A veces me pregunto si la gente realmente puede ser tan tonta o simplemente se vuelve adicta al riesgo y al peligro.
Bueno, puede que estuviera exagernado.
Pero eso era lo único que se me venía a la mente cuando vi a Catalina nuevamente caminando sola por carretera.
Detuve la camioneta a su lado y le abrí la puerta.
—Sube.
Pensé que me gritaría o se negaría pero a diferencia de lo que creí, subió y se intentó colocar el cinturón que llevaba años sin funcionar.
— Está malo.
Catalina ocultó su sonrisa dirigiendo su vista hacia la ventana.
—¿Por qué sigues caminando sola? Pensé que comprenderías el peligro al que te sometes cuando haces eso.
—Sigo sin tener como devolverme a mi casa.
Una sonrisa vale mucho; enriquece a quien la recibe sin empobrecer al que la ofrece. Dura un segundo pero a veces, su recuerdo, nunca se borra.
Decidí morder el anzuelo y hacer lo que se supone que debe hacer un caballero.
— ¿Sales siempre a esta hora?
— Si.
—Yo puedo llevarte a tu casa.
— ¿De verdad me ayudarías?
—Acabo de decir que si. Además así evitaré que alguien te viole.
—Vale, ya entendí.
—No es nada.
Se bajo del auto pero no caminó. Estaba esperando a que me fuera.
Sonreí, a pesar de ser una irresponsable, no quiere que yo sepa cual es exactamente su casa. Buena jugada, Catalina. Aunque lamento decirte que lo averiguaré de todas formas.
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