Advertencia:
La siguiente historia puede contener material y temas sensibles, basados en un mundo de ficción, donde las decisiones y formas de pensar de los personajes no van acorde a las ideologías ni forma de pensar del autor. Por ende, no se justifica ni se defiende los actos ilícitos de los protagonistas, ni mucho menos se romantiza para aplicarlas en el mundo real. No a la violencia ni a la justicia por mano propia.
“Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía, y le fue dada protestad sobre la cuarta parte de la tierra para matar con espada, hambre, con mortandad y con las fieras de las tierras”
Apocalipsis 6,7 -8
El fin del mundo, comandado por los cuatro jinetes del Apocalipsis. Seas creyente o no, hemos escuchado aquellas historias donde la tierra se convertirá en el mismo infierno, pero… ¿Y sí el infierno en realidad ya existe y está aquí? La humanidad es el verdadero inframundo.
No hay necesidad de movernos a tierras mágicas, ni tener un pacto con un falso príncipe de las tinieblas, sólo basta rascar un poco a la “Gran Ciudad”, nombre genérico para entender que cualquier lugar puede ser la “Gran Ciudad”, desde tu pequeño pueblo en las montañas, hasta el centro urbano más avanzado, puede ser testigo de los crímenes más comunes hasta los más despiadados; desde robos, secuestros, asesinatos y un sinfín de vulgares actos que son llevadas a cabo por simples mortales con nula imaginación. ¿Debería ser un alivio que los criminales no tengan creatividad para hacer mierda este mundo? Tal vez, no lo sé…es decir, es más probable que mueras por un atraco a mano armada donde tu vida no valió más que tu cartera vacía, a que fallezcas por algo más trascendental. Al final, somos pedazos de carne, excepto para nuestros protagonistas.
Los cuatro jinetes, así fueron apodaron a estos criminales, que aunque poético, estaban alejados de lo que convencionalmente se conoce como arte, pues lo único que te removerían, sería el asco.
Hambre, retrataba sus crímenes como la última cena. Siempre en mansiones lujosas que pertenecían a sus víctimas; él se sentaba a la cabeza de la mesa para disfrutar las entrañas del martirizado. Por otro lado, Guerra, gusta ver el dolor de quienes tortura, jugando con ellos como un gato con su presa, para observar sus ojos reventar o su rostro deshacerse; mientras que Muerte, sólo deseaba verlos sonreír, dándoles un momento divertido de juego para finalmente provocarles una mueca de felicidad con su cuchillo, ¿y por qué no? Llevarse su cabeza como recuerdo de que logró hacerlos regocijarse.
Ah, pero falta un cuarto miembro, el más misterioso de todos, el caballo blanco. Caballo blanco había sido visto por muchos, pero a la vez visto por nadie, pues sus víctimas eran gente opulenta que asistía a esas famosas casas de cita, por no llamarlos prostíbulos, haciéndolo el más peligroso de todos, no sólo por los lugares a los que iba, sino por el hecho de que nadie lograba recordar el rostro, sólo podían llamarlo alguien demasiado angelical y hermoso, con un aspecto que deslumbraba y te hacía olvidarlo, ¿extraño, no? Supongo que cuando algo te parece demasiado bello, tu mente distorsiona la imagen y la cambia a un punto donde la expectativa supera la realidad. Pero eso no importa ahora, conocerán a mis bebés más adelante.
Era casi media noche, la lluvia azotaba las empedradas calles de una residencia lujosa, la cual era acordonada por cinta amarilla. Era una nueva escena del crimen, pero a estas alturas, eso era lo de menos, pues la cuestión era: ¿A quién pertenecía la víctima, sería Hambre, Guerra, Muerte o el Caballo Blanco?
Un coche negro llegó, del cual bajó un hombre grande y fornido de tez morena, cubierto de una gabardina forrado de lana, que le cubría del frío y húmedo invierno. Apenas plantó sus mocasines en el suelo, se acomodó sus ropas, haciendo sus quebrados y castaños cabellos hacia atrás, pues el ligero viento y rocío, lo despeinaban. El nombre de aquel personaje, era Fernando Alejandro González Pérez, jefe de policías de la Gran Ciudad, el cual era respetado, admirado y temido por su fuerte porte, pues sus ojos negros resaltaban sus duras facciones.
Fernando se adentró a la lujosa mansión tras cruzar la glorieta privada que éste poseía, por la fachada, podía sospechar que Hambre había sido el causante de todo el desorden, y efectivamente; el observar cómo el pasillo de entrada estaba completamente limpio y ordenado, era para él un hecho que la cena había sido servida, sobre todo por el aroma de una “deliciosa” comida servida que consistía en carne asada y marinada en alguna salsa agridulce y especiada, al menos eso se podía distinguir por el aroma ahumado y picante que irritaba un poco las fosas nasales.
—Buenas noches, agente Egebe—entró Fernando, mientras dejaba su gabardina a uno de los oficiales, dejando ver su traje y corbata azul marino, que provocaba que su camisa se viese más blanca, y por ende, su bronceada piel destellara más.
Keita Egebe, un muchacho de 30 años de piel oscura cubierto de pies a cabeza por un overol desechable, cubre bocas, googles y guantes, recibió al mayor con una enorme sonrisa que se podía sentir a pesar de estar tapado.
—Buenas noches, Jefe—respondió Keita, el forense de la unidad, recibiendo con una mueca de felicidad a su jefe, mientras se quitaba la capucha y cubre bocas, dejando ver esa cabeza con los costados rapados, pero adornado de trenzas y rastas que sostenía en una media coleta.
—Uh, te ves feliz—arqueó Fernando una ceja.
—Lo siento—rió despreocupado, dejando que esa suave barba y bigote que formaba un candado y se extendía un poco por las mejillas, enmarcaran su blanca sonrisa—. Pero no sabes lo increíble que está la escena, de verdad tuve que abstenerme de tomar una foto de lo precioso que se ve.
— ¿Fue Hambre?—preguntó mientras caminaba con él.
—Definitivamente fue hambre, y él o ella, de verdad tiene un gusto de la estética y la perfección—empezó a hablar tan rápido que apenas se le entendía.
—Keita, ¿cuántos muertos?—achicó la mirada, pellizcando un poco sus labios, recordándole que estaban en una escena del crimen con alguien asesinado.
—Unu—logró decir, separándose para sobarse—. Sólo hubo una víctima, y por suerte estaba solo mientras su familia estaba de viaje.
—Por el domicilio se sabe que es la casa del diputado Charles Huang—comentó mientras llegaban al gran comedor, el cual lucía precioso.
El candelabro de cristal iluminaba perfectamente la platería de la alargada mesa, la cual era adornada por coloridas ensaladas, un par de pasteles, y uno que otro corte de carne que lucía jugoso y suave, sobre todo que el pedazo más grande parecía estar rebosando en su propio jugo junto con una salsa naranja y transparente con pepitas de chile.
— ¿Qué hay debajo de esa tapa?—señaló Fernando un plato con un domo de plata, el cual estaba en medio de la mesa frente a una enorme silla.
—Charles Huang—contestó el muchacho, acercando su mano aun con guante para elevar la tapa y dejar ver la cabeza decapitada del diputado, el cual en su boca tenía una manzana junto con una carta.
—Vaya…—gruñó Fernando, un tanto asqueado, sintiendo cómo la peste a carne cruda invadía sus fosas nasales, era un aroma agrio que penetraba.
—Sí, ya llevamos algunos pedazos de carne al laboratorio, sinceramente me extraña que haya cambiado un poco de modus operandi—dijo un poco pensativo—. Es decir, tengo la sospecha que la carne que cocinó son las extremidades del hombre, pero…
—Sabemos que hambre gusta de torturar a sus víctimas, esto no es común. Se tomó su tiempo con Charles Huang—completó la idea.
Hambre solía preparar una hermosa mesa en el comedor de sus víctimas, donde amarraba vivo a su merienda, y consciente le abría para cocinar en el momento sus entrañas; casi como sí se tratara de una parrillada coreana mezclada con una horrible clase de ciencias donde los asesinados eran similares a una rana disecada.
—Tengo la teoría de que la carne es posiblemente parte de sus extremidades, lo dejó vivo sólo con torso y cabeza, y antes de nuestra llegada fue cuando decidió decapitarlo.
— ¿Por qué la teoría?—cuestionó Fernando, creyendo que era un disparate.
—Los cortes se veían muy frescos, eso, y porque su cara se seguía moviendo—respondió Keita fascinado pero simplón.
—A veces me preocupas—refunfuñó al ver esas extrañas reacciones de su compañero—. Explícate, ¿cómo es eso posible?
—Bueno, en teoría el cerebro y sus funciones dejan de funcionar si deja de llegar oxígeno, y cuando decapitas una cabeza, obviamente se detiene el suministro de sangre que lleva dicho…
—Ve al grano, Keita—le reprendió suavemente pero sin quitar su mueca dura.
—Los nervios seguían funcionando, es como esos videos virales donde la carne se mueve o los pescados singuen vivos aun después de muerto, no es que esté vivo tal cual pero los nervios siguen llevando corrientes eléctricas— ambos se quedaron completamente callados por un rato—. Hablo de que sólo hizo un par de gestos y después nada, tampoco es como sí me hubiese recitado el ave maría—carraspeó mientras apegaba a su pecho su bloc de notas, sentía que Fernando le quitaba lo emocionante a todo.
—Entiendo—musitó pensativo, mientras tomaba un par de guantes para atreverse a tomar la carta con cuidado, y es que no era nuevo que le dejara notas de burla con mensajes como: “Límpialo” o “provecho”, pero en esta ocasión había algo más.
— ¿Qué es lo que dice, jefe?—musitó Keita, bastante curioso al ver cómo éste fruncía el ceño.
—Guárdalo en el sobre de evidencias, y revisen toda la casa. —se limitó a decir, entregándole la hoja, para darse la media vuelta y salir de ahí.
Keita ladeó confundido la cabeza, y observó la nota. Abrió los ojos un tanto sorprendido al leer, sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral, ordenando de inmediato a sus compañeros que revisaran cada rincón del lugar tan rápido como pudieran.
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