Un miércoles en la mañana Jorge se sienta en la barra que separa el espacio de la cocina de su casa del resto.
Sus hermanos ya se han ido a sus escuelas. Ese día su padre milagrosamente fue a trabajar. El celo ese ya se le pasó completamente. Debería ser un día óptimo para trabajar, pero decidió quedarse en casa un poco más aprovechando que no hay nadie más para tomar cerveza. Aunque ya lo hace frente a su familia, es algo que también hace a escondidas. De alguna manera espera que no noten lo mucho que lo hace.
Va a la mitad de su segunda chela cuando repentinamente tocan la puerta.
Se espanta al pensar que tal vez su padre volvió de improviso y rápidamente esconde la cerveza detrás de los trastes que tienen debajo de la barra. Se acerca con sigilo a la puerta preguntando quién es y abriéndola al mismo tiempo. Después de todo, es una vecindad, si no era su padre, solo podría ser un vecino o vecina.
Sin embargo, en cuanto abre la puerta, la persona que está contestando con un simple “yo” es Rodrigo. Ese alfa que de repente parece querer inmiscuirse en su vida.
Jorge por un momento queda sorprendido y confundido por verlo, e inmediatamente prosigue a cerrarle la puerta. Rodrigo en cuanto lo nota, pone las manos contra la puerta evitando que la pueda empujar. Aunque la fuerza de alfa es superior, Jorge aplica toda su fuerza y hace que le sea prácticamente imposible mantenerla abierta.
—¡Aguanta! —le dice, tratando de recurrir a las palabras— No cierres la puerta, no seas culero.
—¿Qué haces aquí? —pregunta Jorge con impaciencia. Y en verdad se lo pregunta. ¿Por qué tenía que regresar?
—Haz paro, wey, tengo 3 pinches horas libres. Tú vives más cerca de C.U.
Rodrigo es un estudiante de medicina en Ciudad Universitaria. Y aunque su casa no queda precisamente lejos, comparado con los 15 minutos que se hace a la casa de Jorge, es mucho más conveniente la segunda.
—A chingar a su madre a otro lado, cabrón —es la respuesta de Jorge—, no puedes venir no’más porque ‘tas aburrido.
—¡No seas puto! Tu casa ya huele a chelas y todo, podemos hablar o algo. —recalca Rodrigo que como alfa, es capaz de percibir el aroma de inmediato. Jorge por un momento se siente descubierto, pero ya que Rodrigo no es nadie relevante, se relaja.
—No tenemos nada de que… uh-
Jorge recuerda algo de lo que de hecho tienen que hablar, y deja de forzar la puerta, permitiendo que Rodrigo la abra. Este último al notar la ausencia de resistencia, deja de empujar y se queda de pie.
—¿Qué pasó con la comida de los XV de tu hermana? —pregunta directamente.
Rodrigo lo observa en silencio unos segundos y desvía la mirada con nervios.
—Resulta que… una tía ya tiene la comida pagada y pues… —recorre la mirada hacia el suelo mientras levanta las manos con palmas hacia en frente a modo de seña de paz— pues ya no.
Jorge estira el brazo para alcanzar la desgastada escoba que tienen y la levanta hacia Rodrigo quien retrocede por instinto.
—‘Pérate, ¿Cómo iba a saber? —se queja Rodrigo aun usando sus manos frente a él para defenderse.
—¡Es tu hermana, NO MAMES! —grita Jorge con sinceridad. ¿Cómo podría alguien ignorar algo tan importante para uno de sus hermanos?
Rodrigo prefiere desviar la conversación.
—¿Por qué me estás sacando con una escoba? ¿Qué eres? ¿Una señora?
Jorge ya está bastante acostumbrado a que gente idiota lo compare con mujeres, madres y señoras porque por alguna razón creen que varias de las cosas que hace le pertenecen a ellas, así que simplemente lo ignora.
—¿Cómo siquiera entraste? —esa es una pregunta real. Después de todo es una vecindad, y para que llegara a la puerta de su casa primero debió pasar por la puerta de la calle.
Rodrigo no deja de caminar hacia atrás, siendo alejado por Jorge, mientras contesta con calma.
—Doña Chayo me dejó pasar —dice señalando hacia un lado como si la imagen mental de aquella vecina pudiera aparecer en su cabeza en ese momento—, acababa de sacar mi celular para llamarte y que fueras tú quien me dejara entrar, ella iba saliendo y me vio. Primero pensó que era un ladrón que iba a llamar para hablar sobre este lugar y robarlo, je. Pero como yo la reconocí, le dije quien era, se tardó un poco en reconocerme también, pero ya. Me preguntó por mi mamá. Y luego se veía extrañamente complacida cuando le dije que era alfa y venía a verte —agrega haciendo una mueca—. Casi me avienta adentro.
Jorge baja la escoba solo para golpear su frente con su palma y deslizar la mano por su cara un poco mientras murmura —Doña Chayito —con una mezcla de disconformidad y resignación.
Rodrigo no deja de caminar hacia atrás a pesar de que ya no había una amenaza presente.
—Pero al final tú eres bien culo y me echas de todos modos —se queja con una mueca y echando ambos pulgares hacia abajo.
Jorge rueda los ojos y solo mueve un poco la escoba hacia enfrente, pero ya sin levantarla otra vez —sí, sí, ya a la chingada —le dice.
—Ni que te costara —empieza a decir Rodrigo, pero se interrumpe a sí mismo cuando un jadeo de sorpresa y una a que es estirada bastante vienen detrás de él. Se gira con curiosidad, la a aun siendo pronunciada.
Justo entrando hay un chico y una chica.
El chico es bajo, con el cabello castaño y ojos cafés. Su expresión indica que estaba tratando de suprimir miedo, y en cambio fruncir el ceño, pero es evidente que se le dificultaba y solo parece que sus cejas tiemblan un poco. La chica, más baja que el otro, tiene el cabello pelirrojo y largo, cubriendo en parte su rostro, sus ojos son verdes y están completamente clavados al suelo, parece muy pálida y aterrada.
Ella es quien está alargando tanto la letra a con voz temblorosa, y que por fin termina diciendo casi en un susurro inaudible “alfa”.
Rodrigo lo nota con la mirada primero. El cuello alto en la ropa de ambos lo delata.
Son dos omegas.
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