Por lo que podía ver, Daniela era una muchacha descuidada y distraída que siempre andaba en su mundo y de verdad se preguntaba como había hecho para sobrevivir hasta ese momento. No podía reprimir las ganas que sentía de ayudarla y cuidarla al menos durante esos pequeños instantes en los que coincidía su rutina, aun si eso significaba que tendría que ir a trabajar en metro todas las mañanas durante el resto de su vida.
Al día siguiente también la encontró, distraída y perdida entre la multitud. Al verla la saludó con una suave sonrisa esperanzada y su corazón se llenó de felicidad cuando ella, al alzar el rostro, pareció reconocerlo y le devolvió el saludo.
— ¿Cómo sigues de tu caída?— le preguntó sin poder contenerse, el día anterior se había quedado preocupado porque mientras la veía irse notó que cojeaba un poco.
— Bien, gracias. No te preocupes.
De nuevo ahí estaba esa sonrisa que lo tenía hechizado, cada vez que le sonreía se sentía atontado y el simple hecho de tenerla junto a él aplacaba el mal humor que le generaba la idea sufrir en el metro.
Nada fue muy diferente al día anterior. La chica no le prestaba mucha atención, sumida en su lectura, pero dejaba que Christian la tocara y la moviera siempre que les tocaba abordar y se despedía con la misma indiferencia y brevedad de siempre. Daniela jamás lo llamó por su nombre, ni una sola vez, y él supuso que simplemente su cerebro no era capaz de memorizarlo porque no estaba interesado en hacerlo. Cualquiera que fuera el caso, no le importaba mucho la verdad. El ser capaz de encontrase con ella y verla sonreír de esa manera era suficiente, al menos por el momento.
Aun si casi no hablaban y apenas se miraban, no le importaba. Porque cada vez que lo hacían, cada vez intercambiaban una sonrisa o sus ojos se encontraban, su corazón se aceleraba y sentía una emoción cada vez más poderosa que no experimentaba desde la adolescencia. Era una atracción inocente y vaya que era fuerte a pesar de haber surgido de la manera más espontánea posible. Una sonrisa tierna había sido más que suficiente para capturar su corazón y encerrar su alma, y él no lo negaba.
Varios meses pasaron de la misma manera y Christian ya se había acostumbrado por completo a la rutina y a su nuevo estilo de vida. Ahora iba a trabajar en metro 3 días a la semana: lunes, jueves y viernes, que eran los únicos días en los que sus horarios parecían coincidir y de resto tomaba el autobús de ser posible. Ella era una chica puntual y él siempre esperaba hasta último minuto para marcharse, así que siempre que ella iba él la veía sin falta y se iban juntos. Sin saberlo, ella también se había acostumbrado con el paso de los días a tenerlo cerca, y su compañía le resultaba agradable pesar de que, además de los saludos, apenas intercambiaban unas pocas palabras al despedirse y durante el recorrido en el vagón.
Ese día en específico era viernes y el cuerpo de Christian se encontraba abatido por una fuerte gripe como hace años no tenía y que, desgraciadamente, no parecía tener la intención de irse pronto. Su madre le había dicho mil y un veces esa mañana que no era necesario que fuera a trabajar si se sentía muy mal, pero él insistió tanto en hacerlo que al final su progenitora se rindió y no dijo nada más.
No es que tuviera demasiado trabajo acumulado ni nada similar, o que pensara que sus estrictos jefes no le darían permiso para faltar como le había dicho a su madre, sino que simplemente ese día no podía permitirse faltar por nada del mundo porque no sabía si podría aguantar hasta la semana siguiente para poder verla de nuevo. Ya se había acostumbrado tanto a saludarla por las mañanas, a apreciar su sonrisa suave, a aspirar su dulce aroma y a sentir el tierno calor que desprendía su cuerpo que ahora se negaba rotundamente a perderse todo aquello ni siquiera por un día.
Siempre que existiera la posibilidad quería verla, sin excepciones, porque temía que esa fuera la última vez. Nunca sabía con certeza si ella volvería la semana siguiente o si se desvanecería.
— Buenos días— la saludó con voz ronca, tosiendo un poco. Ella levantó la mirada cuando lo escuchó.
— Oh, hola.
La chica de inmediato notó su precario estado. Bastaba con ver su rostro pálido y ojeroso para saber que no se encontraba nada bien. Tenía un aspecto terrible. Su cálida sonrisa, tan amada por él, pronto se transformó en una mueca.
— ¿Qué tienes? ¿Estás bien?
A Christian le asombró un poco su pregunta y la sorpresa aumentó aún más al ver su expresión. ¿Estaba preocupándose por él?
Una enorme sonrisa se extendió en su rostro y de inmediato su cuerpo reaccionó, su corazón latió irregularmente y todo dentro de él se revolvió. Era una sensación con la que ya estaba bastante familiarizado a esas alturas, pero que aun así nunca dejaba de ponerlo nervioso.
— Sí, no te preocupes— respondió, sonriente, con el mejor tono que encontró—. Sólo tengo un poco de gripe.
Pero hasta ahí llegó el encanto.
Luego de asentir levemente con la cabeza, Daniela devolvió su atención a sus cosas, así sin más, y no volvió a mirarlo durante el resto de la mañana hasta que llegó el momento de despedirse. Lo único nuevo fue que a su despedida le agregó un "Espero que te mejores pronto", pero de resto nada cambió y eso bajó su estado de ánimo radicalmente.
Cada vez que comenzaba a creer que ella mostraba algo de interés en él y que quizás podrían tener algo algún día, ese tipo de cosas pasaban.
Si bien era cierto que el estar cerca de ella lo hacía sentirse bien, cada día le resultaba más difícil cargar con su pesado corazón. Sus esperanzas de que pasara algo entre ellos, aunque fuera en el ámbito amistoso, cada vez eran más mínimas y Christian sentía que en cualquier momento podría dejar de verla y que sería para siempre. Simplemente lo presentía y odiaba con su alma el pensamiento de perder el tiempo que pasaban juntos.
Se mordió el labio con impotencia ante la idea de no volver a verla mientras que, como todos los días, la observaba irse, sin mirar atrás, tras su corta despedida.
Se odiaba a sí mismo por ser tan tímido e inseguro, estaba seguro de que otro chico más valiente y extrovertido que él ya hubiera conseguido su número, una cita y quién sabe que más desde hacía mucho, pero él no quería asustarla. La respetaba y le preocupaba mucho la impresión que le dejaba como para ponerse pesado e insistente cuando ella no parecía tener interés alguno en su persona. Sentía que ella ya se había habituado a verlo e ir con él en las mañanas, pero eso no quería decir que sintiera algo más. Christian era plenamente consciente de eso y le dolía pensar que ella no sintiera por él ni siquiera cariño o estima.
Él no pedía mucho, de verdad que no. No pedía ser correspondido ni nada, tan solo quería verla, que le sonriera de esa manera tan gentil como sólo ella podía hacerlo, que le hablara de su vida, de sus sueños y que le permitiera tomar su mano para guiarla si así lo deseaba.
Él lo único que quería era que ella lo mirara también, que lo mirara justo de la manera en que él siempre lo hacía.
Comments (0)
See all