Dios misericordioso había tocado la tierra, en forma de un mesías que había expuesto a los demonios de la Gran Ciudad, o eso parecía. Nada es lo que parece ni todo es lo que se muestra. Al fin de cuentas, lo que nuestros ojos mortales han visto ha sido filmado, cortado y editado, no vemos más allá de las 28 pulgadas de nuestro televisor, y aunque muchos celebraban que los cuatro jinetes habían sido capturados gracias a lo que el aparato les dijo, las verdaderas víctimas les lloraron, mientras que otros no lo creían posible.
—Jefe—carraspeó Keita al ver el televisor en la comisaría.
Era demasiado tarde, el Capitán de la unidad, parecía hacer una fuerte rabieta en su oficina. Y nadie del lugar lo culpaba, pues este caso llevaba siendo trabajada por años por el Capitán Fernando y su unidad. Ver cómo los federales se llevarían el crédito y posiblemente dejarían como incompetentes a los policías, no le hacía nada feliz.
— ¿Jefe?—gimoteó nervioso, todos observaban por los cristales al hombre peinar sus cabellos, tomar su gabardina y salir.
Todos “regresaron” a su trabajo, pretendiendo que no habían visto, mientras Fernando paseaba su mirada por los cubículos, notando cómo Keita era el único que le miraba.
—Oficial Egebe, sígame—gruñó mal humorado, caminando mientras tomaba su brazo para salir de ahí.
— ¿A dónde vamos?—preguntó Keita torpemente, mientras sus pies tropezaban un poco al tratar de seguirle el paso.
—Con los federales—respondió mal encarado, entrando al ascensor mientras acomodaba su corbata—. El alcalde me llamó, quiere que vayamos con ellos para ayudarlos y entregarles toda la información que tengamos de los cuatro jinetes, ya que falta uno por atrapar.
— ¿Y lo haremos?—miró incrédulo el muchacho al jefe.
—Ese caso es nuestro, nosotros no los necesitaremos, ellos nos necesitarán—bufó por lo bajo, dejando a relucir ese lado terco suyo.
Keita se quedó callado, mirándolo desde arriba con una mueca difícil de descifrar. Fernando soltó un pesado suspiro.
—Sí, vas a conocer a los cuatro jinetes y los interrogaremos—achicó Fernando la mirada sin voltearlo a ver, podía sentir cómo Keita sonreía ampliamente emocionado por la idea.
(…)
Mientras tanto, en los fríos muelles de la Gran Ciudad, debajo de una bodega, se encontraban los federales instalados. Se habían encargado de esconderse del ojo público, pues lo que menos necesitaban era a los reporteros preguntando y descontextualizando la situación. La falta de información era un arma ahora, así que antes de cualquier declaración, necesitaban saber absolutamente todo de los criminales más buscados.
Lukyan Popov, un hombre de ascendencia rusa, vestido con traje, chaleco y camisa negra donde resaltaba su corbata amarilla, caminaba a paso decidido, dejando caer todo su peso sobre sus zapatos de suela de cuero. Su fría mirada gris con destellos ámbar no se despegaban del frente, su mueca dura resaltaba esa quijada cuadrada y varonil que tenía.
— ¿Los pusieron en confinamiento separado?—habló Lukyan, mirando seriamente a un cadete.
—Sí, señor. El Dr. Yon le espera en la sala de observación—indicó el menor, mirando al imponente capitán.
Lukyan suspiró, removiendo un par de mechones rubios y rebeldes que caían sobre su frente para peinarlos, y adentrarse en la puerta que custodiaba el muchacho.
—Buenas noches, Capitán—sonrió dulcemente un chico de aspecto coreano.
—Buenas noches, Yon—le saludó, mientras se paraba a lado de él, frente a un ventanal de una sola vista. Ya saben, de esos que son espejo pero se puede ver a través de éste.
Yon Lee, un doctor especialista en psicología y psiquiatría, salido de criminología no sólo contribuía al área conductual, sino al ámbito forense. Era considerado un genio, y su aspecto recatado y un poco nerd, parecía secundar esa vena. Con una camisa arremangada color rojo oscuro, adornada con un moño de un tono violeta, el cual era enmarcado por el cuello de un chaleco abierto tejido de color gris un tanto holgado y largo, resaltaba su porte larguirucho, que aunque era más bajo que su jefe, con su 1.80 no se quedaba tan corto al promedio de lo que un hombre debería medir.
—El líder del grupo lleva un rato consciente. Me sorprende a pesar de la herida que tiene en muslo, hombro y omóplato —indicó Yon, quien acomodaba sus redondos anteojos de marco de metal, a la vez que removía su quebrado fleco para que no le estorbase.
—Me imagino, la condición de ese chico es un poco monstruosa—contestó con tranquilidad, mientras que observaban cómo Balaam les miraba fijamente a través del cristal—. Logró herir a varios, y matar a un francotirador.
—Hay algo extraño en estos individuos, no logro estar seguro de cómo funciona su mente. Es decir, tienen rasgos de psicópata y sociópata, pero sus trabajos—Yon hizo una leve pausa, pensando bien sus palabras—sus trabajos son ordenados y pensados, no han perdido el control en ningún momento. Lo que me hace pensar, ¿qué es lo que les motiva exactamente?
—Se supone que él no puede vernos, ¿verdad?—dijo Lukyan, incomodándose por la mirada de Balaam. Había algo diabólico en el muchacho, no estaba seguro de qué, pues la apariencia del pelirrojo sobrepasaba lo angelical.
—No, pero él sabe que estamos aquí. ¿Empezamos el interrogatorio?—preguntó Yon, realmente intrigado por este caso que llevaba años sin resolverse, hasta ahora.
—No, debemos esperar a que llegue la policía. Ellos han estado en este caso durante años, pueden tener información que necesitemos—contestó el rubio, arqueando una ceja al oír cómo el menor bufaba una leve risa—. ¿Qué te causa gracia?
—No sé qué tan bueno sea tener a la policía aquí, al final de cuentas, ellos no resolvieron nada. Nosotros tuvimos que meter las manos—Yon no dejaba de ver a Balaam mientras respondía con un deje de arrogancia a su capitán.
—Fue suerte—le reprendió un poco su capitán—. Al final, fue gracias a esa transmisión que dimos con ellos, ya que estos chicos no existen en el sistema. No hay huellas, registros, papeles, nada de ellos.
—Eso hace pensar que hay algo más atrás de ellos…
—Exacto, no están solos—musitó Lukyan pensativo—. Lo que nos pueda dar la policía ahora, puede ayudarnos a descubrir quiénes son y qué quieren.
—Entiendo. Tiene sentido—respondió Yon un tanto pensativo.
—Entre más rápido lo sepamos, más rápido podrán condenarlos a muerte—sentenció Lukyan, creyendo que escoria así no debía morir.
La moral del capitán no se regía por un: “Si matas a un asesino, habrá la misma cantidad de asesinos”, no, para nada. Él directamente contestaba: “Entonces mataré a decenas de ellos” Era un hombre estricto, no había medias tintas, o era blanca o negra la situación.
—Capitán Fernando—llegó finalmente el jefe de policías, presentándose como es debido.
—Lo estábamos esperando. Lukyan Popov para servirle—se presentó con seriedad el hombre, mientras le extendía la mano a Fernando, quien la aceptó, provocando una fuerte energía varonil de rivalidad. Era como si Arnold Schwarzenegger y Carl Weathers tuviesen un encuentro.
—Un gusto, él es mi compañero Keita Egebe. Criminólogo, especialista en el área conductual, con maestrías en psicología y psiquiatría. Es mi oficial más confiable, además de participar activamente con los forenses en campo.
—Te conozco—dijo un poco dudoso Lukyan, observando detalladamente al muchacho de dos metros.
—Soy el Dr. Yon —se presentó con un deje de timidez y recelo, teniéndose que presentar a sí mismo, sin embargo, Lukyan le interrumpió.
—Ah, claro. Hace unos años te enviamos solicitud para que te unieras a los federales—sonrió ladinamente. Sus finos labios se dibujaban de una forma que le creaba un hoyuelo en la mejilla.
Fernando, a pesar de su porte serio y sereno, su piel ardía de celos de no saber que su mejor hombre pudo haberse ido de la unidad.
—Ah cierto, cierto, fueron ustedes—rió despreocupado Keita, sin sentir cómo la llama que llamaba jefe se avivaba.
— ¿O sea cómo?—sonrió Yon dulcemente, sus enormes y dulces ojos rasgados se abrían como los de un perrito atropellado, para ocultar la molestia que sentía.
—Sí, antes de contratarte a ti, queríamos a ese muchacho. Su currículum es bastante bueno. Me sorprende que haya rechazado la oferta y limitarse a esta ciudad—respondió Lukyan un poco simplón. Era directo e insensible.
Tanto a Yon como a Fernando, su comentario no le había causado nada de gracia. Mientras que Keita no lograba percatarse del tenso ambiente.
—En fin—bufó Fernando, mirando seriamente al rubio desabrido—. Estoy aquí para aclarar que no cederé este caso a ustedes.
— ¿Es una confesión de que…?—comenzó a hablar Lukyan, pero el moreno le interrumpió.
—Llevo años trabajando en este caso, no delegaré mi trabajo a una organización que sólo tuvo suerte. Seremos parte de esto, ustedes nos necesitan más que nosotros a ustedes.
—Creo que ustedes nos necesitan más, pues una investigación independiente de su parte podría tomarse como desacato e incluso como vulgarmente dicen, un estorbo—contestó el rubio, sin mover ningún músculo de su rostro. Parecía un concurso de quién podía ser más serio.
— ¿Obstrucción de la ley? Creo que ustedes son el único estorbo.
Llegó un punto, donde la tensión era tanta, que Keita y Yon tuvieron que interponerse para separarlos.
—Y… ¿Haremos el interrogatorio juntos?—rió nervioso Keita.
—Yo y el agente Fernando iremos con el líder…—contestó Lukyan, quien no apartaba sus fríos ojos del mencionado.
— ¿No sería mejor llevar a uno de nosotros para analizar…?—se atrevió a decir Yon, quien fue casi callado por su jefe.
—No, ustedes dos irán con el chico rubio. El que tenía la cabeza humana—ordenó, mientras tomaba una carpeta y abría una puerta, haciendo un ademán al jefe de policías para que entrara.
Balaam a pesar de haber sido curado y suturado, sentía un dolor que no le tenía en el mejor humor posible, sobre todo porque su ropa se había ensuciado. No saben cuánto le enfadaba las manchas de sangre sobre su camisa blanca. A este punto sólo quería que ya entraran y terminaran con esto, lo cual fue concedido una vez vio entrar a ese par de machos entrar. Casi por instinto su mirada se paseó por las áreas más carnosas de su cuerpo, pensando cómo podría cocinarlos. Tenía hambre, pues ni un pedazo de pollo había podido comer.
—Espero alguno de ustedes sea el Capitán Fernando—sonrió Balaam, de forma dulce y suave—. Espero haya probado un poco de mi cena.
— Cierra la boca—gruñó el moreno, mientras dejaba caer en la mesa que los separaba una carpeta con la información del caso, mientras se sentaban.
—No habías mencionado que tenían una relación personal—contestó Lukyan serio pero con una arrogancia burlona.
—Tenemos nuestra historia, de vez en vez le dejo mensajes para que no sienta que lo olvido—dijo el pelirrojo, gozando sólo un poco de tener una cara familiar.
—Falta uno, se ha sospechado que son cuatro los que forman parte de este grupo criminal—interrumpió el rubio la “cálida” reunión.
— ¿Por qué tendría que afirmar o negar esa suposición?—arqueó una ceja Balaam, mostrando una mueca seria, difícil de descifrar.
—Porque tú eres el único que las tiene de perder. Tu futuro pinta a una pena de muerte—contestó de forma directa el ruso, irguiéndose tranquilamente en la silla.
—Era de esperarse. Pero dudo que me condenen sí saben que eso significa andar a ciegas en este bajo mundo—Balaam no quitaba las miradas del federal, lo analizaba con precaución sin dejar ese porte dulce y amable.
—Dejaste a alguien vivo en la casa del diputado Huang—interrumpió Fernando, mientras tamborileaba la mesa de metal, haciendo que el golpeteo resonara en las paredes de concreto.
La cara de Balaam fue apagándose en una mueca sombría, dejando salir un porte lúgubre y casi demoniaco. Algo le había removido Fernando. Los hombres fijaron su mirada en él, analizando cómo su respiración parecía más lenta como si deseara contener la agitación que quería invadir su cuerpo, lo que llevaba a la siguiente pregunta. ¿Estaba tenso por haber cometido un error o era algo más?
— ¿Ya lo interrogaron?—contestó finalmente, mirando a los hombres.
—No hemos podido hacerlo, le han cortado la lengua y los ojos—contestó Fernando.
Lukyan, sin perder la compostura, le miró por el rabillo del ojo, mientras apretaba sus puños hasta sentir sus nudillos entumecerse por la fuerza que aplicaba, incluso había dejado de respirar por unos momentos, sobre todo cuando oyó a Fernando decir, que el sobreviviente tenía tan sólo diez años. La cara del agente Popov se ponía roja, no pudo evitar voltear a ver con absoluta ira al criminal, pero para su sorpresa, éste estaba igual o peor.
— ¿Quiénes son?—preguntó Fernando con calma. Había algo que no estuvo cuadrando durante estos meses, casi el año. Pero no estaba seguro.
—Si te dijera, no me creerías—se inclinó Balaam, quedando cerca de su rostro. A pesar de recobrar un poco la serenidad, en sus ojos se podía ver la rabia. Se apartó, acomodándose en su asiento—. Me harían un favor si me trajeran una maldita aspirina—bufó, dejando ver un poco esa personalidad malcriada y arrogante.
La noticia de ese niño no le había sentado nada bien a Balaam.
— Dinos la lista de sus víctimas—gruñó Lukyan con impaciencia, estirando hacia Balaam un fajo de hojas con cientos de nombres.
— ¿Por qué debería?—Balaam no confiaba en esos dos, aunque tal vez sí fuera sólo Fernando, la historia sería diferente.
El federal frunció ligeramente el ceño. Antes de poderle responder sintió su antiguo localizador vibrar con un mensaje que lo obligó a ponerse de pie e indicarle a Fernando que se debían retirar.
—Antes que se vayan—dijo seriamente Balaam, observando a ambos, pero dirigiéndose a Fernando—. Espero limpien bien la mesa.
Fernando esperaba una sonrisa burlona de su parte, pero no, su mueca era completamente seria. No estaba seguro de entender lo que le quería decir, pero tanto a él como a Lukyan, el mensaje les inquietaba. ¿Habría más víctimas, tendrían algo planeado?
— ¿Por qué salimos de ahí?—habló finalmente Fernando una vez estaban fuera del cuarto, carraspeando un poco pensativo.
—Uno de los chicos está despertando. Es el muchacho que se le asocia con las cabezas—Yon les miró desde abajo, quería saber qué procedía con el integrante aparentemente más inestable del grupo.
—No quiero que esto se convierta en un experimento de secundaria—Lukyan podía observar cómo tanto Keita como Yon ansiaban un poco el poder interrogar a éste, tomándolo como una investigación o hallazgo científico—. Nosotros nos encargaremos de éste. Si el otro muchacho despierta, ustedes se harán cargo de él, no sin antes informarme, ¿entendido?
—Sí, señor—Yon hizo un ademán, mostrando respeto y serenidad a la situación.
—Keita, por favor. Contrólate—suplicó Fernando, tratando de que su preocupación no se viera reflejada en su cara.
—Shi —el grandote, parecía un vibrador. Estaba tan emocionado por conocer aunque sea a uno de los cuatro jinetes. Quería hurgar en sus mentes, preguntarles sus métodos, materiales, todo, absolutamente todo.
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