Normalmente las chicas al mirar mi atractivo rostro caen rendidas a mis pies, pero ella no lo hizo. Tal vez fue tímida y por ello reaccionó de esa manera, era la única explicación posible que encontré para su comportamiento y el hecho de que huyera sin decir nada. No podía apartar de mis pensamientos su bello rostro, así que los siguientes días regresé al mismo lugar con la esperanza de encontrarme nuevamente con mi ángel, pero no tuve éxito en mi búsqueda. Recorría el bosque a pie y tardaba horas en encontrar la salida, a pesar de haber realizado varias veces el mismo trayecto seguía sin aprender el camino de regreso. Caminaba en lugar de sobrevolar el bosque porque imaginaba que si me ponía en peligro de nuevo ella aparecía, pero no sucedió.
Al fallar constantemente en mi búsqueda, regresaba triste a casa todos los días, disimulaba bastante bien mi bajo estado de ánimo, solo cuando nadie estaba cerca bajaba la guardia y dejaba salir esa tristeza que se encontraba anidada en mi agraciado ser.
—¡Val! —escuché que me llamaron.
—Hola Gil —respondí desanimado.
—Cielos, este no eres tú ¿qué te pasó? —me preguntó algo preocupado.
—Conocí a un ángel —solté sin pensar.
Gilbert Gifford era mi mejor amigo, lo conocía desde casi siempre, aunque al principio no congeniamos, con el tiempo nos convertimos en inseparables. A diferencia de mí, él era el hijo más joven de la familia Gifford. Con Gil podía ser yo mismo, me aceptaba tal cual era y me relajaba en su compañía. Le conté, lo más detalladamente posible, sobre mi encuentro con ese ser divino que me había salvado. No me percaté en que momento mi humor había cambiado, era como si el pajarraco de la tristeza se hubiera alejado de mi cabeza conforme le contaba lo sucedido una y otra vez, me sentía feliz al recordar cada momento de ese mágico encuentro.
—¿Qué haces? —pregunté cuando con sus manos inclinó mi cabeza.
—Quiero ver donde fue el golpe —respondió a la vez que inspeccionaba la parte superior de mi cabeza.
—Mi ángel es real, no lo imaginé —repliqué al notar que no me creía y desarreglaba mi cabello.
—Que tú te expreses tan efusivamente de alguien no es normal, y menos si solo la viste una vez.
Era mi mejor amigo y no me creía, insistí con mi historia hasta que logré convencerlo, estaba verdaderamente ansioso por volver a verla, tanto que no dejaba de hablar de ella. Gilbert fue un buen amigo, me sugirió una idea para que me callara y con ello comprobar que no tenía una lesión en el cerebro. Me recomendó hacer un dibujo de ella y con ese retrato podría buscarla en la ciudadela y poblados aledaños a Caddos.
Me pareció una brillante idea, así que busqué el material necesario para poder plasmar a mi bello ángel. Me tomó bastante tiempo, pero pude terminar el dibujo y decidí mostrárselo a Gil.
—¡Qué monstruosidad! —exclamó al ver mi obra de arte.
—¡Oye!, no te permito que te expreses así de mi ángel.
—Yo me refiero a tu dibujo, es espantoso, si tu “ángel” se ve así mejor no la busques —mencionó con tono de burla.
Tenía la idea de que mi dibujo no estaba tan mal, solo le hacía faltaba algo de realismo y que Gil había exagerado su reacción, como solía hacerlo con muchas cosas de las que yo hacía. Decidí recurrir a las habilidades artísticas de mi querido hermano menor. Fui a su habitación, pero no se encontraba ahí, así que Gil y yo lo buscamos por todo el castillo, hasta encontrarlo jugando con su mascota en el jardín posterior.
—Al fin te encuentro Lucalus —dije un poco agitado.
—Hermano, ¿vienes a jugar conmigo? —me dio un abrazo efusivo. Mi adorado hermanito me admiraba demasiado, era su héroe, su modelo a seguir.
—Me encantaría jugar contigo, pero antes necesito que hagas algo por mí —me incliné hasta su nivel.
—Claro que te ayudo —expresó condescendiente.
—Necesito que dibujes a esta persona —le mostré mi dibujo.
—¿Qué es eso?, ¿un monstruo? —se veía confundido.
—No, es una bella dama —no entendía por qué nadie veía su armonía y perfección.
—¿Tú dibujaste eso? —Lucalus lucía decepcionado.
—No… fue Gilbert, hay que ayudarlo ¿te parece? —le guiñé un ojo, su rostro se iluminó de nuevo y asintió con la cabeza.
Lucalus era un niño pequeño así que no entendería de encantos femeninos, preferí mentirle para no desilusionarlo. Corriendo fue a su habitación por los materiales necesarios, y yo le dije exactamente como era ella, cada detalle que recordaba, mientras él se concentraba en el dibujo.
—Te escuché cuando me cargaste el muerto —me dijo Gil en tono bajo.
—Deberías agradecer que te cediera el honor de mi obra maestra —expresé indignado.
Discutíamos en voz baja, cuando Lucalus nos avisó que había terminado, no demoró lo que yo, además su dibujo parecía un retrato auténtico y lo hizo en poco tiempo a diferencia de mí.
—¡Es perfecta! —manifesté más que con palabras mi agrado.
—A ver —Gilbert me lo quitó de las manos —. Realmente es un dibujo hermoso, ¿no te da vergüenza que tu hermanito de 9 años dibuje mejor que tú?
—¡Val es el mejor en todo! —Lucalus lo contradijo.
—No le hagas caso, está celoso de tu hermoso dibujo —coloqué mi mano en su pequeño hombro a la vez que sonreía y le guiñaba un ojo.
Gilbert solo movió su cabeza de un lado al otro, sin emitir palabras y me devolvió el retrato. Halagué a mi pequeño hermano, el cual se veía muy complacido, Lucalus me amaba y yo a él, a pesar de no haber nacido de la misma mujer, nuestro lazo era muy fuerte. Le indiqué a Lucalus que podía regresar a jugar, luego Gilbert y yo nos dirigimos a las caballerizas, él me convenció de recorrer la ciudadela y aldeas cercanas por tierra. Me parecía una traición montar un corcel en lugar de mi hermoso Sephyr, los habitantes de Erdine éramos considerados “los hijos del aire”, surcar los cielos era lo que nos distinguía de las otras naciones, pero Gil tenía razón, si quería que mi búsqueda fuera provechosa debía pasar desapercibido. También me hizo vestir una horrible capa con capucha, no combinaba para nada conmigo, era de un aburrido color marrón, pero estaba dispuesto a pagar ese precio con tal de volver a ver a esa hermosa señorita.
Empezamos preguntando en la zona más cercana al castillo, poco a poco nos desplazamos a áreas más alejadas del centro. Hacía que Gil preguntara a las damas, ya que en las pocas veces que yo lo hice, demoraba demasiado, quedaban prendadas de mi atractivo rostro a pesar de que ocultaba mi ojo dorado, rasgo distintivo de la realeza, y de la vestimenta de pordiosero que mi amigo me hizo llevar. Por un momento me desanimé, creí que en verdad se trataba de un ser divino, porque ninguna persona parecía conocerla, no había señal alguna de su existencia, estaba por darme por vencido hasta que una señora que trabajaba haciendo artesanías nos dio una pista.
—Creo saber quién es, vive en una pequeña casa en las afueras, camino a la aldea de Aliss —mencionó.
Explicó que podría tratarse de una señorita que vivía en una pequeña casa en las afueras de la ciudadela, en dirección a la aldea de Aliss. Tenía una esperanza, así que me fui de ese lugar apresurado, hasta que recordé que no sabía exactamente cuál era el camino a Aliss y regresé por Gil a quién había dejado atrás para que me guiara y evitar perderme. En el trayecto había varias casas, alejadas unas de otras, para ahorrar tiempo nos dividimos, orientado por mi instinto, visité una pequeña casa de color beige y aleros cortos.
Al acercarme lo suficiente vi a una persona cortando leña, me aproximé para preguntarle por mi damisela. Por su aspecto físico, aunque delgado, observé que se trataba de un varón, quién al darse cuenta de mi presencia elevó su rostro, haciendo que su mirada conectara con la mía. Sentí como si me mirara sorprendido y yo me quedé inmóvil al darme cuenta de que ese joven tenía el dulce rostro de mi ángel.
—«No, no, no. ¿Mi ángel es un chico?, no puede ser» —me repetí incesante en pocos segundos, aunque estaba asustado mi rostro permanecía tranquilo y perfecto.
Caminé hacia él para acortar la distancia entre los dos, necesitaba comprobar que era real lo que mis ojos veían, pero deseaba estar equivocado.
—Disculpa… —le dije, pero fui interrumpido.
—Hermano —era la voz de una chica que salía de la vivienda.
Por acto reflejo dirigí la mirada hacia ella, quedé pasmado al percatarme de que su rostro era idéntico al del joven, en ese instante tenía frente a mí a dos ángeles.
—«Entonces es ella» —me sentí aliviado, por un momento creí que era ese chico a quién yo buscaba.
—¿Quién es él? —preguntó la joven al mirarme. Retiré la capucha que cubría mi cabeza.
—Disculpe mi descortés intromisión en su morada, señorita. Permítame presentarme, mi nombre es Valtrana. Nos conocimos hace unos días —expresé cordialmente inclinando mi cuerpo en señal de respeto con la mano derecha a la altura del corazón.
—¡Valtrana Aurión! —exclamó el joven. Lo miré y sonreí con discreción.
—Ah, ¿el príncipe? —cuestionó la dama a la vez que el joven me hacía una reverencia.
—No es necesario, puedes levantar tu rostro —señalé, me gustaban los saludos tan respetuosos, pero no quería incomodar a la jovencita.
—Su alteza lo siento, pero… —mi dama no pudo terminar su frase.
Se escucharon murmullos de personas en los alrededores acercándose cada vez más hacia donde nos encontrábamos, y en ese instante Gilbert llegó por mí.
—Su alteza, tenemos que irnos —demandó Gil.
No quería irme tan pronto, no tuve la oportunidad de preguntarle su nombre, pero no tenía más opción que retirarme por el momento, si las personas del lugar me encontraban no me dejarían ir tan fácilmente, tampoco quería que mis continuas salidas fuera de las murallas llegaran a oídos de mi padre. Me aproximé a ella y tomé su delicada mano para besarla.
—Por ahora debo partir, pero regresaré a verte lo más pronto posible —mencioné con su mano a la altura de mis labios, mirándola fijamente con una seductora sonrisa.
Me coloqué la capucha y dispuse a montar mi corcel, Gilbert y yo nos retiramos de ese lugar. Estaba inmensamente feliz, ella era real, no un sueño o producto de mi vasta imaginación, aunque no conocía su nombre no me importaba porque sabía dónde encontrarla la próxima vez.
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