Calisto odiaba levantarse temprano, bueno… más temprano de lo normal. Al ser la princesa tenía mucho que hacer en el día y debía de levantarse cuanto antes, pero el horario de la iglesia era una locura. Estaba segura que levantarse apenas aparecía el primer minúsculo rayo de sol no era algo que a la mayoría de las hadas les gustase, apostaba que ni a los mismísimos Elders les entusiasmaba levantarse a aquella hora. Pero sobre todo, odiaba la ropa que tenía que usar para ir a misa.
Los dioses no podían ser más inconvenientes.
Con las sabanas por arriba de la cabeza para tapar la luz que entraba por el ventanal de la terraza pensó en hacerse la enferma y faltar a sus deberes religiosos, pero era la princesa. ¿Qué clase de futura reina seria si no podía aguantar una misa a la semana?
'Malditos dioses', pensó Calisto y se arrepintió de inmediato.
No solía rezarles seguido, pero aun así creía en ellos. No era culpa de los dioses que las misas fueran de ese modo. ¿O sí? Dudaba que a aquellos seres le importara a qué hora se celebraba la misa, ni que ropa debían ponerse para esta.
'Cuando sea reina cambiare el horario y la vestimenta', con ese pensamiento positivo salió de la cama y dejo que sus hadas mucamas la atendieran.
La túnica (ya que llamarlo vestido sería un pecado) era horrible, en todos los sentidos. De un color rosa apagado, casi sucio. Calisto odiaba el rosa. Además, era completamente aburrido, no dejaba nada de su piel a la vista. Le cubría el cuello e incluso las manos, si, la maldita túnica venía con aguantes. Lo único que se le veía era la cara, parecía un hada de 6 años.
Lo que más le molestaba del vestido era el lazo rosa que llevaba como cinturón, simbolizaba que todavía estaba ‘buscando su pareja’. El lazo solía verse en hadas pequeñas, era raro verlo en hadas mayores como ella. Pero sobre todo era vergonzoso. No hacía más que anunciarle al mundo que era un fracaso de hada.
Las mucamas salieron de su habitación dejándola sola. Calisto posó enfrente de su espejo de cuerpo completo para admirar el trabajo de sus sirvientas. Llevaba trenzado su cabello blanco y le habían enredado pequeños broches de oro con forma de flores. Sus ojos verdes resaltaban más debido a que le habían oscurecido las pestañas con maquillaje. Su piel era casi tan blanca como su pelo y eso hacía que sus labios parecieran de un rosa rojizo, como si llevara pinta labios puesto.
Estaba hermosa, pero si miraba para abajo la ilusión desaparecía. El vestido le quedaba suelo y le tapaba todo el cuerpo. Parecía una Elder. Fijo la vista en el lazo. Ese maldito lazo.
Para tranquilizarse y motivarse se acordó de su promesa de cambiar la vestimenta de misa una vez que accediera al trono, pero una pequeña voz en su cabeza le susurro: Para ser reina primero debes encontrar tu pareja.
Suspiro dándose por vencida, mantenerse positiva no era lo suyo. Salió de su habitación y se dirigió a la iglesia de Platium. Estaba situada cerca de la parte lujosa del castillo, por lo tanto, no muy lejos de su habitación.
En la puerta afuera de la iglesia todas las familias se saludaban, era como un ritual antes de empezar la misa. La iglesia era la parte más hermosa de Platium, tenía un estilo gótico, pero estaba pintada toda de blanco con vidrieras de color violeta y rosa que reflejaban la luz del sol. Parecía que alguien había vomitado un arcoíris a las ruinas más viejas del castillo y el resultado había sido sorprendentemente hermoso.
-Cali, ahí estas. Llegas tarde –dijo su madre agarrándola del brazo. Llevaba una túnica blanca con detalles en dorado. Definitivamente el uniforme para misa de la reina era mucho más precioso que el de la princesa-. Por cierto, estas hermosa. Mira, quería presentarse a la familia del Lord Vaugh, tiene muchos hijos, vinieron desde Pailos.
Tamar la arrastro hacia una familia que definitivamente tenia demasiados hijos. Calisto los saludo a todos educadamente, como le habían enseñado desde pequeña. Era incomodo ya que sabía que su madre les presentaba todas esas hadas para ver si encontraba su pareja, pero estaba acostumbrada.
Además, la princesa ya había perdido las esperanzas, directamente no se fijaba si se sentía diferente cada vez que conocía un hada nueva.
Una vez que terminaron las presentaciones, ella ya se había olvidado de todos sus nombres y su madre se puso hablar sobre lo hermoso que estaba el día gracias a la primavera.
Calisto se alejó discretamente, como era de esperar nadie se dio cuenta que se había escapado de la conversación, su madre era el centro de atención. Todas las miradas estaban posadas en ella. Esas eran las ventajas de tener una madre tan hermosa como Tamar Mars Saturnia, pasaba totalmente desapercibida. Con su pelo blanco y los ojos oscuros que resaltaban como dos ópalos negros, la reina era hermosa. Calisto se sentía un humano al lado de ella (se rumoreaba que los humanos eran feos).
Se metió en uno de los pequeños huecos que se formaba entre las tenebrosas y pintorescas columnas al costado de la iglesia, esperaría ahí hasta que comenzara la misa. Hoy no le apetecía entablar conversaciones con nadie.
Estaba mirando a la nada y con la cabeza nublada por el sueño cuando un grupo de géminus se acercó a su lugar, no podía verlos y ellos no podían verla porque la extraña columna la ocultaba. Estaban de guardia, por lo general en las misas había muchos géminus merodeando debido a que en estas se concentraba un gran grupo de realeza en un pequeño lugar y querían estar seguros de poder prevenir cualquier posible atentado contra la monarquía de Zánix.
Empezaron a hablar lo suficientemente fuerte como para que Calisto pudiera escuchar su conversación sin tener que acercarse. Pudo darse cuenta que los géminus que estaba espiando sin querer, eran mayores y experimentados, no como los géminus de su edad que había escuchado hablar esa noche un mes atrás en el castillo.
-Los brujos les tendieron una trampa, nunca antes había oído hablar de nada parecido –dijo uno, su voz era grave, pero sonaba como el más joven del grupo. Calisto supuso que rondaría por los treinta.
- ¿Humanos arruinando misiones del EGZ? Pareciera que estamos en un universo paralelo –comento otra voz.
-Definitivamente están más fuertes, deben estar ideando nuevos métodos para la extracción de la magia –dijo el primero.
-Un amigo del lord que me asignaron, logró escapar de Impius –interrumpió una voz nueva. Impius era el castillo de Quod, donde se alojaba su rey humano-. Dijo que no intentaron matarlo, si no que experimentaron con él, lo torturaban a diario y decían esos conjuros que hacen para intentar sacarle la mayor cantidad de magia posible sin matarlo, como reciclar nuestra magia y sacarle más provecho.
Los soldados dejaron de discutir repentinamente y Calisto se planteó asomarse para ver a que se debía el silencio. ¿Se habían dado cuenta que alguien los estaba espiando? Pero luego escucho unos pesados pasos acercarse seguidos por una voz grave y recriminatoria.
-Géminus, ¿no deberían estar en sus puestos? –Calisto la identifico de inmediato. Era el Comandante de las fuerzas terrestres, Clarke Fischer.
-Lo estamos, Comandante –se defendió el más joven-. Nos dijeron que vigiláramos las esquinas de la iglesia.
'Pues que buen trabajo que están haciendo vigilando', pensó Calisto, 'si no pueden ver a la llamativa princesa de túnica horrible espiándolos'.
- ¿Y a qué se debe tanta charla? –Clarke sonaba como su padre cuando estaba esperando una excusa de parte ella.
-Estábamos discutiendo sobre los últimos ataques de los brujos.
- ¿Usted sabe a qué se debe tanto movimiento por parte de los humanos? –pregunto otro soldado nervioso-. No se los veía tan activos desde hace tiempo.
El Comandante Fischer debió de comprender la preocupación de sus soldados géminus porque contesto a su pregunta en vez de reprenderlos por estar hablando y no hacer guardia.
-Solo les voy a decir esto –dijo con voz pesada, como si fuera a dar malas noticias-. Tenebris está planeando algo, algo grande –hizo una pausa y suspiro-. Muchos dicen que tiene que ver con la profecía del fin.
Se hizo un silencio que escondía miles de pensamientos. Definitivamente Calisto no esperaba escuchar esas palabras.
Tenebris era el rey de Arkkia, humano y supremo brujo. Algunos decían que era inmortal, hacía ya 50 años que estaba en el trono, pero en realidad ningún hada lo había visto y vivido para poder contarlo.
'¿La profecía del fin?', se preguntó incrédula la princesa, 'el Comandante Fischer ha perdido la cabeza, tendré que comentárselo a mi padre'.
La profecía del fin era casi tan vieja como las hadas. Según los Elders, ambas fueron creadas al mismo tiempo por los dioses. A Calisto le causaba gracia, era como crear algo y ponerle fecha de vencimiento, pero aún más macabro. Esta anunciaba que la magia blanca iba a estar en peligro pero que habría un héroe que podría salvarla.
En realidad, era muchísimo más compleja que eso, ella apenas se la acordaba.
-Ahora lo mejor que pueden hacer es estar atentos y no hablar más del tema. La misa está por comenzar, así que hagan guardia adentro de la iglesia y quédense callados.
Calisto escucho como la respuestas y disculpas de los géminus se fueron alejando. Se asomó para asegurarse que los soldados se habían ido cuando algo le toco el hombro y casi dio un grito del susto.
- ¿Calisto?
Gabriel Tellus estaba atrás de ella y la miraba confuso.
- ¿Estabas espiándolos? –dijo el lord refiriéndose a los géminus que estaban entrando a la iglesia.
-No… no, simplemente estaba escapando de mi madre –se defendió rápidamente, pero Gabriel la miraba expectante sin entender como eso justificaba su espionaje-. Me escondí aquí y dio la casualidad que justo esos géminus empezaron a hablar de temas confidenciales cerca de mí.
-Claro que sí, princesa - Gabriel rio ante su sarcástica respuesta.
-Bueno si estaba espiándolos –Calisto suspiro vencida-. Pero no porque lo haya planeado, simplemente paso. Te lo juro, tengo un don para escuchar conversaciones ajenas.
Su comentario hizo reír aún más a Gabriel. Casi podía ver lagrimas salir de sus ojos.
Había pasado tiempo con lord Gabriel casi todos los días desde aquella noche en los pasillos del palacio, hacia casi un mes. Era extraño lo rápido que se habían vuelto cercanos, ahora mismo lo consideraba como su mejor amigo.
Hoy llevaba el pelo hacia atrás y se había afeitado su típica pequeña barba, sus ojos celestes brillaban por el sol y puede que por algo más. Calisto observó su atuendo, su túnica de misa verde oscuro tocaba el piso. Pero había algo que le faltaba.
El lazo.
Lo miro a los ojos boquiabierta sin poder creerlo, Gabriel paro de reír al ver como Calisto lo miraba.
- ¿La has encontrado? –le pregunto Calisto, en un susurro y con una sonrisa en la cara.
Gabriel debió de entender a qué se refería porque le contesto sin pedirle que aclarara su pregunta.
-Si –respondió el lord poniéndose rojo.
- ¡Felicitaciones! Gabriel, estoy tan feliz por ti –y lo estaba enserio, estaba tan contenta por su amigo.
Sin pensarlo Calisto alzo los brazos y le dio un gran abrazo que Gabriel correspondió. A ella no le gustaban los abrazos, apenas le gustaba que la tocaran. Pero la situación lo ameritaba.
- ¿Quién es? ¿Cómo la encontraste? ¿Dónde está? ¿Cómo se siente encontrarla? ¿Te cae bien? ¿Cuándo es la boda? –murmuro Calisto sin respirar ni un segundo en su hombro.
Él se separó riendo ante el repentino cuestionario de la princesa, la agarro por los hombros y Calisto pudo ver su cara. Estaba feliz, la expresión de sus ojos lo decía todo.
-Se llama Sarah, trabaja en la cocina. La semana pasada fui a buscar un bocadillo y no pude evitar no hablarle, empezamos a encontrarnos por los pasillos del palacio sin saber que nos estábamos buscando. Ayer me levanté después de haber soñado con ella y pude sentirlo. El vínculo –Gabriel narraba su historia con ojos soñadores, como si aún no la terminara de creer-. Es hermosa, y súper simpática, se llevarán muy bien. Todavía no decimos la fecha de la ceremonia, todo esto es muy nuevo, vamos a llevarlo con calma.
Calisto estaba feliz por él, pero al mismo tiempo envidiaba la luz que le aparecía en los ojos cuando hablaba de Sarah. Ojalá alguien hablara de ella como lo hacía Gabriel de su pareja.
- ¿Por qué no me has dicho nada? –le cuestiono Calisto media resentida. No de forma celosa, ya que no lo veía de esa forma. Pero se suponía que eran amigos y Gabriel nunca le había mencionado nada sobre un hada cocinera del palacio.
-No pensé que fuera gran cosa, además todo paso demasiado rápido. Todavía no puedo creer que mi pareja es real y está esperándome adentro de la iglesia –dijo el lord señalando a la iglesia detrás de Calisto, justo en ese momento las campanas sonaron dando inicio a la misa, estaban llegando tarde-. Mierda, vamos.
Gabriel se dirigió a la puerta de la iglesia con Calisto siguiéndole el paso. Justo cuando estaban por entrar, la princesa freno al lord agarrándole del brazo.
-Espera, Gabriel. No me has respondido una pregunta.
Gabriel parecía confundido y nervioso por entrar a ver a Sarah. Calisto pensó en su madre y su padre que estarían en sus asientos, observando el de ella vacío. Le darían una buena reprimenda por llegar tarde, sobre todo Tamar. Pero en serio quería saber la respuesta a la pregunta que le había hecho a sus padres miles de veces, y además sentía que la respuesta que le fuera a dar Gabriel sería mucho más real que la que siempre le dieron.
- ¿Cuál pregunta?
Calisto respiro hondo y pregunto:
- ¿Cómo se siente haberla encontrado?
Gabriel sonrió sorprendido y se tomó unos segundos para contestar bien a su pregunta.
-Es como haber encontrado algo que ni siquiera sabía que estaba buscando, que ni siquiera sabía que necesitaba –le contesto Gabriel con una sonrisa gigante en la cara.
Ella se conformó con su respuesta, no era como las metáforas melosas que siempre le daba su madre. Era muchísimo más real y poético, justo lo que había esperado de Gabriel. Calisto le dio las gracias y entraron a la iglesia.
El lord se fue a sentar en el sector de la realeza, al lado derecho. El lado izquierdo era para hadas plebeyas que trabajan en el castillo. A un costado de la tarima donde los Elders auspiciaban la misa estaban los asientos reales reservados para el rey, la reina y sus hijos. Todo el interior era blanco con un techo extremadamente alto. No había antorchas ni velas prendidas, solo la luz violácea del sol teñida por las vidrieras de colores.
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