El joven príncipe se sentía verdaderamente dichoso de haber comprobado que su ángel salvador era real y que era una chica tal como pensaba. Lo que Valtrana sentía al recordar a esa joven era embriagante, jamás había experimentado un sentimiento así con ninguna de las doncellas a las que había cortejado y con las que había salido en secreto. Para él era como estar flotando sobre una nube mientras los tenues rayos de sol lo cubrían cálidamente.
—Te dije que ella era real —expresó Valtrana entregando las riendas de su corcel a un sirviente.
—Sí, sí. Ya demostraste que no estas demente, ahora es tiempo de que te olvides de eso y te concentres en tus asuntos reales —Gilbert trató de centrarlo en lo que consideraba importante.
—No puedo, quiero mostrarle mi agradecimiento apropiadamente —replicó a la vez que acomodaba su cabello en el reflejo de una ventana.
—Val, ¿ya olvidaste que estas comprometido?, dentro de poco contraerás matrimonio.
—¡Ah, es cierto! —en verdad lo había olvidado por un momento.
—Cada vez me sorprendo más de lo distraído que eres. No puedo creer que tengamos la misma edad.
Solo Gilbert conocía ese lado descuidado del joven príncipe, imaginó que lo que su amigo sentía por esa jovencita no era más que una ilusión debido a las circunstancias en que se conocieron. No insistió para que Valtrana dejara esa idea de volver a verla, lo cual Gilbert consideraba una falta de respeto de su amigo hacia su prometida. La mejor decisión que Gilbert encontró fue mantenerse muy cerca de su amigo, así podría evitar que éste cometiera alguna locura a causa de ese sentimiento fugaz.
Estando en el interior del castillo, el joven Gifford llevó a Valtrana a su despacho, el cual era una enorme habitación con estanterías de libros empotradas que llegaban hasta el techo en casi todas las paredes, menos en la del fondo la cual estaba forma por grandes ventanas en las cuales se tenía una hermosa vista, desde arriba, del jardín. Durante el día los rayos de luz iluminaban impecablemente toda la habitación y durante la noche se apreciaba maravillosamente el resplandor de las lunas. Era el lugar perfecto para relajarse, pero a Valtrana no le gustaba estar ahí ya que casi siempre Gilbert lo obligaba a trabajar.
En el escritorio del despacho había dos grandes pilas de documentos, una de ellas contenía escritos importantes que su padre le había asignado para que revisara a detalle y firmara de ser necesario. En la otra, cientos de cartas que sus admiradoras le hacían llegar, cartas que aumentaron desde que se anunció públicamente el compromiso del joven y apuesto príncipe.
Valtrana tomó un cúmulo de hojas y se sentó en su cómodo sofá que se encontraba al lado del escritorio cerca de un gran espejo con marco dorado.
—Tú revisa eso mientras y yo esto —le señaló a Gilbert.
—Espera, éste es tu trabajo importante, no el leer cartas de jovencitas enamoradas —reprochó al ver que Val solo había tomado un conjunto de cartas.
—Esto también es importante, tengo en mis manos sus frágiles corazones. Además, esto es más divertido —Val sonreía al leer lo escrito en la carta que tenía en su mano.
Gilbert frunció el ceño ante el comportamiento de su amigo, se dirigió hacia la chimenea que se encontraba dentro de la habitación, echó algunos leños que estaban al lado de esta y creó chispas entrechocando dos rocas de color negro provocando que la leña ardiera. Regresó hasta donde se encontraba Valtrana, tomó todas las cartas que tenía a un lado, incluso la que estaba leyendo y sin emitir palabras fue hasta la chimenea para lanzarlas al fuego. Gil hizo lo mismo con las que se encontraban aun sobre el escritorio.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Valtrana al ver como se consumían las cartas en el fuego.
—Listo, ya puedes volver a tu trabajo —mencionó Gilbert sacudiendo sus manos —. Esa iba a ser tu respuesta a todas ellas, solo adelanté el resultado —sonrió con ironía.
Le entregó unos documentos reales al joven príncipe para que los revisara, Valtrana suspiró desanimado, pero sabía que su amigo tenía razón, además, Gilbert se ofreció a ayudarlo como muchas otras veces. El sol se ocultó dando paso a la noche, la cual era hermosa, con un inmenso cielo estrellado e iluminado por ambas lunas que ese día, para Valtrana, lucían más hermosas que nunca. No bajaron a cenar, tenían mucho trabajo por realizar, así que pidieron les llevaran algo de comer hasta su despacho.
Valtrana decidió terminar todos los pendientes que había estado acumulando, con la única idea de que, al terminarlo esa misma noche, tendría bastante tiempo libre para ir a visitar a su damisela al día siguiente. Gilbert estaba sorprendido, podía ver la concentración en los ojos de Val. No dudaba de la capacidad del príncipe, sabía que Valtrana era muy inteligente y capaz, solo que no era común verlo usar sus habilidades sabiamente. Muy entrada la noche terminaron con la enorme pila de documentos, estaban agotados por el extenuante trabajo.
—Gil, dame un masaje en los hombros —ordenó Val.
—Ni lo sueñes, estoy muerto —replicó al relajar sus músculos.
—Oye, soy el príncipe y además tu amigo, me debes sumisión —expresó con ironía.
—Lo segundo anula lo primero —rio.
Valtrana también sonrió, cerró sus manos y con sus puños se dio un par de leves golpes en los hombros para disminuir la tensión en ellos, giró su cabeza hacia el espejo que tenía al lado y miró su agotado rostro, se impresionó al ver su siempre radiante semblante tan apagado. Ambos jóvenes salieron del despacho y el príncipe dio instrucciones a una doncella para que le prepararan una habitación a Gilbert ya que era demasiado tarde para enviarlo a su casa.
Estaba agotado, sin cambiarse de ropa el joven príncipe se tiró sobre su mullida cama, una que se ajustaba perfectamente a los relieves de su cuerpo, digna de la realeza. A pesar del sueño que tenía deseaba que la mañana llegara pronto, que la luz regresara a su rostro y que no lo abandonase jamás. A los pocos minutos quedó profundamente dormido, comenzó a soñar con ese momento en que fue salvado de aquellos bandidos, pero dentro de su sueño el suceso fue algo distinto. Todo iba acorde con sus recuerdos, pero cuando esa persona le extendió la mano retiró a la vez esa capucha que cubría su cabeza, Valtrana observó sorprendido su rostro y debido a la fuerte impresión que eso le causó, despertó levantando repentinamente su espalda de la cama.
—¿No pudo ser él? o… ¿sí? —reflexionaba angustiado y con un poco de sudor en el rostro. Le causaba temor imaginar que su ángel salvador había sido un chico.
Valtrana debía cerciorarse de que los sentimientos que tenía eran hacia una mujer y no hacia el chico que había visto el día anterior. Durante el desayuno casi no probó bocado, esa idea no dejaba su cabeza tranquila, pero trataba de que su deslumbrante fachada no se viera afectada por ello. Se despidió respetuosamente de sus padres y de la mujer que siempre se encontraba a un lado de Lucalus cuando probaban sus alimentos en el comedor, revolvió los cabellos de su pequeño hermano, quién le dio un fuerte y cálido abrazo antes de retirarse de la gran habitación.
Caminaba erguido, con su característico porte elegante y su radiante sonrisa, saludaba amable, pero a la vez distante, a todos los cortesanos que se encontraba en los amplios pasillos del castillo. Al estar cerca de la entrada principal vio a Gilbert.
—¿Por qué no desayunaste con nosotros? —preguntó Valtrana al reducir la distancia entre ambos.
—Me levanté temprano y desayuné en la cocina, no quería causar molestias —respondió Gilbert.
—Mis padres te aprecian tanto como yo, no eres una molestia —colocó su mano en el hombro de su amigo —. Aunque, hasta ahora que te veo recordé que estabas aquí —Gilbert bufó.
El joven Gifford estaba familiarizado con esos inapropiados comentarios que hacía su amigo y constantemente arruinaban sus buenas intenciones. Lo primero dicho por el joven príncipe era verdad, el rey Leofris y la reina Hesda consideraban a la familia Gifford como buenos amigos, más allá de su posición social como Duques. Tanto Valtrana como Gilbert caminaron hacia las caballerizas, aunque en esa ocasión el príncipe estaba determinado ir hacia su destino en su fiel y hermoso pegaso, deseaba causar una buena impresión en la joven.
—¿Y si mi ángel es un chico? —Val expresó en tono bajo a la vez que acariciaba a su pegaso.
—¿Qué?, ¿a qué viene eso? —Gilbert no entendía las palabras de su amigo.
—Tú los viste, ¿no?, son gemelos. Solo de pensar que fue él y no ella a quién me encontré ese día… —suspiró decaído.
—La verdad, no creo que tú seas tan distraído como para no distinguir entre un hombre y una mujer —trató de animarlo.
—Tienes razón, no es usual que cometa errores y menos uno como ese —recuperó su buen ánimo y montó su pegaso —. «Ese extraño sueño me afectó demasiado» —se dijo a sí mismo.
El príncipe ignoró por completo la sugerencia de su amigo para salir desapercibidos del castillo utilizando caballos en lugar de pegasos, aunque Valtrana afirmaba no querer llamar la atención, terminaba haciéndolo de manera inconsciente. Los pegasos eran considerados emblemas de Erdine y solo los nobles, personas con alta posición social, tenían acceso a ellos. Gilbert al darse por vencido con el medio de traslado, trató de convencer a su amigo de al menos cubrir su cabeza con la misma capucha del día anterior, así evitarían que los aldeanos se percataran de que ese noble era el príncipe. El color de cabello y ojos de Valtrana lo hacían un blanco fácil, no había otro ser en todo Erdine con sus características.
El príncipe estaba orgulloso de su belleza, no le gustaba ocultarla, pero debía hacerlo si quería llevar a cabo ese encuentro con la joven, fue así como accedió a usar esa prenda que le desagradaba. Como sobrevolaron la meseta que sostenía el castillo y la ciudadela, llegaron pronto hacia su destino. Tras aterrizar desmontaron sus pegasos, el joven príncipe se descubrió la cabeza para acomodar su cabello.
—¿Cómo me veo? —Val le preguntó a su amigo.
—Como siempre.
—En otras palabras, perfecto —sonrió.
—Lo que diga su majestad. Por cierto, será mejor que dejes aquí a Sephyr —sugirió Gilbert.
—¿Por qué?
—Bueno, hay muchos nobles que tienen pegasos, pero tú eres el único que posee un pegaso con tal pelaje —señaló el color menta del bello animal.
—Está bien —en contra de sus deseos, ató las riendas de su pegaso detrás de un frondoso árbol.
Ambos chicos se aproximaron hacia la humilde vivienda de color beige que habían visitado el día anterior, con la confianza de que la joven estaría ahí. Gilbert miro hacia atrás y a lo lejos aún podía observar al pegaso de Valtrana.
—¿No pudiste elegir uno menos extravagante? —cuestionó Gilbert.
—Yo no lo elegí, él me eligió —sonrió —. Además, es tan hermoso, es el único digno de mí.
Al llegar al pórtico de la vivienda tocaron la puerta de madera frente a ellos y tras un breve lapso de silencio escucharon unos pasos acercándose a la entrada.
—¿Por qué tocas?, hermano… —la joven abrió la puerta y su rostro se tornó sorprendido al ver que no era a quién esperaba —. Su alteza —titubeó.
—Buen día y disculpe mi repentina visita en su morada —saludó con la mano extendida a la altura del pecho.
La chica no respondió al saludo, su postura delataba la incomodidad que sentía ante la visita del joven heredero, pero su reacción se vio relajada al observar una familiar silueta que se acercaba detrás del príncipe y su acompañante.
—Luciel, al fin regresaste —expresó aliviada.
Tanto Valtrana como Gilbert se giraron hacia la persona que se encontraba detrás de ellos. Los ojos del chico, que compartía el mismo rostro de la joven se conectaron con esos ojos de distinto color. Detuvo su paso debido a la impresión de ver nuevamente al joven príncipe en su casa, pero la voz de su hermana lo sacó de su breve momento de abstracción.
—Alteza —Luciel inclinó su espalda y cabeza en señal de respeto —. ¿Usted de nuevo por aquí? —preguntó.
—Sí, me gustaría hablar con ustedes —respondió Val.
—Claro, pasen por favor —titubeo el joven.
Una vez dentro de la vivienda, Valtrana se sentía colosal, todo le parecía pequeño a diferencia del enorme castillo en el que vivía. Tomaron asiento, los gemelos se mostraban tensos ante la presencia del príncipe, eso fue advertido por Gilbert quién prefirió mantenerse un poco alejado para no incordiarlos más, a diferencia de Val que pasaba muchos detalles por alto.
—El motivo de mi visita es para agradecerte por haberme ayudado hace algunos días —se dirigió a la chica —. ¿Lo recuerdas?
Tanto Luciel como Lucina se miraron en ese instante.
—Si… fue en el bosque que está al este —dijo la joven en tono bajo.
—Sabía que eras tú. Ustedes conocen mi nombre, me gustaría saber los suyos —el tono en su voz era cálido.
—Mi nombre es Lucina, Lucina Vawdrey, majestad —el joven príncipe sonrió al escuchar el nombre —Y él es mi hermano Luciel —señaló al joven que estaba a su lado.
—Mucho gusto señorita Lucina, joven Luciel —mantenía su afectuosa sonrisa —. «Sus rostros son exactamente iguales…»
El joven príncipe analizaba sus rostros tratando de encontrar alguna diferencia que le indicara quién de los dos había conocido aquel día. La diferencia visible era el acomodo del cabello, la chica tenía el cabello suelto y su largo era poco más abajo de los hombros, por otra parte, el chico llevaba el cabello recogido hacia atrás impidiendo calcular el largo exacto y sus flequillos eran escasamente diferentes. Como solo alcanzó a ver su rostro en esa ocasión le era difícil asegurar quién de los dos había sido, pero la chica había confirmado que ella había sido, Valtrana quiso confiar en su instinto sin temor a equivocarse.
—Me ayudaste en un mal momento y quisiera recompensarte, ¿hay algo que desees? —la felicidad que Valtrana sentía se proyectaba en su rostro.
—¿Eh?, no, no necesita compensarme, su majestad —respondió Lucina de forma pausada.
—Perdona que insista, pero quisiera compensarte de alguna manera —no apartaba su mirada de ella.
—Bueno, si hay al… —fue interrumpida.
—Alteza, no quiero ser descortés con usted, pero no necesitamos nada. Me alegra mucho que mi hermana lo haya ayudado. Con su visita y agradecimiento es más que suficiente —expresó firme Luciel.
Valtrana estaba desconcertado por la actitud de Luciel, jamás alguien había rechazo algo proveniente de él, nadie dejaba pasar la oportunidad de obtener algún beneficio de su riqueza y posición. Se sintió intrigado por la actitud de ambos jóvenes, tenía interés de conocerlos más. Ya que no había algo material que ellos desearan, en su estadía Valtrana conversó un poco más con ellos, un dato que llamó su atención fue el hecho de que eran huérfanos y vivían solos. Durante la charla, se dio cuenta de que...
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