La camioneta de Rubén se detuvo unos metros más lejos de donde yo estaba esperando.
—Mira quién se dignó a aparecer.
—Lo siento. Problemas personales.
— ¿Y te costaba mucho avisarme? Te esperé durante más de una hora.
— ¿Cómo querías que te avisara? ¿Código morse? ¿Señales de humo? No tengo tu teléfono, genio.
—Uy, parece que alguien amaneció rabiosa.
Suspiré, no tenía por qué ser tan cruel, él no era el responsable de que mi vida se desmoronara.
—Lo siento. Mucho estrés.
Lo miré, no teníamos suficiente confianza pero necesitaba contarle a alguien lo que me sucedía antes de ahogarme en mis propios lamentos.
—Hace unos meses mi madre se enteró de que mi padre la engañaba con su secretaria. No fue un buen golpe a su relación que ya se estaba derrumbando poco a poco. Los gritos que antes eran disimulados y escasos se apoderaron de la casa. Las ofensas eran algo diario y la despreocupación hacia mi hermana y a mi comenzó a ser cada vez más notoria. Tuve que comenzar a cuidar a mi hermana e intentar que no notara el desastre en el que estábamos viviendo. Ayer llegó mi tía y nos ofreció irnos a quedar con ella, supongo que es lo mejor.
—No tenía idea.
La cara de Rubén era seria, aunque podía ver un poco de lástima en sus ojos.
—Ten mi número, por si tienes alguna emergencia.
Nos mantuvimos en silencio el resto del viaje.
—No dobles aquí, sigue derecho. Vivo con mi tía ahora y queda unas cuadras más allá.
—Seguro.
Rubén se estacionó fuera de una casa roja.
— ¿Es esta?
—Si. ¿Por qué estás sorprendido?
—Antes no me dejabas llegar hasta tu casa.
—Bueno, supongo que sería ridículo ocultarte eso si ya te conté casi toda mi vida. Además no es mi casa, es la casa de mi tía.
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