Cuando entró al comedor para el desayuno, Colum seguía buscando a Rónán con la mirada. El novicio no había asistido al oficio de Laudes y aquella era una falta grave. Recorrió con los ojos las largas bancas de madera: todos los monjes estaban allí, en silencio, esperando la bendición y la lectura. Pero a Rónán no lo vio por ninguna parte. Colum apretó los dientes con una mezcla de tristeza y creciente preocupación. Se sorprendió a sí mismo al advertir que su nuevo compañero de celda, el chico de los ojos rojos, tampoco estaba ahí. En eso, Librán, un novicio bajito y enclenque, le hizo una seña para invitarlo a sentarse junto a él. Colum obedeció, sin mucho ánimo.
Le sonrió a Librán y su compañero le devolvió el saludo guiñándole un ojo lleno de legañas. Al otro lado de la mesa, el viejísimo hermano Cellach dormitaba apoyado en sus antebrazos.
- In nomine Patris... – cantó una voz luminosa, dando inicio a la bendición. Los monjes se pusieron de pie al unísono y Colum se alegró de ver a Óengus detrás del atril: sus lecturas eran las mejores. Concluida la oración del Beati, Óengus bendijo los alimentos y los invitó a todos a sentarse. Luego, se puso a leerles en voz alta las aventuras de san Brendán el Navegante y sus doce compañeros, que se adentraron sin miedo en el Océano ignoto y recalaron en las costas del Paraíso Terrenal. Óengus conocía el latín a la perfección, pero leía siempre en su propia lengua, la de los Gaels, así que era fácil ponerle atención. Mientras consumía en silencio su ración de pan, suero de leche y huevos cocidos, Colum dejó que la voz del anciano lo alejara de sus problemas. Cuando llegaron a su parte favorita, la Misa celebrada milagrosamente en el lomo del monstruo marino, casi se había olvidado de Rónán. Pero justo en ese momento, Óengus cerró el legajo de pergaminos –. Es suficiente por hoy, hermanos. Repongan sus fuerzas. Mañana retomaremos el relato –. La conversación empezó de inmediato, como un suave murmullo.
- ¿Dormiste bien, Colum? – preguntó Librán, engullendo un huevo entero –. Te ves exhausto. Te tocó la vigilia nocturna anoche, n¿o es verdad?
- Así es – respondió él. Librán era un buen chico, y le caía bien, aunque su higiene dejaba mucho que desear –. Pero pude dormir bien después de eso.
- Te ves débil, de todas formas – intervino Éoin, el médico, que estaba sentado junto al somnoliento veterano –. ¿Cómo está tu tobillo?
- Del todo bien, gracias a Dios – Colum se forzó a sonreír.
- Hey, Colum, ¿has visto a Rónán? – Librán se empinó sobre la escudilla de Colum para alcanzar un puñado de moras.
- ¿Por qué lo preguntas? – Colum se sintió incómodo con la pregunta.
- Porque también era su turno de hacer la vigilia nocturna, claro – respondió el enjuto novicio –. Desde el viernes apenas lo hemos visto: creo que estaba con Máel Dub. Anoche me pareció divisarlo a la hora de Completas, camino a la iglesia. Tenía mal aspecto. ¿Lo viste tú allí?
Colum vaciló un instante, pero luego recordó que ya le había mentido al abad y no podía cambiar su historia de improviso.
- No, estuve solo toda la noche... –. Entonces, cayó en cuenta de que Librán compartía celda con Rónán –. ¿No lo viste en el dormitorio?
- Esa es la cuestión: cuando nos despertamos para los Nocturnos, vimos que su cama estaba hecha y vacía. ¿No te parece extraño?
- Sí, bastante... - Colum se esforzaba por enmascarar la hondura de su preocupación.
- Seguramente, se fugó – intervino sorpresivamente el anciano Cellach, modulando dificultosamente con sus encías desdentadas. Sus pequeños ojos azules casi habían desaparecido debajo de sus cejas.
- ¡Pamplinas, abuelo! – exclamó Librán –. “San Rónán” no es así. Además, ¿a dónde iría? No tiene familia, que yo sepa.
- Da igual. El que quiere huir, huye. A veces, es mejor así. La Virgen Santa y José, su esposo, huyeron a Egipto, ¿no es verdad? Cuando Herodes quería muerto al Niño. A veces, es mejor huir.
Colum se quedó helado en su lugar. ¿Era posible? ¿Rónán había huido? ¿Como Fergus?
- Suficiente, hermanos – los interrumpió el médico, ceñudo –. No sacan ningún provecho dejando volar su imaginación así. La verdad saldrá a la luz tarde o temprano. Por lo demás, nada de esto es de nuestra incumbencia.
- Bien dicho, hermano Éoin. – Lo aplaudió Librán. Hizo como que volvía a concentrarse en su desayuno, pero murmuró al oído de Colum: – Si tuviera algo propio que apostar, apostaría que se pasó la noche rezando en el bosque y que estará de regreso antes de Sexta -. Colum lo miró con entusiasmo. ¡Cómo quería que tuviera razón! –. La regla lo prohíbe, claro está... Pero no me sorprendería viniendo de “San Rónán.” Máel Dub lo reprenderá un poco y ya está. En el fondo, los viejos lo admirarán más todavía. ¡Qué fastidio!
Con un suspiro de alivio, Colum escogió aferrarse a las palabras de Librán. Vio a Máel Dub, que conversaba en voz baja con Échtgus y Airennán en otra mesa. Al menos no estaba con Rónán para azotarlo hasta sangrar... Sí, seguro Librán tenía razón: Rónán se había alejado un poco, para rezar y meditar sobre lo que había ocurrido. Al final, era una buena señal. No se había ido de cabeza a confesárselo todo al maldito anmcharae. Quizás Rónán lo había escuchado... Quizás, al menos esas palabras suyas podrían quedarse con él: “No dejes que Máel Dub te siga hiriendo así. No dejes que te humille y que te haga odiarte”. Echó un trago de suero de leche, y le pareció dulce, como si lo hubieran mezclado con miel.
- Oye, ¿y qué hay del chico nuevo? – preguntó Librán, arrancándolo de su ensimismamiento una vez más –. Lo pusieron en tu celda, ¿verdad, Colum? ¿Qué tal es?
- Su nombre es Bran, hermano. – Éoin sonaba molesto –. Y ya basta de cotilleos, te lo ruego.
- ¡Pero sólo quiero saber si nuestro nuevo compañero se halla a gusto! – se defendió el muchacho –. ¿No se supone que seamos hospitalarios? Además, debe ser un gran cambio para él... Siendo el hijo de un rey y todo, estará acostumbrado a darse la gran vida.
- ¿El hijo de un rey? – Colum arqueó una ceja, repentinamente intrigado –. ¿Es verdad?
- No, no lo es... – gruñó Éoin.
- ¡Tiene que serlo, por la campana de san Patricio! – bufó Librán –. Es decir, ¿lo viste llegar anoche? Caballo de guerra, túnica de seda, capa teñida y broche de plata... Ah, no, Éoin. Me acuso. Seguro que tienes razón: su padre ha de ser un porquerizo sin nombre... – ironizó y un corrillo de risas contenidas celebró su arrojo. Como a Éoin le faltaba el ingenio para salir con una respuesta mordaz, Librán prosiguió. – Además, si nos dicen tan poco, es imposible que no hagamos nuestras propias conjeturas –. Colum lo miró confundido, y el sagaz muchacho adivinó sus pensamientos –. ¡Ah! ¡Desde luego! Te lo perdiste porque estabas dormido. El abad nos lo presentó al final de los Nocturnos. Bueno, como decía, apenas nos dijo su nombre... Pero todo indica a que viene de algún lugar lejano.
- ¿Era algún sitio en el norte, verdad?– aventuró Mícheál, otro de los hermanos, que había estado prestando atención –. ¿En Tír Chonaill?
- No, Mícheál... Tú no podrías caminar hasta Cluain Dolcáin sin perderte, ¿verdad? No. Es de Imlech Ibair, en el oeste: territorio de los Éoganacht. O al menos eso nos dijo Airennán. Parece ser que su familia es gente impía, así que no sabe casi nada de nuestra vida aquí. Nos pidió que lo ayudáramos en todo lo que nos fuera posible ahora que es uno de los nuestros. Por qué lo ofrecieron al monasterio, los superiores no lo quisieron compartir.
Entonces, el chico no le había estado tomando el pelo... En realidad no sabía qué tenía de profano la música de su flauta. Colum se sintió un poco culpable, pero no dijo nada acerca de su encuentro con el muchacho. Bran. Su nombre era Bran, y era un oblato como él.
- ¿Y qué fue del hombre barbado que llegó con él? – preguntó Colum al fin –. ¿Dónde está?
- Ah, sí. El gigantón. Ha de haber sido su padre, el rey. – Librán se veía contento, poniéndolo al tanto de todo –. Pensamos que iba a pasar la noche y hasta le preparamos un buen alojamiento, pero apenas se quedó el tiempo suficiente para desembarazarse del chico. Entró y salió de la celda del abad, dio un paseo rápido por el cementerio, recogió los caballos y se largó como si llevara mucha prisa.
Colum se puso de pie con brusquedad. Al ver que los demás lo miraban sorprendidos, se ruborizó.
- ¡Perdónenme, hermanos! Es que aún no empiezo las recitaciones de hoy y más vale que me ponga en marcha con eso. ¡Salve! Librán, por favor dime si sabes algo acerca de Rónán, ¿sí?
*
Era una mañana fría y brumosa. La niebla había entrado en las horas de la noche, cayendo desde el mar sobre la planicie del Ruirthech. Colum se frotó los brazos y se echó a caminar por el monasterio desierto. La capa que le cubría los hombros era de la Rónán y aún conservaba su aroma. Seguro regresaría pronto, cabizbajo y taciturno como siempre. Pero, tal vez, también un poco más libre. Tal vez su encuentro en la iglesia había ayudado a aflojar las ataduras con que Máel Dub lo tenía prisionero. Al menos eso es lo que Colum se repetía, para darse ánimos.
Sus pies se dejaron llevar por la suave pendiente del terreno, alejándose de la iglesia y en dirección a la empalizada exterior. No tenía idea cómo, pero sabía que ahí encontraría a su nuevo compañero. Cuando lo divisó, vio que el chico estaba encaramado como un gato entre las estacas de madera mirando hacia el sur en completo silencio.
- ¿Te llamas Bran, cierto? – lo llamó. El muchacho giró la cabeza para verlo. Colum se sacó de la manga un trozo de pan –. Te traje algo de comer.
- Eres descortés, caballerizo. Sabes mi nombre, pero aún no me dices el tuyo.
- Soy Colum. Colum mac Flainn. – Como el chico se demoraba en responder, volvió a hablar: – Soy un monje, no un caballerizo. Sólo me tocó ocuparme de sus monturas por casualidad... Hey, ¿quieres bajar de ahí? Un movimiento en falso, y vas terminar ensartado como un jabalí. – Bran rio entre dientes y le tendió una mano, invitándolo a subir. Colum dudó un instante, pero al final se dejó convencer. El muchacho era de su misma estatura, tal vez un poco más bajo, pero la fuerza con que lo ayudó a trepar sorprendió al oblato. Se acomodó como pudo, evitando con las piernas las puntas afiladas de las estacas, y le ofreció a su nuevo compañero la pequeña hogaza de pan negro. Bran seguía mirando el horizonte, pero la recibió con aire ausente –. Anoche fui poco gentil contigo. Me acuso.
- Dije que no iba a guardarte rencor, ¿no es verdad?
- Sí, bueno... –. Colum se lo quedó mirando de reojo. Sus facciones delicadas y limpias lo hacían ver muy joven, pero aquellos extraños ojos color rubí oteaban la lejanía con una nostalgia nada infantil. La brisa le despejaba la frente, jugando con los mechones de su cabello fino y oscurísimo –. Si no te molesta que lo diga, ahora eres tú el que se ve triste.
- Podrías decir eso, Colum mac Flainn.
- Ya verás que no se está tan mal aquí... – dijo, intentando animarlo –. También yo soy un oblato. Eso quiere decir que a mí también me entregaron al monasterio como ofrenda. Seguro echarás de menos a tu familia, al menos al principio, pero verás que aquí no te faltará compañía. Y, aunque tu padre te haya abandonado, el abad Airennán es como un padre para todos.
- ¿Mi padre? – repitió Bran, como tomado por sorpresa.
- El hombre que te trajo hasta aquí... ¿No era tu padre? Los monjes andan diciendo que es un rey.
Bran rio de buena gana, de una forma como rara vez se oía a alguien reír en Tamlacht. En sus mejillas se marcaron dos margaritas.
- No, Colum mac Flainn. Art Lánchride es mi tutor, en cuya casa me crie. Y nadie me ha abandonado –. El muchacho lo miró a los ojos –. No sé qué te hayan dicho acerca de mí los buenos hermanos, pero harías bien en olvidarlo –. Se llevó el pan a la boca, le dio un mordisco y sonrió con franqueza mientras lo masticaba –. Volvamos a empezar tú y yo, Colum mac Flainn. Deja que me presente yo mismo esta vez. Mi nombre es Bran mac Áine. Y no tengo padre.
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