el colchón. Luego de unos segundos, sentí mi teléfono vibrar debajo de la almohada. Solté un suspiro que fue absorbido por la tela y me incorporé, apoyando la espalda contra el colchón.
En la pantalla bloqueada de mi teléfono se leía una nueva notificación.
A anaart le ha gustado tu foto.
Aquellas palabras fueron suficientes para sacarme una sonrisa. Negando con la cabeza e intentando no reír, desbloqueé el dispositivo y abrí la notificación. Pero entonces me di cuenta de que había desaparecido el “me gusta”, lo cual fue la gota que colmó el vaso. Solté una carcajada.
Esto va a ser divertido, pensé. Y fue casi imposible no pensar en aquellas pecas cuando volví a cerrar los ojos.
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